HOMILIAS 36

15:07

Y fue que, en terminando Jesús de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, pasó de allí para enseñar y predicar en las ciudades de ellos. San Mateo 11,1.

213.- Juan no dudó personalmente de Cristo.
1. Como había el Señor enviado a sus discípulos, retiróse Él por un tiempo, con objeto de darles lugar y ocasión de realizar lo que les había ordenado. Porque de estar Él presente y curar por sí mismo, nadie hubiera querido acudir a sus discípulos. Mas oyendo Juan en la cárcel las obras de Cristo, envió a dos de sus discípulos y le preguntó diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Lucas cuenta que fueron los mismos discípulos quienes le refirieron a Juan los milagros de Cristo y que entonces fue cuando los envió. San Lucas 7,18. Lo cual no ofrece dificultad. Lo único que cabe considerar es la envidia hacia el Señor, que este pormenor pone también de manifiesto. El problema de verdad grave es lo que sigue. ¿En qué concretamente? En las palabras de Juan: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?

214.- Y es así que él, que conocía al Señor antes de que obrara milagros, que había sido instruido por el Espíritu Santo, que había oído la voz del Padre, que le había predicado delante de todo el pueblo, ahora envía a enterarse por Él mismo si era o no era Él el Mesías. La verdad es que, si tú no sabes a ciencia cierta quién es Cristo, ¿cómo piensas que se te pueda dar fe, afirmando lo que no sabes? El que viene a dar testimonio sobre otro, lo primero que necesita es que sea digno de crédito.
Ahora bien, ¿no dijiste tú: No soy digno de desatar la correa de su sandalia? San Lucas 3,16. ¿No dijiste tú: Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar en agua, ése fue quien me dijo: Sobre quien vieres bajar el Espíritu Santo y reposar sobre Él, ése es el que bautiza en Espíritu Santo? San Juan 1,33.

215.- ¿Acaso no oíste la voz del Padre? ¿No trataste tú de impedir que se bautizara, diciéndole: Yo soy el que tengo necesidad de ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? San Mateo 3,14. ¿No le decías tú a tus discípulos: Es menester que Él crezca y yo mengüe? San Juan 3,30. ¿No le enseñabas tú al pueblo entero que Él es el que bautiza en Espíritu Santo y en fuego, y que Él es el cordero de DIOS que quita el pecado del mundo? ¿No predicaste tú todo eso antes de los milagros y prodigios? ¿Cómo, pues, ahora, cuando es Él conocido de todo el mundo, cuando su fama ha corrido por todas partes, cuando ha resucitado muertos, y expulsado demonios, y obrado tantos otros prodigios, cómo es, digo, que ahora mandas una embajada para preguntarle a Él mismo? ¿Qué es lo que ha pasado?

216.- Todas tus anteriores palabras, ¿fueron acaso embuste, comedia y fábula? ¿Y quién, en su sana razón, pudiera decir tal cosa? No digo ya Juan, el que dio saltos en el seno de su madre, el que predicó a Cristo antes de nacer, el morador del desierto, el que llevó vida de ángeles; el hombre más vulgar y abyecto no hubiera dudado de Cristo después de tantos testimonios, los que Él había dado y los quede Él dieron otros. De donde evidentemente se concluye que no envió Juan su embajada porque dudara ni dirigió al Señor su pregunta porque ignorara quién era.

217.- Juan no obró tampoco por cobardía.
Porque tampoco puede decirse que, sí, Juan sabía muy bien quién era Cristo, pero que la prisión le había vuelto más cobarde. No. Juan no esperaba librarse de la cárcel, y si lo esperaba, no hubiera sido al precio de traicionar su piedad, estando como estaba preparado para mil muertes. De no haber estado así preparado, no hubiera mostrado tanto valor delante de un pueblo dispuesto siempre a derramar sangre de profetas, ni hubiera confundido con tanta libertad a aquel cruel tirano, en medio de la ciudad y de la plaza, reprendiéndole duramente en presencia de todo el mundo, como si fuera un chiquillo pequeño. Y si se dice que la prisión le hizo cobarde, ¿cómo no tuvo vergüenza de sus discípulos, ante los cuales había dado tan alto testimonio de Cristo, y por medio de ellos, cuando debía haberlo hecho por otros, dirigió al Señor su pregunta?

218.- No. La verdad es que Juan sabía muy bien que sus discípulos envidiaban al Señor y deseaban hallar algún asidero contra Él. ¿Y cómo no se sonrojó ante el pueblo judío, ante el que había predicado tantas cosas? ¿Y qué tenía que ver su embajada a Cristo con su liberación de la prisión? No habían metido a Juan en la cárcel por causa de Cristo ni porque hubiera pregonado su poder, sino por haber reprendido la unión ilegítima de Herodes. En otro caso, Juan hubiera merecido la calificación de niño insensato y de hombre sin juicio.

219.- Los discípulos de Juan, envidiosos del Señor.-
¿Qué intentó, pues, Juan, con su embajada? Que él no dudaba, como no podía dudar nadie por insensato y loco que lo supongamos, resulta evidente de cuanto llevamos dicho. Hay que buscar, pues, la solución por otro lado. ¿Por qué, pues, envió a preguntar? Porque sus discípulos eran desafectos al Señor, cosa evidente sin duda para todo el mundo, y sentían siempre celos de su gloria. Lo cual es también evidente por lo que decían a su propio maestro: Aquel, le decían, que estaba contigo al otro lado del Jordán, mira, ése bautiza y todos acuden a Él. San Juan 3,26. Y en otra ocasión hubo una discusión entre los judíos y los discípulos de Juan acerca de la purificación, y, acercándose también entonces al Señor, le dijeron: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y tus discípulos no ayunan? San Mateo 9,14.

