EN LAS LOMAS DEL POLO NORTE

16:25

UNA TORMENTA SIN IGUAL

POR SEGUNDO LLORENTE, S.J.


Marzo es el mes de las tormentas.
Ya se iba a terminar el mes y no habíamos tenido ni tormentas ni indicio de ellas. Los viejos se rascaban la cabeza y miraban al cielo con ojos de duda.¿Acaso dejan de visitar a España las golondrinas, cuando, allá por San José, los días son más luminosos y benignos y como mensajeros del verano que se aproxima? Pues si las golondrinas nunca dejan de venir, ¿por qué van a fallar este año las tormentas a fines de marzo? Las tormentas aquí son tan infalibles como las golondrinas en España.
El 29 de marzo
amaneció claro y sereno como los días precedentes para que no falle la ley general de que hay calmas que son presagio de la tormenta que se avecina. Al atardecer, el sol se escondió más pronto que de ordinario; y al anochecer, el cielo estaba plomizo y la brisa comenzaba a convertirse en algo más que una simple brisa. Desde entonces los acontecimientos se precipitaron con un ritmo desconcertante.

Marzo 30, jueves
No se ve nada. La tormenta va adquiriendo tales proporciones que lleva camino de convenirse en algo serio. Al abrir la puerta, la hallo tapiada por un muro de nieve que obstruye la luz y me da un susto que pasa luego. Es como si al abrir la puerta se encontrara uno con un fantasma que hace muecas y amenaza con unas uñas retorcidas y muy largas.Digo la Misa solo, sin que se me ocurra hacer señal con la campana. Da gusto tener en las manos a Jesucristo, mientras afuera el mundo es una madeja de remolinos vertiginosos de nieve que eclipsan el sol y convierten el suelo en un mar alborotado. Con Jesús se está bien, y hasta se sonríe uno con cierta despreocupación.Toda la tarde el viento ha ido creciendo. Por la ventana no se ve materialmente más de cinco metros. Paso el día leyendo, escribiendo, haciendo gimnasia sueca, estudiando y rezando lo mejor que puedo. Me acuesto más temprano que de ordinario.

Marzo 31, viernes
La tormenta de hoy es mucho peor que la de ayer. La chimenea brama como cien toros bravos que ardieran vivos en una dehesa. La campana de la torre se cimbrea sin cesar con una pausa rítmica que semeja un toque funerario sin fin. De pronto, la casa se sacude y... no pasa nada; creí que íbamos ella y yo a volar por las nubes. Nuevas sacudidas; pero tampoco pasa nada. Me confirmo en que es más el ruido que las nueces y no paro mientes en las sacudidas que se suceden. Digo Misa solo, con toda la devoción que puedo acaparar y me resigno a pasar otro día de soledad leyendo, estudiando, escribiendo, rezando y haciendo gimnasia sueca. Ya no miro por la ventana; no se ve nada.Aunque tengo los ojos en el libro, la imaginación anda por los cerros de Ubeda, y se entretiene recordando al cartero eskimal que el año pasado se perdió en una tormenta parecida a ésta y se le agotó la ración de salmón helado y volvió al cabo de una semana con sólo tres perros. Los otros nueve se le habían helado. Los perros resisten bien, si comen en abundancia. A dos días que estén sin comer, se debilitan y puede temerse de ellos cualquier cosa.Sigo leyendo con los ojos, mientras la imaginación reanuda el hilo de sus divagaciones y me saca a cuento aquel pobre eskimal del otro lado de la bahía, que fue sorprendido por otra tormenta, mientras cruzaba en trineo una llanura, que lo era conocidísima.Los remolinos le desorientaron y dio órdenes erróneas al perro delantero. Llevaba en el trinco a un hijo de siete años y el pobre nene comenzó a dar muestras de aterirse. El padre se quitó el capote y se lo puso al niño; pero, sin capote, perdió el uso de los miembros y cayó para no volverse a levantar. Con capote y todo el niño se heló y fue hallado luego como una bola sobre la nieve.El perro delantero, sin órdenes erróneas que le desorientaran, se guió por el instinto y llegó a casa con el trineo vacío. Todos los perros estaban sanos y buenos; pues, cuando les amenaza un peligro común, parece que lo huelen; y, en vez de reñir y matarse, tiran como movidos por un solo resorte hasta que se ven en lugar seguro.Como me es muy difícil concentrarme en la lectura dejo el libro, hago los ejercicios espirituales de la noche y me acuesto.

Abril 1, sábado
La tormenta de hoy es muchísimo peor que la de ayer. El ruido de la tormenta aquí en la cocina, semeja al de las máquinas de un trasatlántico moderno.Digo la Misa solo y después del desayuno me calo el impermeable y la gorra de cuero que cierra cuello y cabeza, y con una pala entro en calor, abriendo un túnel a través de la puerta, y saliendo a flor de nieve por una escalinata, también de nieve, con peldaños muy anchos para no resbalarse.Logro incrustar en la nieve tres tanques de petróleo vacíos que defienden el boquerón de la escalinata y me pongo así en comunicación con el mundo exterior.Fue una inspiración del cielo, a lo que veo. Dos horas más tarde venía un eskimal y me entregaba un telegrama. Es de saber que el Gobierno tiene en Kotzebue una estación de telegrafía sin hilos; la única del norte del Círculo Polar.Un señor de Boston, que me escribe semanalmente, con la regularidad de un reloj, me había prometido un telegrama en el mismo punto y hora en que el Generalísimo Franco entrase en el último pueblo rojo y quedase de hecho y de derecho amo único de España.Yo ya había olvidado tan caritativa promesa. Al tomar el telegrama, veo que viene de Boston, a ocho mil kilómetros de Kotzebue. Decía así: «DESE GRAN BANQUETAZO. FRANCO DUEÑO ESPAÑA. SALUDOS». El buen señor pagó ocho duros por el sólo placer de darme tan grata noticia.Le di al eskimal una libra de chocolate, y, apenas salió por el túnel, me entregué a extremos de alegría, marcando el paso por la cocina con el brazo levantado y cantando la Marcha Real, por no saber ni la letra ni la música del himno “Cara al Sol”.

