1.- Preludios a la escena.- 1. A las palabras se siguió la obra, con lo que los fariseos quedarían aún mejor reducidos a silencio, pues el que se le presentó al Señor era presidente de sinagoga y su duelo era terrible. Tratábase, en efecto, de su hija única, de edad de doce años, la flor misma de los años. De ahí la prisa que se dio el Señor en resucitarla. Ahora bien, Lucas cuenta que vinieron algunos a decir al padre de la niña: No molestes al maestro pues ha muerto ya; él, en cambio, le había dicho al Señor: Mi hija acaba de morir. A esto puede responderse que eso de acaba de morir, lo dijo sin duda calculando el tiempo gastado en el camino, o tal vez para exagerar su desgracia. Costumbre es, en efecto, de los que ruegan ponderar mucho sus propios males, a fin de atraerse mejor la ayuda de sus protectores.
2.- Más considerad ahora la rudeza de este príncipe de sinagoga. Porque dos cosas le pide a Cristo: que vaya Él mismo a su casa y que imponga las manos a la niña. Lo que prueba que la había dejado aún con aliento. Es lo que le pedía al profeta aquel sirio Naamán que se iba diciendo para sí: Saldrá él mismo e impondrá sus manos sobre mí. 4º Reyes 5, 11. Y es que las gentes particularmente rudas necesitan de la vista y de las cosas sensibles. Por lo demás, Marcos, y, de acuerdo con él. Lucas, dice que tomó consigo el Señor a tres de sus discípulos. ¿Por qué, pues, no tomó consigo al mismo Mateo, que hacía poco se le había adherido? Para hacérselo desear más y porque todavía era imperfecto. Porque, si honra el Señor particularmente a aquellos tres, es para que los demás traten de hacerse semejantes a ellos.
3.- En cuanto a Mateo, bastábale por entonces contemplar el milagro de la hemorroisa y haber tenido el honor de sentarse a la mesa con Cristo. Apenas, pues, se levanta el Señor, toda una muchedumbre le va acompañando, parte por ver un milagro tan grande, parte por la autoridad de la persona que había venido y, razón general, porque toda aquélla era gente ruda, más preocupados de la salud del cuerpo que de la del alma. Era como una riada que confluía hacia el Señor, unos empujados por sus propias enfermedades, otros con ganas de ser espectadores de la curación de los otros. Pocos eran, empero, los que por entonces se acercaban a Jesús por amor de sus palabras y enseñanza. El Señor, sin embargo, no permitió que la turba entrara en casa; sólo se lo consintió a sus discípulos, y aun no a todos; nueva lección que nos da de que rechacemos la gloria del vulgo.
4.- Curación de la mujer hemorroisa. Y he aquí que una mujer, prosigue el evangelista, que sufría hacía doce años flujo de sangre, se le acercó por detrás y le tocó la orla de su vestido. Pues se decía dentro de sí misma: Con sólo que tocare su vestido, quedaré sana. ¿Por qué no se acercó con libertad al Señor? Sin duda por vergüenza de su enfermedad, pues era considerada como impura. Porque si la mujer, en su menstruación normal, no era tenida por pura, mucho menos la que durante tanto tiempo sufría esa enfermedad, que, efectivamente, se tenía en la ley por impura. De ahí el ocultarse y esconderse. Por otra parte, tampoco esta mujer tenía aún del Señor la idea conveniente y perfecta, pues en otro caso no hubiera pensado en ocultarse. Ésta es también la primera mujer que públicamente se le acerca al Señor, sin duda porque había oído que también curaba a las mujeres y le veía ir a resucitar a la niña muerta.
