No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre, y a la madre de su hija, y a la nuera de su suegra. Y los enemigos del hombre son los de su propia casa. Mateo 10,34 .
170.- No viene a traer paz sino espada.
1. Nuevamente presenta el Señor cosas duras, y con mucha energía por cierto, saliendo al paso de la objeción que podía ponérsele. Podían, en efecto, haberle dicho sus oyentes: ¿Luego tú has venido para matarnos a nosotros y a quienes nos sigan y llenar de guerra al mundo? Mas es Él quien les dice primero: No he venido a traer paz a la tierra. Entonces, ¿cómo es que les manda que al entrar en cualquier casa saluden con saludo de paz? ¿Cómo es también que los ángeles cantaron: Gloria a Dios en lo más alto y en la tierra paz? San Lucas 2, 14. ¿Cómo, es, en fin, que todos los profetas la anunciaron como noticia buena? Porque la paz principalmente consiste en cortar lo enfermo y en separar lo rebelde.
171.- Sólo a este precio se puede unir el cielo con la tierra. De este modo, cortando lo ya incurable, el médico salva el resto del cuerpo, y apartando los elementos de discordia, salva el general al ejército. Tal sucedió también en la torre famosa. Una paz mala deshizo una saludable discordia, y de ahí vino la verdadera paz. Génesis 11, 1-9. De este modo también Pablo trató de disociar a los que estaban muy de acuerdo contra él. Actos 23, 6-10. En el caso de Naboth, la concordia entre Acab y Jezabel fue peor que cualquier guerra. 1º Reyes 2,1-14. No siempre la concordia es buena; pues muy concordes entre sí andan también los bandoleros. La guerra, pues, no es obra que el Señor intente, sino que viene de la disposición de los hombres.
172.- Él ciertamente querría que todos los hombres tuvieran un sentir único en orden a la religión; mas como los sentires están en desacuerdo, de ahí la guerra. Sin embargo, no se lo dijo así, ¿Qué les dijo, pues? No he venido a traer la paz. Era un modo de consolarlos. No penséis, viene a decirles, que tenéis vosotros la culpa de esta guerra; soy yo quien la preparo, por estar los hombres en tales disposiciones. No os turbéis, pues, como si aconteciera algo inesperado. Yo he venido justamente para traer la guerra. Ésta es mi voluntad. No os turbéis, pues, de que la tierra arda en guerras e insidias. Cuando lo malo quede separado, entonces se unirá el cielo con lo bueno. Todo esto les decía, preparándolos contra la mala sospecha de que el vulgo les haría blanco. Y notad que no usó la palabra “guerra”, sino otra más enérgica: la espada.
173.- Y si esto suena con dureza y desagradablemente, no hay por qué maravillarse. El Señor quería ejercitar el oído de sus discípulos con la aspereza de las palabras, a fin de que, puestos en la dificultad de las cosas, no se volvieran atrás, y conforme a eso modela sus sentencias. Que no viniera luego nadie diciendo que los había convencido a fuerza de halagos y echando un velo sobre lo difícil. De ahí que lo mismo que podía haberles dicho de otro modo, se lo explica de éste, más desagradable y espantoso. Más valía, en efecto, que la realidad se mostrará un poco más blanda que no las palabras respecto a la realidad.
170.- No viene a traer paz sino espada.
1. Nuevamente presenta el Señor cosas duras, y con mucha energía por cierto, saliendo al paso de la objeción que podía ponérsele. Podían, en efecto, haberle dicho sus oyentes: ¿Luego tú has venido para matarnos a nosotros y a quienes nos sigan y llenar de guerra al mundo? Mas es Él quien les dice primero: No he venido a traer paz a la tierra. Entonces, ¿cómo es que les manda que al entrar en cualquier casa saluden con saludo de paz? ¿Cómo es también que los ángeles cantaron: Gloria a Dios en lo más alto y en la tierra paz? San Lucas 2, 14. ¿Cómo, es, en fin, que todos los profetas la anunciaron como noticia buena? Porque la paz principalmente consiste en cortar lo enfermo y en separar lo rebelde.