A una silla, que se me atravesó, le di tal puntapié que luego gasté dos horas con puntas y un martillo hasta que la dejé casi como nueva. Empecé un Tedeum cantado que terminé en voz baja muy en recortada. ¡Gracias a Dios! El sueño dorado de tantos y tan aciagos meses, se ha convertido en realidad actual.Tantas Misas dichas por el triunfo de Franco; tantas oraciones y lágrimas; tanto rogar e importunar a Dios en las gradas del altar las noches frías de invierno en estos altares silenciosos de Alaska; tantos artículos escritos pare refutar la propaganda roja, que tomó por asalto las diecinueve vigésimas partes de la prensa yanki; tantos discursos en las costas del Pacífico, inundando a los auditorios con datos, nombres, fechas y escenas de la guerra que se prolongaba congojosamente, deshaciendo embustes, pintando la realidad y procurando no perder los estribos al oír los nombres de Maritain y compañía; todo esto y mucho más, que me callo, fui bien empleado, y ahora se regocija el alma al recoger la cosecha multiplicada el ciento por uno.Recuerdo que, cuando hacía yo una semana de retiro a fines de enero, un día, al ir a meditar, paseando por el hielo piano de una laguna vecina, me dió voces un blanco y me dijo silabeándolo que, según la radio, las tropas de Franco acababan de entrar en Barcelona. ¿Qué sabía aquel blanco de retiros ni de silencios religiosos?Meditaba yo aquel día sobre el misterio de la huída de la Sagrada Familia a Egipto. Como el día del Juicio lo han de saber todos, quiero confesarlo aqui públicamente y acusarme de que, en las dos horas largas que paseé por la laguna nevada, todo intento de meditar sobre el misterio mencionado fracasó rotundamente, siéndome por otra parte fácil y en extremo agradable meditar sobre la prisa que se estarían dando los rojos en su huida precipitada camino de los Pirineos. Todo se había terminado ya.¡Habíamos triunfado! Aunque yo no había vestido el uniforme, hablaba en plural y afirmaba con todo aplomo que habíamos triunfado. Luego dispuse en mi cabeza lo que se había de hacer con los prisioneros, que serían muchos y muy variados; tracé planes de reconstrucción nacional; ascendí a generales a varios oficiales de rango inferior; levanté a Franco una estatua monumental; abracé y di palmadas en los hombros a todos y cada uno de los soldados nacionales y les dije frases sumamente encomiásticas y de aliento; y luego me puse a preparar el banquete de la Victoria: carne de reno con arroz, patatas, cebollas y tomates que venden aquí en botes en el almacén; una tortilla dorada que parecía un sol; pan, mantequilla y una taza de té.Lo comí todo muy distraído, ocupado como estaba en reconstruir la España Imperial. ¡Ni un alma a quien comunicar tan histórico acontecimiento! Afuera, la tormenta seguía lo mismo. Sobre un banco de la iglesia hay un montón de ramos. No sé si dejarlos ahí o echarlos al desván.

Abril 2, Domingo de Ramos
La tormenta sigue impertérrita. ¿Tocaré la campana? La toco y veo con asombro que un grupito de eskimales luchan penosamente contra viento y marea y vienen a Misa.¡Ay, cómo llegaban! La nieve se les había metido por los pies y los había blanqueado como si estuvieran pintados de cal. Venían cegados, encendidos los rostros por lo difícil de la respiración, bufando y acoceando el piso y semejantes en todo a seres del otro mundo.

Al entrar en el portal, se sacudían y llenaban el piso de nieve que yo barría con una escoba. Le acercaban cautelosamente a la estufa que allí cerca chisporroteaba y luego se sentaban y se miraban y empezaban a sonreír y a vivir.Tuvimos la bendición de los ramos como en cualquier otra iglesia de la cristiandad, y un joven más inteligente leyó en inglés el Evangelio, mientras yo lo leía en silencio al extremo del altar.Tuvimos una instrucción catequística sobre el significado de la Semana Santa, y los pobrecitos se encapucharon de nuevo a forcejear contra el vendaval furioso camino de sus casuchas sepultadas en la nieve.Yo me vuelvo a quedar solo. Salir de casa serie exponerme a extraviarme apenas traspusiera los umbrales. El eskimal se agazapa y se arrastra y sigue por instinto rastros invisibles que le llevan a la choza, aunque todos los años se dan casos de indígenas perdidos y hallados muertos y helados a veinte pasos de sus casas. Se hartaron de rodearla y de pisarla sin verla, en medio de una tormenta tenebrosa, hasta que sucumbieron. Parece increíble si no pasara aquí, en estas mismas calles.

Abril 3, Lunes Santo
La tormenta sigue sin amainar. A eso de las dos de la tarde el huracán afloja unos momentos y veo por la ventana, con asombro, que entre mi casa y la próxima, que distan unos cien pasos, se está formando una montaña de nieve que se va acercando cada vez más a los cristales de mis ventanas.Ahora me explico por qué no se ve. Es una montaña compacta de nieve cuyas cumbres se alzan y alzan con el soplar del huracán que la va amontonando y apretujando. Entre el muro de nieve y mis paredes no hay arriba de tres metros.

Por este callejón de tres metros el viento pasa silbando y bramando con un furor rabiosísimo, y yo empiezo a preocuparme de lo que ocurriría si el callejón se estrecha más y el muro de nieve se desploma sobre las ventanas.Confío, sin embargo, en que el ímpetu del viento barrerá sin compasión hasta el más diminuto copo de nieve que quiera quedarse en este canal de aire impelido por fuerzas titánicas, y que llegará un momento en que el callejón no se podrá estrechar ni una pulgada más.La chimenea continúa con sus gritos de angustia y la campana no cesa de lanzar al aire sus acentos funerarios. Toda la naturaleza está desatada. ¡Ay del trineo cogido en campo raso, o del aviador impaciente y arriesgado, o del pescador que se adentró demasiado por el hielo de la bahía en busca de focas!La naturaleza esta desencadenada, furiosa, rabiosa; va con el puño en alto y blande un puñal de dos filos envenenado que hundirá implacablemente en las entrañas de la víctima que caiga en sus brazos mortíferos. ¿Cuándo amainará el viento, y cesará de volar la nieve por el espacio y veremos el sol en un cielo azul y sereno? Pero ¡eso es soñar!Los techos y tabiques crujen de nuevo, y el oleaje de remolinos de nieve sigue azotando con saña diabólica cuantos objetos se alzan sobre el nivel del suelo. Han vuelto las golondrinas. Las tormentas de marzo vienen de nuevo a saludar a los moradores del Círculo Polar Artico.Yo leo, estudio, rezo, hago gimnasia sueca, escribo cartas y guiso unos peces helados que conservo en un portalillo donde el fragor del huracán hace riza en los nervios más ajustados y mejor dispuestos. ¡Qué largas son las horas! Los monjes de la Tebaida se me van haciendo más familiares.

