HOMILIA 33 - san Juan Crisóstomo

16:50

Mirad que yo os envío como corderos entre lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Mateo 10,16.

86.- Corderos entre lobos.

1. Ya les ha infundido el Señor confianza a sus discípulos acerca del necesario sustento; les ha abierto todas las puertas y les ha señalado una forma digna de entrar: no como vagabundos y mendigos, sino como superiores a los mismos que los habían de recibir. Eso les quiso mostrar al decirles: Digno es el trabajador de que se le pague su salario; eso al ordenarles preguntar quién fuera en cada lugar persona digna y en casa de ella hospedarse, eso al mandarles saludar con la paz a quienes los recibieran, y eso, en fin, por los castigos con que amenazó a quienes los rechazaran; de este modo los ha librado ya de toda preocupación; los ha armado con el poder de hacer milagros, y, al apartarlos de todo lo terreno y librarlos de todo cuidado temporal, les ha hecho como de hierro y de diamante.

87.- Ahora es venido el momento de decirles los males que a ellos mismos habían de venirles, no sólo los que poco después habían de suceder, sino también los de tiempo muy posterior, con lo que muy de antemano los preparaba para la guerra contra el diablo. Muchas cosas conseguía el Señor de este modo. Primero, que conocieran la fuerza de su presciencia. Segundo, que nadie pudiera sospechar que por flaqueza del maestro acontecía todo aquello a sus discípulos. Tercero, que los que habían de sufrirlo no se espantaran como de cosa inesperada y fuera de lo normal. Cuarto, que al oír esto, al tiempo mismo de la cruz, no se turbaran. A la verdad, eso fue lo que les pasó entonces, como se lo reprende Él mismo diciéndoles: Porque os he dicho estas cosas, la tristeza ha llenado vuestro corazón, y nadie de vosotros me pregunta: ¿Dónde vas? San Juan 16, 5-6.

88.- Y, sin embargo, nada les dicen aún sobre sí mismo: que había de ser prendido y azotado y muerto, pues no quería con tales cosas turbar sus almas. De momento sólo les predice lo que ellos mismos tendrían que sufrir. Quiéreles seguidamente hacer ver que esta guerra es nueva, y peregrino el modo de combatir, pues los envía por el mundo desnudos de todo, con una sola túnica, sin sandalias, sin bastón ni dinero en el cinturón y sin alforjas, con orden de alimentarse en casa de quienes los reciban. Mas ni aquí detiene el Señor su discurso; para hacer alarde de su poder inefable, prosigue diciéndoles: “Y yendo así por el mundo, habéis de dar muestras de mansedumbre de ovejas, y de ovejas que van a ir a lobos, y no ir como quiera, sino estar en medio de los lobos”.

89.- Y no sólo manda el Señor a sus discípulos que tengan mansedumbre de ovejas, sino también sencillez de paloma. Porque yo, parece decirles, quiero señaladamente hacer muestra de mi poder en que las ovejas venzan a los lobos; en que, estando ellas en medio de los lobos, y no obstante sus infinitas dentelladas, no sólo no acaben con ellas, sino que sean ellas más bien las que conviertan a los lobos. Más maravilloso, mayor hazaña que matarlos, es hacerles cambiar de sentir, transformar enteramente su alma. Y eso que los apóstoles no eran más de doce y los lobos llenaban la tierra entera.

90.- Avergoncémonos los que hacemos lo contrario, los que atacamos como lobos a nuestros enemigos. Porque mientras somos ovejas, vencemos; aun cuando nos rodeen por todas partes manadas de lobos, los superamos y dominamos. Pero si nos hacemos lobos, quedamos derrotados, pues nos falta al punto mismo la ayuda del pastor. Como quiera que Él apaciente ovejas y no lobos, te abandona y se aleja de ti, pues no le permites que muestre su poder. Si, cuando se te hace un daño, tú muestras mansedumbre, a Él se atribuye todo el triunfo; pero si tú también acometes y descargas puñetazos, echas una sombra sobre la victoria. Mas considerad, por otra parte, os ruego, quiénes son estos a quienes se dirigen estos mandatos duros y trabajosos. Gentes cobardes y vulgares, hombres iletrados e ignorantes, totalmente desconocidos, que jamás entendieron de leyes del mundo, que jamás fueron capaces de salir a pública plaza; pescadores, en fin, y publicanos, llenos de defectos infinitos.

91.- Y si tales mandamientos son bastante a turbar aun a las almas grandes y elevadas, ¿cómo no habían de derribar y espantar a quienes no tenían experiencia de ninguna clase y que jamás habían soñado en acción alguna noble? Y, sin embargo, no los derribaron. Y con mucha razón, dirá tal vez alguno, pues les había el Señor dado poder de limpiar a los leprosos y expulsar a los demonios. Mas yo respondería que justamente lo que más podía turbarlos era que quienes tenían poder de resucitar a los muertos hubieran de sufrir tamaños males, como tribunales, cárceles y suplicios, guerras de todas partes, odio de toda la tierra. Todo eso les esperaba a quienes tenían poder de hacer milagros. ¿Cuál era, pues, el verdadero consuelo en medio de todos esos trabajos? El poder de quien les enviaba. De ahí que el Señor mismo, eso puso delante de todo: He aquí que yo os envío. Esto basta para vuestro consuelo, esto basta para que tengáis confianza y no temáis a los que os atacan.

92.- La prudencia de la serpiente.

2. ¡Mirad qué autoridad, mirad qué poder, mirad qué potencia invencible del Señor!. Como si dijera: “No os turbéis de que os envío como ovejas entre lobos y de que os mando que seáis sencillos como palomas. Hubiera podido ciertamente hacer lo contrario y no permitir que sufrierais mal alguno; hubiera podido hacer que no estuvierais bajo los lobos, sino que fuerais más espantables que leones. Sin embargo, os conviene que así sea. Esto os hará a vosotros más gloriosos y pregonará mejor mi poder. Es lo que el Señor le decía a Pablo: Te basta con mi gracia, pues mi poder se muestra en la flaqueza. 2ª Corintios 12, 9. Yo soy, pues, quien he hecho que así seáis”. Eso es lo que quiere dar a entender cuando dice: “Yo os envío como ovejas. No os desalentéis, pues; porque yo sé, yo sé muy bien que de este modo habéis de ser inatacables.

93.- Luego, por que también ellos pusieran algo de su parte y no pareciera que todo había de ser obra de la gracia; por que no pensaran, en fin, que se les iba a coronar sin más ni más, prosigue diciendo: Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Mas ¿de qué va a servir, parecen responderle, toda nuestra prudencia en medio de tantos peligros? Y hasta: ¿Cómo podemos en absoluto ser prudentes, agitados que estemos por tamañas oleadas? Por muy prudente que sea la oveja en medio de lobos, y de tantos lobos, ¿qué conseguirá con toda su prudencia? Por muy sencilla que sea la paloma, ¿qué aprovechará su sencillez cuando se le echen encima tantos gavilanes? Tratándose de animales irracionales, ni prudencia ni sencillez sirven para nada; pero en vosotros, de mucho.