171.- Sólo a este precio se puede unir el cielo con la tierra. De este modo, cortando lo ya incurable, el médico salva el resto del cuerpo, y apartando los elementos de discordia, salva el general al ejército. Tal sucedió también en la torre famosa. Una paz mala deshizo una saludable discordia, y de ahí vino la verdadera paz. Génesis 11, 1-9. De este modo también Pablo trató de disociar a los que estaban muy de acuerdo contra él. Actos 23, 6-10. En el caso de Naboth, la concordia entre Acab y Jezabel fue peor que cualquier guerra. 1º Reyes 2,1-14. No siempre la concordia es buena; pues muy concordes entre sí andan también los bandoleros. La guerra, pues, no es obra que el Señor intente, sino que viene de la disposición de los hombres.
172.- Él ciertamente querría que todos los hombres tuvieran un sentir único en orden a la religión; mas como los sentires están en desacuerdo, de ahí la guerra. Sin embargo, no se lo dijo así, ¿Qué les dijo, pues? No he venido a traer la paz. Era un modo de consolarlos. No penséis, viene a decirles, que tenéis vosotros la culpa de esta guerra; soy yo quien la preparo, por estar los hombres en tales disposiciones. No os turbéis, pues, como si aconteciera algo inesperado. Yo he venido justamente para traer la guerra. Ésta es mi voluntad. No os turbéis, pues, de que la tierra arda en guerras e insidias. Cuando lo malo quede separado, entonces se unirá el cielo con lo bueno. Todo esto les decía, preparándolos contra la mala sospecha de que el vulgo les haría blanco. Y notad que no usó la palabra “guerra”, sino otra más enérgica: la espada.
173.- Y si esto suena con dureza y desagradablemente, no hay por qué maravillarse. El Señor quería ejercitar el oído de sus discípulos con la aspereza de las palabras, a fin de que, puestos en la dificultad de las cosas, no se volvieran atrás, y conforme a eso modela sus sentencias. Que no viniera luego nadie diciendo que los había convencido a fuerza de halagos y echando un velo sobre lo difícil. De ahí que lo mismo que podía haberles dicho de otro modo, se lo explica de éste, más desagradable y espantoso. Más valía, en efecto, que la realidad se mostrará un poco más blanda que no las palabras respecto a la realidad.
174.- Qué guerra trae el Señor.-
De ahí que ni aun con eso se contentará, sino que, desenvolviendo más particularmente qué clase de guerra venía a traer, les hace ver que era más dura que una guerra civil, y así les dice: He venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra. No sólo los amigos, dice, no sólo los ciudadanos, los parientes mismos, se levantarán unos contra otros y la naturaleza misma se escindirá contra sí misma. Porque yo he venido, dice, a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra. Porque no es ya que la guerra sea entre domésticos, sino que se enciende entre los más queridos y allegados. Ahí tenéis una buena prueba del poder del Señor, pues oyéndole decir tales cosas, las aceptaron sus discípulos, y éstos persuadieron a otros a que también las aceptaran.
175.- Sin embargo, no era Él autor de ellas, sino la propia maldad de los hombres. Ahora, que Él diga ser quien lo hace, es modo ordinario de hablar de la Escritura. Así dice en otra parte: DIOS les dio ojos para que no vieran. Isaías 6,9. De modo semejante se expresa aquí el Señor. Es que quería, como antes he dicho, que, meditando sus discípulos en sus palabras, no se turbaran cuando fueran insultados y maltratados. Ahora bien, si hay quienes piensan que estas palabras son demasiado duras, acuérdense de la historia antigua. En los pasados tiempos acontecieron hechos que demuestran perfectamente el parentesco entre uno y otro Testamento y cómo el que ahora dice esto es el mismo que antaño mandara lo otro.
176.- Porque fue así que en la historia del pueblo judío hubo ocasiones en que sólo cuando cada uno hubo dado muerte a su vecino, sólo entonces se calmó la cólera divina; por ejemplo, cuando fundieron el becerro de oro y cuando se iniciaron en los ritos del Beelphegor. Éxodo 32, 26-30; Números 25. ¿Dónde están, pues, ahora los que sueñan con que el DIOS del Antiguo Testamento es malo, y el del Nuevo bueno? ¡Bueno, cuando ha llenado el mundo de sangre de parientes! Sin embargo, nosotros afirmamos que aun esto es obra de su amor a los hombres. De ahí justamente que para hacer ver que es el mismo que el que ordenó lo antiguo, recuerda el Señor una profecía, que, si bien no se dijo a este propósito, viene, sin embargo, a expresar lo mismo. ¿Qué profecía es ésa?