Abril 4, Martes Santo
La tormenta sigue un poco peor que ayer. No acierto a divisar el muro que se alza junto a los cristales de las ventanas. Tal vez está muy cerca, pues los copos sacuden los vidrios como látigos, señal de que el callejón se va estrechando, ¿Lucirá el sol en alguna parte del universo? ¿Habrá en la tierra algún lugar donde la gente camine por campos verdes y floridos, en un ambiente de calma y con un cielo apaciguado y transparente?Aquí, en Kotzebue, vivimos como en un submarino. El ambiente y la atmósfera toda, ¿qué son sino un mar de nieve que nos envuelve en sus olas procelosas? Cada choza es un submarino. No se sabe si vive gente aquí; y, presuponiendo que viven, no se sabe si despiden humo las chimeneas, ni si sale alguien de casa.Es evidente que en todos los hogares luce una luz brillantísima; pero al mirar por la ventana no descubro vestigio alguno de luz en ninguna de las casas que rodean a la iglesia. Nunca creí que la nieve era capaz de espesarse tanto.Las rendijas de las puertas y ventanas no están bien rellenas de trapos. Mejor dicho, están lo más rellenas que se pueden poner; pero la tormenta de hoy es excepcional. Detrás de cada puerta y debajo de cada una de las ventanas hay unas dunas de nieve muy bonitas, que se formaron a pesar de todos los rellenos, y de todas las trancas y picaportes.La puerta trasera, aunque parecía que cerraba herméticamente, es una verdadera criba. ¿Por dónde entra la nieve? Eso no me lo preguntéis a mí; pero la nieve entró y está entrando.Mirad, qué montículos de nieve tan monos se están formando nada menos que en tres sitios. ¿Acaso no entran los rayos del sol por un cristal sin romperlo ni mancharlo? Pues algo parecido debe pasar con la nieve de Kotzebue.Yo no he querido tocar el acordeón por estar en Semana Santa; pero hoy cambié de parecer. Después de leer, rezar, estudiar, escribir, guisar y hacer gimnasia sueca, tomé el acordeón y toqué una infinidad de canciones.Después de cenar, toco varios Misereres y Lamentaciones y me acuesto en ambiente de Semana Santa. El mundo exterior es un misterio. En mi alrededor no hay más que viento huracanado, nieve, tinieblas y soledad. Es que vivo en las lomas del Polo Norte.

Abril 5, Miércoles Santo
No sé cómo es la tormenta de hoy. Ya me voy acostumbrando a lo que el primer día me pareció cataclismo catastrófico. Supongo que los defensores de Oviedo, y Huesca, y Verdún, y aun los mismos defensores del Alcázar de Toledo dormirían y hallarían tiempo para cortarse las uñas y aun para echar alguno que otro chiste en medio de aquellos bombardeos infernales.Para mí éste es otro día de encierro forzoso en un edificio que no las tiene todas consigo, mientras el ciclón siga con estos humos. No se ve a nadie ni se oye otro ruido que el bramar alocado de la tempestad crónica que lleva camino de hacerse continua, perpetua y eterna. Que no me vengan a mí con sofismas los filósofos de oficio: se da el continuo; y quédese la tesis ahí sin más sofistería.¿Quién sujeta a la casa en sus cimientos? Porque todo el conjunto da la impresión de que se han confabulado los terremotos, los ciclones, las trombas y los huracanes pasados, presentes y venideros y forcejean a lo gigante por arrancar la casa de los cimientos y divertirse con ella por los espacios interplanetarios.Una vez acostado, tuve la pena de no estar de acuerdo con el regalón de Tibulo que, como nos dice él mismo en su celebrada Elegia, nunca gozaba tanto como cuando oía llover desde la cama; o cuando, acurrucado entre las mantas, oía, calentico, los zumbidos del vendaval que a tantos remeros traería a mal traer. ¡Hubiera querido yo ver a Tibulo anoche en esta aldea de Kotzebue!

Abril 6, Jueves Santo
Hoy en las parroquias de la cristiandad se tiene Misa solemne y se visitan los monumentos. Por la noche se cantan las Tinieblas con sus Lamentaciones seculares, que enternecen el corazón y sugieren al alma pensamientos y deseos de hacerse mejor.Aqui no podemos gastar esos lujos. La tormenta de hoy es tal vez peor que todas las demás reuni-das. En absoluto no tengo derecho a decir Misa privada; pero rigurosamente hablando ésta es una parroquia y mi Misa es por el mero hecho la Misa parroquial, vengan parroquianos o no vengan.Si los Canonistas de Roma estuvieran hoy en Kotzebue, concluirían, después de atar todos los cabos, que sí; que se puede decir Misa el día de Jueves Santo en Kotzebue.Además, si me quitan a mí la Misa, me quitan el único sostén que me tiene en pie, y caeré, y me enfadaré, y agarraré una silla y destrozaré a silletazos esta chimenea de zinc que me está fastidiando con sus bramidos tremebundos. Arreglo el altar como de costumbre y, justamente antes de empezar a revestirme, oigo ruidos extraños a la puerta.La abro y veo que entra algo blanco y arrollado que se mueve y me habla y me desconcierta. Es una eskimala de cincuenta años que me dice a secas cómo no pudo resistirse y se echó a la calle y vino, porque no quería perder la Sagrada Comunión este día, el aniversario de la institución de la Eucaristía.Se extravió muchas veces por el camino y creyó que iba a perecer en algún ventisquero; pero se encomendó a Dios, y luego torció no sé cómo y de repente vio que estaba a la puerta de mi casa. Me decía todo esto mientras se sacudía y llenaba de nieve el pavimento que yo barría con la escoba, mitad asombrado, mitad emocionado, al ver una fe primitiva tan sincera, que me avergonzaba y alentaba y que, sin duda, llenaba de alegría a los cielos.Ya seca, y sin nieve, y después de empuñar en las manos el rosario entró en la capilla muy escandalizada porque no venían los demás. Los héroes son así. No comprenden cómo los demás no son héroes como ellos.Después de Misa quise invitarla a tomar una taza de té o café que la fortaleciera para desandar el camino de la amargura; pero, antes de que yo acabara de quitar las vestiduras, ya empezó ella a adobarse para salir. Salió dando un portazo para que no entrara la nieve, y yo, por instinto, pegué las narices a los vidrios para ver cómo se las bandeaba.La pobre vieja trepó por el muro, pero cayó y el viento la arrastró unos pasos. Volvió a gatear muro arriba, ya toda blanca, y la perdí de vista en menos que se gasta en decirlo. Con gusto la hubiera yo guia-do; pero es de todos sabido que si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la trampa; y si uno se ahoga y le ve otro que no sabe nadar, menos malo es perder una vida que dos.Estos pensamientos crueles me asaltaban mientras recapacitaba sobre la suerte de la pobre vieja. Yo pasé otro día de encierro forzoso con los ejercicios de costumbre.