94.- Mas veamos qué prudencia es lo que aquí pide el Señor. Prudentes como la serpiente, nos dice. Como la serpiente lo abandona todo, y aun cuando le hagan pedazos el cuerpo, no hace mucho caso de ello, con tal de guardar indemne la cabeza, así vosotros, parece decir el Señor, entregadlo todo antes que la fe, aun cuando fuera menester perder las riquezas, el cuerpo, la vida misma. La fe es la cabeza y la raíz. Si ésa se conserva indemne, aun cuando todo lo pierdas, todo lo recuperarás más espléndidamente. De ahí que no nos mandó el Señor que seamos sólo sencillos e ingenuos, ni sólo prudentes. Para que haya virtud, quiso que una y otra cosa fueran a la par. Para que no recibamos golpe en los puntos mortales tomó de la serpiente la prudencia; la sencillez, de la paloma, para que no nos venguemos de los que nos agravian, ni busquemos daño a quienes nos arman sus asechanzas.

95.- Si esta sencillez no se le añade, ¿para qué sirve la prudencia? ¿Qué puede entonces haber más duro que estos preceptos? ¿No era bastante tener que sufrir? No, responde el Señor. Yo no os permito ni que os irritéis, pues tal es la naturaleza de la paloma. Es como si uno mandara echar una caña seca en el fuego y mandara que no se quemara la caña, sino que apagara ella el fuego. Sin embargo, no nos alborotemos. Lo que el Señor predijo, sucedió; lo que mandó, fue cumplido y se mostró en las obras mismas. Los apóstoles fueron prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas, y ciertamente que no eran de naturaleza diferente, sino de la misma que nosotros.

96.- Nadie tenga, pues, por imposibles estos mandamientos. Mejor que nadie sabe el Señor mismo la naturaleza de las cosas, y Él sabe perfectamente que la insolencia es fuego que no se extingue con otra insolencia, sino con la mansedumbre. Y si queréis ver cómo así se cumple en la práctica, no tenéis cuántas veces el pueblo de los judíos se levantaba contra los apóstoles y afilaban sus dientes contra ellos; y cómo éstos, imitando a la paloma, les respondían con la debida modestia, y así apaciguaban su furor, y calmaban su furia, y deshacían todos sus ataques. Así, cuando les dijeron: ¿No os mandamos por mandato que no hablarais palabra en ese nombre?, aun cuando podían ellos haber hecho entonces mil milagros, no dijeron ni hicieron cosa alguna áspera, sino con toda mansedumbre se defendieron diciendo: Juzgad vosotros mismos si es justo obedeceros a vosotros antes que a Dios. Actos 5,28; 4,19. 97. Ya habéis visto la sencillez de la paloma; mirad ahora la prudencia de la serpiente: Porque nosotros no podemos menos de hablar de lo que hemos visto y oído. ¿Veis cómo por todas partes es menester que seamos perfectos, de suerte que ni los peligros nos abatan ni la ira nos arrebate?

98.- De las pruebas que esperan a los Apóstoles.-

De ahí que prosiga el Señor: Precaveos contra los hombres, porque ellos os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas. Y seréis conducidos ante gobernadores y reyes por causa mía, en testimonio para ellos y para las naciones. Nuevamente les obliga el Señor a estar vigilantes, pues por todas partes les ofrece sufrimientos, y a ellos, en cambio, no les permite hacer mal alguno. Por donde hemos de aprender que en el sufrir está la victoria y de ahí hemos de levantar nuestros trofeos. Porque no dijo: “Luchad también vosotros y resistid a los que os quieren hacer daño”. No. Lo único que dijo fue que los suyos tendrían que sufrir los últimos suplicios.

99.- 3. ¡Oh! ¡Cuán grande es el poder de quien así habla! ¡Cuán grande la filosofía de los que escuchan! A la verdad, muy de admirar es cómo, oyendo tales palabras, no se echaron a correr de allí; ellos, hombres tímidos, que en su vida habían pasado más allá del lago en que pescaban sus peces. Maravilla es también cómo no pensaron y se dijeron a sí mismos: “¿Y adónde vamos a huir ahora? Contra nosotros están los tribunales, contra nosotros los reyes y los gobernadores, las sinagogas de los judíos, los pueblos de los gentiles, los gobernantes y los gobernados”. Porque con aquellas palabras no sólo les señaló el Señor la Palestina y lo que en ella tendrían que sufrir, sino que de antemano les puso delante las luchas que les habrían de venir de la tierra entera. Seréis conducidos, les dice, ante los gobernadores y reyes.

100.- Con lo que les da a entender que más tarde los había de enviar como heraldos suyos a las naciones. La tierra entera, pues, has hecho enemiga nuestra; contra nosotros has armado a todos sus habitantes: pueblos, tiranos y reyes. Porque aún es más espantoso lo que sigue, si es que por causa nuestra han de ser los hombres fratricidas, filicidas y parricidas. Porque entregará, dice, el hermano al hermano a la muerte, y el padre al hijo, y se levantarán los hijos contra los padres y les darán la muerte. ¿Cómo, pues, pudieran haber dicho los apóstoles, cómo van a creer los demás, si ven que por causa nuestra los hijos son asesinados por los padres, y los hermanos por los hermanos, y que está el mundo todo lleno de abominaciones?

101.- ¿No nos arrojarán de todas partes como a genios maléficos, como a malditos y corruptores de la tierra, si ven que está el mundo empapado en sangre de parientes por tales crímenes? ¡Absolutamente!. Porque si las llenamos de muertes tales, ¡bonita la paz que vamos a dar a las casas adonde entremos! Por otra parte, si fuéramos más de doce, si no fuéramos unos pobres, vulgares e ignorantes, sino sabios y oradores elocuentes y, mejor aún, si fuéramos reyes que cuentan con sus grandes ejércitos y sus grandes riquezas... Pero así, ¿cómo persuadir a nadie, si, por añadidura, encendemos guerras intestinas, y peores aún que intestinas? Aun cuando despreciáramos nuestra propia vida, ¿quién de los otros se nos adherirá?

102.- Nada de esto, sin embargo, pensaron ni dijeron los apóstoles, ni pidieron tampoco razón al Señor de lo que les mandaba. A ellos sólo les tocaba obedecer y callar. Lo cual no se debía sólo a su virtud, sino principalmente a la sabiduría de su maestro.

103.- Consuelos en las pruebas.

Porque habéis de mirar cómo a cada uno de sus sufrimientos juntó también el consuelo. Así, contra quienes no los recibieran, decía: Con más blandura será tratada en el día del juicio la tierra de Sodoma y Gomorra que la ciudad aquella. San Mateo 10,15. Y lo mismo aquí, después de decir: Ante gobernadores y reyes seréis llevados, añadió luego: Por causa mía, en testimonio para ellos y para las naciones. Y no es pequeño consuelo padecer todo por amor de Cristo y para confusión de judíos y gentiles. Porque DIOS, aun cuando nadie atienda a ello, cumple siempre sus designios. Ahora que esto consolaba a los apóstoles, no porque desearan el castigo de sus perseguidores. No. El motivo de su confianza era porque tenían siempre consigo al que todo eso les había predicho y de antemano lo sabía, y porque no sufren como malvados y malhechores.