177.- Los enemigos del hombre son los de su propia casa. Miqueas 7,5-6. Porque también entre los judíos aconteció algo semejante a lo que aquí dice el Señor. Había entre ellos profetas y pseudo profetas. El pueblo andaba dividido y las familias estaban escindidas. Unos se adherían a unos y otros a otros. De ahí la exhortación del profeta: No creáis a los amigos, no os fiéis de vuestros guías. Guárdate de la propia compañera de tu lecho y no le confíes secreto alguno, pues los enemigos del hombre son sus propios domésticos. Así hablaba el Señor, porque quería que el que había de recibir su palabra estuviera por encima de todas las cosas. Porque lo malo no es el morir, sino el mal morir. Por eso dijo también: Fuego he venido a traer a la tierra. San Lucas 12,49. Palabras con que nos significa la vehemencia y ardor del amor que nos exige.
178.- Como Él nos ha amado tanto, así quiere también ser amado de nosotros. Estas palabras tenían que templarlos para la lucha y levantarlos por encima de todo. Porque si los otros, les viene a decir, tendrán que menospreciar parientes, hijos y padres, considerad qué tales habremos de ser nosotros maestros de ellos. Porque las cosas arduas de mi doctrina no han de terminar en vosotros, sino que pasarán también a los que después de vosotros vinieren. Porque, como yo he venido a traer grandes bienes, también exijo grande obediencia y resolución.
179.- Amor sobre todo amor.-
El que ama a su padre o a su madre por encima de mí, no es digno de mí. Y el que ama a su hijo o a su hija por encima de mí, no es digno de mí. Y el que no toma su cruz y viene en pos de mí, no es digno de mí. Mirad la dignidad del Maestro. Mirad cómo se muestra a sí mismo hijo legítimo del Padre, pues manda que todo se abandone y todo se posponga a su amor. Y ¿qué digo, dice, que no améis a amigos ni parientes por encima de mí? La propia vida que antepongáis a mi amor, estáis ya lejos de ser mis discípulos. ¿Pues qué? ¿No está todo esto en contradicción con el Antiguo Testamento? ¡De ninguna manera! Su concordia es absoluta. Allí, en efecto, no sólo aborrece a DIOS a los idólatras, sino que manda que se los apedree, y en el Deuteronomio, admirando a los que así obran, dice Moisés: El que dice a su padre y a su madre: No os he visto; el que no conoce a sus hermanos y no sabe quiénes son sus hijos, ése es el que guarda tus mandamiento. Deuteronomio 33,9.
180.- Y si es cierto que Pablo ordena muchas cosas acerca de los padres y manda que se les obedezca todo, no hay que maravillarse de ello, pues sólo manda que se le obedezca en aquello que no va contra la piedad para con DIOS. Y, a la verdad, fuera de eso, cosa santa es que se le tribute todo honor. Más, cuando exijan algo más del honor debido, no se les debe obedecer. De ahí que diga San Lucas: El que viene a mí y no aborrece a su padre, y a su madre, y a su mujer, y a sus hijos, y a sus hermanos, más aún, a su propia vida, no puede ser mi discípulo. San Lucas 14, 26. Sin embargo, no nos manda el Señor que los aborrezcamos de modo absoluto, pues ello sería sobremanera inicuo. Si quieren, dice, ser amados por encima de mí, entonces, sí, aborrécelos en eso. Pues eso sería la perdición tanto del que es amado como del que ama.
181.- Hay que aborrecer la propia vida.-
2. Con este modo de hablar quería el Señor templar el valor de los hijos y amansar también a los padres que tal vez hubieran de oponerse al llamamiento de sus hijos. Porque, viendo de su fuerza y poder era tan grande que podía separar de ellos a sus hijos, desistieran de oponérseles, como quienes intentaban una empresa imposible. Luego por que los padres mismos no se irritarán ni protestarán, mirad cómo prosigue el Señor su razonamiento. Después que dijo: El que no aborrece a su padre y a su madre, añadió: Y hasta a su propia vida. ¿A qué me hablas, dice, de padres y hermanos y hermanas y mujer? Nada hay más íntimo al hombre que su propia vida. Pues bien, si aun a tu propia vida no aborreces, sufrirás todo lo contrario del que ama, será como si no me amaras.