Abril 7, Viernes Santo
Dios aprieta, pero no ahoga. Hoy, al levantarme, vi con gozo que lucía el sol, y el viento había cesado, y la chimenea estaba muda. ¡Gracias a Dios! Después del desayuno tomé una pala, salí afuera y quedé como hombre que ve visiones al contemplar; atónito los efectos de esta tempestad sin igual.El telegrafista me informó que la velocidad máxima del viento había sido de 124 kilómetros por hora. En los anales de su oficina se conserva el registro de una tormenta de 138 kilómetros, sólo que tuvo lugar en el verano, cuando no hay nieve.Por entre las casas hay montículos de nieve, que no había antes. Desaparecieron los rastros, los senderos y hasta las mismas calles.Subido en la cima del muro famoso de nieve, tan alto como el tejado, con la pala al hombro, pude espaciar la vista por el horizonte y extasiarme ante aquel panorama blanco, mudo, inerte y como muerto.

A la tempestad ha sucedido una calma absoluta. Al noroeste hay espejismo y se divisan montes que no se ven a diario. La nieve envuelve el campanario. Trepo hasta la veleta abriendo delante de mí peldaños con la pala y, ya arriba, lo demás es sumamente encantador.Esta nieve es seca y dura; no moja ni' siquiera humedece, como si fuera arena; pero está compacta y apretada como cemento. Al cortar con la pala un bloque, éste se desliza campanario abajo con suavidad mayestática y se estrella en la hondonada contra un ribazo muy duro.Es cosa fácil arrancar bloques enormes que luego ruedan precipitadamente con sólo darles un leve empujón. Poco a poco queda descubierto el campanario por el lado por donde estaba cubierto, y sigo arrancando bloques más abajo hasta que me fatigo y lo dejo. Hay trabajo para varios días. En mi vida he visto tanta nieve.Por la tarde tuvimos el ejercicio de las Siete Palabras, adaptadas a su alcance con algunos himnos a propósito. Siguió luego el Via Crucis y terminamos con la adoración de la Cruz. Vino un grupo muy respetable. Entre cada Estación del Via Crucis cantan una estrofa del Stabat Mater en un latín mejor pro-nunciado de lo que yo esperaba.

El Sábado Santo por la tarde lo pasé en casa oyendo confesiones. No hay cosa que tanto le moleste al eskimal como fijarle tiempo y hora para hacer algo. Por eso les agrada oír anuncios como éste:“Mañana, Dios mediante, el Padre estará en casa desde mediodía hasta las ocho de la noche, desocupado y dispuesto a confesar a todos los que vengan a cualquiera de esas horas”.Y así sucede. Van viniendo separadamente, a intervalos mayores o menores, hasta que a eso de las ocho ya no viene nadie. El Domingo de Pascua se llenó la iglesia de católicos, infieles y cuákeros curiosos y tuvimos una Misa cantada muy hermosa, coronada con cuarenta comuniones.Hay que notar que hace diez años no había aquí vestigio alguno de catolicismo. Por la tarde tuvimos Bendición solemne con el Santísimo, que amenizaron con himnos muy bien ejecutados.

Al misionero le hormiguea un placer interior inexpicable al verse solo entre estos eskimales, que hacen la genuflexión en la iglesia y entonan himnos eucarísticos a Jesús Sacramentado.No hay duda que Jesús quiere vivir aquí. Ya se las arreglará El para hallar misioneros que, dejando las noventa y nueve ovejas en el aprisco, se aventuren a extraviarse por cerros y valles en busca de la oveja perdida que vive extraviada en las tribus eskimales, en los desiertos africanos, en los ríos sagrados de la encantada India, en las islas diminutas del Pacífico y en tantos otros eriales, del globo que habitamos.

Hoy la aldea de Kotzebue está un poco alborotada, porque cinco pescadores que andaban por la bahía, muy lejos, en busca de focas, no han vuelto ni dan señales de vida. `Corren de boca en boca historias de pescadores de antaño que fueron sorprendidos en tormentas como ésta, y el hielo se rajó y fueron llevados mar adentro camino del polo.

Unos aparecieron un año más tarde en las costas norteñas adonde un viento contrario y una marea favorable arrastró el bloque de hielo en que habían cabalgado tres o cuatro semanas; otros no volvieron, o porque se ahogaron o murieron de hambre, o porque el viento y la marea los arrastraron a las costas de Siberia donde tal vez vivieron felices y cargados ir hijos el resto de sus días.Acaso a alguno se 1c antoje esto una verdadera novela. Por desgracia aquí, en las lomas del Polo Norte, la realidad sobrepuja en fantasía a la novela más quijotesca.