5.- Convidarle a Él a su casa, aun siendo mujer rica, no se atrevía; es más, ni siquiera se le presentó abiertamente, sino que, por detrás, aunque con grande fe, le tocó sus vestidos. No dudó, en efecto, la mujer un momento ni se dijo dentro de sí misma: ¿Me veré libre, no me veré libre de mi enfermedad? No; ella se acercó al Señor con plena confianza de que curaría. Porque se decía, dice el evangelista, dentro de sí: “Con sólo que tocare su vestido, quedaré sana”. Realmente veía la mujer de qué casa salía Jesús: de casa de unos publicanos; y qué séquito le acompañaba: publicanos y pecadores. Todo esto tenía que infundirle confianza. ¿Qué hace, pues, Cristo? Por muchas razones, Cristo no consiente que la mujer siga oculta, y la descubre a los ojos de todos. A decir verdad, no faltan estúpidos que afirman haber el Señor obrado así por ambición de gloria.
6.- ¿Por qué, si no, dicen ellos, no la dejó que siguiera oculta? ¿Qué me dices, hombre execrable y entre todos execrable? El que manda callar a los que cura, el que pasó por alto milagros incontables, ¿ése puede sentir ambición de gloria? ¿Qué razón tuvo, pues, para sacarla al medio? En primer lugar, para librar a la mujer de todo escrúpulo, pues aguijoneada por la conciencia de haber como hurtado su salud, podía luego vivir en angustia. Luego, para corregir una falsa idea de ella, pues se imaginaba que se le había ocultado. En tercer lugar, porque quería manifestar la fe de la mujer y ponerla por modelo a todos los demás. Y, a la verdad, mostrar que Él lo sabe todo, no fue menor milagro que el mismo detener el flujo de la sangre. En fin, cuando el príncipe de la sinagoga estaba para perder la fe, con lo que todo se hubiera malogrado, el Señor le corrige por medio de esa mujer.
7.- Habían, en efecto, venido algunos con recado de decirle: No molestes más al maestro, porque la muchachita es ya muerta. San Lucas 8,49. Los de casa se le rieron luego al Señor cuando dijo que la niña dormía; y es muy probable que lo mismo sintiera el padre.
8.- Por qué descubre el Señor a la hemorroisa.- 2. Por esta razón, después de curar la enfermedad, saca a la mujer al medio. Porque que el príncipe de la sinagoga pertenecía al número de los muy rudos, entiéndese por lo que le dice el Señor: No temas; basta que tú creas y se salvará. Precisamente esperó Él adrede que sobreviniera la muerte y entonces presentarse, a fin de que la prueba de la resurrección quedara bien patente. De ahí que camine tan lentamente y se entretenga en hablar largamente con la mujer: era dar tiempo a que la niña muriera y vinieran al presidente de la sinagoga con el recado: No molestes más al Maestro. Es sin duda lo que nos quiere dar a entender el evangelista cuando intencionadamente dice: Cuando aún estaba El hablando, vinieron los de casa, diciendo: Tu hija es ya muerta. No molestes más al maestro. Quería, pues, Jesús que la muerte quedara bien atestiguada, por que no se tuviera luego sospecha alguna de la verdad de la resurrección.
9.- Y lo mismo hace en otras ocasiones. Así, cuando la enfermedad de Lázaro, esperó uno, dos y hasta tres días. Todas estas razones tiene, pues, para descubrir a la mujer, a la que dice: Ten buen ánimo, hija mía. Lo mismo que había dicho al paralítico: Ten buen ánimo, hijo mío. Realmente, la mujer estaba llena de miedo, y por eso le dice Jesús que tenga buen ánimo y le da seguidamente nombre de hija. Hija suya, efectivamente, la había hecho la fe. Luego viene la alabanza: Tu fe te ha salvado. Lucas, por su parte, añade otras circunstancias acerca de esta mujer. Cuéntanos, en efecto, que, después que se acercó al Señor y recibió la salud, no la llamó Cristo inmediatamente, sino que antes dijo: ¿Quién es el que me ha tocado?