182.- Y no nos manda simplemente que la aborrezcamos, sino que lleguemos hasta entregarla a la guerra, a las batallas, a la espada y a la sangre. Porque el que no lleva, dice, su cruz y sigue en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque no dijo simplemente que hay que estar preparado para la muerte violenta, sino también para la ignominia. Nada, sin embargo, les dice todavía de su propia pasión, pues quería que, bien afianzados antes en estas enseñanzas, se les hiciera luego más fácil de aceptar lo que sobre ella había de decirles. Ahora bien, ¿no es cosa de admirarse y pasmarse que, oyendo todo esto, no se les saliera a los apóstoles el alma de su cuerpo? Porque lo duro por todas partes se les venía a las manos; el premio, empero, estaba todo en esperanza.
183.- ¿Cómo es, pues, que no se les salió? Porque era mucha la virtud del que hablaba y mucho también el amor de los que oían. De ahí que ellos, que oían cosas más duras y molestas que las que se mandaron a aquellos grandes varones, Moisés y Jeremías, permanecieron fieles al Señor y no le contradijeron.
184.- El que pierde su vida, la gana.-
El que hallare, dice, su vida, la perderá, y el que perdiere su vida por causa mía la encontrará. ¿Veis cuán grande es el daño de los que aman de modo inconveniente? ¿Veis cuán grande la ganancia de los que aborrecen? Realmente, los mandatos del Señor eran duros. Les mandaba declarar la guerra a padres, hijos, naturaleza, parentesco, a la tierra entera y hasta a la propia vida. De ahí que tiene que ponerles delante el provecho de tal guerra, que es máximo. Porque no sólo, viene a decirles, no os ha de venir daño alguno de ahí, sino más bien provecho muy grande. Lo contrario, empero, sí que os dañaría. Es el procedimiento ordinario del Señor: por lo mismo que deseamos, nos lleva a lo que Él pretende. ¿Por qué no quieres despreciar tu vida? Sin duda porque la quieres mucho.
185.- Pues por eso mismo debes despreciarla, ya que así le harás el mayor bien y le mostrarás el verdadero amor. Y considerad aquí la inefable sabiduría del Señor. No habla sólo a sus discípulos de los padres, ni sólo de los hijos, sino de lo que más íntimamente nos pertenece, que es la propia vida, y de lo uno resulta indubitable lo otro. Es decir, que quiere que se den cuenta cómo odiándolos les harán el mayor bien que pueden hacerles, pues así acontece también con tu vida, que es lo más necesario que tenemos.
186.- Premios a la hospitalidad con los enviados del Señor.-
Todo esto, ciertamente, eran motivos suficientes para persuadir a ejercitar la hospitalidad con quienes venían a traer la salud a los mismos que los acogieran. Porque ¿quién no había de recibir con la mejor voluntad a tan generosos y valientes luchadores, a los que recorrían la tierra entera como leones, a quienes todo lo suyo desdeñaban a trueque, de llevar la salud a los demás? Sin embargo, aun pone el Señor otra recompensa, haciendo ver que en esto se preocupa Él más de los que reciben que de quienes son recibidos. Y ante todo les concede el más alto honor, diciendo: El que a vosotros os recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. ¿Puede haber honor mayor que recibir juntamente al padre y al Hijo?
187.- Pues aún promete el Señor otra recompensa juntamente con la dicha: Porque el que recibe, dice, a un profeta en nombre de profeta, recibirá galardón de profeta; y el que recibe a un justo en nombre de justo, recibirá galardón de justo. Antes había amenazado con el castigo a quienes les negaran hospitalidad; ahora señala los bienes que les ha de conceder. Y por que os deis cuenta que se preocupa más de quienes reciben que de sus propios apóstoles, notad que no dijo simplemente: El que recibe a un profeta; o: En nombre de justo. Es decir, si no le recibe por alguna preeminencia mundana ni por otro motivo perecedero, sino porque es profeta o justo, recibirá galardón de profeta o galardón de justo.
188.- Lo que se ha de entender o que recibirá galardón de quien reciba a un profeta y a un justo, o el que corresponde al mismo profeta o justo. Es exactamente lo que decía Pablo: Que vuestra abundancia ayude a la necesidad de ellos, a fin de que también la abundancia de ellos ayude a vuestra necesidad. 2ª Corintios 8,14.
189.- Luego, por que nadie pudiera alegar su pobreza, prosigue el Señor: El que diere un simple vaso de agua fría a uno de estos pequeños míos sólo porque son mis discípulos, yo os aseguro que no perderá su galardón. Un simple vaso de agua fría que des, que nada ha de costarte, aun de tan sencilla obra tienes señalada recompensa. Porque por vosotros, que acogéis a mis enviados, yo estoy dispuesto a hacerlo todo.