104.- Juntamente con eso, no es pequeño el consuelo que añade cuando les dice: Y cuando os entregaren, no os preocupéis sobre cómo y qué hablaréis, porque en aquel momento se os dará lo que habréis de hablar. Porque no seréis vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que habla en vosotros. No quería el Señor que le dijeran: ¿Cómo podremos convencer a nadie, si tales cosas nos suceden? De ahí mandarles que tuvieran confianza en su defensa. En otra parte les dice: Yo os daré palabra y sabiduría. San Lucas 21,15. Y aquí: El Espíritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros. Con lo que el Señor eleva a sus apóstoles a dignidad de profetas.

105.- Por eso, una vez que les hubo dicho la fuerza que les daba, habló también de los males que habían de venir, de las muertes y sangre derramada. Porque el hermano, dice, entregará al hermano a la muerte, y el padre al hijo, y los hijos se levantarán contra sus padres y los entregarán a la muerte. Y ni aun aquí se detuvo el Señor, sino que añadió algo más horrible todavía, capaz de conmover a una roca: Y seréis aborrecidos por todos. Pero también aquí está el consuelo a la puerta. Todo eso, les dice, lo sufriréis por causa de mi nombre. Y otro motivo seguidamente: Más el que resistiera hasta el fin, ése se salvará.

106.- Otro motivo para levantar el ánimo de los apóstoles encerraban todas estas palabras del Señor, a saber, que había de ser tan alta la fuerza de la predicación, que despreciaría la naturaleza, rechazaría el parentesco y pondrían por encima de todo aquella palabra divina que todo lo arrastraba con su poder. Porque si la tiranía de la naturaleza no es capaz de resistir a vuestra palabra, sino que queda vencida y pisoteada, ¿qué otra cosa podrá ya venceros? Sin embargo, no porque así haya de ser ha de deslizarse vuestra vida en suave tranquilidad, sino que tendréis por enemigos a todos los habitantes de la tierra.

107.- Contraste entre los filósofos antiguos y los Apóstoles.

4. ¿Dónde está ahora Platón? ¿Dónde Pitágoras? ¿Dónde la turbamulta de los estoicos? Platón, después de gozar tan alto honor, hasta punto tal fue despreciado que vino a ser vendido por esclavo y no fue capaz de realizar una sola de sus teorías ni en la corte de un solo tirano; y Pitágoras, después de traicionar a sus discípulos, terminó miserablemente su vida. Y todas las basuras de los cínicos pasaron como un sueño y una sombra. Y, sin embargo, nada tuvieron que sufrir los filósofos que pueda compararse a los sufrimientos de los apóstoles, sino que su filosofía profana los hacía aparecer como hombres ilustres, y los atenienses mostraban públicamente las cartas que Dión había escrito a Platón.

108.- Los filósofos pasaban cómodamente toda su vida y amontonaban no pequeñas riquezas. Así, por ejemplo, Aristipo se compraba las más caras heteras; otro dejaba por testamento una pingüe herencia; otro andaba por encima de sus discípulos, que formaban un puente con sus dorsos. De Diógenes cuentan que en pública plaza hacía sus indecencias. Tales son las glorias de los filósofos. Aquí, empero, nada semejante puede verse; todo es aquí la más pura templanza y la más perfecta modestia; guerra, si, contra todo el mundo por la verdad y la piedad, un morir o dejarse matar día a día; pero después de esto, levantar los más gloriosos trofeos de victoria.

109.- Los Apóstoles, superiores a los grandes hombres paganos.

Pero tienen, me dirás, los gentiles algunos grandes generales, como Pericles y Temístocles. Mas también las hazañas de éstos son puro juego comparadas con las de los pescadores. ¿Qué puedes, en efecto, contar con Temístocles? qué aconsejó a los atenienses embarcarse en las naves cuando Jerjes atacó. El diablo, es, quien invade, y con él, la tierra entera, y con la tierra, otras incontables legiones de demonios, y atacan a estos doce pescadores, y, sin embargo, fueron vencidos y dominados, no en una ocasión solamente, sino cuanto a los apóstoles duró la vida. Y lo más admirable es que no vencían matando a sus adversarios, sino convirtiéndolos y transformándolos. Porque hay que tener siempre muy presente esta observación: que los apóstoles no mataban ni aniquilaban a quienes les hacían la guerra, sino que, tomándolos semejantes a demonios, les hacían luego competir con los ángeles.

110.- Su hazaña consistía en librar a la naturaleza humana de la perversa tiranía de los demonios, expulsando a estos maléficos y perturbadores espíritus de en medio de las plazas y casas y hasta del desierto mismo. Testigos son los coros de los monjes que los apóstoles esparcieron por dondequiera, purificando así no sólo la tierra habitada, sino también la inhabitable. Y lo de verdad admirable es que su victoria no venía de luchar con fuerzas iguales; toda su fuerza venía del sufrimiento. Allí los tenía, en efecto, a su disposición a aquellos doce hombres ignorantes y vulgares, a quienes encarcelaban, y azotaban, y traían y llevaban, pero no podían jamás cerrarles la boca.

111.- Como es imposible atar un rayo de sol, tan imposible fue atar la lengua de los apóstoles. La causa de ello estaba en que no eran ellos, sino la fuerza del Espíritu Santo la que hablaba. De este modo, por ejemplo, Pablo venció al rey Agripa y hasta al mismo Nerón, el que por su maldad venció a todos los hombres: Porque el Señor, dice, me asistió y me fortaleció, y me arrancó de la boca del león. 2ª Timoteo 4,17. Pero lo que vosotros habéis de admirar es cómo oyendo los apóstoles decir al Señor: No os preocupéis, ellos le creyeron y aceptaron su palabra y no hubo mal que los amedrentara.

112.- Y si me respondierais que bastante consuelo les dio el Señor con decirles: El Espíritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros; yo los admiro más que nada porque no duraron de ello ni pidieron se los librara de tantos males; males que no habían de sufrir durante uno o dos años, sino durante su vida entera. Eso, efectivamente, les da a entender el Señor cuando les dice: El que resistiere hasta el fin, ése se salvará. Y es que no quiere el Señor que todo dependa de Él solo, sino que tengan también ellos su merecimiento. Mirad, si no, volviendo atrás, cómo parte viene del Señor, parte les toca a los discípulos. El hacer milagros viene del Señor; el no poseer nada toca a los apóstoles. Igualmente, tener abiertas todas las casas es obra de la gracia celeste; pero el no exigir nada más que lo necesario toca a la sabiduría de los apóstoles: Porque digno es el trabajador de que se le pague su salario.

113.- Dar la paz es dádiva de Dios; mas el buscar a los dignos y no entrar en todas las casas indiferentemente, toca a la continencia de los apóstoles. Castigar a los que no los reciban, pertenece a DIOS; pero apartarse de ellos con modestia, sin insultarlos ni maldecirlos, toca a la mansedumbre de los apóstoles. Dar al Espíritu Santo y librarlos de toda solicitud, es gracia de quien los envía; pero convertirse en ovejas y palomas y sufrirlo todo generosamente, es obra de la firmeza y prudencia de los apóstoles. Ser odiados y no desfallecer y resistir, les pertenece a ellos; pero el salvar a los que resisten es obra de quien los envía. De ahí que les dijera: El que resistiere hasta el fin, ése se salvará.

114.- Constancia y sobrehumano valor de los apóstoles.