10.- Pedro y sus compañeros le dijeron entonces: Maestro, te están apretando y estrujando estas muchedumbres, y tú preguntas: ¿Quién me ha tocado? Lo cual era la mejor prueba de estar Él revestido de carne y juntamente de cómo ponía bajo sus pies todo orgullo. Porque no le seguía la gente de lejos, sino que le venían apretando y estrujando. Mas Él, dice el evangelista, prosiguió diciendo: No, alguien me ha tocado, pues yo me he dado cuenta que salía virtud de mí. Lo que era responder a la ruda idea que tenían sus oyentes. Pero también habló así con el fin de persuadir a la mujer a que lo confesara todo por sí misma. Por eso no la interrogó tampoco inmediatamente, pues quería hacerla ver que Él lo sabía todo perfectamente y moverla así a que ella, espontáneamente, lo contara todo.
11.- Quería, en fin, que fuera la mujer la que proclamara el milagro y evitar así que sospechara nadie si lo hubiera contado Él mismo. ¿Veis cómo la mujer es superior al presidente de la sinagoga? Ella no detuvo al Señor ni se asió a Él fuertemente. Contentóse la segunda, se fue, curada, la primera. El presidente se llevó, como si dijéramos, al médico entero a casa; pero a la mujer le bastó el simple contacto; y si por su enfermedad se hallaba atada, por su fe se sentía con alas. Considerad ahora cómo la consuela el Señor, diciéndole: Tu fe te ha salvado. A la verdad, si Jesús la hubiera hecho salir al medio por alarde de su propia gloria, no hubiera añadido esas palabras; pero la verdad es que las dijo para animar la fe del príncipe de la sinagoga a par que para proclamar la virtud de la mujer, y no fue menor el placer y provecho que con estas palabras le hizo que con la misma curación de su cuerpo.
12.- Otra prueba de que el Señor obró así para glorificar a la mujer e instruir a los otros y no por propia ostentación es la siguiente: aun sin eso, Él había de ser igualmente admirado, pues sus milagros le fluían más copiosos que los copos de la nieve y ya había hecho y aun había de hacer muchos otros mayores que aquél; la mujer, empero, de no haberla descubierto el Señor, hubiera pasado inadvertida y se hubiera visto privada de aquellas grandes alabanzas. De ahí que, haciéndola el Señor salir al público, proclamó su fe y le quitó todo temor, se le acercó temblando, dice el evangelista, y la animó a tener confianza. Por fin, juntamente con la salud corporal, dióle otro viático con sus palabras: Vete en paz. San Lucas 8,48.
13.- Resurrección de la niña muerta.- Mas llegando Jesús a la casa del príncipe de la sinagoga y viendo a los tañedores de flauta y a la turba alborotada, dijo: Retiraos, porque la niña no ha muerto, sino que está durmiendo. Y hacían mofa de él. Buenas señas de príncipes de sinagoga, todo aquel aparato de flautas y címbalos para excitar el lamento después de la muerte. ¿Y qué hace Cristo? Hizo salir de allí a todo el mundo y sólo dejó dentro a los padres de la niña porque no se pudiera decir que había sido otro el que la había curado. Y aun antes de resucitar a la niña, los resucita a ellos con sus palabras, diciéndoles: La niña no ha muerto, sino que está durmiendo. Del mismo modo procede en otras muchas ocasiones. Y como en la tormenta del mar, antes que al mar increpó a sus discípulos, así también aquí echa ante todo fuera el alboroto de las almas de los allí presentes, a par que da a entender, con el símil del sueño, que, para Él, resucitar a los muertos era la cosa más sencilla del mundo.
14.- Exactamente como lo hizo en el caso de Lázaro, al decir: Lázaro, nuestro amigo, está dormido. San Juan 11,11. Por ese mismo símil nos enseña juntamente a no temer la muerte, pues deja ya de ser muerte y se convierte en adelante en sueño. Y es que, como Él mismo había de morir, va de antemano preparando a sus discípulos en persona de otros a que tengan buen ánimo y sepan llevar pacientemente al acabamiento de la vida. Porque, en efecto, después de su venida, la muerte no había de ser ya más que un sueño. Y, sin embargo, hacían mofa de Él. Él, empero, no se enfadó de que no se le creyera, pues bien pronto iba a realizar el milagro en lo mismo de que se le reían. Tampoco reprendió la risa, pues ésta misma, las flautas y címbalos y todo lo demás eran buena demostración de la muerte de la niña.