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EN LAS LOMAS DEL POLO NORTE

jueves, 24 de septiembre de 2009
UNA TORMENTA SIN IGUAL

POR SEGUNDO LLORENTE, S.J.

Marzo es el mes de las tormentas.
Ya se iba a terminar el mes y no habíamos tenido ni tormentas ni indicio de ellas. Los viejos se rascaban la cabeza y miraban al cielo con ojos de duda.¿Acaso dejan de visitar a España las golondrinas, cuando, allá por San José, los días son más luminosos y benignos y como mensajeros del verano que se aproxima? Pues si las golondrinas nunca dejan de venir, ¿por qué van a fallar este año las tormentas a fines de marzo? Las tormentas aquí son tan infalibles como las golondrinas en España.
El 29 de marzo
amaneció claro y sereno como los días precedentes para que no falle la ley general de que hay calmas que son presagio de la tormenta que se avecina. Al atardecer, el sol se escondió más pronto que de ordinario; y al anochecer, el cielo estaba plomizo y la brisa comenzaba a convertirse en algo más que una simple brisa. Desde entonces los acontecimientos se precipitaron con un ritmo desconcertante.

Marzo 30, jueves
No se ve nada. La tormenta va adquiriendo tales proporciones que lleva camino de convenirse en algo serio. Al abrir la puerta, la hallo tapiada por un muro de nieve que obstruye la luz y me da un susto que pasa luego. Es como si al abrir la puerta se encontrara uno con un fantasma que hace muecas y amenaza con unas uñas retorcidas y muy largas.Digo la Misa solo, sin que se me ocurra hacer señal con la campana. Da gusto tener en las manos a Jesucristo, mientras afuera el mundo es una madeja de remolinos vertiginosos de nieve que eclipsan el sol y convierten el suelo en un mar alborotado. Con Jesús se está bien, y hasta se sonríe uno con cierta despreocupación.Toda la tarde el viento ha ido creciendo. Por la ventana no se ve materialmente más de cinco metros. Paso el día leyendo, escribiendo, haciendo gimnasia sueca, estudiando y rezando lo mejor que puedo. Me acuesto más temprano que de ordinario.

Marzo 31, viernes
La tormenta de hoy es mucho peor que la de ayer. La chimenea brama como cien toros bravos que ardieran vivos en una dehesa. La campana de la torre se cimbrea sin cesar con una pausa rítmica que semeja un toque funerario sin fin. De pronto, la casa se sacude y... no pasa nada; creí que íbamos ella y yo a volar por las nubes. Nuevas sacudidas; pero tampoco pasa nada. Me confirmo en que es más el ruido que las nueces y no paro mientes en las sacudidas que se suceden. Digo Misa solo, con toda la devoción que puedo acaparar y me resigno a pasar otro día de soledad leyendo, estudiando, escribiendo, rezando y haciendo gimnasia sueca. Ya no miro por la ventana; no se ve nada.Aunque tengo los ojos en el libro, la imaginación anda por los cerros de Ubeda, y se entretiene recordando al cartero eskimal que el año pasado se perdió en una tormenta parecida a ésta y se le agotó la ración de salmón helado y volvió al cabo de una semana con sólo tres perros. Los otros nueve se le habían helado. Los perros resisten bien, si comen en abundancia. A dos días que estén sin comer, se debilitan y puede temerse de ellos cualquier cosa.Sigo leyendo con los ojos, mientras la imaginación reanuda el hilo de sus divagaciones y me saca a cuento aquel pobre eskimal del otro lado de la bahía, que fue sorprendido por otra tormenta, mientras cruzaba en trineo una llanura, que lo era conocidísima.Los remolinos le desorientaron y dio órdenes erróneas al perro delantero. Llevaba en el trinco a un hijo de siete años y el pobre nene comenzó a dar muestras de aterirse. El padre se quitó el capote y se lo puso al niño; pero, sin capote, perdió el uso de los miembros y cayó para no volverse a levantar. Con capote y todo el niño se heló y fue hallado luego como una bola sobre la nieve.El perro delantero, sin órdenes erróneas que le desorientaran, se guió por el instinto y llegó a casa con el trineo vacío. Todos los perros estaban sanos y buenos; pues, cuando les amenaza un peligro común, parece que lo huelen; y, en vez de reñir y matarse, tiran como movidos por un solo resorte hasta que se ven en lugar seguro.Como me es muy difícil concentrarme en la lectura dejo el libro, hago los ejercicios espirituales de la noche y me acuesto.

Abril 1, sábado
La tormenta de hoy es muchísimo peor que la de ayer. El ruido de la tormenta aquí en la cocina, semeja al de las máquinas de un trasatlántico moderno.Digo la Misa solo y después del desayuno me calo el impermeable y la gorra de cuero que cierra cuello y cabeza, y con una pala entro en calor, abriendo un túnel a través de la puerta, y saliendo a flor de nieve por una escalinata, también de nieve, con peldaños muy anchos para no resbalarse.Logro incrustar en la nieve tres tanques de petróleo vacíos que defienden el boquerón de la escalinata y me pongo así en comunicación con el mundo exterior.Fue una inspiración del cielo, a lo que veo. Dos horas más tarde venía un eskimal y me entregaba un telegrama. Es de saber que el Gobierno tiene en Kotzebue una estación de telegrafía sin hilos; la única del norte del Círculo Polar.Un señor de Boston, que me escribe semanalmente, con la regularidad de un reloj, me había prometido un telegrama en el mismo punto y hora en que el Generalísimo Franco entrase en el último pueblo rojo y quedase de hecho y de derecho amo único de España.Yo ya había olvidado tan caritativa promesa. Al tomar el telegrama, veo que viene de Boston, a ocho mil kilómetros de Kotzebue. Decía así: «DESE GRAN BANQUETAZO. FRANCO DUEÑO ESPAÑA. SALUDOS». El buen señor pagó ocho duros por el sólo placer de darme tan grata noticia.Le di al eskimal una libra de chocolate, y, apenas salió por el túnel, me entregué a extremos de alegría, marcando el paso por la cocina con el brazo levantado y cantando la Marcha Real, por no saber ni la letra ni la música del himno “Cara al Sol”.