220.- 2. Es que todavía no sabían quién era Jesús, sino que, teniéndole a éste por puro hombre y a Juan por más que hombre, les dolía ver que Jesús se hacía famoso, y Juan, en cambio, conforme a lo que él mismo dijera, iba disminuyendo. Esto les impedía acercarse a Él, pues la envidia les cerraba el paso. Ahora bien, mientras Juan estuvo entre ellos, jamás cesó de exhortarlos y enseñarlos, aunque no logró persuadirlos. Mas ahora que se siente próximo a su fin, pone en ello mayor empeño, pues temía no les dejara motivo para una falsa idea y se mantuvieran indefinidamente alejados de Cristo. Porque personalmente todo su interés desde el principio era llevar a Cristo, a todos los suyos; mas ya que antes no lo había conseguido, pone más empeño ahora que ya va a morir.

221.- Si les hubiera dicho: “Pasaos a Jesús, pues Él es mejor que yo, dada la inseparable adhesión con que le seguían, no los hubiera persuadido. Más bien hubieran pensado que hablaba así por modestia, y aún se le hubieran adherido más íntimamente. De callar, por otra parte, tampoco hubiera sacado nada. ¿Qué es, pues, lo que hace? Esperar a que sean discípulos mismos quienes le cuenten que Jesús hace milagros. Mas ni aun entonces les dirige exhortación particular ni envía indistintamente a todos. No, escoge sólo a dos, sin duda a los que sabía eran más dóciles que los demás, con lo que la pregunta no tendría sospecha alguna, y los manda a que se enteren por los hechos mismos de la diferencia que iba de Jesús a él.

222.- Y así les dice: Marchad y decidle: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Cristo, empero, que conocía la mente de Juan, no contestó sin más: Sí, yo lo soy; pues esto hubiera también chocado a sus oyentes, a pesar de que ésa era la respuesta más natural, sino que los dejó que sacaran ellos mismos la consecuencia de los hechos. Dice, en efecto, el evangelio, que al acercársele los discípulos de Juan, entonces fue cuando curó a muchos. A decir verdad, ¿qué ilación hay entre la pregunta que se le hace: Eres tú el que ha de venir, a la que no responde palabra, y ponerse inmediatamente a curar a los enfermos, si es que no intentaba probar lo que yo he dicho? A la verdad, el Señor tenía por más fidedigno y menos sospechoso el testimonio de los hechos que no el de las palabras.

223.- Conociendo, pues, como DIOS que era, el pensamiento con que Juan los había enviado, púsose inmediatamente a curar a ciegos, cojos y otros muchos, no para dar una lección a Juan, que estaba perfectamente convencido, sino a sus discípulos, que dudaban. Y, una vez realizadas las curaciones, les dijo: Marchad y contad a Juan lo que estáis oyendo y viendo: los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los ciegos recobran la vista, los sordos oyen, los muertos resucitan, y los pobres reciben la buena nueva. Y añadió: Y bienaventurado aquel para quien yo no sea ocasión de tropiezo. Con lo que les daba a entender que conocía sus íntimos pensamientos.

224.- Si les hubiera rotundamente contestado: “Sí, yo soy”, aparte que esto, como ya he dicho, les hubiera chocado, sin duda hubieran pensado, aun sin decirlo, lo que los judíos decían al Señor: Tú atestiguas sobre ti mismo. San Juan 8,13. De ahí que el Señor no les contesta eso, sino que los deja que saquen ellos la consecuencia de los milagros, con lo que quita toda sospecha a su enseñanza y la hace más clara. De ahí que también a ellos los arguya veladamente. Como realmente se escandalizaban en Él, el Señor les pone de manifiesto su enfermedad, si bien se la deja sólo para su conciencia, y a nadie hace testigo de su reprensión, sino a ellos mismos, que sabían de qué se trataba. Con ello se los atraía mejor hacia sí mismo, diciéndoles: Bienaventurado aquel para quien yo no fuere ocasión de tropiezo. A los discípulos de Juan apuntaba, en efecto, el Señor con estas palabras.

225.- Otra explicación de la conducta de Juan.-
Mas no quiero exponeros sólo mi propia explicación; quiero también que conozcáis la que dan otros, a fin de que, comparando la una con la otra, quede la verdad más esclarecida. Es, pues, menester que la citemos. ¿Qué explicación dan, pues, otros a este pasaje? Hay quienes dicen que la causa de la embajada no fue la que yo he dicho, sino que Juan ignoraba, aunque no lo ignoraba todo. Que Jesús era el Cristo, lo sabía muy bien Juan; lo que ignoraba era que hubiera también de morir por los hombres. De ahí su pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir? Es decir: “¿Eres tú el que ha de bajar al infierno?”. Esta explicación no puede tener razón alguna, puesto que tampoco eso lo ignoraba Juan. Eso fue justamente lo que él pregonó antes que nada; sobre eso dio su primer testimonio: He aquí –dice— el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. San Juan 1,29.

226.- Llamar cordero al Señor era predicar la cruz; y decir que Él quita el pecado del mundo es significar claramente lo mismo. No por otro medio, en efecto, que por la cruz había el Señor de quitar el pecado. Así lo dice también Pablo: Y la escritura que nos era contraria, quitóla también de en medio, clavándola en la cruz. Colosenses 2,14. En fin, decir que Él bautizaría en Espíritu Santo era profetizar lo que había de suceder después de la resurrección del Señor. Es que Juan, replican, sabía que el Señor había de resucitar y dar el Espíritu Santo, pero no que hubiera de ser crucificado. ¿Cómo había entonces de resucitar, sin haber sufrido ni sido crucificado? ¿Y cómo podía ser Juan más que profeta, si no sabía ni lo que dijeron los profetas?

