HOMILIA 37ª

15:07

Cuando éstos se marcharon, empezó Jesús a hablar a las turbas acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Pues qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de ropas delicadas?
Mirad que los que llevan ropas delicadas viven en los palacios de los reyes. ¿Pues qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, yo os lo aseguro, y más que un profeta. San Mateo 11,17.


245.- Las turbas sospecharon de Juan.-
1. El asunto de los discípulos de Juan se había resuelto bien, y se retiraron de la presencia de Jesús confirmados por los milagros que allí mismo le habían visto realizar. Ahora había que corregir también la opinión del pueblo. Los discípulos de Juan nada malo podían sospechar de su maestro; pero aquella muchedumbre ingente pudo sacar las más absurdas consecuencias de la pregunta que a Jesús le dirigieron, pues ignoraban la intención con que Juan los había enviado, y es muy probable que cuchichearan entre sí diciendo: ¿El que dio tan solemnes testimonios ha cambiado ahora de opinión, y está en dudas de si es éste el que ha de venir o hay que esperar a otro? ¿No dirá esto por estar en desacuerdo con Jesús? ¿No se habrá vuelto cobarde a fuerza de cárcel? ¿No serían vanas y sin sentido todas sus palabras anteriores?

246.- Como era, pues, muy natural que la gente se forjara sospechas por el estilo, mirad cómo corrige el Señor su flaqueza y elimina todas esas sospechas. Porque, cuando se marcharon ellos, empezó Jesús a hablar de Juan a las muchedumbres. ¿Por qué cuando aquéllos se marcharon? Para no dar la impresión de que adulaba a Juan. Mas al corregir al pueblo, no saca a relucir lo que éste sospechaba, sino que se contenga con dar la solución a los pensamientos que internamente los agitaban, con lo que les hacia ver que sabía Él los íntimos secretos de todos.

247.- Tampoco les dice cómo a los judíos: ¿Por qué pensáis mal? Mateo 4,9. Porque si es cierto que pensaban mal, no lo pensaban por malicia, sino por ignorancia del sentido de las palabras de Juan. De ahí que tampoco el Señor les habla ásperamente, sino que se contenta con corregir su modo de pensar, hace la apología de Juan y demuestra a las turbas que no había éste abandonado su opinión primera ni se había arrepentido.

248.- Juan no era un inconstante.-
Porque no era Juan un hombre ligero y versátil, sino muy asentado y firme; no era Juan tal que traicionara la misión que se le había confiado. E intentando el Señor asentar esta verdad, no la prueba de pronto por su propia afirmación, sino, ante todo, por el testimonio mismo del pueblo. Y así no sólo por lo que dijeron, sino también por lo que hicieron, los pone a ellos mismos por testigos de esa firmeza de Juan. De ahí que les diga: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? Como si dijera: ¿Por qué abandonasteis ciudades y casas y os juntasteis como un solo hombre en el desierto? ¿Acaso para ver a un hombre miserable y ligero? Eso no tendría sentido. No es eso lo que demuestra aquél afán, aquel correr todos a una hacia el desierto.

249.- Un pueblo tan enorme, tantas ciudades no se hubiera derramado entonces con tanto fervor por el desierto y a lo largo del Jordán, si no hubieran llevado la ilusión de contemplar a un hombre extraordinario, maravilloso y más firme que una roca. No salisteis ciertamente a contemplar una caña agitada por el viento. A una caña, en efecto, se parecen perfectamente los hombres ligeros, los que son fácilmente llevados de acá para allá, los que dicen ahora una cosa y luego otra y no están firmes en nada. Y notad cómo, dejando un lado el Señor todo otro defecto, sólo les habla de la ligereza que entonces particularmente les hacía a ellos sospechar y cómo les quita todo motivo de suponerla en Juan. ¿Pues qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido de ropas delicadas?

250.- Mirad que los que llevan vestidos delicados viven en los palacios de los reyes. Con lo que quiere decir que Juan no era naturalmente versátil. Y esto, viene a decir el Señor, vosotros lo pusisteis de manifiesto con vuestro fervor por ir a verlo. Mas tampoco se puede decir que, sí, Juan era de suyo firme, pero que, habiéndose entregado al placer, se volvió flojo. Los hombres son lo que son, unos por naturaleza, otros porque se hacen. Por ejemplo, hay quienes son naturalmente iracundos; otros adquieren esa enfermedad de su alma a consecuencia justamente de otra larga enfermedad corporal. Unos, igualmente, son ligeros y fáciles por naturaleza; otros se hacen tales por entregarse al placer y a la molicie. Pero Juan, les dice el Señor, ni es tal por naturaleza, pues no salisteis a ver una caña; ni por haberse entregado al placer, perdió la ventaja que le dio la naturaleza.

251.- Que no fue esclavo del placer, bien lo demuestra su vestido, el desierto y la cárcel. Porque, si hubiera querido vestir ropas blandas, no se hubiera ido a morar en el desierto ni se hubiera metido en la cárcel, sino que habría buscado los palacios. Y es así que, con sólo haber callado, hubiera podido gozar de infinitos honores. Porque si aun después que le reprendió: si aun estando en la cárcel, aun le temía Herodes, mucho menos le hubiera castigado de haber él guardado silencio. Si, pues, Juan dio prueba de su firmeza y constancia con sus obras, ¿cómo podía ser justa sospecha alguna en esas virtudes?

252.- La grandeza de Juan Bautista.-
2. Así, pues, habiendo el Señor caracterizado a Juan por el lugar en que viviera, por el vestido y por el mismo concurso del pueblo hacia él, ahora alega también al profeta. Y en efecto, después de decir: ¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, yo os lo aseguro, más que un profeta, prosigue: Porque éste es de quien está escrito: Mira que yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino delante de ti. Primero alega el Señor el testimonio de los judíos, y luego acomoda también el del profeta; o, por mejor decir, primero pone el voto de los judíos, que es la mejor demostración, por ser testimonio dado por enemigos; en segundo lugar, la vida de Juan; tercero, su propio juicio; cuarto, al profeta, y por todos los lados cierra la boca de quienes pudieran sospechar del Precursor.

253.- Tampoco pudieran decir que, sí, Juan era naturalmente firme, pero que luego había cambiado, pues ahí estaba su modo de vestir y la cárcel y, después de todo esto, el testimonio del profeta. Y ya que el Señor llamó a Juan mayor que un profeta, ahora les hace ver en qué es mayor que un profeta. ¿En qué es, pues, mayor? En que es el que está más cerca del que había venido. Porque yo te enviaré, dice, a mi mensajero ante tu faz, es decir, muy cerca de ti. Así como en una comitiva regia, los que van más cerca del coche real son los más ilustres entre todos; así Juan, que aparece momentos antes del advenimiento del Señor. Notad cómo de ahí declaró la excelencia del Precursor, y ni ahí se detuvo, sino que añadió su propio voto diciendo: En verdad os digo, no se ha levantado entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan.

254.- Realmente, la afirmación de Jesús basta para declarar esta grandeza; mas si queréis saberlo por la realidad misma, considerad su mesa, su manera de vida y la alteza de sus pensamientos. Juan vivía en la tierra como si morara ya en el cielo; estaba por encima de las necesidades de la naturaleza, seguía un camino maravilloso, gastaba su tiempo entero en himnos y oraciones, sin hablar con hombre alguno, y conversando, en cambio, continuamente con DIOS. A nadie conocía, por nadie fue jamás visitado. No se alimentaba de leche ni gozaba de lecho, ni de techo, ni de pública plaza, ni de ninguna otra de las comodidades humanas. Sin embargo, Juan sabía unir la mansedumbre a la firmeza. Mirad, si no, con qué moderación habla con sus discípulos, con qué valor al pueblo judío y con qué libertad al mismo rey. De ahí que dijera el Señor: Entre los nacidos de mujer, no se ha levantado nadie mayor que Juan Bautista.

255.- Juan no puede ser comparado a Jesús.-
Sin embargo, como la hipérbole misma de la alabanza podía engendrar alguna falsa idea, y estimaran los judíos a Juan más alto que a Jesús, mirad cómo también esto lo corrige el Señor. Y es así que, como de lo mismo que los discípulos de Juan se edificaron, pudo resultar daño para las turbas, teniéndole a Juan por hombre ligero, así ahora, de lo mismo que era corrección de las turbas, podía también resultarles mayor daño, si concebían de Juan más alta idea que de Cristo mismo, fundados en lo que de aquél se les decía. De ahí que el Señor los corrige, sin dejar lugar a sospecha alguna, diciendo: Pero el que es más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Más pequeño por la edad y también en la opinión del vulgo, pues le llamaban comedor y bebedor y solían decir: ¿No es éste el hijo del carpintero? San Mateo 13,55.