190.- Recapitulación.-
3. Mirad por cuántos medios los persuadió y cómo les abrió las puertas de toda la tierra. Y es así que de todas maneras les mostró que los demás son deudores suyos. Primero al decirles: Digno es el trabajador de que se le pague su jornal. Segundo, por enviarlos sin tener nada. Tercero, por mandarlos a la guerra y al combate en favor mismo de quienes los recibieran. Cuarto, por el hecho de haberles dado poder de hacer milagros. Quinto, por llevar la paz, fuente de todos los bienes, por boca de sus apóstoles, a las casas de los que los acogieran. Sexto, por amenazar con castigos más duros que los de Sodoma a quienes no los recibieran. Séptimo, mostrándoles que quienes los acogían, a Él mismo y al Padre acogían. Octavo, prometiendo el galardón de un profeta o de un justo. Noveno, prometiendo grandes recompensas por un simple vaso de agua fría.
191.- Motivos de la hospitalidad y de la caridad.-
Cada uno de estos motivos, por sí solo era bastante para mover a todos a la hospitalidad para con los apóstoles. ¿Quién, en efecto, decidme, no recibiría y abriría de par en par las puertas de su casa a un general al que viera cubierto de heridas y ensangrentado, que vuelve de la guerra y del combate, después de haber levantado muchos trofeos de victoria? Y ¿quién es ese general?, me dirás. Pues justamente, añadió el Señor: en nombre de discípulo o de justo, por que adviertas que pone Él su recompensa no tanto en razón de la dignidad del que recibe hospedaje cuanto en razón de la intención del que hospeda. Aquí, a la verdad, habla de profetas, de discípulos y de justos; pero en otro lugar nos manda acoger a los más despreciados y castiga a quienes no los reciban: En cuanto no lo hicisteis con uno solo de estos muy pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis. San Mateo 25, 45.
192.- Y nuevamente dice lo contrario sobre los mismos, pues aun cuando el necesitado no tenga ninguno de esos títulos, basta que es un hombre que habita el mismo mundo que tú, contempla el mismo sol, tiene la misma alma y el mismo Señor, toma parte en los mismos sacramentos que tú, está llamado al mismo cielo y tiene un grande título, su pobreza y necesidad, para recibir el necesario sustento. Mas es lo cierto que a quienes te quitan el sueño durante el invierno con sus flautas y zampoñas y te molestan sin razón ni motivo, tú los despachas con una buena porción de regalos. Igualmente los que andan vendiendo golondrinas, los que se embadurnan de hollín y maldicen a todo el mundo, reciben también paga de sus truhanerías.
193.- Mas si se te acerca un pobre a pedirte un pedazo de pan, allí son las malas palabras y reprensiones, allí culparle de holgazán, injuriarle, insultarle y hacer burla de su miseria. Y no consideras dentro de ti mismo que tú también eres un holgazán, y, no obstante, DIOS te concede tus dones. Y no me vengas con que tú estás ocupado en algo, sino intenta demostrarme que lo que haces y llevas entre manos es realmente cosa necesaria. Y si me dices que te dedicas a la economía y al comercio, al cuidado y acrecentamiento de tu hacienda, yo te respondo que ésos no son propiamente trabajos. Los verdaderos trabajos son la limosna y la oración y la protección de los oprimidos y tantas cosas semejantes, respecto a las cuales nuestra ociosidad es perpetua.
194.- Y, sin embargo, jamás nos ha dicho Dios a nosotros: Puesto que vives ocioso, no te voy a encender el sol; como realmente no te dedicas a nada necesario, voy a apagar la luna, a esterilizar el seno de la tierra, a secar los lagos, las fuentes y los ríos; a destruir el aire y a retener las lluvias de todos los años. No, nada de esto nos dice, sino que todo nos lo procura generosamente. Y de todos estos bienes suyos permite gozar, no sólo a los ociosos, sino a los mismos que obran mal. Así, pues, cuando veas a un pobre y estés tentado de decirle: Me sofoca que este hombre, que es joven y está sano y no tiene nada, quiera comer sin trabajar, que a lo mejor es un esclavo fugitivo que ha abandonado a su señor. 195.- Todo esto, dítelo a ti mismo, o, mejor aún, déjale al pobre que te lo diga libremente, y tendrá más razón que cuando se lo dices tú a él: Me sofoca que, estando tú sano, vivas ocioso, sin hacer nada de lo que DIOS te ha mandado; eres un fugitivo de los mandamientos de tu Dueño y andas de acá para allá a la maldad: Tú te embriagas y arruinas las casas ajenas. Tú me acusas a mí de mi ociosidad; pero yo a ti de tus malas obras: de tus insidias, de tus juramentos, de tus mentiras, de tus rapiñas y de otras infinitas cosas semejantes.