227.- Juan no pudo ignorar la pasión, conocida de los profetas.-
3. Ahora bien, que Juan fue más que profeta, el mismo Cristo lo atestiguó. San Lucas 7,28. Y que los profetas conocieron la pasión del Señor, es cosa patente para todo el mundo. Así, Isaías 53,7 dice: Como oveja fue conducido al matadero y Él está mudo como cordero en manos del que le trasquila. Y antes de este testimonio había dicho: Y será la raíz de Jesé y el que se levanta para dominar sobre los pueblos; en Él pondrán los pueblos su esperanza. Isaías 11,10. Luego, hablando de la pasión y de la gloria que había de seguirle, prosigue diciendo: Y será su descanso, gloria. Y no sólo predijo Isaías que Cristo había de ser crucificado, sino con quiénes: Y fue contado, dice, entre los inicuos. Y no sólo eso, sino también como Él no había de defenderse: Él, dice, no abre su boca.

228.- Y que había de ser injustamente condenado: En su humillación, dice, fue quitado su juicio. Y antes que Isaías había dicho también esto David, que describe el tribunal: ¿Por qué, dice, han bramado las naciones y los pueblos han tramado designios vanos? Se presentaron los reyes de la tierra y los príncipes se juntaron en uno en contra del Señor y de su Ungido. Salmo 2,12. Y en otro salmo, habla David de la forma de su muerte en cruz: Taladraron mis manos y mis pies. Y luego describe con toda puntualidad los desmanes de los soldados: Se repartieron, dice, mis vestidos entre sí y sobre mis vestiduras echaron suertes. Salmo 21, 17.19. En otro llega a decir cómo le ofrecieron al Señor vinagre: Me dieron, dice, por bebida hiel y en mi sed me abrevaron con vinagre. Salmo 68,22.

229.- Ahora bien, los profetas hablan con tantos años de anticipación del tribunal, de la condenación a muerte, de los que habían de ser con Él crucificados, de la participación de los vestidos y de la suerte echada sobre ellos y de tantas otras cosas, pues no vamos a citarlas todas, haciendo interminable el discurso; y Juan, que era mayor que todos los profetas, ¿iba a ignorar todo eso? ¿Qué sentido habría en ello? Pues ¿por qué no dijo: eres tú el que ha de venir al infierno, sino simplemente: eres tú el que ha de venir? La respuesta que a esto dan es más ridícula que todo lo pasado. Dicen, en efecto, que Juan hablaba así porque quería, salido de este mundo, predicar en el infierno. Sería el momento de decir a estos intérpretes: Hermanos, no os hagáis niños de entendimiento, sino sed niños en la malicia. 1ª Corintios 14, 20.

230.- No, el tiempo de la buena o mala conducta es la vida presente; después de la muerte, ya no queda sino el juicio y el castigo. Porque en el infierno, dice el profeta, ¿quién te confesará? ¿Cómo fueron, pues, rotas las puertas de bronce y hechos pedazos los cerrojos de hierro? ¡Por el cuerpo del Señor! Entonces por vez primera apareció un cuerpo inmortal y capaz de deshacer el imperio de la muerte. Por otra parte, esto sólo quiere decir que quedó destruida la fuerza de la muerte, pero no que se perdonaran los pecados de los que habían muerto antes del advenimiento de Cristo. De no ser así, de admitir que Cristo libró del infierno a todos los que allí había antes de su venida, ¿cómo es que dice: Se tratará más benignamente a la tierra de Sodoma y de Gomorra? San Lucas 10,12.

231.- Porque esto quiere decir que Sodoma y Gomorra serán castigadas con más benignidad, sin duda; pero castigadas desde luego. Y a la verdad, ya en este mundo sufrieron el más terrible castigo, pero ni aun eso las eximirá del otro. Pues si éstas han de ser castigadas, mucho más quienes nada sufrieron en el mundo.

232.- La suerte de los que vivieron antes de Cristo.-
Entonces, me dirás, ¿no se comete una injusticia con los que vivieron antes de Cristo? De ninguna manera, pues entonces era posible salvarse sin necesidad de confesar a Cristo. Porque no se les exigía eso, sino solamente no idolatrar y conocer al verdadero DIOS: El Señor DIOS tuyo, dice la Escritura, es un Señor solo. Deuteronomio 6,4. Los Macabeos fueron admirados, porque sufrieron cuanto sufrieron por la guarda de la ley, y como ellos los tres jóvenes del horno de Babilonia y otros muchos de entre los judíos que llevaron vida irreprochable, y a quienes, por haberse mantenido en la medida de su conocimiento de DIOS, no se les exigió nada más.

233.- Porque entonces, como ya he dicho, bastaba para la salvación el solo conocimiento de DIOS; ahora ya no basta solo, sino que es menester conocer también a Cristo. De ahí que Él mismo dijera, San Juan 15, 22: Si no hubiera yo venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado; ahora, empero, no tienen excusa de su pecado. Lo mismo acontece en orden a la conducta. Entonces sólo el homicidio perdía al que lo cometía; ahora se pierde hasta el que se irrita.

234.- Entonces, sólo el adulterio y la unión con la mujer ajena acarreaba castigo; ahora, el mero mirar con ojos impúdicos. De suerte que, en la misma medida del conocimiento, la conducta ha de ser ahora más perfecta. Por otra parte, si después de la muerte han de salvarse los incrédulos por medio de la fe, nadie se condenaría jamás; pues ha de venir un momento en que todos se arrepentirán y adorarán al Señor. Y que esto sea verdad, oye cómo lo dice Pablo: Toda lengua confesará y toda rodilla se doblará en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Filipenses 2,11. Y: El último enemigo aniquilado será la muerte. 1ª Corintios 15, 26. Ningún provecho sacarán, sin embargo, los condenados de esta sumisión, pues no procederá de una voluntad libre y reconocida, sino, como si dijéramos, de la necesidad misma de las cosas.

235.- Premio o castigo, inexorable para quienes obren el bien o el mal.-
4. No introduzcamos, pues, en adelante esas doctrinas de viejas y fábulas judaicas. Oye desde luego lo que sobre eso dice Pablo: Cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán. Aquí habla de los que vivieron antes de la ley. Y cuantos en la ley pecaron, por medio de la ley serán juzgados. Aquí se refiere a todos los que vinieren después de Moisés. Y: Porque la ira de DIOS se revela desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres. Y: indignación, ira, tribulación y angustia sobre toda alma de hombre que obra el mal, del judío primeramente y también del griego. Romanos 2,12; 1,18; 3,8-9.