15.- Se realiza el milagro. 3. Y es que, como, por la mayor parte, los hombres niegan fe a los milagros después de haber sucedido, el Señor les toma la delantera con sus propias respuestas, como es de ver en los casos de Moisés y de Lázaro. A Moisés le dice: ¿Qué es lo que tienes en tu mano? Éxodo 4,2. De este modo, cuando viera la vara convertida en serpiente, no podría olvidarse que antes era vara, sino, acordándose de su propia respuesta, tendría que admirar el prodigio cumplido. Y en el caso de Lázaro, dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Respondiéronle: Ven y míralo. Y luego: Señor, que huele, pues lleva ya cuatro días muerto. Los que tales respuestas le dieron no podían ya dudar de que realmente había resucitado a un muerto. Viendo, pues, a flautistas, cimbaleros y chusma, hizo salir a todo el mundo afuera, y sólo en presencia de los padres hizo el Señor el milagro de la resurrección de la niña.
16.- Y no la resucitó introduciendo en su cuerpo un alma nueva, sino haciendo volver a la que había salido de él y despertándola en cierto modo de su sueño. Por lo demás, tomó a la niña de la mano, dando plena certeza a los presentes y preparando, por los ojos mismos, el camino de la fe en la resurrección. El padre le había antes suplicado: Pon sobre ella tu mano. Y Él hace más de lo que le pidiera, pues no se la impuso, sino que tomó la de ella y así la hizo levantar: modo de hacerles ver que para Él todo era fácil y hacedero. Y no sólo la hace levantarse, sino que manda que se le dé de comer, a fin de que no imaginaran que lo sucedido era caso fantástico. Sin embargo, no es Él quien da de comer a la niña, sino que se lo encarga a sus padres. Así también en el caso de Lázaro dijo: Desatadlo y dejadle que ande. San Juan 11,44. Luego se sentó también con él a la mesa. Dos cosas procuraba, en efecto, siempre el Señor: sentar bien primero la prueba de la muerte y luego no dejar lugar alguno a duda sobre la resurrección.
17.- Lección moral: no imitemos el duelo de los paganos. Mas considerad, os ruego, no sólo la resurrección, sino el mandato que da el Señor de no decir nada a nadie. Y aprendamos siempre la lección que nos da la humildad y de molestia. Después de esto, pensemos también que el Señor echó fuera a toda aquella chusma del duelo y los declaró indignos de presenciar el milagro de la resurrección de la niña. Por vuestra parte, no os salgáis con los tañedores de flauta, sino quedaos dentro juntamente con Pedro, con Juan y con Santiago. Porque si entonces arrojó afuera a aquéllos, mucho más los arrojará ahora. Entonces no era aún claro que la muerte fuera sólo un sueño; mas ahora esta verdad es más clara que el sol. Más ¿me objetas que el Señor no ha resucitado ahora a tu hija? Pero lo resucitará con absoluta certeza y con más gloria que ahora.
18.- La hija del presidente de la sinagoga, después de resucitar volvió otra vez a morir; mas la tuya, cuando resucite, permanecerá inmortal para siempre. Nadie, pues, haga ya duelo, nadie se lamente y rebaje así la gloria de Cristo. Porque Cristo ha vencido a la muerte. ¿A qué, pues, lamentarse inútilmente? La muerte se ha convertido en un sueño. ¿A qué vienen, pues, esos gemidos y lágrimas? Cuando eso lo hacen los gentiles, son dignos de risa; ¿qué defensa tendrá, pues, un cristiano que a sí mismo se deshonra de ese modo? ¿Qué perdón tendrán quienes cometen tales insensateces, y eso después de tanto tiempo, en que se han dado pruebas tan patentes de la resurrección? Más vosotros, como empeñados en aumentar vuestra culpa, aún lleváis a vuestra casa plañideras gentiles, con lo que no hacéis sino enconar vuestro dolor, prender nuevo fuego al horno de vuestra desgracia.