196.- Nada nos excusa de dar limosna al pobre.-
4. Al hablar así, no pretendo sentar como ley la ociosidad. ¡DIOS me libre! Yo quiero muy de veras que todo el mundo trabaje, pues la ociosidad es maestra de todos los vicios. A lo que os exhorto es a que no seáis duros y crueles con el pobre. También Pablo dirige mil reprensiones a los ociosos y él fue quien dijo: El que no quiera trabajar, que tampoco coma. 2ª Tesalonicenses 3,10; pero no se detuvo ahí, sino que prosiguió: Mas vosotros no os canséis de hacer bien, verso 13. Una verdadera contradicción. Porque si has mandado que no coman, ¿cómo nos exhortas a darles? Sí, contesta Pablo, yo he mandado que se aleje todo el mundo de ellos, que no se trate con ellos, pero también dije: No los tengáis por enemigos, sino corregidlos, verso 15. Con lo cual no pongo leyes contradictorias, sino perfectamente armónicas.
197.- Porque si tú estás pronto para la limosna, el pobre se librará muy pronto de la ociosidad y tú de la crueldad. Pero es que miente y se inventa mil excusas, me dirás.
Motivo de más para tenerle compasión, pues ha venido a parar a la necesidad de cometer tales desvergüenzas. Mas nosotros no sólo no le tenemos compasión, sino que por añadidura le decimos cruelmente: ¿No te han dado ya una y dos veces? ¿Y qué? Por haber comido una vez, ¿no tiene ya que comer más? ¿Por qué no impones esas leyes a tu propio vientre y le dices: Ya te hartaste ayer y anteayer? No pidas ahora más. A tu vientre, empero, le haces reventar sobre medida, y al pobre que te pide lo estrictamente necesario lo rechazas, cuando debiera ser motivo de compadecerle el hecho de que tenga que venir a pedir todos los días.
198.- Realmente, si otra cosa no te conmueve, eso por lo menos debiera conmoverte, pues a eso le fuerza la necesidad de la pobreza. Ésta es la que le hace importuno. Tú no le compadeces, porque oyendo tus improperios no siente vergüenza. Es que la necesidad es más poderosa que tus improperios. Y no sólo no le compadeces, sino que le expones a pública ignominia. Y cuando DIOS te manda hacer la limosna calladamente, tú te paras a hacer más notorio al que te pide y a insultarle por lo mismo que debieras compadecerle. Si no le quieres dar, ¿por qué encima le culpas y atribulas a un alma ya de suyo miserable y desgraciada?
199.- El pobre se acercó a ti buscando tus manos como un puerto a su miseria; ¿qué necesidad hay de que le levantes nuevas olas y hagas más dura la tormenta? ¿Por qué le echas en cara su vileza? Si hubiera barruntado que le ibas a hablar así, ¿acaso se hubiera acercado? Y si, aun previéndolo, se te acercó, motivo es ése de que a él le compadezcas y de que tú te horrorices de tu crueldad, pues ni aun a la vista de esa necesidad inexorable te vuelves un poco más blando. Tú no crees que baste para excusar su importunidad la necesidad en que le pone el hambre, y le culpas de importunidad; mas tú has sido muchas veces más desvergonzado que ese pobre, aun en cosas muy graves.
200.- Aquí, en verdad, se puede perdonar el descaro; pero nosotros lo tenemos al hacer acciones dignas de castigo; y cuando debiéramos ser humildes considerando esas mismas acciones nuestras, llegamos a insultar a esos desgraciados; y a quienes nos piden medicina, les abrimos una llaga. Si no le quieres dar, ¿por qué encima le hieres? Si no tienes intención de socorrerle, ¿por qué encima le injurias? ¡Es que no hay otra manera de echárselo de encima? Pues obra como mandó aquel sabio que dijo: Respóndele con mansedumbre palabras de paz. Eclesiástico 4,8. Porque a buen seguro que no es importuno por el gusto de serlo. No hay hombre, no hay absolutamente un hombre que tenga gusto en pedir importunamente. No.