256.- Y por todas partes le despreciaban. ¿Pues qué, objetarás, sólo por comparación con Juan es mayor el Señor? ¡De ninguna manera! Porque ni el mismo Juan intenta establecer comparación, cuando dice: Él es más fuerte que yo. San Mateo 3,11, ni tampoco la establece Pablo cuando, haciendo mención de Moisés, escribe: De mayor gloria que Moisés fue tenido Cristo por digno. Hebreos 3,3. Y, en fin el Señor mismo no se compara con Salomón cuando dice: Y aquí está quien es más que Salomón. San Mateo 12,24. Más aunque diéramos de barato que aquí habló comparativamente, ello fue pura dispensación del Señor, atendiendo a la flaqueza de sus oyentes. En realidad, la gente estaba muy embobada con Juan, y entonces justamente la cárcel y la libertad con que había reprendido al rey había hecho más gloriosa su figura. Ya era, pues, bastante que, por entonces, aceptaran la comparación con Jesús.

257.- A la verdad, también el Antiguo Testamento conoce este modo de corregir las almas de los que yerran, comparando lo que no admite comparación. Por ejemplo, cuando dice: No hay semejante a ti entre los dioses, Señor. Salmo 85,8. Y otra vez: DIOS como nuestro DIOS. Salmo 85,8; 74,14. Hay, sin embargo, intérpretes que afirman haber dicho Cristo esas palabras refiriéndose a los apóstoles, otros a los ángeles. Falsa interpretación. Por otra parte, si hablaba de los apóstoles, ¿qué inconveniente había en establecer la comparación nominalmente? En cambio, refiriéndose a si mismo, es natural que ocultara su persona en atención a la sospecha dominante en el vulgo y porque no pareciese que decía algo grande de sí mismo; conducta que le vemos observar en muchas otras ocasiones.

258.- ¿Y qué quiere decir: en el reino de los cielos? En lo espiritual y en todo lo que atañe al cielo. Además, decir: Entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan Bautista, era oponerse El mismo a Juan y contarse de este modo como la excepción. Porque si es cierto que también Él había nacido de mujer, no, sin embargo, del mismo modo que Juan. Porque Jesús no era puro hombre ni nació como otro cualquier hombre, sino de modo singular y maravilloso.

259.- El Reino de los Cielo sufre violencia.-
3. Desde los días de Juan hasta ahora prosigue Jesús, el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. ¿Qué ilación hay entre esta sentencia del Señor y lo antes dicho? Mucha ciertamente y muy armónica. Desde este momento, efectivamente, los empuja y da prisa, aun por este motivo, a que abracen la fe en Él, a par que corrobora lo que Juan había preguntado. Porque si hasta Juan, viene a decir, todo está cumplido, yo soy el que ha de venir. Porque todos los profetas, y la ley, hasta Juan han profetizado. Porque no hubieran cesado los profetas si yo no hubiera venido. No esperéis, por ende; nada más, no aguardéis a otro. Porque que yo soy, es evidente no sólo por el hecho de haber cesado los profetas, sino también por los muchos que cada día arrebatan la fe en mí. Porque es ella tan patente y clara que muchos la arrebatan. ¿Y quiénes, dime, la arrebataron? Todos los que con fervor se acercaron al Señor.

260.- Juan y Elías.-
Seguidamente, dales el Señor otra prueba diciendo: Si queréis recibirlo, él es Elías, que ha de venir. Porque yo os enviaré, dice el profeta, a Elías Tesbita, que convertirá el corazón del padre hacia sus hijos. Malaquías 4,5. Éste es, pues, Elías, les dice, como queráis atenderlo con cuidado. Porque yo enviaré, dice la Escritura, a mi mensajero delante de tu faz. Malaquías 3.1. Y muy bien dijo: Si queréis recibirlo, con lo que les hacía ver que no quería imponérselo por la violencia. Yo no os obligo a ello, dice. Así hablaba el Señor, porque pedía un alma bien dispuesta y quería declararles que Juan era Elías y Elías Juan. Uno y otro, en efecto, recibieron el mismo ministerio; uno y otro fueron precursores. De ahí que no dijo el Señor simplemente: Éste es Elías, sino: Si queréis recibirlo, éste es Elías, es decir, si con espíritu bien dispuesto queréis atender a los acontecimientos.

261.- El Señor excita la curiosidad de los oyentes.-
Mas no se detuvo aquí, sino que quiso hacerles también ver que era menester inteligencia. De ahí que habiéndoles dicho: Éste es Elías, el que ha de venir, añadió: El que tenga oídos para oír que oiga. Ahora bien, si el Señor les hablaba así de enigmáticamente, es que quería excitarlos a que le preguntaran. Y si ni aun así se despertaron ellos de su sueño, mucho menos lo hicieran si todo se lo dijera clara y manifiestamente. Porque no va nadie a decir que no se atrevían a preguntarle y que era el Señor inaccesible. Bien le preguntaban y tentaban sobre lo que les ocurría, y mil veces enmudecidos, mil veces volvían a la carga. De haber tenido ganas de saber, ¿no le hubieran preguntado sobre cosas necesarias? Sobre la ley le preguntaron cuál era el primer mandamiento, y como ésa otras muchas cosas que no había necesidad alguna de preguntar.

262.- ¿Cómo, pues, no le preguntaron sobre lo mismo que Él decía y a lo que estaba más obligado a responder? Más que más, cuando Él mismo los convidaba e incitaba a que preguntaran. Sus sentencias, en efecto, sobre que el Reino de los cielos sufre violencia y los violentos son los que lo arrebatan, y que el que tenga oídos para oír que oiga, a excitar ese deseo iban dirigidas.

263.- “Vino Juan Bautista, que no comía ni bebía”.
¿Y con quién compararé, prosigue el Señor, a esta generación? Semejante es a unos chiquillos que se sientan en la plaza y dicen: Os hemos tocado la flauta, y no habéis golpeado el pecho. También esto parece ser independiente de lo anteriormente dicho; y, sin embargo, está muy lógicamente enlazado. Aún está el Señor en el mismo capítulo y trata de demostrarles primero que Juan obraba perfectamente de acuerdo con Él, aun cuando los hechos parecían contrarios, como en el caso de la pregunta que le dirigió por sus discípulos, y juntamente que nada omitió de cuanto debía hacer por su salvación. Es lo que el profeta decía respecto a la viña: ¿Qué otra cosa tenía que hacer con esta viña, que no lo haya hecho? Isaías 5,4. ¿Y con quién, dice aquí el Señor, compararé esta generación?

264.- Semejante es a unos chiquillos sentados en la plaza, que dicen: Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; os hemos entonado un canto de duelo, y no os habéis golpeado el pecho. Porque vino Juan, que no comía ni bebía y dijeron: Está endemoniado. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Ése es un hombre tragón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. Que es como si dijera: Yo y Juan seguimos distinto camino, pero los dos llegamos al mismo término. Somos dos cazadores que acosan a un animal difícil de coger y que puede caer en la trampa por dos caminos. Cada cazador toma el suyo, contrario al de su compañero, de modo que por uno u otro lado caiga en el lazo sin remedio. Mirad, si no, cómo todo el género humano admira la maravilla de una vida de ayuno, de austeridad y filosofía.

265.- Por eso dispuso la providencia de DIOS que Juan se criara desde el principio en ese género de vida, a fin de que ello fuera una razón más de dar crédito a sus palabras. Entonces, dirás, ¿por qué no entró también Jesús por ese camino? También, también Él entró, puesto que ayunó durante cuarenta días y corría pueblos y ciudades enseñando, sin tener dónde reclinar su cabeza. Sin embargo, Él conseguía lo mismo también de otro modo y por otro camino obtenía el mismo provecho. Porque lo mismo que entrar Él por aquel camino, y aún mucho mejor, era ser atestiguado por quien lo había seguido. Por otra parte, Juan no podía presentar otra cosa que la austeridad de su vida y conducta, puesto que no hizo jamás milagro alguno: Jesús, empero, tenía justamente el testimonio de sus milagros y el de su vida maravillosa. Dejando, pues, a Juan la gloria del ayuno, el Señor siguió camino contrario, y no tuvo escrúpulo de sentarse a la mesa y comer y beber con publicanos.

266.- Los judíos no creyeron ni a Juan ni a Jesús.-
4. Preguntemos, pues, a los judíos: ¿Es cosa buena y admirable el ayuno? Entonces teníais que haber creído a Juan, aceptar su misión y seguir su enseñanza. De este modo, las palabras de Juan debían llevaros a Jesús. ¿El ayuno es cosa insoportable y molesta? Luego tenían que haber creído a Jesús, que seguía camino contrario a Juan. Por uno u otro camino teníais que haber venido a parar en el reino de los cielos. Sin embargo, como fiera indomable, los judíos maltrataron a Juan y a Jesús. No fue la culpa, pues, de los que no fueron creídos, sino de quienes no quisieron creer. Nadie, en efecto, maltrata, como tampoco alaba, a la vez a dos contrarios. Por ejemplo, el que gusta de un hombre alegre y suave de carácter, no gustará de otro triste y bárbaro; el que alaba el ceñudo no alabará al alegre.

267.- Es imposible sentenciar a la vez en favor de uno y otro. De ahí que diga el Señor mismo: Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado. Es decir, yo he llevado una vida suave y no me habéis hecho caso. Y: Os hemos entonado un canto de duelo, y no os habéis golpeado el pecho. Es decir, Juan llevó vida áspera y dura, y no le prestasteis atención. Y no dijo: “Él llevó una vida y yo otra”, sino que como la intención de ambos era una sola, aun cuando sus géneros de vida contrarios, de ahí que todo lo pone en común. Y, a la verdad, aun el hecho de haber seguido camino contrario procedía de la más perfecta armonía y tendía al mismo y único fin. ¿Qué defensa, pues, os queda en adelante? De ahí, que el Señor añadiera: Y quedó justificada la sabiduría por sus propios hijos.