236.- Y a la verdad, infinitos fueron los males que entonces sufrieron los gentiles, como nos lo ponen bien de manifiesto las historias profanas, a par de nuestras Escrituras sagradas. ¿Quién podrá, en efecto, contar las catástrofes de los babilonios y de los egipcios? Ahora, que quienes no conocieron a Cristo antes de su advenimiento en carne, pero se apartaron de la idolatría y llevaron vida irreprochable, gozarán de toda suerte de bienes, oye cómo lo dice también el Apóstol: Gloria, honor y paz a todo el que obra el bien, al judío primero y también al griego. Romanos 2, 10. Ya veis, pues, cómo también a los gentiles se les reservan grandes recompensas, así como castigos y suplicios a quienes hacen lo contrario.

237.- Los que no creen en el Infierno.
¿Dónde están, pues, los que no creen en el infierno? Porque si quienes vivieron antes del advenimiento de Cristo, no obstante no haber oído ni el nombre del infierno ni el de la resurrección, no obstante los castigos que ya sufrieron en esta vida, serán también castigados en la otra, ¿cuánto más no lo seremos nosotros, que hemos sido instruidos en doctrinas de tan alta sabiduría? Mas ¿no será contra razón, objetarás, que quienes no oyeron ni hablar del infierno vayan a caer en él? Porque siempre le podrán decir a DIOS: Si nos hubieras amenazado con el infierno, hubiéramos sido más temerosos y nos hubiéramos contenido mejor. Seguramente que sí, y no como nosotros, que, a pesar de que oímos hablar del infierno diariamente, ni aun así atendemos a nuestra vida.

238.- Mas, aparte de esto, hay que decir también que el que no se contiene por los castigos inmediatos, tampoco se contendrá con los que son sólo amenaza para la eternidad. Pues es así que a quienes hacen menos uso de su razón y son de más groseras disposiciones, más los suele sofrenar lo que tienen delante y ha de suceder inmediatamente que los que se les amenaza para mucho tiempo después. Mas a nosotros, insistes, se nos infunde mayor miedo. ¿No se les hace en ello injuria a los anteriores a Cristo? En modo alguno.

239.- Porque en primer lugar no habían aquellos de librar combates iguales a los nuestros, sino que los nuestros son mucho mayores. Ahora bien, los que han de realizar mayores trabajos, necesitan también mayor ayuda. Y ayuda es, no pequeña, el acrecentamiento del temor. Y si nosotros les llevamos ventaja en conocer mejor la vida futura, ellos nos la llevaron en que sufrían inmediatamente los más grandes castigos.

240.- No es contra justicia que el pecado se castigue en esta vida y en la otra.
Otra objeción pone también a esto el vulgo. ¿Dónde está, dicen, la justicia de DIOS, si a quien sólo en esta vida pecó se le castiga en ésta y en la otra? ¿Queréis, pues, que os recuerde cómo habláis vosotros mismos, para que no me deis a mi trabajo con vuestras objeciones, sino que deis la solución de vuestra propia cosecha? Yo he oído a muchos de nuestros hombres cómo, al saber la ejecución, en la cárcel, de un criminal, se indignaban y hablaban así: Ese infame, ese abominable asesino ha cometido treinta o más muertes, y él ha sufrido una sola. ¿Dónde está la justicia? De suerte que vosotros mismos confesáis que no basta una sola muerte por castigo. ¿Cómo es, pues, que aquí sentenciáis en contra? Porque no juzgáis a otros, sino a vosotros mismos. Tan grave obstáculo es el amor propio para no ver la justicia.

241.- De ahí que, cuando juzgamos a los otros, todo lo examinamos con minuciosidad; pero si somos jueces en causa propia, andamos entre sombras. Si examináramos la cosa en nosotros como en los demás, daríamos fallo imparcial. Porque también nosotros hemos cometido pecados que merecen no dos ni tres, sino innumerables muertes. Dejando a un lado otros pecados, recordemos cuántos participan indignamente de la Eucaristía. Ahora bien, esos tales son reos del cuerpo y de la sangre del Señor 1ª Corintios 11,27. Así, cuando hables de un asesino, considérate a ti mismo. El asesino mató a un hombre, tú eres reo de haber pasado a cuchillo al Señor. Aquél, sin haber participado de la Eucaristía; nosotros, gozando de la mesa sagrada.

242.- ¿Y qué decir de los que muerden y devoran por la envidia a sus hermanos. Gálatas 5,16. Y sobre ellos derraman su veneno. ¿Qué de los que arrebatan el sustento de los pobres? Porque si ya el que no da de lo suyo es criminal, ¿qué será el que toma de lo ajeno? ¡Los avaros son peores que una banda de salteadores! ¡Los rapaces son peores que muchos asesinos y profanadores de sepulcros!

243.- ¡Cuántos después de despojar a su prójimo desean también beber su propia sangre! ¡DIOS nos libre! ¡Ni hablar de esa atrocidad! Sí, ahora gritas: ¡DIOS nos libre! Di cuando tienes un enemigo: ¡DIOS nos libre!, y acuérdate entonces de mis palabras y lleva vida ajustada a la más estricta perfección, no sea que también a nosotros nos espere la suerte de Sodoma y no padezcamos lo que Gomorra y no corramos la suerte de tirios y sidonios. O, por decir mejor, para no ofender a Cristo, que es más grave y más espantoso que el infierno; porque yo no cesaré de gritar continuamente que ofender a Cristo es más grave y espantoso que el mismo infierno.

244.- Así os exhorto a que sintáis también vosotros, pues así nos libraremos del mismo infierno y gozaremos de la gloria de Cristo. La cual ojalá todos alcancemos por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILIAS 36

miércoles, 31 de marzo de 2010
Y fue que, en terminando Jesús de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, pasó de allí para enseñar y predicar en las ciudades de ellos. San Mateo 11,1.