201.- Por más que se empeñaran en convencerme de ello, jamás podré yo creer que quien tiene abundantemente para vivir se entregue de buena gana a la mendicidad. Que nadie, pues, nos engañe. Si es cierto que Pablo dice: El que no quiera trabajar, que tampoco coma, se lo dice a los perezosos, no a nosotros. A nosotros nos dice lo contrario: No os canséis de hacer bien. Así lo hacemos nosotros mismos en casa. Cuando hay dos que riñen, los tomamos aparte de cada uno, y a cada uno le decimos lo contrario. Así lo hicieron también DIOS y Moisés. A DIOS mismo le decía Moisés: Si les quieres perdona su pecado, perdónaselo; si no, bórrame a mí del libro de los vivos. Éxodo 32, 32.
202.- Al pueblo, empero, mandó que se acuchillaran los unos a los otros, sin respetar parentesco de ninguna clase. Realmente, lo uno era contrario a lo otro; todo, sin embargo, apuntaba a un mismo fin. DIOS a su vez, oyéndolo los judíos, le decía a Moisés: Déjame, que quiero aniquilar a este pueblo. Éxodo 32, 10. Porque si bien el pueblo no estaba presente cuando DIOS le dijo eso a moisés, luego, sin embargo, habían de enterarse de ello. Privadamente, en cambio, DIOS le exhorta a Moisés a lo contrario. Lo mismo se vio forzado Moisés a expresar más adelante: ¿Es que los he concebido yo en mi seno para que me digas: Llévalos como una nodriza lleva al niño que mama a sus pechos? Números 11, 12.
203.- Es lo mismo que sucede en una casa. Muchas veces el padre, al maestro que trata duramente al niño, le reprende particularmente diciéndole: No sea áspero y duro. Al muchacho, en cambio, le dice lo contrario: Aun cuando te maltrate sin razón, has de sufrirlo. Por caminos contrarios llega al mismo término: el bien de su hijo. Así también Pablo, a los que estando buenos se daban a la mendicidad, les decía: El que no quiera trabajar, que tampoco coma. Era obligarlos a trabajar. Más a los que podían dar limosna, los exhorta: Mas vosotros no os canséis de hacer bien. Que era llevarlos a dar limosna. E igualmente, en la carta a los romanos, cuando exhortaba a los de las naciones a no sentir orgullo contra los judíos y les puso el ejemplo del olivo silvestre, se ve también que dice unas cosas a un bando y otras a otro.
204.- No caigamos, pues, en crueldad, sino oigamos la exhortación de Pablo mismo: No os canséis de obrar bien. Oigamos también al Señor, que nos dice: A todo el que te pidiere, dale. San Mateo 5, 42. Y: Sed misericordiosos, como vuestro Padre. San Lucas 6,36. A la verdad, ¡cuántas cosas dijo el Señor y, no obstante, en ninguna otra ocasión, fuera de la misericordia, nos puso por blanco a su propio Padre! Es que nada nos hace tan semejantes a DIOS como hacer beneficios a los otros.
205.- Somos más desvergonzados que los pobres.-
5. Pero nada hay me replicasmas desvergonzado que un pobre. ¿Por qué razón?, dime por favor. Porque viene detrás gritando? ¡Muy bien! ¿Quieres que te demuestre que nosotros somos más desvergonzados y que tenemos menos consideración que el pobre? Acuérdate, te ruego ahora, cuántas veces en tiempo de ayuno, que la comida se sirve por la tarde, has llamado al esclavo y por acudir algo despacio lo has echado todo a rodar, coceando, maldiciendo, insultando, todo por unos momentos de dilación, y sabiendo muy bien que, si no inmediatamente, de todos modos no te había de faltar comida.
206.- Tú, pues, que por una nonada te enfureces, no te calificas a ti mismo de impudente; al pobre, empero, que teme y tiembla por motivos mucho más importantes, pues no se trata en él de que tarde más o menos la comida, sino de comer o no comer en absoluto; al pobre, digo, le llamas imprudente, descarado y sinvergüenza, con toda la abundancia de improperios que te vienen a la boca. ¿No es eso justamente la suma desvergüenza? Mas como no reflexionamos sobre ello, de ahí que tengamos a los pobres por gente molesta.
207.- Examinémonos a nosotros mismos.-
Si examináramos nuestros defectos y los comparáramos con los de ellos, no los tendríamos por pesados. No seas, pues, juez amargo. Aun cuando estuvieras libre de todo pecado, ni aun en ese caso te permitiría la ley de DIOS ser tan riguroso examinador de los pecados ajenos. Por ahí se perdió el fariseo. ¿Y pensamos tener nosotros excusa alguna? Si a los que obran bien no les permite el Señor juzgar ásperamente la conducta de los demás, mucho menos a los que son pecadores.