19.- ¿No oís a Pablo, que dice: ¿Qué acuerdo puede haber entre Cristo y Belial? ¿Qué parte tiene el fiel con el infiel? 2ª Corintios 6,15. Y aun los gentiles mismos, que nada saben de resurrección, encuentran sus razones de consuelo y dicen: “Súfrelo generosamente, pues lo hecho no tiene remedio y con las lágrimas nada se consigue”. Y tú que has oído más alta y más útil filosofía que ésa, ¿no te avergüenzas de hacer en tales casos cosas más indecorosas que los mismos gentiles? Porque nosotros no decimos: “Súfrelo generosamente, pues la cosa no tiene remedio”, sino: “Súfrelo generosamente, pues ha de resucitar con absoluta certeza. La niña está dormida, no muerta; está descansando, no perdida”. A la muerte, en efecto, seguirá la resurrección, y a ésta la vida eterna y la inmortalidad y la herencia con los ángeles. ¿No has oído el salmo que dice: Vuélvete, alma mía, a tu descanso, porque el Señor te ha hecho un beneficio? Salmo 114,7.
20.- DIOS mismo llama a la muerte beneficio, y ¿tú te lamentas? ¿Qué más hicieras, de ser enemigo mortal de quien ha muerto? Si hay que lamentarse, el diablo es el que tiene que lamentarse. Él haga duelo, él llore y gima, de ver que nosotros caminamos a mayores bienes. Ese gemido es digno, sí, de su maldad; pero no dice contigo, que vas a ser coronado y a gozar de descanso. La muerte, en efecto, es un puerto de paz. Considerad, si no, de cuántos males está llena la vida presente. Considerad las veces que vosotros mismos habréis maldecido la existencia presente. Las cosas, en efecto, van siempre avanzando de mal en peor, y ya desde el principio nos cupo en herencia una no pequeña maldición. En dolores, dijo DIOS a la mujer, parirás tus hijos. Y al hombre: Con el sudor de tu frente comerás tu pan. Génesis 3,16-17.
21.- Y el Señor, luego a sus discípulos: En el mundo tendréis tribulación. San Juan 16,33. Nada, empero, semejante, sino todo lo contrario, se dice de la vida venidera: Huyó el dolor, la tristeza y el gemido. Isaías 35,10. Y en el evangelio: Vendrán de oriente y occidente y descansarán en el seno de Abrahán, de Isaac y de Jacob. San Mateo 8, 11. La otra vida, se nos dice también, es una espiritual cámara nupcial y unas espléndidas lámparas y una eterna morada en el cielo.
22.- No dice con la fe cristiana llorar demasiado a los muertos. 4. ¿Porqué, pues, deshonras al difunto? ¿Por qué haces que los otros tiemblen y se espanten ante la muerte? ¿Por qué haces que muchos acusen a DIOS, como si Él fuera autor de grandes males? O, mejor aún, ¿por qué después de todo eso llamas a los pobres y solicitas las oraciones de los sacerdotes? Para que el difunto, me contestas, llegue al lugar del descanso, para que halle propicio a su juez. ¿Y por eso lloras tú y te lamentas? ¿No ves que luchas contra ti mismo, a ti mismo te haces la guerra, pues por el hecho de llegar el otro al puerto, tú levantas tormentas contra ti? Y ¿qué le voy a hacer?, me contestas. ¡Es ley de la naturaleza! No, no tiene la culpa la naturaleza ni ello es consecuencia ineludible de las cosas.
23.- La culpa la tenemos nosotros, que somos quienes lo trastornamos todo de arriba abajo, que nos hemos enmollecido, que hemos traicionado nuestra propia nobleza, que con nuestra conducta hacemos peores a los infieles. ¿Cómo tendremos, en efecto, valor para discutir con ellos sobre la inmortalidad del alma? ¿Cómo convenceremos de ella a un gentil, cuando nosotros temblamos y nos estremecemos más que él mismo ante la muerte? Por lo menos, muchos gentiles, aun sin conocimiento ninguno de la resurrección, se coronaron de flores al morir sus hijos. De Jenofonte, cuenta Plutarco que, al oír, mientras sacrificaba ceñido de una corona, la muerte de su hijo, se quitó la corona de la cabeza y preguntó cómo había muerto.