268.- Es decir, aun cuando vosotros no creáis, tampoco podréis acusarme de nada en adelante. Que es lo que el profeta dice del Padre: Para que quedes justificado en tus palabras. Salmo 50,6. Y es así que DIOS, aun cuando nada consiga de su solicitud para con nosotros, cumple cuanto es de su parte, y así no deja ni sombra de pretexto de ingratitud a los que de buena gana se descararían contra Él. Ahora, si los ejemplos de que se vale el Señor son viles y malsonantes, no te maravilles de ello, pues Él hablaba conforme a la debilidad de sus oyentes. También Ezequiel emplea muchos símiles acomodados a sus oyentes, pero que realmente son indignos de la grandeza de DIOS. Mas eso mismo es señaladamente signo de su solicitud para con nosotros. Mas considerad también cómo caen los judíos por otro lado en contradicción consigo mismos.

269.- Porque después de llamar a Juan endemoniado, no se pararon ahí, sino que le colgaron también al Señor el sambenito, no obstante ir por camino contrario al de Juan. Así venían a parar siempre a opiniones contradictorias. Lucas, por su parte, aún añade otro motivo más grave de acusación contra los judíos, poniendo en boca del Señor estas palabras: Porque los publicanos justificaron a DIOS, por haber aceptado el bautismo de Juan. San Lucas 7,29.

270.- Maldición a las ciudades ingratas.-
Entonces, cuando la sabiduría quedó justificada, cuando les hubo mostrado que todo se había cumplido, se puso el Señor a reprender a las ciudades. Ya que no las pudo convencer, las declara malhadadas, que es más que infundirles miedo. A la verdad, ya les había dado su enseñanza, ya había en ellas realizado sus milagros. Más ya que se obstinaban en su incredulidad, ya no le quedaba sino maldecirlas. Y entonces, dice el evangelista, empezó Jesús a maldecir a las ciudades en que se habían cumplido la mayor parte de sus milagros, por no haber hecho penitencia, y dijo: ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Por que nos demos cuenta de que los moradores de aquellas ciudades no eran malos por naturaleza, pone justamente el Señor el nombre de esta ciudad, de la que habían salido cinco apóstoles.

271.- Y es así que de Betsaida eran Felipe y las dos parejas de los que eran corifeos del coro de los doce ; es decir, Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Porque si en Tiro y Sidón, prosigue el Señor, se hubieran realizado los milagros que en vosotras se han realizado, hace tiempo que hubieran hecho penitencia en saco y ceniza. Ahora bien, yo os aseguro que Tiro y Sidón serán tratadas más benignamente en el día del juicio que no vosotras. Y tú, Cafarnaún, que te has levantado hasta el cielo, tú serás precipitada hasta el infierno. Porque si en Sodoma se hubieran cumplido los milagros que se han cumplido en ti, Sodoma seguiría en pie hasta hoy. Ahora bien: Yo os aseguro que Sodoma será tratada más benignamente que tú en el día del Juicio.

272.- Y no sin razón les pone el ejemplo de Sodoma, pues quiere con él encarecer su culpa. Prueba, en efecto, máxima de maldad es que, por lo visto, aquellos habitantes de Cafarnaún no sólo eran peores que los que entonces vivían, sino más malvados que cuantos malvados habían jamás existido. Por modo semejante, establece el Señor otra vez comparación y condena a los judíos con el ejemplo de los ninivitas y de la reina del Sur. San Mateo 12,41-42. Sólo que allí se trata de quienes obraron bien; aquí, empero, la comparación es con quienes pecaron, lo que aumenta la gravedad.

273.- También Ezequiel conoce este modo de condenación, y así le decía a Jerusalén: Con todos tus pecados, tú has justificado a tus hermanas. Ezequiel 16,51. De este modo solía el Señor mostrar en todas partes su predilección con el Antiguo Testamento. Mas ni aun ahí paró su razonamiento, sino que les infunde mayor temor, diciéndoles que tendrán que sufrir más duro castigo que los habitantes de Sodoma y de Tiro. Así, por todos lados, trata de atraérselos; lo mismo por sus ayes de maldición que por el miedo que les infunde.

273.- La inhospitalidad de los cristianos también será castigada.-
5. Escuchemos también nosotros estas palabras del Señor. Porque no sólo contra los incrédulos, contra nosotros mismos, señaló el Señor castigo más duro que el de los habitantes de Sodoma si no acogemos a los huéspedes que acuden a nosotros, pues Él les mandó que sacudieran hasta el polvo de sus pies. Y con mucha razón. Porque si es cierto que aquéllos cometieron actos inicuos, pero, al cabo, ello fue antes de la ley y de la gracia. Mas nosotros, que hemos sido objeto de tan extraordinaria providencia, ¿qué perdón merecemos al mostrar tanto horror al huésped y cerrar las puertas a los necesitados, y antes que las puertas, los oídos? O, por mejor decir, no sólo los cerramos a los pobres, sino a los mismos apóstoles. Y, en realidad, por cerrárselos a los apóstoles, se los cerramos a los pobres.

274.- Porque si, cuando se lee a Pablo, tú no atiendes; si, cuando Juan predica su evangelio, tú no escuchas, ¿cómo recibirás al pobre, si no has recibido al apóstol? Ahora, pues, a fin de que nuestras puertas estén continuamente abiertas a los pobres y nuestros oídos a los apóstoles, limpiemos la suciedad de las orejas del alma.

275.- Contra los cantos obscenos en el teatro.-
Y es así que a la manera como la suciedad y el barro obstruyen los oídos corporales, así los cantos obscenos, las conversaciones mundanas, sobre deudas, sobre asuntos de préstamos y usuras, taponan peor que cualquier suciedad el oído del alma. Y no sólo lo taponan, sino que lo hacen impuro. Y, a la verdad, los que hablan de esas cosas, no otra cosa que estiércol nos echan en los oídos. Lo que aquel bárbaro amenazaba: Comeréis vuestros propios excrementos, Isaías 36,12, etc., eso nos hacen sufrir esas gentes, no de palabra, sino de hecho. Y, a decir verdad, más gravemente todavía, pues más repugnantes que aquéllos son esos cantos obscenos. Y lo más grave es que, lejos de molestaros al oírlos, los celebráis con vuestra risa, cuando fuera deber vuestro abominarlos y salir huyendo. Y si esas cosas no son abominables, anda, baja tú a la escena e imita eso mismo que aplaudes. O, mejor, anda sólo en compañía de quien de ese modo te hace reír. ¡No lo soportarías! Entonces, ¿por qué le tributas tanto honor?

276.- Las mismas leyes promulgadas por los paganos decretan que esas gentes sean tenidas por bajas. Tú, en cambio, los recibes con la ciudad entera, como si se tratara de embajadores o generales victoriosos, y a todos los invitas a que se llenen las orejas de excrementos. Si un esclavo tuyo pronuncia una palabra indecente, y tú la oyes, recibe su buena tunda de azotes. Si eso lo hace tu mujer, un hijo tuyo o cualquier oto, tú lo tienes por una indecencia. En cambio, si unos hombres viles, que no valen tres óbolos, te invitan a que vayas a oír sus palabras indecentes, no sólo no te irritas, sino que te alegra y los aplaudes. ¿Puede darse mayor inconsecuencia? ¿Y qué adelantamos con eso? O, mejor dicho, ¿cómo se demuestra que tú no las dices? Si no las dijeras, no te reirías al oírlas, ni correrías con tanto afán a escuchar unas voces que te deshonran.

277.- Si no, dime: ¿te alegras cuando oyes una blasfemia? ¿No te estremeces más bien y te tapas los oídos? Yo por lo menos así lo supongo. ¿Qué se sigue de ahí? Que tú tampoco blasfemas. Hazlo así también con las palabras torpes. Y si quieres demostrar con evidencia que tú tampoco gustas de pronunciarlas, no aguantes ni el oírlas. ¿Cuándo en efecto, esperas llegar a ser hombre bueno, si de tales audiciones te alimentas? ¿Cuándo soportarás los combates por la castidad, si te vas dejando arrastrar poco a poco por esa risa, por esos cantos y palabras obscenas? Ya sería bastante que, con un alma limpia de todo eso, pudieras llegar a ser puro y casto, no digamos si de tales audiciones la alimentas. ¿Es que no sabéis que toda nuestra inclinación se va hacia el mal? Pues si ya de él hacemos un arte y un oficio, ¿cómo podremos huir del horno del infierno? ¿No habéis oído la palabra de Pablo: Alegraos en el Señor? Filipenses 4,4. ¡En el Señor, no en el diablo!