5. Como haya muchos que son muy fervorosos en sus comienzos y luego desfallecen, de ahí que diga aquí el Señor que lo que Él busca es el fin. ¿Para qué valen, en efecto, unas plantas que a los comienzos florecen y poco después se marchitan? No; el Señor exige de los suyos una resistencia constante. No quería se pudiera decir que todo lo había hecho Él y que no era maravilla ninguna de los apóstoles fueran lo que fueron, cuando nada duro tuvieron que sufrir. De ahí que les diga que la perseverancia les era necesaria. Porque si es cierto, parece decirles, que os libro de los primeros peligros, es porque os reservo para otros más graves, y a éstos sucederán otros, y, mientras alentareis, jamás cesaréis de ser perseguidos. Eso fue, en efecto, lo que quiso darles a entender al decirles: El que resistiere hasta el fin, ése se salvará.

115.- Y justamente por eso, habiendo aquí dicho: No os preocupéis de lo que habéis de hablar, en otra parte dice: Estad preparados para la defensa ante todo el que os pida razón de vuestra esperanza. 1ª Pedro 3,15. Cuando la lucha es entre amigos, nos manda que nosotros también estemos preocupados; mas cuando se trata de un tribunal espantoso, de turbas enfurecidas y de terror por todas partes, entonces nos ofrece su propio apoyo para que tengamos buen ánimo y hablemos sin acobardarnos ni traicionar jamás la justicia. Realmente, grande espectáculo hubo de ser ver a unos hombres que habían pasado su vida junto a un lago, entre pieles o en un mostrador de alcabalero, entrar solos, encadenados y con los ojos bajos, ante los tiranos sentados en su trono, rodeados de sátrapas y guardia armada, desnudas las espadas y con todo el pueblo en pie, y que aun tuvieran aquellos hombres valor para abrir la boca.

116.- Porque no les daban lugar a hablar ni a defender sus doctrinas, sino que intentaban hacerlos morir a palos como a comunes corruptores de toda la tierra. Éstos son, se decía, y aquí están los que trastornan toda la tierra. Y otra vez: Estos predican contra los decretos del César y dicen que Cristo es Rey. Actos 17, 6-7. Los tribunales estaban en todas partes prevenidos con tales sospechas, y mucha ayuda de lo alto era menester para poner en claro estas dos cosas: primero, que las doctrinas que ellos predicaban eran verdaderas; y segundo, que no se oponían a las leyes comunes. Ni su fervor en predicar su doctrina tenía que hacer sospechosos a los apóstoles en intentar una subversión de las leyes estatuidas, ni su empeño por no mostrarse contrarios a éstas corromper la pureza de la doctrina misma. Todo lo cual es de ver en Pablo y en Pedro, y en los demás apóstoles, que a uno y a otro punto atendieron con la conveniente prudencia.

117.- La verdad es que por todo lo descubierto de la tierra se los acusaba de sediciosos, revolucionarios e innovadores. Sin embargo, ellos lograron no sólo rechazar tales sospechas, sino que se los proclamara luego por todo lo contrario; por salvadores, por protectores y bienhechores del mundo entero. Y todo esto lo lograron a fuerza de paciencia. De ahí que Pablo decía: Cada día me estoy muriendo. 1ª Corintios 15,31. Y de hecho, toda su vida la pasó entre peligros de muerte.

118.- Invectiva contra la actual tibieza.

¿Qué mereceremos, pues, nosotros cuando, teniendo tan altos ejemplos, aun en la paz somos muelles y caemos? Sin que nadie nos haga la guerra, somos pasados a cuchillo; sin que nadie nos persiga, vivimos abatidos; en la paz se nos manda salvarnos, y ni aun eso conseguimos. Los apóstoles, cuando la tierra ardía y la hoguera se propagaba por el mundo entero, se arrojaban a las llamas mismas y de allí arrebataban a los que se estaban abrasando, nosotros, empero, no somos capaces ni de preservarnos a nosotros mismos. ¿Qué confianza, pues, qué perdón podemos tener? No nos amenazan ahora azotes ni cárceles, ni gobernadores, ni sinagogas, ni peligro alguno semejante; todo lo contrario: somos nosotros los que mandamos y dominamos.

119.- Y, en efecto, los emperadores son cristianos; tenemos preeminencias, gloria, descanso, y ni aun así vencemos. Aquéllos, conducidos diariamente al suplicio, marcados sus cuerpos de cardenales y con llagas por todas partes, sentían placer semejante o mayor que los moradores mismos del paraíso; nosotros, empero, que ni por sueños hemos soportado nada semejante, somos más blandos que la cera. Más aquéllos, me dirás, hacían milagros. ¿Acaso por eso no los azotaban? ¿Acaso porque hacían milagros no se los perseguía? Y lo admirable es que muchas veces tenían que sufrir todo eso de parte de los mismos a quienes habían hecho sus beneficios, sin turbarse de que se les devolviera mal por bien; tú, empero, por el más pequeño favor que hagas, si luego tienes que sufrir una molestia de parte de tu favorecido, te alborotas y te turbas y te arrepientes del bien que hiciste.

120.- Hay que adiestrarse antes de la lucha: ejemplo de Job.

6. Ahora bien, si otra vez, lo que Dios no permita que jamás suceda, se declarara la guerra a la Iglesia y estallará la persecución, considerad cómo haríamos el ridículo y cuán grande seria nuestra ignominia. Y con mucha razón. Porque si un atleta no se adiestra en la palestra, ¿cómo puede brillar en los combates? ¿Qué atleta que no haya conocido entrenador alguno podrá hacer nada grande y noble contra su adversario llegado el momento de los juegos olímpicos? ¿Es qué nosotros no debiéramos cada día ejercitarnos en la lucha, en el pugilato y en la carrera? ¿No habéis visto cómo los atletas, cuando no tienen a mano un adversario, cuelgan un saco lleno de arena y contra él ejercitan toda su fuerza? Los que son algo más jóvenes, en los cuerpos de sus compañeros se entrenan contra los que serán luego sus enemigos.

121.- Imitad vosotros a todos éstos y ejercitaos en las luchas de la filosofía. Realmente muchos hay que tratan de provocaros a ira o de incitar vuestra concupiscencia y encender en vuestra alma toda una hoguera de deseos. Resistid, pues, firmemente contra las pasiones, sufrid generosamente los dolores del espíritu por que podáis soportar también los del cuerpo. Ahí tenéis al santo Job; si no se hubiera ejercitado muy bien antes del combate, no hubiera brillado tan gloriosamente en el combate mismo. Si no hubiera trabajado por sentirse ajeno a todo dolor, seguramente hubiera pronunciado alguna palabra atrevida al saber la muerte de sus hijos.

122.- Pero la verdad es que se mantuvo firme en todas las arremetidas del enemigo: la pérdida de su riqueza y desaparición de toda aquella opulencia, la muerte de sus hijos, la compasión de su mujer, las llagas de su cuerpo, los insultos de sus amigos, las injurias de sus mismos esclavos. ¿Queréis saber cómo se ejercitaba? Oíd lo que nos dice sobre su desprecio de la riqueza: Si me alegré, dice, cuando me venía abundancia de riqueza, si no puse el oro en el mismo orden que el polvo, si puse mi confianza en la piedra preciosa. Job 31, 24-25. Por eso, como no puso en la riqueza su codicia cuando la tenía, tampoco se turbó cuando le fue arrebatada. Oíd cómo gobernaba a sus hijos, no con excesiva blandura, como nosotros, sino exigiéndoles la más rigurosa perfección. Porque quien por los ocultos pecados de ellos ofrecía sacrificios, considerad cuán riguroso juez sería de los manifiestos.