213.- Juan no dudó personalmente de Cristo.
1. Como había el Señor enviado a sus discípulos, retiróse Él por un tiempo, con objeto de darles lugar y ocasión de realizar lo que les había ordenado. Porque de estar Él presente y curar por sí mismo, nadie hubiera querido acudir a sus discípulos. Mas oyendo Juan en la cárcel las obras de Cristo, envió a dos de sus discípulos y le preguntó diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Lucas cuenta que fueron los mismos discípulos quienes le refirieron a Juan los milagros de Cristo y que entonces fue cuando los envió. San Lucas 7,18. Lo cual no ofrece dificultad. Lo único que cabe considerar es la envidia hacia el Señor, que este pormenor pone también de manifiesto. El problema de verdad grave es lo que sigue. ¿En qué concretamente? En las palabras de Juan: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?

214.- Y es así que él, que conocía al Señor antes de que obrara milagros, que había sido instruido por el Espíritu Santo, que había oído la voz del Padre, que le había predicado delante de todo el pueblo, ahora envía a enterarse por Él mismo si era o no era Él el Mesías. La verdad es que, si tú no sabes a ciencia cierta quién es Cristo, ¿cómo piensas que se te pueda dar fe, afirmando lo que no sabes? El que viene a dar testimonio sobre otro, lo primero que necesita es que sea digno de crédito.
Ahora bien, ¿no dijiste tú: No soy digno de desatar la correa de su sandalia? San Lucas 3,16. ¿No dijiste tú: Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar en agua, ése fue quien me dijo: Sobre quien vieres bajar el Espíritu Santo y reposar sobre Él, ése es el que bautiza en Espíritu Santo? San Juan 1,33.

215.- ¿Acaso no oíste la voz del Padre? ¿No trataste tú de impedir que se bautizara, diciéndole: Yo soy el que tengo necesidad de ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? San Mateo 3,14. ¿No le decías tú a tus discípulos: Es menester que Él crezca y yo mengüe? San Juan 3,30. ¿No le enseñabas tú al pueblo entero que Él es el que bautiza en Espíritu Santo y en fuego, y que Él es el cordero de DIOS que quita el pecado del mundo? ¿No predicaste tú todo eso antes de los milagros y prodigios? ¿Cómo, pues, ahora, cuando es Él conocido de todo el mundo, cuando su fama ha corrido por todas partes, cuando ha resucitado muertos, y expulsado demonios, y obrado tantos otros prodigios, cómo es, digo, que ahora mandas una embajada para preguntarle a Él mismo? ¿Qué es lo que ha pasado?

216.- Todas tus anteriores palabras, ¿fueron acaso embuste, comedia y fábula? ¿Y quién, en su sana razón, pudiera decir tal cosa? No digo ya Juan, el que dio saltos en el seno de su madre, el que predicó a Cristo antes de nacer, el morador del desierto, el que llevó vida de ángeles; el hombre más vulgar y abyecto no hubiera dudado de Cristo después de tantos testimonios, los que Él había dado y los quede Él dieron otros. De donde evidentemente se concluye que no envió Juan su embajada porque dudara ni dirigió al Señor su pregunta porque ignorara quién era.

217.- Juan no obró tampoco por cobardía.
Porque tampoco puede decirse que, sí, Juan sabía muy bien quién era Cristo, pero que la prisión le había vuelto más cobarde. No. Juan no esperaba librarse de la cárcel, y si lo esperaba, no hubiera sido al precio de traicionar su piedad, estando como estaba preparado para mil muertes. De no haber estado así preparado, no hubiera mostrado tanto valor delante de un pueblo dispuesto siempre a derramar sangre de profetas, ni hubiera confundido con tanta libertad a aquel cruel tirano, en medio de la ciudad y de la plaza, reprendiéndole duramente en presencia de todo el mundo, como si fuera un chiquillo pequeño. Y si se dice que la prisión le hizo cobarde, ¿cómo no tuvo vergüenza de sus discípulos, ante los cuales había dado tan alto testimonio de Cristo, y por medio de ellos, cuando debía haberlo hecho por otros, dirigió al Señor su pregunta?

218.- No. La verdad es que Juan sabía muy bien que sus discípulos envidiaban al Señor y deseaban hallar algún asidero contra Él. ¿Y cómo no se sonrojó ante el pueblo judío, ante el que había predicado tantas cosas? ¿Y qué tenía que ver su embajada a Cristo con su liberación de la prisión? No habían metido a Juan en la cárcel por causa de Cristo ni porque hubiera pregonado su poder, sino por haber reprendido la unión ilegítima de Herodes. En otro caso, Juan hubiera merecido la calificación de niño insensato y de hombre sin juicio.

219.- Los discípulos de Juan, envidiosos del Señor.-
¿Qué intentó, pues, Juan, con su embajada? Que él no dudaba, como no podía dudar nadie por insensato y loco que lo supongamos, resulta evidente de cuanto llevamos dicho. Hay que buscar, pues, la solución por otro lado. ¿Por qué, pues, envió a preguntar? Porque sus discípulos eran desafectos al Señor, cosa evidente sin duda para todo el mundo, y sentían siempre celos de su gloria. Lo cual es también evidente por lo que decían a su propio maestro: Aquel, le decían, que estaba contigo al otro lado del Jordán, mira, ése bautiza y todos acuden a Él. San Juan 3,26. Y en otra ocasión hubo una discusión entre los judíos y los discípulos de Juan acerca de la purificación, y, acercándose también entonces al Señor, le dijeron: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y tus discípulos no ayunan? San Mateo 9,14.