24.- Respondiósele que luchando con gran valor, y él inmediatamente se volvió a poner la corona y continuó el sacrificio, y se presentaron en público vestidos de blanco, con el solo intento de adquirirse gloria presente; tú, empero, ni aun por amor a la venidera das vado a todas esas lamentaciones mujeriles. Pero me dirás que no te queda heredero que te suceda en tu fortuna. Entonces, ¿qué preferirías: que tu hijo sea heredero de tus bienes o heredero de los del cielo? ¿Qué desearías; que te sucediera en bienes perecederos que, en todo caso, tendría que dejar poco después, o en los bienes permanentes e inmovibles? Tú no le has tenido por heredero; pero le ha tenido DIOS en lugar tuyo. No ha entrado a la parte con sus hermanos, pero ha entrado a la parte con Cristo.
25.- Y ¿a quién insistes dejamos nuestros vestidos y nuestras casas y nuestros esclavos y nuestros campos? Pues a él también y con más seguridad que si viviera. No hay inconveniente ninguno. Porque si las gentes bárbaras queman con sus difuntos lo que en vida les perteneciera, mucho más justo es que tu también mandes con el difunto lo que fue suyo, no para que se convierta en ceniza, como entre los bárbaros, sino para que le gane mayor gloria. Si murió en pecado, para que sea absuelto de él; y si murió justo, por que ello se le convierta en acrecentamiento de galardón y recompensa. ¿Me dices que tienes ganas de verlo? Pues vive la vida que él vivió, y bien pronto podrás contemplar aquel rostro bienaventurado.
26.- Juntamente con todo esto, has de considerar otra cosa, y es que, si ahora no quieres escucharme, con el tiempo no tendrás otro remedio que creerme, mas entonces, ningún mérito tendrás, pues toda tu resignación se la deberás a la misma muchedumbre de los días. Mas si ahora te decides a obrar como filósofo, de ello te vendrán dos ventajas muy grandes: la primera, que te librarás a ti mismo de los males presentes; y luego, que recibirás de DIOS una espléndida corona. Porque, a la verdad, llevar resignadamente una desgracia, mérito mayor es que hacer limosna y muchas otras cosas.
27.- El recuerdo de la muerte del Señor.- Considera que también el Hijo de DIOS murió, y Él murió por amor tuyo; tú, empero, mueres por culpa tuya. Y si es cierto que Él dijo: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, San Mateo 26, 39; si es cierto que estuvo triste y sufrió agonía de muerte, sin embargo, no esquivó la muerte, sino que la afrontó con la más espantosa tragedia. Porque no sufrió sencillamente la muerte, sino la más ignominiosa de las muertes. Antes de la muerte fue azotado, y antes de ser azotado fue burlado, escarnecido e insultado. ¡Gran lección para que nosotros lo soportemos todo valerosamente! Sin embargo, después de haber muerto y depuesto su cuerpo, otra vez lo recuperó con mayor gloria. Con lo que nos da también las más magníficas esperanzas. Si todo esto no es para ti una fábula, no te lamentes; si todo esto lo tienes por digno de fe, no llores. Y si lloras, ¿cómo podrás convencer a los gentiles de que crees?
28.- No hay razón para llorar al que ya está libre de males.- 5. Más con todo eso, ¿te parece todavía insoportable tu desgracia? Pues por eso justamente no has de llorar al difunto, puesto caso que está él ya libre de desgracias como la tuya. No te muestres, pues, con él envidioso, no le tengas ojeriza. Porque propio parece de un envidioso, propio de una malquerencia, desearse a sí mismo la muerte y llorarle al otro porque no vive, porque, consiguientemente, no ha de sufrir muchos males como el que tú sufres. No pienses que no ha de volver más a tu casa; piensa más bien que muy pronto irás tú donde él está. No pienses que ya no volverá a ver lo de acá, sino que tampoco esto que acá se ve ha de permanecer en un ser, sino que todo se ha de transformar. Porque es así que el cielo, la tierra, el mar y el universo todo, todo se ha de cambiar, y entonces todo esto pertenecerá a tu hijo con mayor gloria.