123.- Y si quieres oír sus combates sobre la castidad, escucha lo que dice: Concerté convenio con mis ojos de no mirar jamás a doncella. Job 31,1. Por eso tampoco su mujer pudo derribarle; la amaba antes ciertamente, pero no más allá de la medida, sino como es razonable se ame a la propia mujer. De ahí que yo me maraville que, sabiendo el diablo cómo se había Job ejercitado, se le ocurriera la idea de que podía vencerle en el combate. ¿Cómo pudo, pues, ocurrírsele la idea? Porque es una fiera perversa y no desespera jamás, lo cual es justamente grave acusación contra nosotros que el diablo jamás desespere de nuestra perdición y nosotros desconfiemos de nuestra salvación. Pero mirad también cómo meditó Job en la mutilación y penas del cuerpo.

124.- Personalmente nada tuvo que sufrir él de tales penalidades, pues vivió siempre en riqueza, bienestar y opulencia; pero sí que diariamente consideraba las ajenas desgracias. Así lo pone de manifiesto cuando dice: El miedo que yo temía me ha venido; y lo que yo barruntaba, me ha acontecido. Job 3,25. Y otra vez: Yo he llorado sobre todo impotente y he gemido sobre todo el que he visto necesitado. Job 30, 25. De ahí que, cuando sobre él cayeron todos aquellos grandes incomportables males que sabemos, nada fue parte para turbarle. Porque no habéis de mirar solamente la pérdida de sus riquezas, la muerte de sus hijos, aquella úlcera incurable de su carne, las insidias de su mujer. Hay cosas más duras aún que todo eso. ¿Y qué cosa más dura, me dirás, pudo sufrir el santo Job? Por su historia nada más sabemos.

125.- No sabemos nada más porque estamos dormidos, pues el que lo mira con cuidado, el que busca y rebusca bien la piedra preciosa, halla mucho más que todo eso. Lo más grave, en efecto, lo que era bastante a causarle la más profunda turbación, eran otras cosas. En primer lugar, no saber nada con claridad acerca del reino de los cielos y de la resurrección de los muertos. Que es lo que él mismo llorando, decía: Porque no viviré eternamente para que pueda tener paciencia. Job 7,16.

126.- Segundo, la conciencia que tenía de sus muchas buenas obras. Tercero, no tener conciencia de mal alguno. Cuarto, pensar que todos aquellos sufrimientos le venían de DIOS; y si le venían del diablo, también esto era parte para escandalizarle. Quinto, oír a sus amigos, que falsamente le acusaban de maldad: No es aún tan grande tu azote, le decían, como tus pecados lo merecen. Job 11,6. Sexto, ver la prosperidad en que vivían los malvados y cómo le insultaban a él. Séptimo, no poder mirar a otro que hubiera jamás sufrido como él.

127.- Se prosigue el elogio de Job.

7. Más si queréis daros cuenta de cuán grande sea el mérito de Job, considerad lo que ahora sucede. Ahora, cuando esperamos el reino de los cielos y la resurrección de los muertos y bienes inefables, no obstante nuestra conciencia de males infinitos, no obstante los ejemplos que se nos proponen y la filosofía que se nos enseña, cuando perdemos un puñado de oro, fruto muchas veces de nuestra rapiña, la vida nos parece insoportable. Y, sin embargo, ni la mujer nos ataca, ni se nos quita a los hijos, ni nos reprochan los amigos, ni nos insultan los esclavos, antes bien, muchos hay que nos consuelan, unos de palabra y otros de obra. ¿Qué coronas, pues, no merecerá Job, que vio dispersos en un momento, y sin más ni más, bienes que eran fruto de su justo trabajo, que sufrió luego toda aquella tormenta de calamidades, sobre él caídas como una granizada?

128.- Y, sin embargo, permaneció en todas inmóvil y en todas le rindió al Dueño soberano el conveniente tributo del hacimiento de gracias. Porque, aun cuando todo lo demás lo pasáramos en silencio, las palabras solas de su mujer bastaban para conmover a las peñas. Mirad, si no, la astucia con que procede. No le recuerda las riquezas, no le recuerda los camellos, ni los rebaños de ovejas y de bueyes, pues sabía ella muy bien la filosofía de su marido sobre todo aquello; sólo le recuerda lo que había de ser mucho más doloroso, es decir, la pérdida de los hijos, y aquí se extiende ella con trágico acento y añade luego lo que quiere por su cuenta. Ahora bien, muchos en plena prosperidad, sin tener que sufrir molestia alguna, se dejaron muchas veces persuadir de sus mujeres.

129.- Pues considerad cuán brava hubo de ser aquella alma que rechazó a la mujer que le acometía con tales armas y logró pasar por encima de las más avasalladoras pasiones, como son el amor y la compasión. A la verdad, muchos que fueron capaces de dominar el amor fueron rendidos por la compasión. Así, aquel valeroso José, que dominó el más tiránico de los placeres y rechazó a la mujer bárbara, no obstante todas sus maquinaciones para derribarle, no fue luego capaz de contener las lágrimas, y al ver a sus hermanos, los mismos que le habían ofendido, se conmovió profundamente, y arrojando la máscara reveló todo el drama por él mismo preparado.

130.- Pues suponed ahora que sea la propia mujer la que venga a decir cosas lastimeras, que tenga por añadidura la ocasión por aliada, las heridas, los golpes y todo el oleaje de calamidades, ¿Cómo no tener por más dura que el diamante al alma que no se deja impresionar poco ni mucho por esa tormenta? Dejadme hablar con libertad: si el santo Job no fue superior, por lo menos no fue inferior a los apóstoles.

131.- Job, gran figura en su época.

A los apóstoles los consolaba ciertamente el sufrir por Cristo, y este solo pensamiento era parte para levantarlos diariamente; y bien se ve cómo el Señor lo pone en todas partes al decir: por causa mía, por mí; o: si a mí, que soy el dueño de la casa, me han llamado Belcebú. San Mateo 10,25; Job, empero, nada supo de este consuelo, nada del de los milagros, nada del de la gracia, que no tuvo, efectivamente, tanta fuerza del Espíritu Santo. Y lo más importante de todo es ciertamente la circunstancia de haber sufrido lo que sufrió después de una vida de prosperidad, después de gozar tan alto honor, y no, como los apóstoles, salidos de su oficio de pescador o alcabalero y de una vida miserable. Y lo que nos parece más duro de sufrir en los apóstoles, eso mismo lo sufrió Job, a saber: ser odiado por sus amigos, por sus familiares, por sus enemigos, lo mismo que por quienes habían sido por él favorecidos, sin que le fuera dado ver aquella áncora y aquel puerto sin tormentas que es la palabra dicha a los apóstoles: Por causa mía.

132.- Comparación con los jóvenes de Babilonia.