220.- 2. Es que todavía no sabían quién era Jesús, sino que, teniéndole a éste por puro hombre y a Juan por más que hombre, les dolía ver que Jesús se hacía famoso, y Juan, en cambio, conforme a lo que él mismo dijera, iba disminuyendo. Esto les impedía acercarse a Él, pues la envidia les cerraba el paso. Ahora bien, mientras Juan estuvo entre ellos, jamás cesó de exhortarlos y enseñarlos, aunque no logró persuadirlos. Mas ahora que se siente próximo a su fin, pone en ello mayor empeño, pues temía no les dejara motivo para una falsa idea y se mantuvieran indefinidamente alejados de Cristo. Porque personalmente todo su interés desde el principio era llevar a Cristo, a todos los suyos; mas ya que antes no lo había conseguido, pone más empeño ahora que ya va a morir.

221.- Si les hubiera dicho: “Pasaos a Jesús, pues Él es mejor que yo, dada la inseparable adhesión con que le seguían, no los hubiera persuadido. Más bien hubieran pensado que hablaba así por modestia, y aún se le hubieran adherido más íntimamente. De callar, por otra parte, tampoco hubiera sacado nada. ¿Qué es, pues, lo que hace? Esperar a que sean discípulos mismos quienes le cuenten que Jesús hace milagros. Mas ni aun entonces les dirige exhortación particular ni envía indistintamente a todos. No, escoge sólo a dos, sin duda a los que sabía eran más dóciles que los demás, con lo que la pregunta no tendría sospecha alguna, y los manda a que se enteren por los hechos mismos de la diferencia que iba de Jesús a él.

222.- Y así les dice: Marchad y decidle: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Cristo, empero, que conocía la mente de Juan, no contestó sin más: Sí, yo lo soy; pues esto hubiera también chocado a sus oyentes, a pesar de que ésa era la respuesta más natural, sino que los dejó que sacaran ellos mismos la consecuencia de los hechos. Dice, en efecto, el evangelio, que al acercársele los discípulos de Juan, entonces fue cuando curó a muchos. A decir verdad, ¿qué ilación hay entre la pregunta que se le hace: Eres tú el que ha de venir, a la que no responde palabra, y ponerse inmediatamente a curar a los enfermos, si es que no intentaba probar lo que yo he dicho? A la verdad, el Señor tenía por más fidedigno y menos sospechoso el testimonio de los hechos que no el de las palabras.

223.- Conociendo, pues, como DIOS que era, el pensamiento con que Juan los había enviado, púsose inmediatamente a curar a ciegos, cojos y otros muchos, no para dar una lección a Juan, que estaba perfectamente convencido, sino a sus discípulos, que dudaban. Y, una vez realizadas las curaciones, les dijo: Marchad y contad a Juan lo que estáis oyendo y viendo: los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los ciegos recobran la vista, los sordos oyen, los muertos resucitan, y los pobres reciben la buena nueva. Y añadió: Y bienaventurado aquel para quien yo no sea ocasión de tropiezo. Con lo que les daba a entender que conocía sus íntimos pensamientos.

224.- Si les hubiera rotundamente contestado: “Sí, yo soy”, aparte que esto, como ya he dicho, les hubiera chocado, sin duda hubieran pensado, aun sin decirlo, lo que los judíos decían al Señor: Tú atestiguas sobre ti mismo. San Juan 8,13. De ahí que el Señor no les contesta eso, sino que los deja que saquen ellos la consecuencia de los milagros, con lo que quita toda sospecha a su enseñanza y la hace más clara. De ahí que también a ellos los arguya veladamente. Como realmente se escandalizaban en Él, el Señor les pone de manifiesto su enfermedad, si bien se la deja sólo para su conciencia, y a nadie hace testigo de su reprensión, sino a ellos mismos, que sabían de qué se trataba. Con ello se los atraía mejor hacia sí mismo, diciéndoles: Bienaventurado aquel para quien yo no fuere ocasión de tropiezo. A los discípulos de Juan apuntaba, en efecto, el Señor con estas palabras.

225.- Otra explicación de la conducta de Juan.-
Mas no quiero exponeros sólo mi propia explicación; quiero también que conozcáis la que dan otros, a fin de que, comparando la una con la otra, quede la verdad más esclarecida. Es, pues, menester que la citemos. ¿Qué explicación dan, pues, otros a este pasaje? Hay quienes dicen que la causa de la embajada no fue la que yo he dicho, sino que Juan ignoraba, aunque no lo ignoraba todo. Que Jesús era el Cristo, lo sabía muy bien Juan; lo que ignoraba era que hubiera también de morir por los hombres. De ahí su pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir? Es decir: “¿Eres tú el que ha de bajar al infierno?”. Esta explicación no puede tener razón alguna, puesto que tampoco eso lo ignoraba Juan. Eso fue justamente lo que él pregonó antes que nada; sobre eso dio su primer testimonio: He aquí –dice— el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. San Juan 1,29.

226.- Llamar cordero al Señor era predicar la cruz; y decir que Él quita el pecado del mundo es significar claramente lo mismo. No por otro medio, en efecto, que por la cruz había el Señor de quitar el pecado. Así lo dice también Pablo: Y la escritura que nos era contraria, quitóla también de en medio, clavándola en la cruz. Colosenses 2,14. En fin, decir que Él bautizaría en Espíritu Santo era profetizar lo que había de suceder después de la resurrección del Señor. Es que Juan, replican, sabía que el Señor había de resucitar y dar el Espíritu Santo, pero no que hubiera de ser crucificado. ¿Cómo había entonces de resucitar, sin haber sufrido ni sido crucificado? ¿Y cómo podía ser Juan más que profeta, si no sabía ni lo que dijeron los profetas?