278.- Terrible invectiva contra el teatro.-
6. ¿Cuándo, pues, estarás en disposición de oír a Pablo? ¿Cuándo tendrás conciencia de tus pecados, puesto que esos espectáculos te producen borrachera continua, de la que nunca despiertas? Porque, que hayas venido aquí, a la iglesia, no es cosa grande ni maravillosa, o, por mejor decir, si que es cosa maravillosa. Pues aquí vienes porque sí, por mero cumplimiento; al teatro, en cambio, te diriges con fervor, a la carrera y con entusiasmo sin límites. Y bien se ve por lo que a casa llevas, cuando de allí vuelves. Porque es así que todo el cieno que allí se os ha echado encima por medio de palabras, de canciones y de risas, cada uno lo recoge para llevárselo a casa, o, por mejor decir, no tanto os lo lleváis materialmente a casa, cuanto os lo metéis en la propia alma. De lo que no es abominable, os apartáis con horror; lo de verdad abominable, empero, no sólo no lo aborrecéis, sino que lo amáis.

279.- Así, muchos se lavan cuando vuelven del cementerio; mas cuando vuelven del teatro, no se les ocurre gemir ni derramar fuentes de lágrimas. Y, sin embargo, un muerto no es cosa impura; el pecado, empero, deja tan grande mancha, que mil fuentes de agua no son capaces de lavarla; sí, las lágrimas y la confesión. Pero nadie se da cuenta de esta mancha. Y es que como tememos lo que no debemos temer, nos espantamos de lo que no debiéramos espantarnos. Mas ¿qué estruendo es ése, qué alboroto, qué voces infernales, qué diabólicas figuras? ¡Ah!. Es un joven, que, no obstante su sexo, se echa atrás una larga cabellera y, afeminada su naturaleza, por su mirada, por su figura, por sus vestidos, por todo, en una palabra, se esfuerza por remedar la imagen de una tierna muchacha.

280.- Allí, por lo contrario, aparece un viejo con el cabello rasurado a navaja, con los lomos ceñidos, que antes de cortarse el pelo se cortó también el pudor, y allí está dispuesto a que le abofeteen y a hacer y decir por su cuenta todo lo que bien le venga. En cuanto a las mujeres, allí están también, con la cabeza descubierta, hablando desvergonzadas con el pueblo, muy bien estudiado su papel de impudicicia y derramando en las almas de los oyentes todo desenfreno y toda disolución. Solo un empeño tienen: arrancar de raíz todo sentido de castidad, deshonrar la naturaleza, satisfacer el deseo del maligno demonio. Y es así que allí las palabras son torpes, ridículas las figuras, ridículo el peinado, y, por el estilo, el paso, el vestido, la voz, las contorsiones de los miembros, las desviaciones de los ojos, y las siringes, y las flautas, y los dramas, y los temas.

281.- Todo, en una palabra, rebosa de la más absoluta disolución. ¿Cómo, pues, dime por tu vida, podrás ser sobrio, cuando el diablo te ofrece ese vino puro de disolución y te brinda con tantas copas de torpeza? Allí, en efecto, los adulterios, allí la violación de los casamientos, mujeres de rompe y rasga, hombres pervertidos, jóvenes afeminados, todo, en fin, rebosante de iniquidad, monstruosidad y torpeza. No debían, pues, reír los espectadores, sino llorar y gemir amargamente. ¿Pues qué?, me gritas. ¿Vamos a cerrar la escena y por tu palabra va a trastornarse todo? ¡No! Ahora es ciertamente cuando todo está trastornado. ¿De dónde, dime por favor, proceden las asechanzas contra los matrimonios, sino de esa escena? ¿De dónde salen los que taladran las cámaras nupciales, sino del teatro? ¿No vienen de ahí los hombres que se muestran duros con sus mujeres? ¿No vienen de ahí las mujeres que son despreciadas por sus maridos? ¿No vienen de ahí la mayoría de los adulterios?

282.- De suerte que quien lo trastorna todo es justamente el que va al teatro; ése es el que ha introducido esta terrible tiranía de la disolución. No, me contestas, todo esto está ordenado por las leyes. ¡Entonces, te respondo yo, el raptar a las mujeres, el corromper a los muchachos, el trastornar a las familias es obra de los que ocupan las ciudadelas, obra de los que mandan! ¿Y quién, me dices, se ha hecho adúltero a consecuencia de estos espectáculos? ¿Y quién no se ha hecho?, te respondo yo. Si fuera lícito citar aquí nombres, yo te demostraría a cuántos maridos han separado de sus mujeres, a cuántos cogieron cautivos aquellas rameras de la escena, a unos arrancándolos del mismo lecho nupcial, a otros no dejándoles siquiera pensar en el matrimonio.

283.- ¿Pues qué? Dime, ¿vamos a trastornar las leyes todas? ¡No! Derribando esos teatros, lo único que se trastorna es una iniquidad. Porque de ahí, por lo menos, las sediciones y los tumultos. Porque quienes viven de la escena y venden su voz a su vientre; los que tienen por profesión el vicio y el cometer cualquier extravagancia, ésos son los que mejor encandilan a la chusma y los que producen los tumultos en las ciudades. Y es así que una juventud entregada a la ociosidad y nutrida en tales males, se vuelve más salvaje que todas las fieras.

284.- Hay honestas diversiones fuera del teatro.-
7. ¿De dónde, dime, proceden los hechiceros? ¿No vienen de que esas gentes quieren excitar a una chusma vanamente ociosa, de que quieren que los farsantes se aprovechen de los frecuentes tumultos y de que enfrentan a las mujeres perdidas con las honradas? Porque llevan sus embustes a extremo tal, que no vacilan en turbar la paz de los huesos de los difuntos. ¿No proceden también de que se ven forzados a gastar enormes sumas en esos abominables coros del diablo? ¿Y de dónde viene la disolución, con toda su infinita secuela de males? ¿Ves cómo eres tú el que trastornas la vida al abogar por el teatro? Yo, empero, que pido su destrucción, más bien la sostengo. ¡Derribemos, pues, el teatro!, me contestas. ¡Ojalá fuera posible derribarlo! O, mejor, con sólo que queráis, por lo que a nosotros toca, ya está derribado, ya está por el suelo. Sin embargo, yo no pido siquiera tanto.

285.- Queden en pie los teatros; pero no los frecuentéis, lo que es mérito mayor que derribarlos. Y si no a otros, imitad en esto a los bárbaros, que están limpios de semejantes espectáculos. ¿Qué excusa podremos ya poner nosotros, nosotros ciudadanos de los cielos, que entramos en los coros de los querubines y somos compañeros de los ángeles, si en esto nos hacemos peores que los bárbaros? ¡Y eso cuando tantos modos mejores tenemos de divertirnos! Si quieres, en efecto, recrearte, pasea por los jardines, por la orilla del río y de los lagos. Contempla los parques, escucha el canto de las cigarras, visita las tumbas de los mártires. Allí, juntamente con la salud de tu cuerpo, hallarás provecho para tu alma; allí no hay daño alguno, allí el placer no va seguido del remordimiento, como en los teatros.

286.- Tienes mujer y tienes hijos. ¿Qué placer puede compararse con ése? Tienes tu casa, tienes amigos. Estos, sí, son placeres, en que el provecho es perfectamente compatible con la castidad. ¿Qué hay, dime por tu vida, para quien vive castamente, más dulce que la mujer y los hijos? Por lo menos se cuenta de unos bárbaros haber dicho una palabra llena de filosofía. Como oyeran hablar de estos teatros de iniquidad y del placer indecente que procuraban: “¡Cualquiera diría, dijeron, que los romanos han inventado semejantes pasatiempos por no tener mujeres ni hijos!” Con lo que daban a entender que, si se quiere vivir honestamente, no hay nada más dulce que la mujer y los hijos.

287.- Sin espectadores no habría teatro.-
¿Y qué, objetas, si yo te demuestro que hay quienes ningún daño reciben de la frecuentación del teatro? A lo que yo te contestaré que ya es muy grande daño pasar allí inútilmente el tiempo y ser escándalo para los otros. Aun cuando tú personalmente no sufras daño, con tu presencia aficionas más al otro al espectáculo. Pero ¿cómo podrá decirse que tú no sufres daño, cuando contribuyes a los que se producen? Porque el hechicero, y el joven pervertido, y la mujer perdida, y todos aquellos coros del diablo, sobre tu cabeza harán caer la culpa de todo lo que allí se hace. Porque, si no hubiera espectadores, tampoco habría quienes se dedicaran a esas infamias; pero como los hay, también ellos tendrán parte en el fuego que ha de castigar lo que allí se hace.

288.- En conclusión, aun suponiendo que tu castidad no tuviera que sufrir nada allí, lo cual es imposible, aun tendrás, sin embargo, que dar grave cuenta de la perdición de los otros: de los que contemplan el espectáculo y de los que atraen a los espectadores. Y, a la verdad, mucho hubiera ganado tu castidad si no hubieras acudido allí. Porque si aun ahora te mantienes casto, más casto serías de no haber frecuentado tales vistas.

289.- Exhortación final: ¡Basta de vanas excusas!
No porfiemos, pues, vanamente. No excogitemos defensas insensatas. Sólo tenemos una defensa: huir del horno de Babilonia, estar muy lejos de la ramera egipcia, aun cuando tuviéramos que escapar desnudos de sus manos. De este modo gozaremos del placer más puro, pues no nos acusará nuestra conciencia viviremos con castidad la presente vida y alcanzaremos los bienes venideros por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILIA 37ª

miércoles, 12 de mayo de 2010
Cuando éstos se marcharon, empezó Jesús a hablar a las turbas acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Pues qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de ropas delicadas?
Mirad que los que llevan ropas delicadas viven en los palacios de los reyes. ¿Pues qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, yo os lo aseguro, y más que un profeta. San Mateo 11,17.