Yo admiro también a los tres jóvenes del horno de Babilonia porque desafiaron al horno y se rebelaron contra el tirano. Mas oíd como hablan: A tus dioses no les servimos, y la estatua que has levantado no la adoramos. Daniel 3,18. Ese fue su mayor consuelo: saber que cuanto sufrían, por DIOS lo sufrían. Mas Job no sabía que sus sufrimientos eran pruebas y lucha, pues de haberlo sabido, no los hubiera sentido. Por lo menos cuando oyó que DIOS le decía: ¿Acaso crees que te he hablado por otro motivo que por que aparecieras justo? Job 40,3, hay que ver cómo respiró por esa simple palabra, cómo se humilló a sí mismo, cómo pensó no haber sufrido nada de lo que había sufrido. Y así dice: ¿Por qué soy todavía juzgado, cuando es el Señor mismo el que me corrige y arguye, aun cuando yo no soy nada? Y otra vez: Antes te había oído con oído de mi oreja; pero ahora mi ojo te ha visto. Por eso me he despreciado a mí mismo, y me he derretido, y me tengo a mí mismo por polvo y ceniza. Job 42,5-6.

133.- Exhortación final: Imitemos el valor del santo Job.

Imitemos también nosotros este valor y esta modestia; nosotros, los que hemos venido después de la ley y de la gracia, al que vivió antes de la ley y de la gracia, a fin de que podamos tener parte en los tabernáculos eternos, a los que ojalá lleguemos todos por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amen.

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HOMILIA 33 - san Juan Crisóstomo

domingo, 27 de diciembre de 2009
Mirad que yo os envío como corderos entre lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Mateo 10,16.

86.- Corderos entre lobos.

1. Ya les ha infundido el Señor confianza a sus discípulos acerca del necesario sustento; les ha abierto todas las puertas y les ha señalado una forma digna de entrar: no como vagabundos y mendigos, sino como superiores a los mismos que los habían de recibir. Eso les quiso mostrar al decirles: Digno es el trabajador de que se le pague su salario; eso al ordenarles preguntar quién fuera en cada lugar persona digna y en casa de ella hospedarse, eso al mandarles saludar con la paz a quienes los recibieran, y eso, en fin, por los castigos con que amenazó a quienes los rechazaran; de este modo los ha librado ya de toda preocupación; los ha armado con el poder de hacer milagros, y, al apartarlos de todo lo terreno y librarlos de todo cuidado temporal, les ha hecho como de hierro y de diamante.

87.- Ahora es venido el momento de decirles los males que a ellos mismos habían de venirles, no sólo los que poco después habían de suceder, sino también los de tiempo muy posterior, con lo que muy de antemano los preparaba para la guerra contra el diablo. Muchas cosas conseguía el Señor de este modo. Primero, que conocieran la fuerza de su presciencia. Segundo, que nadie pudiera sospechar que por flaqueza del maestro acontecía todo aquello a sus discípulos. Tercero, que los que habían de sufrirlo no se espantaran como de cosa inesperada y fuera de lo normal. Cuarto, que al oír esto, al tiempo mismo de la cruz, no se turbaran. A la verdad, eso fue lo que les pasó entonces, como se lo reprende Él mismo diciéndoles: Porque os he dicho estas cosas, la tristeza ha llenado vuestro corazón, y nadie de vosotros me pregunta: ¿Dónde vas? San Juan 16, 5-6.

88.- Y, sin embargo, nada les dicen aún sobre sí mismo: que había de ser prendido y azotado y muerto, pues no quería con tales cosas turbar sus almas. De momento sólo les predice lo que ellos mismos tendrían que sufrir. Quiéreles seguidamente hacer ver que esta guerra es nueva, y peregrino el modo de combatir, pues los envía por el mundo desnudos de todo, con una sola túnica, sin sandalias, sin bastón ni dinero en el cinturón y sin alforjas, con orden de alimentarse en casa de quienes los reciban. Mas ni aquí detiene el Señor su discurso; para hacer alarde de su poder inefable, prosigue diciéndoles: “Y yendo así por el mundo, habéis de dar muestras de mansedumbre de ovejas, y de ovejas que van a ir a lobos, y no ir como quiera, sino estar en medio de los lobos”.

89.- Y no sólo manda el Señor a sus discípulos que tengan mansedumbre de ovejas, sino también sencillez de paloma. Porque yo, parece decirles, quiero señaladamente hacer muestra de mi poder en que las ovejas venzan a los lobos; en que, estando ellas en medio de los lobos, y no obstante sus infinitas dentelladas, no sólo no acaben con ellas, sino que sean ellas más bien las que conviertan a los lobos. Más maravilloso, mayor hazaña que matarlos, es hacerles cambiar de sentir, transformar enteramente su alma. Y eso que los apóstoles no eran más de doce y los lobos llenaban la tierra entera.

90.- Avergoncémonos los que hacemos lo contrario, los que atacamos como lobos a nuestros enemigos. Porque mientras somos ovejas, vencemos; aun cuando nos rodeen por todas partes manadas de lobos, los superamos y dominamos. Pero si nos hacemos lobos, quedamos derrotados, pues nos falta al punto mismo la ayuda del pastor. Como quiera que Él apaciente ovejas y no lobos, te abandona y se aleja de ti, pues no le permites que muestre su poder. Si, cuando se te hace un daño, tú muestras mansedumbre, a Él se atribuye todo el triunfo; pero si tú también acometes y descargas puñetazos, echas una sombra sobre la victoria. Mas considerad, por otra parte, os ruego, quiénes son estos a quienes se dirigen estos mandatos duros y trabajosos. Gentes cobardes y vulgares, hombres iletrados e ignorantes, totalmente desconocidos, que jamás entendieron de leyes del mundo, que jamás fueron capaces de salir a pública plaza; pescadores, en fin, y publicanos, llenos de defectos infinitos.

91.- Y si tales mandamientos son bastante a turbar aun a las almas grandes y elevadas, ¿cómo no habían de derribar y espantar a quienes no tenían experiencia de ninguna clase y que jamás habían soñado en acción alguna noble? Y, sin embargo, no los derribaron. Y con mucha razón, dirá tal vez alguno, pues les había el Señor dado poder de limpiar a los leprosos y expulsar a los demonios. Mas yo respondería que justamente lo que más podía turbarlos era que quienes tenían poder de resucitar a los muertos hubieran de sufrir tamaños males, como tribunales, cárceles y suplicios, guerras de todas partes, odio de toda la tierra. Todo eso les esperaba a quienes tenían poder de hacer milagros. ¿Cuál era, pues, el verdadero consuelo en medio de todos esos trabajos? El poder de quien les enviaba. De ahí que el Señor mismo, eso puso delante de todo: He aquí que yo os envío. Esto basta para vuestro consuelo, esto basta para que tengáis confianza y no temáis a los que os atacan.

92.- La prudencia de la serpiente.