227.- Juan no pudo ignorar la pasión, conocida de los profetas.-
3. Ahora bien, que Juan fue más que profeta, el mismo Cristo lo atestiguó. San Lucas 7,28. Y que los profetas conocieron la pasión del Señor, es cosa patente para todo el mundo. Así, Isaías 53,7 dice: Como oveja fue conducido al matadero y Él está mudo como cordero en manos del que le trasquila. Y antes de este testimonio había dicho: Y será la raíz de Jesé y el que se levanta para dominar sobre los pueblos; en Él pondrán los pueblos su esperanza. Isaías 11,10. Luego, hablando de la pasión y de la gloria que había de seguirle, prosigue diciendo: Y será su descanso, gloria. Y no sólo predijo Isaías que Cristo había de ser crucificado, sino con quiénes: Y fue contado, dice, entre los inicuos. Y no sólo eso, sino también como Él no había de defenderse: Él, dice, no abre su boca.

228.- Y que había de ser injustamente condenado: En su humillación, dice, fue quitado su juicio. Y antes que Isaías había dicho también esto David, que describe el tribunal: ¿Por qué, dice, han bramado las naciones y los pueblos han tramado designios vanos? Se presentaron los reyes de la tierra y los príncipes se juntaron en uno en contra del Señor y de su Ungido. Salmo 2,12. Y en otro salmo, habla David de la forma de su muerte en cruz: Taladraron mis manos y mis pies. Y luego describe con toda puntualidad los desmanes de los soldados: Se repartieron, dice, mis vestidos entre sí y sobre mis vestiduras echaron suertes. Salmo 21, 17.19. En otro llega a decir cómo le ofrecieron al Señor vinagre: Me dieron, dice, por bebida hiel y en mi sed me abrevaron con vinagre. Salmo 68,22.

229.- Ahora bien, los profetas hablan con tantos años de anticipación del tribunal, de la condenación a muerte, de los que habían de ser con Él crucificados, de la participación de los vestidos y de la suerte echada sobre ellos y de tantas otras cosas, pues no vamos a citarlas todas, haciendo interminable el discurso; y Juan, que era mayor que todos los profetas, ¿iba a ignorar todo eso? ¿Qué sentido habría en ello? Pues ¿por qué no dijo: eres tú el que ha de venir al infierno, sino simplemente: eres tú el que ha de venir? La respuesta que a esto dan es más ridícula que todo lo pasado. Dicen, en efecto, que Juan hablaba así porque quería, salido de este mundo, predicar en el infierno. Sería el momento de decir a estos intérpretes: Hermanos, no os hagáis niños de entendimiento, sino sed niños en la malicia. 1ª Corintios 14, 20.

230.- No, el tiempo de la buena o mala conducta es la vida presente; después de la muerte, ya no queda sino el juicio y el castigo. Porque en el infierno, dice el profeta, ¿quién te confesará? ¿Cómo fueron, pues, rotas las puertas de bronce y hechos pedazos los cerrojos de hierro? ¡Por el cuerpo del Señor! Entonces por vez primera apareció un cuerpo inmortal y capaz de deshacer el imperio de la muerte. Por otra parte, esto sólo quiere decir que quedó destruida la fuerza de la muerte, pero no que se perdonaran los pecados de los que habían muerto antes del advenimiento de Cristo. De no ser así, de admitir que Cristo libró del infierno a todos los que allí había antes de su venida, ¿cómo es que dice: Se tratará más benignamente a la tierra de Sodoma y de Gomorra? San Lucas 10,12.

231.- Porque esto quiere decir que Sodoma y Gomorra serán castigadas con más benignidad, sin duda; pero castigadas desde luego. Y a la verdad, ya en este mundo sufrieron el más terrible castigo, pero ni aun eso las eximirá del otro. Pues si éstas han de ser castigadas, mucho más quienes nada sufrieron en el mundo.

232.- La suerte de los que vivieron antes de Cristo.-
Entonces, me dirás, ¿no se comete una injusticia con los que vivieron antes de Cristo? De ninguna manera, pues entonces era posible salvarse sin necesidad de confesar a Cristo. Porque no se les exigía eso, sino solamente no idolatrar y conocer al verdadero DIOS: El Señor DIOS tuyo, dice la Escritura, es un Señor solo. Deuteronomio 6,4. Los Macabeos fueron admirados, porque sufrieron cuanto sufrieron por la guarda de la ley, y como ellos los tres jóvenes del horno de Babilonia y otros muchos de entre los judíos que llevaron vida irreprochable, y a quienes, por haberse mantenido en la medida de su conocimiento de DIOS, no se les exigió nada más.

233.- Porque entonces, como ya he dicho, bastaba para la salvación el solo conocimiento de DIOS; ahora ya no basta solo, sino que es menester conocer también a Cristo. De ahí que Él mismo dijera, San Juan 15, 22: Si no hubiera yo venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado; ahora, empero, no tienen excusa de su pecado. Lo mismo acontece en orden a la conducta. Entonces sólo el homicidio perdía al que lo cometía; ahora se pierde hasta el que se irrita.

234.- Entonces, sólo el adulterio y la unión con la mujer ajena acarreaba castigo; ahora, el mero mirar con ojos impúdicos. De suerte que, en la misma medida del conocimiento, la conducta ha de ser ahora más perfecta. Por otra parte, si después de la muerte han de salvarse los incrédulos por medio de la fe, nadie se condenaría jamás; pues ha de venir un momento en que todos se arrepentirán y adorarán al Señor. Y que esto sea verdad, oye cómo lo dice Pablo: Toda lengua confesará y toda rodilla se doblará en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Filipenses 2,11. Y: El último enemigo aniquilado será la muerte. 1ª Corintios 15, 26. Ningún provecho sacarán, sin embargo, los condenados de esta sumisión, pues no procederá de una voluntad libre y reconocida, sino, como si dijéramos, de la necesidad misma de las cosas.

235.- Premio o castigo, inexorable para quienes obren el bien o el mal.-
4. No introduzcamos, pues, en adelante esas doctrinas de viejas y fábulas judaicas. Oye desde luego lo que sobre eso dice Pablo: Cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán. Aquí habla de los que vivieron antes de la ley. Y cuantos en la ley pecaron, por medio de la ley serán juzgados. Aquí se refiere a todos los que vinieren después de Moisés. Y: Porque la ira de DIOS se revela desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres. Y: indignación, ira, tribulación y angustia sobre toda alma de hombre que obra el mal, del judío primeramente y también del griego. Romanos 2,12; 1,18; 3,8-9.