245.- Las turbas sospecharon de Juan.-
1. El asunto de los discípulos de Juan se había resuelto bien, y se retiraron de la presencia de Jesús confirmados por los milagros que allí mismo le habían visto realizar. Ahora había que corregir también la opinión del pueblo. Los discípulos de Juan nada malo podían sospechar de su maestro; pero aquella muchedumbre ingente pudo sacar las más absurdas consecuencias de la pregunta que a Jesús le dirigieron, pues ignoraban la intención con que Juan los había enviado, y es muy probable que cuchichearan entre sí diciendo: ¿El que dio tan solemnes testimonios ha cambiado ahora de opinión, y está en dudas de si es éste el que ha de venir o hay que esperar a otro? ¿No dirá esto por estar en desacuerdo con Jesús? ¿No se habrá vuelto cobarde a fuerza de cárcel? ¿No serían vanas y sin sentido todas sus palabras anteriores?

246.- Como era, pues, muy natural que la gente se forjara sospechas por el estilo, mirad cómo corrige el Señor su flaqueza y elimina todas esas sospechas. Porque, cuando se marcharon ellos, empezó Jesús a hablar de Juan a las muchedumbres. ¿Por qué cuando aquéllos se marcharon? Para no dar la impresión de que adulaba a Juan. Mas al corregir al pueblo, no saca a relucir lo que éste sospechaba, sino que se contenga con dar la solución a los pensamientos que internamente los agitaban, con lo que les hacia ver que sabía Él los íntimos secretos de todos.

247.- Tampoco les dice cómo a los judíos: ¿Por qué pensáis mal? Mateo 4,9. Porque si es cierto que pensaban mal, no lo pensaban por malicia, sino por ignorancia del sentido de las palabras de Juan. De ahí que tampoco el Señor les habla ásperamente, sino que se contenta con corregir su modo de pensar, hace la apología de Juan y demuestra a las turbas que no había éste abandonado su opinión primera ni se había arrepentido.

248.- Juan no era un inconstante.-
Porque no era Juan un hombre ligero y versátil, sino muy asentado y firme; no era Juan tal que traicionara la misión que se le había confiado. E intentando el Señor asentar esta verdad, no la prueba de pronto por su propia afirmación, sino, ante todo, por el testimonio mismo del pueblo. Y así no sólo por lo que dijeron, sino también por lo que hicieron, los pone a ellos mismos por testigos de esa firmeza de Juan. De ahí que les diga: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? Como si dijera: ¿Por qué abandonasteis ciudades y casas y os juntasteis como un solo hombre en el desierto? ¿Acaso para ver a un hombre miserable y ligero? Eso no tendría sentido. No es eso lo que demuestra aquél afán, aquel correr todos a una hacia el desierto.

249.- Un pueblo tan enorme, tantas ciudades no se hubiera derramado entonces con tanto fervor por el desierto y a lo largo del Jordán, si no hubieran llevado la ilusión de contemplar a un hombre extraordinario, maravilloso y más firme que una roca. No salisteis ciertamente a contemplar una caña agitada por el viento. A una caña, en efecto, se parecen perfectamente los hombres ligeros, los que son fácilmente llevados de acá para allá, los que dicen ahora una cosa y luego otra y no están firmes en nada. Y notad cómo, dejando un lado el Señor todo otro defecto, sólo les habla de la ligereza que entonces particularmente les hacía a ellos sospechar y cómo les quita todo motivo de suponerla en Juan. ¿Pues qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido de ropas delicadas?

250.- Mirad que los que llevan vestidos delicados viven en los palacios de los reyes. Con lo que quiere decir que Juan no era naturalmente versátil. Y esto, viene a decir el Señor, vosotros lo pusisteis de manifiesto con vuestro fervor por ir a verlo. Mas tampoco se puede decir que, sí, Juan era de suyo firme, pero que, habiéndose entregado al placer, se volvió flojo. Los hombres son lo que son, unos por naturaleza, otros porque se hacen. Por ejemplo, hay quienes son naturalmente iracundos; otros adquieren esa enfermedad de su alma a consecuencia justamente de otra larga enfermedad corporal. Unos, igualmente, son ligeros y fáciles por naturaleza; otros se hacen tales por entregarse al placer y a la molicie. Pero Juan, les dice el Señor, ni es tal por naturaleza, pues no salisteis a ver una caña; ni por haberse entregado al placer, perdió la ventaja que le dio la naturaleza.

251.- Que no fue esclavo del placer, bien lo demuestra su vestido, el desierto y la cárcel. Porque, si hubiera querido vestir ropas blandas, no se hubiera ido a morar en el desierto ni se hubiera metido en la cárcel, sino que habría buscado los palacios. Y es así que, con sólo haber callado, hubiera podido gozar de infinitos honores. Porque si aun después que le reprendió: si aun estando en la cárcel, aun le temía Herodes, mucho menos le hubiera castigado de haber él guardado silencio. Si, pues, Juan dio prueba de su firmeza y constancia con sus obras, ¿cómo podía ser justa sospecha alguna en esas virtudes?

252.- La grandeza de Juan Bautista.-
2. Así, pues, habiendo el Señor caracterizado a Juan por el lugar en que viviera, por el vestido y por el mismo concurso del pueblo hacia él, ahora alega también al profeta. Y en efecto, después de decir: ¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, yo os lo aseguro, más que un profeta, prosigue: Porque éste es de quien está escrito: Mira que yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino delante de ti. Primero alega el Señor el testimonio de los judíos, y luego acomoda también el del profeta; o, por mejor decir, primero pone el voto de los judíos, que es la mejor demostración, por ser testimonio dado por enemigos; en segundo lugar, la vida de Juan; tercero, su propio juicio; cuarto, al profeta, y por todos los lados cierra la boca de quienes pudieran sospechar del Precursor.

253.- Tampoco pudieran decir que, sí, Juan era naturalmente firme, pero que luego había cambiado, pues ahí estaba su modo de vestir y la cárcel y, después de todo esto, el testimonio del profeta. Y ya que el Señor llamó a Juan mayor que un profeta, ahora les hace ver en qué es mayor que un profeta. ¿En qué es, pues, mayor? En que es el que está más cerca del que había venido. Porque yo te enviaré, dice, a mi mensajero ante tu faz, es decir, muy cerca de ti. Así como en una comitiva regia, los que van más cerca del coche real son los más ilustres entre todos; así Juan, que aparece momentos antes del advenimiento del Señor. Notad cómo de ahí declaró la excelencia del Precursor, y ni ahí se detuvo, sino que añadió su propio voto diciendo: En verdad os digo, no se ha levantado entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan.

254.- Realmente, la afirmación de Jesús basta para declarar esta grandeza; mas si queréis saberlo por la realidad misma, considerad su mesa, su manera de vida y la alteza de sus pensamientos. Juan vivía en la tierra como si morara ya en el cielo; estaba por encima de las necesidades de la naturaleza, seguía un camino maravilloso, gastaba su tiempo entero en himnos y oraciones, sin hablar con hombre alguno, y conversando, en cambio, continuamente con DIOS. A nadie conocía, por nadie fue jamás visitado. No se alimentaba de leche ni gozaba de lecho, ni de techo, ni de pública plaza, ni de ninguna otra de las comodidades humanas. Sin embargo, Juan sabía unir la mansedumbre a la firmeza. Mirad, si no, con qué moderación habla con sus discípulos, con qué valor al pueblo judío y con qué libertad al mismo rey. De ahí que dijera el Señor: Entre los nacidos de mujer, no se ha levantado nadie mayor que Juan Bautista.

255.- Juan no puede ser comparado a Jesús.-
Sin embargo, como la hipérbole misma de la alabanza podía engendrar alguna falsa idea, y estimaran los judíos a Juan más alto que a Jesús, mirad cómo también esto lo corrige el Señor. Y es así que, como de lo mismo que los discípulos de Juan se edificaron, pudo resultar daño para las turbas, teniéndole a Juan por hombre ligero, así ahora, de lo mismo que era corrección de las turbas, podía también resultarles mayor daño, si concebían de Juan más alta idea que de Cristo mismo, fundados en lo que de aquél se les decía. De ahí que el Señor los corrige, sin dejar lugar a sospecha alguna, diciendo: Pero el que es más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Más pequeño por la edad y también en la opinión del vulgo, pues le llamaban comedor y bebedor y solían decir: ¿No es éste el hijo del carpintero? San Mateo 13,55.

256.- Y por todas partes le despreciaban. ¿Pues qué, objetarás, sólo por comparación con Juan es mayor el Señor? ¡De ninguna manera! Porque ni el mismo Juan intenta establecer comparación, cuando dice: Él es más fuerte que yo. San Mateo 3,11, ni tampoco la establece Pablo cuando, haciendo mención de Moisés, escribe: De mayor gloria que Moisés fue tenido Cristo por digno. Hebreos 3,3. Y, en fin el Señor mismo no se compara con Salomón cuando dice: Y aquí está quien es más que Salomón. San Mateo 12,24. Más aunque diéramos de barato que aquí habló comparativamente, ello fue pura dispensación del Señor, atendiendo a la flaqueza de sus oyentes. En realidad, la gente estaba muy embobada con Juan, y entonces justamente la cárcel y la libertad con que había reprendido al rey había hecho más gloriosa su figura. Ya era, pues, bastante que, por entonces, aceptaran la comparación con Jesús.