2. ¡Mirad qué autoridad, mirad qué poder, mirad qué potencia invencible del Señor!. Como si dijera: “No os turbéis de que os envío como ovejas entre lobos y de que os mando que seáis sencillos como palomas. Hubiera podido ciertamente hacer lo contrario y no permitir que sufrierais mal alguno; hubiera podido hacer que no estuvierais bajo los lobos, sino que fuerais más espantables que leones. Sin embargo, os conviene que así sea. Esto os hará a vosotros más gloriosos y pregonará mejor mi poder. Es lo que el Señor le decía a Pablo: Te basta con mi gracia, pues mi poder se muestra en la flaqueza. 2ª Corintios 12, 9. Yo soy, pues, quien he hecho que así seáis”. Eso es lo que quiere dar a entender cuando dice: “Yo os envío como ovejas. No os desalentéis, pues; porque yo sé, yo sé muy bien que de este modo habéis de ser inatacables.

93.- Luego, por que también ellos pusieran algo de su parte y no pareciera que todo había de ser obra de la gracia; por que no pensaran, en fin, que se les iba a coronar sin más ni más, prosigue diciendo: Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Mas ¿de qué va a servir, parecen responderle, toda nuestra prudencia en medio de tantos peligros? Y hasta: ¿Cómo podemos en absoluto ser prudentes, agitados que estemos por tamañas oleadas? Por muy prudente que sea la oveja en medio de lobos, y de tantos lobos, ¿qué conseguirá con toda su prudencia? Por muy sencilla que sea la paloma, ¿qué aprovechará su sencillez cuando se le echen encima tantos gavilanes? Tratándose de animales irracionales, ni prudencia ni sencillez sirven para nada; pero en vosotros, de mucho.

94.- Mas veamos qué prudencia es lo que aquí pide el Señor. Prudentes como la serpiente, nos dice. Como la serpiente lo abandona todo, y aun cuando le hagan pedazos el cuerpo, no hace mucho caso de ello, con tal de guardar indemne la cabeza, así vosotros, parece decir el Señor, entregadlo todo antes que la fe, aun cuando fuera menester perder las riquezas, el cuerpo, la vida misma. La fe es la cabeza y la raíz. Si ésa se conserva indemne, aun cuando todo lo pierdas, todo lo recuperarás más espléndidamente. De ahí que no nos mandó el Señor que seamos sólo sencillos e ingenuos, ni sólo prudentes. Para que haya virtud, quiso que una y otra cosa fueran a la par. Para que no recibamos golpe en los puntos mortales tomó de la serpiente la prudencia; la sencillez, de la paloma, para que no nos venguemos de los que nos agravian, ni busquemos daño a quienes nos arman sus asechanzas.

95.- Si esta sencillez no se le añade, ¿para qué sirve la prudencia? ¿Qué puede entonces haber más duro que estos preceptos? ¿No era bastante tener que sufrir? No, responde el Señor. Yo no os permito ni que os irritéis, pues tal es la naturaleza de la paloma. Es como si uno mandara echar una caña seca en el fuego y mandara que no se quemara la caña, sino que apagara ella el fuego. Sin embargo, no nos alborotemos. Lo que el Señor predijo, sucedió; lo que mandó, fue cumplido y se mostró en las obras mismas. Los apóstoles fueron prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas, y ciertamente que no eran de naturaleza diferente, sino de la misma que nosotros.

96.- Nadie tenga, pues, por imposibles estos mandamientos. Mejor que nadie sabe el Señor mismo la naturaleza de las cosas, y Él sabe perfectamente que la insolencia es fuego que no se extingue con otra insolencia, sino con la mansedumbre. Y si queréis ver cómo así se cumple en la práctica, no tenéis cuántas veces el pueblo de los judíos se levantaba contra los apóstoles y afilaban sus dientes contra ellos; y cómo éstos, imitando a la paloma, les respondían con la debida modestia, y así apaciguaban su furor, y calmaban su furia, y deshacían todos sus ataques. Así, cuando les dijeron: ¿No os mandamos por mandato que no hablarais palabra en ese nombre?, aun cuando podían ellos haber hecho entonces mil milagros, no dijeron ni hicieron cosa alguna áspera, sino con toda mansedumbre se defendieron diciendo: Juzgad vosotros mismos si es justo obedeceros a vosotros antes que a Dios. Actos 5,28; 4,19. 97. Ya habéis visto la sencillez de la paloma; mirad ahora la prudencia de la serpiente: Porque nosotros no podemos menos de hablar de lo que hemos visto y oído. ¿Veis cómo por todas partes es menester que seamos perfectos, de suerte que ni los peligros nos abatan ni la ira nos arrebate?

98.- De las pruebas que esperan a los Apóstoles.-

De ahí que prosiga el Señor: Precaveos contra los hombres, porque ellos os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas. Y seréis conducidos ante gobernadores y reyes por causa mía, en testimonio para ellos y para las naciones. Nuevamente les obliga el Señor a estar vigilantes, pues por todas partes les ofrece sufrimientos, y a ellos, en cambio, no les permite hacer mal alguno. Por donde hemos de aprender que en el sufrir está la victoria y de ahí hemos de levantar nuestros trofeos. Porque no dijo: “Luchad también vosotros y resistid a los que os quieren hacer daño”. No. Lo único que dijo fue que los suyos tendrían que sufrir los últimos suplicios.

99.- 3. ¡Oh! ¡Cuán grande es el poder de quien así habla! ¡Cuán grande la filosofía de los que escuchan! A la verdad, muy de admirar es cómo, oyendo tales palabras, no se echaron a correr de allí; ellos, hombres tímidos, que en su vida habían pasado más allá del lago en que pescaban sus peces. Maravilla es también cómo no pensaron y se dijeron a sí mismos: “¿Y adónde vamos a huir ahora? Contra nosotros están los tribunales, contra nosotros los reyes y los gobernadores, las sinagogas de los judíos, los pueblos de los gentiles, los gobernantes y los gobernados”. Porque con aquellas palabras no sólo les señaló el Señor la Palestina y lo que en ella tendrían que sufrir, sino que de antemano les puso delante las luchas que les habrían de venir de la tierra entera. Seréis conducidos, les dice, ante los gobernadores y reyes.

100.- Con lo que les da a entender que más tarde los había de enviar como heraldos suyos a las naciones. La tierra entera, pues, has hecho enemiga nuestra; contra nosotros has armado a todos sus habitantes: pueblos, tiranos y reyes. Porque aún es más espantoso lo que sigue, si es que por causa nuestra han de ser los hombres fratricidas, filicidas y parricidas. Porque entregará, dice, el hermano al hermano a la muerte, y el padre al hijo, y se levantarán los hijos contra los padres y les darán la muerte. ¿Cómo, pues, pudieran haber dicho los apóstoles, cómo van a creer los demás, si ven que por causa nuestra los hijos son asesinados por los padres, y los hermanos por los hermanos, y que está el mundo todo lleno de abominaciones?

101.- ¿No nos arrojarán de todas partes como a genios maléficos, como a malditos y corruptores de la tierra, si ven que está el mundo empapado en sangre de parientes por tales crímenes? ¡Absolutamente!. Porque si las llenamos de muertes tales, ¡bonita la paz que vamos a dar a las casas adonde entremos! Por otra parte, si fuéramos más de doce, si no fuéramos unos pobres, vulgares e ignorantes, sino sabios y oradores elocuentes y, mejor aún, si fuéramos reyes que cuentan con sus grandes ejércitos y sus grandes riquezas... Pero así, ¿cómo persuadir a nadie, si, por añadidura, encendemos guerras intestinas, y peores aún que intestinas? Aun cuando despreciáramos nuestra propia vida, ¿quién de los otros se nos adherirá?