A una silla, que se me atravesó, le di tal puntapié que luego gasté dos horas con puntas y un martillo hasta que la dejé casi como nueva. Empecé un Tedeum cantado que terminé en voz baja muy en recortada. ¡Gracias a Dios! El sueño dorado de tantos y tan aciagos meses, se ha convertido en realidad actual.Tantas Misas dichas por el triunfo de Franco; tantas oraciones y lágrimas; tanto rogar e importunar a Dios en las gradas del altar las noches frías de invierno en estos altares silenciosos de Alaska; tantos artículos escritos pare refutar la propaganda roja, que tomó por asalto las diecinueve vigésimas partes de la prensa yanki; tantos discursos en las costas del Pacífico, inundando a los auditorios con datos, nombres, fechas y escenas de la guerra que se prolongaba congojosamente, deshaciendo embustes, pintando la realidad y procurando no perder los estribos al oír los nombres de Maritain y compañía; todo esto y mucho más, que me callo, fui bien empleado, y ahora se regocija el alma al recoger la cosecha multiplicada el ciento por uno.Recuerdo que, cuando hacía yo una semana de retiro a fines de enero, un día, al ir a meditar, paseando por el hielo piano de una laguna vecina, me dió voces un blanco y me dijo silabeándolo que, según la radio, las tropas de Franco acababan de entrar en Barcelona. ¿Qué sabía aquel blanco de retiros ni de silencios religiosos?Meditaba yo aquel día sobre el misterio de la huída de la Sagrada Familia a Egipto. Como el día del Juicio lo han de saber todos, quiero confesarlo aqui públicamente y acusarme de que, en las dos horas largas que paseé por la laguna nevada, todo intento de meditar sobre el misterio mencionado fracasó rotundamente, siéndome por otra parte fácil y en extremo agradable meditar sobre la prisa que se estarían dando los rojos en su huida precipitada camino de los Pirineos. Todo se había terminado ya.¡Habíamos triunfado! Aunque yo no había vestido el uniforme, hablaba en plural y afirmaba con todo aplomo que habíamos triunfado. Luego dispuse en mi cabeza lo que se había de hacer con los prisioneros, que serían muchos y muy variados; tracé planes de reconstrucción nacional; ascendí a generales a varios oficiales de rango inferior; levanté a Franco una estatua monumental; abracé y di palmadas en los hombros a todos y cada uno de los soldados nacionales y les dije frases sumamente encomiásticas y de aliento; y luego me puse a preparar el banquete de la Victoria: carne de reno con arroz, patatas, cebollas y tomates que venden aquí en botes en el almacén; una tortilla dorada que parecía un sol; pan, mantequilla y una taza de té.Lo comí todo muy distraído, ocupado como estaba en reconstruir la España Imperial. ¡Ni un alma a quien comunicar tan histórico acontecimiento! Afuera, la tormenta seguía lo mismo. Sobre un banco de la iglesia hay un montón de ramos. No sé si dejarlos ahí o echarlos al desván.

Abril 2, Domingo de Ramos
La tormenta sigue impertérrita. ¿Tocaré la campana? La toco y veo con asombro que un grupito de eskimales luchan penosamente contra viento y marea y vienen a Misa.¡Ay, cómo llegaban! La nieve se les había metido por los pies y los había blanqueado como si estuvieran pintados de cal. Venían cegados, encendidos los rostros por lo difícil de la respiración, bufando y acoceando el piso y semejantes en todo a seres del otro mundo.

Al entrar en el portal, se sacudían y llenaban el piso de nieve que yo barría con una escoba. Le acercaban cautelosamente a la estufa que allí cerca chisporroteaba y luego se sentaban y se miraban y empezaban a sonreír y a vivir.Tuvimos la bendición de los ramos como en cualquier otra iglesia de la cristiandad, y un joven más inteligente leyó en inglés el Evangelio, mientras yo lo leía en silencio al extremo del altar.Tuvimos una instrucción catequística sobre el significado de la Semana Santa, y los pobrecitos se encapucharon de nuevo a forcejear contra el vendaval furioso camino de sus casuchas sepultadas en la nieve.Yo me vuelvo a quedar solo. Salir de casa serie exponerme a extraviarme apenas traspusiera los umbrales. El eskimal se agazapa y se arrastra y sigue por instinto rastros invisibles que le llevan a la choza, aunque todos los años se dan casos de indígenas perdidos y hallados muertos y helados a veinte pasos de sus casas. Se hartaron de rodearla y de pisarla sin verla, en medio de una tormenta tenebrosa, hasta que sucumbieron. Parece increíble si no pasara aquí, en estas mismas calles.

Abril 3, Lunes Santo
La tormenta sigue sin amainar. A eso de las dos de la tarde el huracán afloja unos momentos y veo por la ventana, con asombro, que entre mi casa y la próxima, que distan unos cien pasos, se está formando una montaña de nieve que se va acercando cada vez más a los cristales de mis ventanas.Ahora me explico por qué no se ve. Es una montaña compacta de nieve cuyas cumbres se alzan y alzan con el soplar del huracán que la va amontonando y apretujando. Entre el muro de nieve y mis paredes no hay arriba de tres metros.

Por este callejón de tres metros el viento pasa silbando y bramando con un furor rabiosísimo, y yo empiezo a preocuparme de lo que ocurriría si el callejón se estrecha más y el muro de nieve se desploma sobre las ventanas.Confío, sin embargo, en que el ímpetu del viento barrerá sin compasión hasta el más diminuto copo de nieve que quiera quedarse en este canal de aire impelido por fuerzas titánicas, y que llegará un momento en que el callejón no se podrá estrechar ni una pulgada más.La chimenea continúa con sus gritos de angustia y la campana no cesa de lanzar al aire sus acentos funerarios. Toda la naturaleza está desatada. ¡Ay del trineo cogido en campo raso, o del aviador impaciente y arriesgado, o del pescador que se adentró demasiado por el hielo de la bahía en busca de focas!La naturaleza esta desencadenada, furiosa, rabiosa; va con el puño en alto y blande un puñal de dos filos envenenado que hundirá implacablemente en las entrañas de la víctima que caiga en sus brazos mortíferos. ¿Cuándo amainará el viento, y cesará de volar la nieve por el espacio y veremos el sol en un cielo azul y sereno? Pero ¡eso es soñar!Los techos y tabiques crujen de nuevo, y el oleaje de remolinos de nieve sigue azotando con saña diabólica cuantos objetos se alzan sobre el nivel del suelo. Han vuelto las golondrinas. Las tormentas de marzo vienen de nuevo a saludar a los moradores del Círculo Polar Artico.Yo leo, estudio, rezo, hago gimnasia sueca, escribo cartas y guiso unos peces helados que conservo en un portalillo donde el fragor del huracán hace riza en los nervios más ajustados y mejor dispuestos. ¡Qué largas son las horas! Los monjes de la Tebaida se me van haciendo más familiares.