257.- A la verdad, también el Antiguo Testamento conoce este modo de corregir las almas de los que yerran, comparando lo que no admite comparación. Por ejemplo, cuando dice: No hay semejante a ti entre los dioses, Señor. Salmo 85,8. Y otra vez: DIOS como nuestro DIOS. Salmo 85,8; 74,14. Hay, sin embargo, intérpretes que afirman haber dicho Cristo esas palabras refiriéndose a los apóstoles, otros a los ángeles. Falsa interpretación. Por otra parte, si hablaba de los apóstoles, ¿qué inconveniente había en establecer la comparación nominalmente? En cambio, refiriéndose a si mismo, es natural que ocultara su persona en atención a la sospecha dominante en el vulgo y porque no pareciese que decía algo grande de sí mismo; conducta que le vemos observar en muchas otras ocasiones.

258.- ¿Y qué quiere decir: en el reino de los cielos? En lo espiritual y en todo lo que atañe al cielo. Además, decir: Entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan Bautista, era oponerse El mismo a Juan y contarse de este modo como la excepción. Porque si es cierto que también Él había nacido de mujer, no, sin embargo, del mismo modo que Juan. Porque Jesús no era puro hombre ni nació como otro cualquier hombre, sino de modo singular y maravilloso.

259.- El Reino de los Cielo sufre violencia.-
3. Desde los días de Juan hasta ahora prosigue Jesús, el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. ¿Qué ilación hay entre esta sentencia del Señor y lo antes dicho? Mucha ciertamente y muy armónica. Desde este momento, efectivamente, los empuja y da prisa, aun por este motivo, a que abracen la fe en Él, a par que corrobora lo que Juan había preguntado. Porque si hasta Juan, viene a decir, todo está cumplido, yo soy el que ha de venir. Porque todos los profetas, y la ley, hasta Juan han profetizado. Porque no hubieran cesado los profetas si yo no hubiera venido. No esperéis, por ende; nada más, no aguardéis a otro. Porque que yo soy, es evidente no sólo por el hecho de haber cesado los profetas, sino también por los muchos que cada día arrebatan la fe en mí. Porque es ella tan patente y clara que muchos la arrebatan. ¿Y quiénes, dime, la arrebataron? Todos los que con fervor se acercaron al Señor.

260.- Juan y Elías.-
Seguidamente, dales el Señor otra prueba diciendo: Si queréis recibirlo, él es Elías, que ha de venir. Porque yo os enviaré, dice el profeta, a Elías Tesbita, que convertirá el corazón del padre hacia sus hijos. Malaquías 4,5. Éste es, pues, Elías, les dice, como queráis atenderlo con cuidado. Porque yo enviaré, dice la Escritura, a mi mensajero delante de tu faz. Malaquías 3.1. Y muy bien dijo: Si queréis recibirlo, con lo que les hacía ver que no quería imponérselo por la violencia. Yo no os obligo a ello, dice. Así hablaba el Señor, porque pedía un alma bien dispuesta y quería declararles que Juan era Elías y Elías Juan. Uno y otro, en efecto, recibieron el mismo ministerio; uno y otro fueron precursores. De ahí que no dijo el Señor simplemente: Éste es Elías, sino: Si queréis recibirlo, éste es Elías, es decir, si con espíritu bien dispuesto queréis atender a los acontecimientos.

261.- El Señor excita la curiosidad de los oyentes.-
Mas no se detuvo aquí, sino que quiso hacerles también ver que era menester inteligencia. De ahí que habiéndoles dicho: Éste es Elías, el que ha de venir, añadió: El que tenga oídos para oír que oiga. Ahora bien, si el Señor les hablaba así de enigmáticamente, es que quería excitarlos a que le preguntaran. Y si ni aun así se despertaron ellos de su sueño, mucho menos lo hicieran si todo se lo dijera clara y manifiestamente. Porque no va nadie a decir que no se atrevían a preguntarle y que era el Señor inaccesible. Bien le preguntaban y tentaban sobre lo que les ocurría, y mil veces enmudecidos, mil veces volvían a la carga. De haber tenido ganas de saber, ¿no le hubieran preguntado sobre cosas necesarias? Sobre la ley le preguntaron cuál era el primer mandamiento, y como ésa otras muchas cosas que no había necesidad alguna de preguntar.

262.- ¿Cómo, pues, no le preguntaron sobre lo mismo que Él decía y a lo que estaba más obligado a responder? Más que más, cuando Él mismo los convidaba e incitaba a que preguntaran. Sus sentencias, en efecto, sobre que el Reino de los cielos sufre violencia y los violentos son los que lo arrebatan, y que el que tenga oídos para oír que oiga, a excitar ese deseo iban dirigidas.

263.- “Vino Juan Bautista, que no comía ni bebía”.
¿Y con quién compararé, prosigue el Señor, a esta generación? Semejante es a unos chiquillos que se sientan en la plaza y dicen: Os hemos tocado la flauta, y no habéis golpeado el pecho. También esto parece ser independiente de lo anteriormente dicho; y, sin embargo, está muy lógicamente enlazado. Aún está el Señor en el mismo capítulo y trata de demostrarles primero que Juan obraba perfectamente de acuerdo con Él, aun cuando los hechos parecían contrarios, como en el caso de la pregunta que le dirigió por sus discípulos, y juntamente que nada omitió de cuanto debía hacer por su salvación. Es lo que el profeta decía respecto a la viña: ¿Qué otra cosa tenía que hacer con esta viña, que no lo haya hecho? Isaías 5,4. ¿Y con quién, dice aquí el Señor, compararé esta generación?

264.- Semejante es a unos chiquillos sentados en la plaza, que dicen: Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; os hemos entonado un canto de duelo, y no os habéis golpeado el pecho. Porque vino Juan, que no comía ni bebía y dijeron: Está endemoniado. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Ése es un hombre tragón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. Que es como si dijera: Yo y Juan seguimos distinto camino, pero los dos llegamos al mismo término. Somos dos cazadores que acosan a un animal difícil de coger y que puede caer en la trampa por dos caminos. Cada cazador toma el suyo, contrario al de su compañero, de modo que por uno u otro lado caiga en el lazo sin remedio. Mirad, si no, cómo todo el género humano admira la maravilla de una vida de ayuno, de austeridad y filosofía.

265.- Por eso dispuso la providencia de DIOS que Juan se criara desde el principio en ese género de vida, a fin de que ello fuera una razón más de dar crédito a sus palabras. Entonces, dirás, ¿por qué no entró también Jesús por ese camino? También, también Él entró, puesto que ayunó durante cuarenta días y corría pueblos y ciudades enseñando, sin tener dónde reclinar su cabeza. Sin embargo, Él conseguía lo mismo también de otro modo y por otro camino obtenía el mismo provecho. Porque lo mismo que entrar Él por aquel camino, y aún mucho mejor, era ser atestiguado por quien lo había seguido. Por otra parte, Juan no podía presentar otra cosa que la austeridad de su vida y conducta, puesto que no hizo jamás milagro alguno: Jesús, empero, tenía justamente el testimonio de sus milagros y el de su vida maravillosa. Dejando, pues, a Juan la gloria del ayuno, el Señor siguió camino contrario, y no tuvo escrúpulo de sentarse a la mesa y comer y beber con publicanos.

266.- Los judíos no creyeron ni a Juan ni a Jesús.-
4. Preguntemos, pues, a los judíos: ¿Es cosa buena y admirable el ayuno? Entonces teníais que haber creído a Juan, aceptar su misión y seguir su enseñanza. De este modo, las palabras de Juan debían llevaros a Jesús. ¿El ayuno es cosa insoportable y molesta? Luego tenían que haber creído a Jesús, que seguía camino contrario a Juan. Por uno u otro camino teníais que haber venido a parar en el reino de los cielos. Sin embargo, como fiera indomable, los judíos maltrataron a Juan y a Jesús. No fue la culpa, pues, de los que no fueron creídos, sino de quienes no quisieron creer. Nadie, en efecto, maltrata, como tampoco alaba, a la vez a dos contrarios. Por ejemplo, el que gusta de un hombre alegre y suave de carácter, no gustará de otro triste y bárbaro; el que alaba el ceñudo no alabará al alegre.

267.- Es imposible sentenciar a la vez en favor de uno y otro. De ahí que diga el Señor mismo: Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado. Es decir, yo he llevado una vida suave y no me habéis hecho caso. Y: Os hemos entonado un canto de duelo, y no os habéis golpeado el pecho. Es decir, Juan llevó vida áspera y dura, y no le prestasteis atención. Y no dijo: “Él llevó una vida y yo otra”, sino que como la intención de ambos era una sola, aun cuando sus géneros de vida contrarios, de ahí que todo lo pone en común. Y, a la verdad, aun el hecho de haber seguido camino contrario procedía de la más perfecta armonía y tendía al mismo y único fin. ¿Qué defensa, pues, os queda en adelante? De ahí, que el Señor añadiera: Y quedó justificada la sabiduría por sus propios hijos.