208.- No seamos soberbios ni crueles.-
No seamos, pues, crueles, inclementes, inexorables y sin amor; no seamos peores que las mismas fieras. Y a la verdad, yo sé de muchos que han llegado a punto tal de fiereza que, por no hacer un mínimo esfuerzo, dejan que otros se mueran de hambre y se excusan con razones como éstas: No tengo aquí ahora esclavo ninguno; estamos lejos de casa; no hay cambista conocido mío por aquí. ¡Qué crueldad! ¡Qué soberbia! ¿Has hecho lo más y no vas a poder con lo menos? ¿Por no dar tú unos pasos, el otro se va a morir de hambre? ¡Qué insolencia, qué soberbia! Aun cuando tuvieras que andar diez estadios, no debieras vacilar. ¿No caes en la cuenta que de este modo se te acrecienta tu galardón? Porque si sólo das, sólo por tu limosna se te recompensará; pero si además andas unos pasos, aun de eso se te reserva galardón.
209.- Precisamente por eso admiramos al patriarca Abrahán: él mismo corrió al rebaño de vacas y tomó un novillo, a pesar de que tenía trescientos dieciocho criados nacidos en su casa. Génesis 14,14; 18,7. Ahora, empero, hay algunos tan llenos de soberbia, que eso lo hacen por medio de sus esclavos y no se avergüenzan de ello.
¿Quieres entonces, me replicas, que lo haga por mí mismo? ¿Y no tendrá eso visos de vanagloria? Sin embargo, también ahora te dejas llevar de otra vanagloria, pues tienes rubor de que te vean hablando con un pobre. Pero no quiero en esto llevar las cosas tan por los cabos. Basta que des, ora por ti mismo, ora por otros, y que no recrimines, no hieras, no insultes al pobre. El que a ti se acerca, necesita de medicinas, no de heridas; de compasión, no de que le claves la espada.
210.- La buena palabra es mejor que la limosna.-
Dime, en efecto: si un herido por una pedrada, con una herida en la cabeza, pasando de largo a todos los demás, viniera a postrarse, chorreando sangre, a tus rodillas, ¿acaso le darías tú con otra piedra, añadiendo herida a herida? No puedo pensarlo. No; lo que harías es intentar inmediatamente curarlo. ¿Cómo es, pues, que con los pobres haces lo contrario? ¿No sabes qué fuerza tiene una palabra, lo mismo para levantar para abatir? Mejor es, dice la Escritura, la palabra que el don. Eclesiástico 18, 16. ¿No adviertes que te clavas la espada a ti mismo y eres tú el que recibes más grave herida cuando el pobre se retira injuriado, secretamente gimiendo y derramando muchas lágrimas?
211.- A la verdad, Dios es quien te envía al pobre. Considera, pues, si le insultas, a quién diriges tu insulto, puesto caso que Dios te lo envía y manda que le socorras, y tú no sólo no le das, sino que le injurias al venir a ti. Si todavía no comprendes lo extremadamente absurdo de tu conducta, mírala en un caso humano, y entonces verás con toda claridad lo enorme de tu pecado. Si tú mismo mandaras a un esclavo tuyo a cobrar de otro esclavo tu dinero y no sólo se volviera con las manos vacías, sino también injuriado, ¿qué no harías con el injuriador? ¿Qué castigo no le impondrías, dado caso que el injuriado eres tú mismo? Pues aplica el ejemplo a Dios. Él es el que nos manda los pobres y, si algo damos, de lo que Dios damos. Ahora bien, si, encima de no dar, los despachamos cubiertos de ignominia, considera con qué rayos se habrá de castigar semejante acción.
212.- Exhortación final: Unamos a la limosna las buenas palabras.
Considerando, pues, todo esto, pongamos freno a la lengua; echemos de nosotros toda inhumanidad; tendamos la mano para la limosna, y no sólo con dinero, sino con palabras también, tratemos de aliviar a los necesitados. De este modo escaparemos al castigo de la injuria y, por la bendición y la limosna, y no sólo con dinero, sino con palabras también, tratemos de aliviar a los necesitados. De este modo escaparemos al castigo de la injuria y, por la bendición y la limosna, heredaremos el reino de los cielos por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
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