Abril 4, Martes Santo
La tormenta sigue un poco peor que ayer. No acierto a divisar el muro que se alza junto a los cristales de las ventanas. Tal vez está muy cerca, pues los copos sacuden los vidrios como látigos, señal de que el callejón se va estrechando, ¿Lucirá el sol en alguna parte del universo? ¿Habrá en la tierra algún lugar donde la gente camine por campos verdes y floridos, en un ambiente de calma y con un cielo apaciguado y transparente?Aquí, en Kotzebue, vivimos como en un submarino. El ambiente y la atmósfera toda, ¿qué son sino un mar de nieve que nos envuelve en sus olas procelosas? Cada choza es un submarino. No se sabe si vive gente aquí; y, presuponiendo que viven, no se sabe si despiden humo las chimeneas, ni si sale alguien de casa.Es evidente que en todos los hogares luce una luz brillantísima; pero al mirar por la ventana no descubro vestigio alguno de luz en ninguna de las casas que rodean a la iglesia. Nunca creí que la nieve era capaz de espesarse tanto.Las rendijas de las puertas y ventanas no están bien rellenas de trapos. Mejor dicho, están lo más rellenas que se pueden poner; pero la tormenta de hoy es excepcional. Detrás de cada puerta y debajo de cada una de las ventanas hay unas dunas de nieve muy bonitas, que se formaron a pesar de todos los rellenos, y de todas las trancas y picaportes.La puerta trasera, aunque parecía que cerraba herméticamente, es una verdadera criba. ¿Por dónde entra la nieve? Eso no me lo preguntéis a mí; pero la nieve entró y está entrando.Mirad, qué montículos de nieve tan monos se están formando nada menos que en tres sitios. ¿Acaso no entran los rayos del sol por un cristal sin romperlo ni mancharlo? Pues algo parecido debe pasar con la nieve de Kotzebue.Yo no he querido tocar el acordeón por estar en Semana Santa; pero hoy cambié de parecer. Después de leer, rezar, estudiar, escribir, guisar y hacer gimnasia sueca, tomé el acordeón y toqué una infinidad de canciones.Después de cenar, toco varios Misereres y Lamentaciones y me acuesto en ambiente de Semana Santa. El mundo exterior es un misterio. En mi alrededor no hay más que viento huracanado, nieve, tinieblas y soledad. Es que vivo en las lomas del Polo Norte.

Abril 5, Miércoles Santo
No sé cómo es la tormenta de hoy. Ya me voy acostumbrando a lo que el primer día me pareció cataclismo catastrófico. Supongo que los defensores de Oviedo, y Huesca, y Verdún, y aun los mismos defensores del Alcázar de Toledo dormirían y hallarían tiempo para cortarse las uñas y aun para echar alguno que otro chiste en medio de aquellos bombardeos infernales.Para mí éste es otro día de encierro forzoso en un edificio que no las tiene todas consigo, mientras el ciclón siga con estos humos. No se ve a nadie ni se oye otro ruido que el bramar alocado de la tempestad crónica que lleva camino de hacerse continua, perpetua y eterna. Que no me vengan a mí con sofismas los filósofos de oficio: se da el continuo; y quédese la tesis ahí sin más sofistería.¿Quién sujeta a la casa en sus cimientos? Porque todo el conjunto da la impresión de que se han confabulado los terremotos, los ciclones, las trombas y los huracanes pasados, presentes y venideros y forcejean a lo gigante por arrancar la casa de los cimientos y divertirse con ella por los espacios interplanetarios.Una vez acostado, tuve la pena de no estar de acuerdo con el regalón de Tibulo que, como nos dice él mismo en su celebrada Elegia, nunca gozaba tanto como cuando oía llover desde la cama; o cuando, acurrucado entre las mantas, oía, calentico, los zumbidos del vendaval que a tantos remeros traería a mal traer. ¡Hubiera querido yo ver a Tibulo anoche en esta aldea de Kotzebue!

Abril 6, Jueves Santo
Hoy en las parroquias de la cristiandad se tiene Misa solemne y se visitan los monumentos. Por la noche se cantan las Tinieblas con sus Lamentaciones seculares, que enternecen el corazón y sugieren al alma pensamientos y deseos de hacerse mejor.Aqui no podemos gastar esos lujos. La tormenta de hoy es tal vez peor que todas las demás reuni-das. En absoluto no tengo derecho a decir Misa privada; pero rigurosamente hablando ésta es una parroquia y mi Misa es por el mero hecho la Misa parroquial, vengan parroquianos o no vengan.Si los Canonistas de Roma estuvieran hoy en Kotzebue, concluirían, después de atar todos los cabos, que sí; que se puede decir Misa el día de Jueves Santo en Kotzebue.Además, si me quitan a mí la Misa, me quitan el único sostén que me tiene en pie, y caeré, y me enfadaré, y agarraré una silla y destrozaré a silletazos esta chimenea de zinc que me está fastidiando con sus bramidos tremebundos. Arreglo el altar como de costumbre y, justamente antes de empezar a revestirme, oigo ruidos extraños a la puerta.La abro y veo que entra algo blanco y arrollado que se mueve y me habla y me desconcierta. Es una eskimala de cincuenta años que me dice a secas cómo no pudo resistirse y se echó a la calle y vino, porque no quería perder la Sagrada Comunión este día, el aniversario de la institución de la Eucaristía.Se extravió muchas veces por el camino y creyó que iba a perecer en algún ventisquero; pero se encomendó a Dios, y luego torció no sé cómo y de repente vio que estaba a la puerta de mi casa. Me decía todo esto mientras se sacudía y llenaba de nieve el pavimento que yo barría con la escoba, mitad asombrado, mitad emocionado, al ver una fe primitiva tan sincera, que me avergonzaba y alentaba y que, sin duda, llenaba de alegría a los cielos.Ya seca, y sin nieve, y después de empuñar en las manos el rosario entró en la capilla muy escandalizada porque no venían los demás. Los héroes son así. No comprenden cómo los demás no son héroes como ellos.Después de Misa quise invitarla a tomar una taza de té o café que la fortaleciera para desandar el camino de la amargura; pero, antes de que yo acabara de quitar las vestiduras, ya empezó ella a adobarse para salir. Salió dando un portazo para que no entrara la nieve, y yo, por instinto, pegué las narices a los vidrios para ver cómo se las bandeaba.La pobre vieja trepó por el muro, pero cayó y el viento la arrastró unos pasos. Volvió a gatear muro arriba, ya toda blanca, y la perdí de vista en menos que se gasta en decirlo. Con gusto la hubiera yo guia-do; pero es de todos sabido que si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la trampa; y si uno se ahoga y le ve otro que no sabe nadar, menos malo es perder una vida que dos.Estos pensamientos crueles me asaltaban mientras recapacitaba sobre la suerte de la pobre vieja. Yo pasé otro día de encierro forzoso con los ejercicios de costumbre.