268.- Es decir, aun cuando vosotros no creáis, tampoco podréis acusarme de nada en adelante. Que es lo que el profeta dice del Padre: Para que quedes justificado en tus palabras. Salmo 50,6. Y es así que DIOS, aun cuando nada consiga de su solicitud para con nosotros, cumple cuanto es de su parte, y así no deja ni sombra de pretexto de ingratitud a los que de buena gana se descararían contra Él. Ahora, si los ejemplos de que se vale el Señor son viles y malsonantes, no te maravilles de ello, pues Él hablaba conforme a la debilidad de sus oyentes. También Ezequiel emplea muchos símiles acomodados a sus oyentes, pero que realmente son indignos de la grandeza de DIOS. Mas eso mismo es señaladamente signo de su solicitud para con nosotros. Mas considerad también cómo caen los judíos por otro lado en contradicción consigo mismos.

269.- Porque después de llamar a Juan endemoniado, no se pararon ahí, sino que le colgaron también al Señor el sambenito, no obstante ir por camino contrario al de Juan. Así venían a parar siempre a opiniones contradictorias. Lucas, por su parte, aún añade otro motivo más grave de acusación contra los judíos, poniendo en boca del Señor estas palabras: Porque los publicanos justificaron a DIOS, por haber aceptado el bautismo de Juan. San Lucas 7,29.

270.- Maldición a las ciudades ingratas.-
Entonces, cuando la sabiduría quedó justificada, cuando les hubo mostrado que todo se había cumplido, se puso el Señor a reprender a las ciudades. Ya que no las pudo convencer, las declara malhadadas, que es más que infundirles miedo. A la verdad, ya les había dado su enseñanza, ya había en ellas realizado sus milagros. Más ya que se obstinaban en su incredulidad, ya no le quedaba sino maldecirlas. Y entonces, dice el evangelista, empezó Jesús a maldecir a las ciudades en que se habían cumplido la mayor parte de sus milagros, por no haber hecho penitencia, y dijo: ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Por que nos demos cuenta de que los moradores de aquellas ciudades no eran malos por naturaleza, pone justamente el Señor el nombre de esta ciudad, de la que habían salido cinco apóstoles.

271.- Y es así que de Betsaida eran Felipe y las dos parejas de los que eran corifeos del coro de los doce ; es decir, Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Porque si en Tiro y Sidón, prosigue el Señor, se hubieran realizado los milagros que en vosotras se han realizado, hace tiempo que hubieran hecho penitencia en saco y ceniza. Ahora bien, yo os aseguro que Tiro y Sidón serán tratadas más benignamente en el día del juicio que no vosotras. Y tú, Cafarnaún, que te has levantado hasta el cielo, tú serás precipitada hasta el infierno. Porque si en Sodoma se hubieran cumplido los milagros que se han cumplido en ti, Sodoma seguiría en pie hasta hoy. Ahora bien: Yo os aseguro que Sodoma será tratada más benignamente que tú en el día del Juicio.

272.- Y no sin razón les pone el ejemplo de Sodoma, pues quiere con él encarecer su culpa. Prueba, en efecto, máxima de maldad es que, por lo visto, aquellos habitantes de Cafarnaún no sólo eran peores que los que entonces vivían, sino más malvados que cuantos malvados habían jamás existido. Por modo semejante, establece el Señor otra vez comparación y condena a los judíos con el ejemplo de los ninivitas y de la reina del Sur. San Mateo 12,41-42. Sólo que allí se trata de quienes obraron bien; aquí, empero, la comparación es con quienes pecaron, lo que aumenta la gravedad.

273.- También Ezequiel conoce este modo de condenación, y así le decía a Jerusalén: Con todos tus pecados, tú has justificado a tus hermanas. Ezequiel 16,51. De este modo solía el Señor mostrar en todas partes su predilección con el Antiguo Testamento. Mas ni aun ahí paró su razonamiento, sino que les infunde mayor temor, diciéndoles que tendrán que sufrir más duro castigo que los habitantes de Sodoma y de Tiro. Así, por todos lados, trata de atraérselos; lo mismo por sus ayes de maldición que por el miedo que les infunde.

273.- La inhospitalidad de los cristianos también será castigada.-
5. Escuchemos también nosotros estas palabras del Señor. Porque no sólo contra los incrédulos, contra nosotros mismos, señaló el Señor castigo más duro que el de los habitantes de Sodoma si no acogemos a los huéspedes que acuden a nosotros, pues Él les mandó que sacudieran hasta el polvo de sus pies. Y con mucha razón. Porque si es cierto que aquéllos cometieron actos inicuos, pero, al cabo, ello fue antes de la ley y de la gracia. Mas nosotros, que hemos sido objeto de tan extraordinaria providencia, ¿qué perdón merecemos al mostrar tanto horror al huésped y cerrar las puertas a los necesitados, y antes que las puertas, los oídos? O, por mejor decir, no sólo los cerramos a los pobres, sino a los mismos apóstoles. Y, en realidad, por cerrárselos a los apóstoles, se los cerramos a los pobres.

274.- Porque si, cuando se lee a Pablo, tú no atiendes; si, cuando Juan predica su evangelio, tú no escuchas, ¿cómo recibirás al pobre, si no has recibido al apóstol? Ahora, pues, a fin de que nuestras puertas estén continuamente abiertas a los pobres y nuestros oídos a los apóstoles, limpiemos la suciedad de las orejas del alma.

275.- Contra los cantos obscenos en el teatro.-
Y es así que a la manera como la suciedad y el barro obstruyen los oídos corporales, así los cantos obscenos, las conversaciones mundanas, sobre deudas, sobre asuntos de préstamos y usuras, taponan peor que cualquier suciedad el oído del alma. Y no sólo lo taponan, sino que lo hacen impuro. Y, a la verdad, los que hablan de esas cosas, no otra cosa que estiércol nos echan en los oídos. Lo que aquel bárbaro amenazaba: Comeréis vuestros propios excrementos, Isaías 36,12, etc., eso nos hacen sufrir esas gentes, no de palabra, sino de hecho. Y, a decir verdad, más gravemente todavía, pues más repugnantes que aquéllos son esos cantos obscenos. Y lo más grave es que, lejos de molestaros al oírlos, los celebráis con vuestra risa, cuando fuera deber vuestro abominarlos y salir huyendo. Y si esas cosas no son abominables, anda, baja tú a la escena e imita eso mismo que aplaudes. O, mejor, anda sólo en compañía de quien de ese modo te hace reír. ¡No lo soportarías! Entonces, ¿por qué le tributas tanto honor?

276.- Las mismas leyes promulgadas por los paganos decretan que esas gentes sean tenidas por bajas. Tú, en cambio, los recibes con la ciudad entera, como si se tratara de embajadores o generales victoriosos, y a todos los invitas a que se llenen las orejas de excrementos. Si un esclavo tuyo pronuncia una palabra indecente, y tú la oyes, recibe su buena tunda de azotes. Si eso lo hace tu mujer, un hijo tuyo o cualquier oto, tú lo tienes por una indecencia. En cambio, si unos hombres viles, que no valen tres óbolos, te invitan a que vayas a oír sus palabras indecentes, no sólo no te irritas, sino que te alegra y los aplaudes. ¿Puede darse mayor inconsecuencia? ¿Y qué adelantamos con eso? O, mejor dicho, ¿cómo se demuestra que tú no las dices? Si no las dijeras, no te reirías al oírlas, ni correrías con tanto afán a escuchar unas voces que te deshonran.

277.- Si no, dime: ¿te alegras cuando oyes una blasfemia? ¿No te estremeces más bien y te tapas los oídos? Yo por lo menos así lo supongo. ¿Qué se sigue de ahí? Que tú tampoco blasfemas. Hazlo así también con las palabras torpes. Y si quieres demostrar con evidencia que tú tampoco gustas de pronunciarlas, no aguantes ni el oírlas. ¿Cuándo en efecto, esperas llegar a ser hombre bueno, si de tales audiciones te alimentas? ¿Cuándo soportarás los combates por la castidad, si te vas dejando arrastrar poco a poco por esa risa, por esos cantos y palabras obscenas? Ya sería bastante que, con un alma limpia de todo eso, pudieras llegar a ser puro y casto, no digamos si de tales audiciones la alimentas. ¿Es que no sabéis que toda nuestra inclinación se va hacia el mal? Pues si ya de él hacemos un arte y un oficio, ¿cómo podremos huir del horno del infierno? ¿No habéis oído la palabra de Pablo: Alegraos en el Señor? Filipenses 4,4. ¡En el Señor, no en el diablo!