236.- Y a la verdad, infinitos fueron los males que entonces sufrieron los gentiles, como nos lo ponen bien de manifiesto las historias profanas, a par de nuestras Escrituras sagradas. ¿Quién podrá, en efecto, contar las catástrofes de los babilonios y de los egipcios? Ahora, que quienes no conocieron a Cristo antes de su advenimiento en carne, pero se apartaron de la idolatría y llevaron vida irreprochable, gozarán de toda suerte de bienes, oye cómo lo dice también el Apóstol: Gloria, honor y paz a todo el que obra el bien, al judío primero y también al griego. Romanos 2, 10. Ya veis, pues, cómo también a los gentiles se les reservan grandes recompensas, así como castigos y suplicios a quienes hacen lo contrario.

237.- Los que no creen en el Infierno.
¿Dónde están, pues, los que no creen en el infierno? Porque si quienes vivieron antes del advenimiento de Cristo, no obstante no haber oído ni el nombre del infierno ni el de la resurrección, no obstante los castigos que ya sufrieron en esta vida, serán también castigados en la otra, ¿cuánto más no lo seremos nosotros, que hemos sido instruidos en doctrinas de tan alta sabiduría? Mas ¿no será contra razón, objetarás, que quienes no oyeron ni hablar del infierno vayan a caer en él? Porque siempre le podrán decir a DIOS: Si nos hubieras amenazado con el infierno, hubiéramos sido más temerosos y nos hubiéramos contenido mejor. Seguramente que sí, y no como nosotros, que, a pesar de que oímos hablar del infierno diariamente, ni aun así atendemos a nuestra vida.

238.- Mas, aparte de esto, hay que decir también que el que no se contiene por los castigos inmediatos, tampoco se contendrá con los que son sólo amenaza para la eternidad. Pues es así que a quienes hacen menos uso de su razón y son de más groseras disposiciones, más los suele sofrenar lo que tienen delante y ha de suceder inmediatamente que los que se les amenaza para mucho tiempo después. Mas a nosotros, insistes, se nos infunde mayor miedo. ¿No se les hace en ello injuria a los anteriores a Cristo? En modo alguno.

239.- Porque en primer lugar no habían aquellos de librar combates iguales a los nuestros, sino que los nuestros son mucho mayores. Ahora bien, los que han de realizar mayores trabajos, necesitan también mayor ayuda. Y ayuda es, no pequeña, el acrecentamiento del temor. Y si nosotros les llevamos ventaja en conocer mejor la vida futura, ellos nos la llevaron en que sufrían inmediatamente los más grandes castigos.

240.- No es contra justicia que el pecado se castigue en esta vida y en la otra.
Otra objeción pone también a esto el vulgo. ¿Dónde está, dicen, la justicia de DIOS, si a quien sólo en esta vida pecó se le castiga en ésta y en la otra? ¿Queréis, pues, que os recuerde cómo habláis vosotros mismos, para que no me deis a mi trabajo con vuestras objeciones, sino que deis la solución de vuestra propia cosecha? Yo he oído a muchos de nuestros hombres cómo, al saber la ejecución, en la cárcel, de un criminal, se indignaban y hablaban así: Ese infame, ese abominable asesino ha cometido treinta o más muertes, y él ha sufrido una sola. ¿Dónde está la justicia? De suerte que vosotros mismos confesáis que no basta una sola muerte por castigo. ¿Cómo es, pues, que aquí sentenciáis en contra? Porque no juzgáis a otros, sino a vosotros mismos. Tan grave obstáculo es el amor propio para no ver la justicia.

241.- De ahí que, cuando juzgamos a los otros, todo lo examinamos con minuciosidad; pero si somos jueces en causa propia, andamos entre sombras. Si examináramos la cosa en nosotros como en los demás, daríamos fallo imparcial. Porque también nosotros hemos cometido pecados que merecen no dos ni tres, sino innumerables muertes. Dejando a un lado otros pecados, recordemos cuántos participan indignamente de la Eucaristía. Ahora bien, esos tales son reos del cuerpo y de la sangre del Señor 1ª Corintios 11,27. Así, cuando hables de un asesino, considérate a ti mismo. El asesino mató a un hombre, tú eres reo de haber pasado a cuchillo al Señor. Aquél, sin haber participado de la Eucaristía; nosotros, gozando de la mesa sagrada.

242.- ¿Y qué decir de los que muerden y devoran por la envidia a sus hermanos. Gálatas 5,16. Y sobre ellos derraman su veneno. ¿Qué de los que arrebatan el sustento de los pobres? Porque si ya el que no da de lo suyo es criminal, ¿qué será el que toma de lo ajeno? ¡Los avaros son peores que una banda de salteadores! ¡Los rapaces son peores que muchos asesinos y profanadores de sepulcros!

243.- ¡Cuántos después de despojar a su prójimo desean también beber su propia sangre! ¡DIOS nos libre! ¡Ni hablar de esa atrocidad! Sí, ahora gritas: ¡DIOS nos libre! Di cuando tienes un enemigo: ¡DIOS nos libre!, y acuérdate entonces de mis palabras y lleva vida ajustada a la más estricta perfección, no sea que también a nosotros nos espere la suerte de Sodoma y no padezcamos lo que Gomorra y no corramos la suerte de tirios y sidonios. O, por decir mejor, para no ofender a Cristo, que es más grave y más espantoso que el infierno; porque yo no cesaré de gritar continuamente que ofender a Cristo es más grave y espantoso que el mismo infierno.

244.- Así os exhorto a que sintáis también vosotros, pues así nos libraremos del mismo infierno y gozaremos de la gloria de Cristo. La cual ojalá todos alcancemos por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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soy diseñadora gráfica y profesora de religión y de lengua y literatura
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