Abril 7, Viernes Santo
Dios aprieta, pero no ahoga. Hoy, al levantarme, vi con gozo que lucía el sol, y el viento había cesado, y la chimenea estaba muda. ¡Gracias a Dios! Después del desayuno tomé una pala, salí afuera y quedé como hombre que ve visiones al contemplar; atónito los efectos de esta tempestad sin igual.El telegrafista me informó que la velocidad máxima del viento había sido de 124 kilómetros por hora. En los anales de su oficina se conserva el registro de una tormenta de 138 kilómetros, sólo que tuvo lugar en el verano, cuando no hay nieve.Por entre las casas hay montículos de nieve, que no había antes. Desaparecieron los rastros, los senderos y hasta las mismas calles.Subido en la cima del muro famoso de nieve, tan alto como el tejado, con la pala al hombro, pude espaciar la vista por el horizonte y extasiarme ante aquel panorama blanco, mudo, inerte y como muerto.

A la tempestad ha sucedido una calma absoluta. Al noroeste hay espejismo y se divisan montes que no se ven a diario. La nieve envuelve el campanario. Trepo hasta la veleta abriendo delante de mí peldaños con la pala y, ya arriba, lo demás es sumamente encantador.Esta nieve es seca y dura; no moja ni' siquiera humedece, como si fuera arena; pero está compacta y apretada como cemento. Al cortar con la pala un bloque, éste se desliza campanario abajo con suavidad mayestática y se estrella en la hondonada contra un ribazo muy duro.Es cosa fácil arrancar bloques enormes que luego ruedan precipitadamente con sólo darles un leve empujón. Poco a poco queda descubierto el campanario por el lado por donde estaba cubierto, y sigo arrancando bloques más abajo hasta que me fatigo y lo dejo. Hay trabajo para varios días. En mi vida he visto tanta nieve.Por la tarde tuvimos el ejercicio de las Siete Palabras, adaptadas a su alcance con algunos himnos a propósito. Siguió luego el Via Crucis y terminamos con la adoración de la Cruz. Vino un grupo muy respetable. Entre cada Estación del Via Crucis cantan una estrofa del Stabat Mater en un latín mejor pro-nunciado de lo que yo esperaba.

El Sábado Santo por la tarde lo pasé en casa oyendo confesiones. No hay cosa que tanto le moleste al eskimal como fijarle tiempo y hora para hacer algo. Por eso les agrada oír anuncios como éste:“Mañana, Dios mediante, el Padre estará en casa desde mediodía hasta las ocho de la noche, desocupado y dispuesto a confesar a todos los que vengan a cualquiera de esas horas”.Y así sucede. Van viniendo separadamente, a intervalos mayores o menores, hasta que a eso de las ocho ya no viene nadie. El Domingo de Pascua se llenó la iglesia de católicos, infieles y cuákeros curiosos y tuvimos una Misa cantada muy hermosa, coronada con cuarenta comuniones.Hay que notar que hace diez años no había aquí vestigio alguno de catolicismo. Por la tarde tuvimos Bendición solemne con el Santísimo, que amenizaron con himnos muy bien ejecutados.

Al misionero le hormiguea un placer interior inexpicable al verse solo entre estos eskimales, que hacen la genuflexión en la iglesia y entonan himnos eucarísticos a Jesús Sacramentado.No hay duda que Jesús quiere vivir aquí. Ya se las arreglará El para hallar misioneros que, dejando las noventa y nueve ovejas en el aprisco, se aventuren a extraviarse por cerros y valles en busca de la oveja perdida que vive extraviada en las tribus eskimales, en los desiertos africanos, en los ríos sagrados de la encantada India, en las islas diminutas del Pacífico y en tantos otros eriales, del globo que habitamos.

Hoy la aldea de Kotzebue está un poco alborotada, porque cinco pescadores que andaban por la bahía, muy lejos, en busca de focas, no han vuelto ni dan señales de vida. `Corren de boca en boca historias de pescadores de antaño que fueron sorprendidos en tormentas como ésta, y el hielo se rajó y fueron llevados mar adentro camino del polo.

Unos aparecieron un año más tarde en las costas norteñas adonde un viento contrario y una marea favorable arrastró el bloque de hielo en que habían cabalgado tres o cuatro semanas; otros no volvieron, o porque se ahogaron o murieron de hambre, o porque el viento y la marea los arrastraron a las costas de Siberia donde tal vez vivieron felices y cargados ir hijos el resto de sus días.Acaso a alguno se 1c antoje esto una verdadera novela. Por desgracia aquí, en las lomas del Polo Norte, la realidad sobrepuja en fantasía a la novela más quijotesca.

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Rosario Serrano
soy diseñadora gráfica y profesora de religión y de lengua y literatura
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