278.- Terrible invectiva contra el teatro.-
6. ¿Cuándo, pues, estarás en disposición de oír a Pablo? ¿Cuándo tendrás conciencia de tus pecados, puesto que esos espectáculos te producen borrachera continua, de la que nunca despiertas? Porque, que hayas venido aquí, a la iglesia, no es cosa grande ni maravillosa, o, por mejor decir, si que es cosa maravillosa. Pues aquí vienes porque sí, por mero cumplimiento; al teatro, en cambio, te diriges con fervor, a la carrera y con entusiasmo sin límites. Y bien se ve por lo que a casa llevas, cuando de allí vuelves. Porque es así que todo el cieno que allí se os ha echado encima por medio de palabras, de canciones y de risas, cada uno lo recoge para llevárselo a casa, o, por mejor decir, no tanto os lo lleváis materialmente a casa, cuanto os lo metéis en la propia alma. De lo que no es abominable, os apartáis con horror; lo de verdad abominable, empero, no sólo no lo aborrecéis, sino que lo amáis.

279.- Así, muchos se lavan cuando vuelven del cementerio; mas cuando vuelven del teatro, no se les ocurre gemir ni derramar fuentes de lágrimas. Y, sin embargo, un muerto no es cosa impura; el pecado, empero, deja tan grande mancha, que mil fuentes de agua no son capaces de lavarla; sí, las lágrimas y la confesión. Pero nadie se da cuenta de esta mancha. Y es que como tememos lo que no debemos temer, nos espantamos de lo que no debiéramos espantarnos. Mas ¿qué estruendo es ése, qué alboroto, qué voces infernales, qué diabólicas figuras? ¡Ah!. Es un joven, que, no obstante su sexo, se echa atrás una larga cabellera y, afeminada su naturaleza, por su mirada, por su figura, por sus vestidos, por todo, en una palabra, se esfuerza por remedar la imagen de una tierna muchacha.

280.- Allí, por lo contrario, aparece un viejo con el cabello rasurado a navaja, con los lomos ceñidos, que antes de cortarse el pelo se cortó también el pudor, y allí está dispuesto a que le abofeteen y a hacer y decir por su cuenta todo lo que bien le venga. En cuanto a las mujeres, allí están también, con la cabeza descubierta, hablando desvergonzadas con el pueblo, muy bien estudiado su papel de impudicicia y derramando en las almas de los oyentes todo desenfreno y toda disolución. Solo un empeño tienen: arrancar de raíz todo sentido de castidad, deshonrar la naturaleza, satisfacer el deseo del maligno demonio. Y es así que allí las palabras son torpes, ridículas las figuras, ridículo el peinado, y, por el estilo, el paso, el vestido, la voz, las contorsiones de los miembros, las desviaciones de los ojos, y las siringes, y las flautas, y los dramas, y los temas.

281.- Todo, en una palabra, rebosa de la más absoluta disolución. ¿Cómo, pues, dime por tu vida, podrás ser sobrio, cuando el diablo te ofrece ese vino puro de disolución y te brinda con tantas copas de torpeza? Allí, en efecto, los adulterios, allí la violación de los casamientos, mujeres de rompe y rasga, hombres pervertidos, jóvenes afeminados, todo, en fin, rebosante de iniquidad, monstruosidad y torpeza. No debían, pues, reír los espectadores, sino llorar y gemir amargamente. ¿Pues qué?, me gritas. ¿Vamos a cerrar la escena y por tu palabra va a trastornarse todo? ¡No! Ahora es ciertamente cuando todo está trastornado. ¿De dónde, dime por favor, proceden las asechanzas contra los matrimonios, sino de esa escena? ¿De dónde salen los que taladran las cámaras nupciales, sino del teatro? ¿No vienen de ahí los hombres que se muestran duros con sus mujeres? ¿No vienen de ahí las mujeres que son despreciadas por sus maridos? ¿No vienen de ahí la mayoría de los adulterios?

282.- De suerte que quien lo trastorna todo es justamente el que va al teatro; ése es el que ha introducido esta terrible tiranía de la disolución. No, me contestas, todo esto está ordenado por las leyes. ¡Entonces, te respondo yo, el raptar a las mujeres, el corromper a los muchachos, el trastornar a las familias es obra de los que ocupan las ciudadelas, obra de los que mandan! ¿Y quién, me dices, se ha hecho adúltero a consecuencia de estos espectáculos? ¿Y quién no se ha hecho?, te respondo yo. Si fuera lícito citar aquí nombres, yo te demostraría a cuántos maridos han separado de sus mujeres, a cuántos cogieron cautivos aquellas rameras de la escena, a unos arrancándolos del mismo lecho nupcial, a otros no dejándoles siquiera pensar en el matrimonio.

283.- ¿Pues qué? Dime, ¿vamos a trastornar las leyes todas? ¡No! Derribando esos teatros, lo único que se trastorna es una iniquidad. Porque de ahí, por lo menos, las sediciones y los tumultos. Porque quienes viven de la escena y venden su voz a su vientre; los que tienen por profesión el vicio y el cometer cualquier extravagancia, ésos son los que mejor encandilan a la chusma y los que producen los tumultos en las ciudades. Y es así que una juventud entregada a la ociosidad y nutrida en tales males, se vuelve más salvaje que todas las fieras.

284.- Hay honestas diversiones fuera del teatro.-
7. ¿De dónde, dime, proceden los hechiceros? ¿No vienen de que esas gentes quieren excitar a una chusma vanamente ociosa, de que quieren que los farsantes se aprovechen de los frecuentes tumultos y de que enfrentan a las mujeres perdidas con las honradas? Porque llevan sus embustes a extremo tal, que no vacilan en turbar la paz de los huesos de los difuntos. ¿No proceden también de que se ven forzados a gastar enormes sumas en esos abominables coros del diablo? ¿Y de dónde viene la disolución, con toda su infinita secuela de males? ¿Ves cómo eres tú el que trastornas la vida al abogar por el teatro? Yo, empero, que pido su destrucción, más bien la sostengo. ¡Derribemos, pues, el teatro!, me contestas. ¡Ojalá fuera posible derribarlo! O, mejor, con sólo que queráis, por lo que a nosotros toca, ya está derribado, ya está por el suelo. Sin embargo, yo no pido siquiera tanto.

285.- Queden en pie los teatros; pero no los frecuentéis, lo que es mérito mayor que derribarlos. Y si no a otros, imitad en esto a los bárbaros, que están limpios de semejantes espectáculos. ¿Qué excusa podremos ya poner nosotros, nosotros ciudadanos de los cielos, que entramos en los coros de los querubines y somos compañeros de los ángeles, si en esto nos hacemos peores que los bárbaros? ¡Y eso cuando tantos modos mejores tenemos de divertirnos! Si quieres, en efecto, recrearte, pasea por los jardines, por la orilla del río y de los lagos. Contempla los parques, escucha el canto de las cigarras, visita las tumbas de los mártires. Allí, juntamente con la salud de tu cuerpo, hallarás provecho para tu alma; allí no hay daño alguno, allí el placer no va seguido del remordimiento, como en los teatros.

286.- Tienes mujer y tienes hijos. ¿Qué placer puede compararse con ése? Tienes tu casa, tienes amigos. Estos, sí, son placeres, en que el provecho es perfectamente compatible con la castidad. ¿Qué hay, dime por tu vida, para quien vive castamente, más dulce que la mujer y los hijos? Por lo menos se cuenta de unos bárbaros haber dicho una palabra llena de filosofía. Como oyeran hablar de estos teatros de iniquidad y del placer indecente que procuraban: “¡Cualquiera diría, dijeron, que los romanos han inventado semejantes pasatiempos por no tener mujeres ni hijos!” Con lo que daban a entender que, si se quiere vivir honestamente, no hay nada más dulce que la mujer y los hijos.

287.- Sin espectadores no habría teatro.-
¿Y qué, objetas, si yo te demuestro que hay quienes ningún daño reciben de la frecuentación del teatro? A lo que yo te contestaré que ya es muy grande daño pasar allí inútilmente el tiempo y ser escándalo para los otros. Aun cuando tú personalmente no sufras daño, con tu presencia aficionas más al otro al espectáculo. Pero ¿cómo podrá decirse que tú no sufres daño, cuando contribuyes a los que se producen? Porque el hechicero, y el joven pervertido, y la mujer perdida, y todos aquellos coros del diablo, sobre tu cabeza harán caer la culpa de todo lo que allí se hace. Porque, si no hubiera espectadores, tampoco habría quienes se dedicaran a esas infamias; pero como los hay, también ellos tendrán parte en el fuego que ha de castigar lo que allí se hace.

288.- En conclusión, aun suponiendo que tu castidad no tuviera que sufrir nada allí, lo cual es imposible, aun tendrás, sin embargo, que dar grave cuenta de la perdición de los otros: de los que contemplan el espectáculo y de los que atraen a los espectadores. Y, a la verdad, mucho hubiera ganado tu castidad si no hubieras acudido allí. Porque si aun ahora te mantienes casto, más casto serías de no haber frecuentado tales vistas.

289.- Exhortación final: ¡Basta de vanas excusas!
No porfiemos, pues, vanamente. No excogitemos defensas insensatas. Sólo tenemos una defensa: huir del horno de Babilonia, estar muy lejos de la ramera egipcia, aun cuando tuviéramos que escapar desnudos de sus manos. De este modo gozaremos del placer más puro, pues no nos acusará nuestra conciencia viviremos con castidad la presente vida y alcanzaremos los bienes venideros por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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soy diseñadora gráfica y profesora de religión y de lengua y literatura
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