29.- Y si salió de este mundo en pecado, ya ha terminado de pecar; pues si DIOS hubiera previsto que había de convertirse, no le hubiera arrebatado la vida antes de hacer penitencia; y si murió justo, ya posee el bien con entera seguridad. De donde resulta evidente que tus lágrimas no proceden de cariño, sino de pasión irracional. Porque si de verdad amaras al difunto, tendrías que alegrarte y regocijarte, pues está ya libre de los oleajes de este mundo. Porque, ¿qué ventaja, dime por favor, le llevamos nosotros? ¿Qué hay en el mundo de peregrino y nuevo? ¿No vemos que todo se repite diariamente en incesante giro?
30.- Al día sucede la noche, a la noche el día; al invierno el verano, y al verano el invierno. Y nada más. Todo es siempre lo mismo. Lo único peregrino y nuevo son los males. ¿Luego estos males querías tú que el difunto hubiera ido agotando día a día, y permanecer aquí para sufrir enfermedades, y llorar, y temer, y temblar, y lo que no sufriera de hecho, estar siempre temblando de que lo puede sufrir? Porque no me dirás que, de haber tenido que hacer la travesía de este ancho océano de la vida, le hubiera sido posible realizarla sin saber de una tristeza, ni preocupación ninguna, ni males semejantes. Aparte de todo esto, considera también que no diste a luz un hijo inmortal, y que si no hubiera muerto ahora, hubiera tenido que morir poco después. ¿Me dirás que no te saciaste de su vista? Ya te saciarás absolutamente en el cielo.
31.- ¿Me replicas que quieres verle también aquí? ¿Qué inconveniente hay en ello? También aquí es ello posible, con sólo que vivas vigilante. La esperanza, en efecto, de lo venidero es más clara que la vista misma. Si tu hijo estuviera en el palacio real, con saber que era feliz, ya no tendrías deseo de verle; ahora sabes que ha ido a gozar de bienes mayores, sabes que es cuestión de poco tiempo, y ¿con todo eso te desanimas, cuando por añadidura te queda, en vez del hijo, el marido? ¿Me dices que no tienes marido? Más no me dirás que no tienes por consuelo al Padre de los huérfanos y Juez de las viudas. Escucha cómo proclama Pablo bienaventurada esa viudez y dice: Mas la que es de verdad viuda y está sola, confía en el Señor. 1ª Timoteo 5,5. Ésta aparecerá, en efecto, más gloriosa, pues ha dado pruebas de mayor resignación.
32.- Exhortación final: No llorar al que está ya libre de todo cambio. No llores, pues, al que ha de merecerte tu corona, al que será prenda de tu galardón. Has devuelto el depósito que guardabas, has presentado lo que se te había confiado. Ya no has de preocuparte más, desde el momento que has dejado tu riqueza en lugar inaccesible a los salteadores. Si supieras qué tal es la vida presente, qué tal la futura, cómo la presente vida no es más que una tela de araña y una sombra, y la futura, inmutable e inmortal, todos los otros motivos estarían de más.
33.- Porque ahora tu hijo está ya libre de toda vicisitud; mas, de haber seguido aquí abajo, tal vez hubiera permanecido bueno, tal vez no. ¿No ves cuántos padres tienen que rechazar a sus propios hijos? ¿No ves cuántos se ven forzados a tener consigo a los que son peores que los mismos rechazados? Considerando, pues, todas estas cosas, portémonos como sabios, pues de esta manera no sólo seremos gratos al difunto mismo, sino que obtendremos grandes alabanzas de los hombres y magníficas recompensas de DIOS por nuestra resignación y, finalmente, alcanzaremos los bienes eternos, que a todos os deseo por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.