102.- Nada de esto, sin embargo, pensaron ni dijeron los apóstoles, ni pidieron tampoco razón al Señor de lo que les mandaba. A ellos sólo les tocaba obedecer y callar. Lo cual no se debía sólo a su virtud, sino principalmente a la sabiduría de su maestro.

103.- Consuelos en las pruebas.

Porque habéis de mirar cómo a cada uno de sus sufrimientos juntó también el consuelo. Así, contra quienes no los recibieran, decía: Con más blandura será tratada en el día del juicio la tierra de Sodoma y Gomorra que la ciudad aquella. San Mateo 10,15. Y lo mismo aquí, después de decir: Ante gobernadores y reyes seréis llevados, añadió luego: Por causa mía, en testimonio para ellos y para las naciones. Y no es pequeño consuelo padecer todo por amor de Cristo y para confusión de judíos y gentiles. Porque DIOS, aun cuando nadie atienda a ello, cumple siempre sus designios. Ahora que esto consolaba a los apóstoles, no porque desearan el castigo de sus perseguidores. No. El motivo de su confianza era porque tenían siempre consigo al que todo eso les había predicho y de antemano lo sabía, y porque no sufren como malvados y malhechores.

104.- Juntamente con eso, no es pequeño el consuelo que añade cuando les dice: Y cuando os entregaren, no os preocupéis sobre cómo y qué hablaréis, porque en aquel momento se os dará lo que habréis de hablar. Porque no seréis vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que habla en vosotros. No quería el Señor que le dijeran: ¿Cómo podremos convencer a nadie, si tales cosas nos suceden? De ahí mandarles que tuvieran confianza en su defensa. En otra parte les dice: Yo os daré palabra y sabiduría. San Lucas 21,15. Y aquí: El Espíritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros. Con lo que el Señor eleva a sus apóstoles a dignidad de profetas.

105.- Por eso, una vez que les hubo dicho la fuerza que les daba, habló también de los males que habían de venir, de las muertes y sangre derramada. Porque el hermano, dice, entregará al hermano a la muerte, y el padre al hijo, y los hijos se levantarán contra sus padres y los entregarán a la muerte. Y ni aun aquí se detuvo el Señor, sino que añadió algo más horrible todavía, capaz de conmover a una roca: Y seréis aborrecidos por todos. Pero también aquí está el consuelo a la puerta. Todo eso, les dice, lo sufriréis por causa de mi nombre. Y otro motivo seguidamente: Más el que resistiera hasta el fin, ése se salvará.

106.- Otro motivo para levantar el ánimo de los apóstoles encerraban todas estas palabras del Señor, a saber, que había de ser tan alta la fuerza de la predicación, que despreciaría la naturaleza, rechazaría el parentesco y pondrían por encima de todo aquella palabra divina que todo lo arrastraba con su poder. Porque si la tiranía de la naturaleza no es capaz de resistir a vuestra palabra, sino que queda vencida y pisoteada, ¿qué otra cosa podrá ya venceros? Sin embargo, no porque así haya de ser ha de deslizarse vuestra vida en suave tranquilidad, sino que tendréis por enemigos a todos los habitantes de la tierra.

107.- Contraste entre los filósofos antiguos y los Apóstoles.

4. ¿Dónde está ahora Platón? ¿Dónde Pitágoras? ¿Dónde la turbamulta de los estoicos? Platón, después de gozar tan alto honor, hasta punto tal fue despreciado que vino a ser vendido por esclavo y no fue capaz de realizar una sola de sus teorías ni en la corte de un solo tirano; y Pitágoras, después de traicionar a sus discípulos, terminó miserablemente su vida. Y todas las basuras de los cínicos pasaron como un sueño y una sombra. Y, sin embargo, nada tuvieron que sufrir los filósofos que pueda compararse a los sufrimientos de los apóstoles, sino que su filosofía profana los hacía aparecer como hombres ilustres, y los atenienses mostraban públicamente las cartas que Dión había escrito a Platón.

108.- Los filósofos pasaban cómodamente toda su vida y amontonaban no pequeñas riquezas. Así, por ejemplo, Aristipo se compraba las más caras heteras; otro dejaba por testamento una pingüe herencia; otro andaba por encima de sus discípulos, que formaban un puente con sus dorsos. De Diógenes cuentan que en pública plaza hacía sus indecencias. Tales son las glorias de los filósofos. Aquí, empero, nada semejante puede verse; todo es aquí la más pura templanza y la más perfecta modestia; guerra, si, contra todo el mundo por la verdad y la piedad, un morir o dejarse matar día a día; pero después de esto, levantar los más gloriosos trofeos de victoria.

109.- Los Apóstoles, superiores a los grandes hombres paganos.

Pero tienen, me dirás, los gentiles algunos grandes generales, como Pericles y Temístocles. Mas también las hazañas de éstos son puro juego comparadas con las de los pescadores. ¿Qué puedes, en efecto, contar con Temístocles? qué aconsejó a los atenienses embarcarse en las naves cuando Jerjes atacó. El diablo, es, quien invade, y con él, la tierra entera, y con la tierra, otras incontables legiones de demonios, y atacan a estos doce pescadores, y, sin embargo, fueron vencidos y dominados, no en una ocasión solamente, sino cuanto a los apóstoles duró la vida. Y lo más admirable es que no vencían matando a sus adversarios, sino convirtiéndolos y transformándolos. Porque hay que tener siempre muy presente esta observación: que los apóstoles no mataban ni aniquilaban a quienes les hacían la guerra, sino que, tomándolos semejantes a demonios, les hacían luego competir con los ángeles.

110.- Su hazaña consistía en librar a la naturaleza humana de la perversa tiranía de los demonios, expulsando a estos maléficos y perturbadores espíritus de en medio de las plazas y casas y hasta del desierto mismo. Testigos son los coros de los monjes que los apóstoles esparcieron por dondequiera, purificando así no sólo la tierra habitada, sino también la inhabitable. Y lo de verdad admirable es que su victoria no venía de luchar con fuerzas iguales; toda su fuerza venía del sufrimiento. Allí los tenía, en efecto, a su disposición a aquellos doce hombres ignorantes y vulgares, a quienes encarcelaban, y azotaban, y traían y llevaban, pero no podían jamás cerrarles la boca.

111.- Como es imposible atar un rayo de sol, tan imposible fue atar la lengua de los apóstoles. La causa de ello estaba en que no eran ellos, sino la fuerza del Espíritu Santo la que hablaba. De este modo, por ejemplo, Pablo venció al rey Agripa y hasta al mismo Nerón, el que por su maldad venció a todos los hombres: Porque el Señor, dice, me asistió y me fortaleció, y me arrancó de la boca del león. 2ª Timoteo 4,17. Pero lo que vosotros habéis de admirar es cómo oyendo los apóstoles decir al Señor: No os preocupéis, ellos le creyeron y aceptaron su palabra y no hubo mal que los amedrentara.

112.- Y si me respondierais que bastante consuelo les dio el Señor con decirles: El Espíritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros; yo los admiro más que nada porque no duraron de ello ni pidieron se los librara de tantos males; males que no habían de sufrir durante uno o dos años, sino durante su vida entera. Eso, efectivamente, les da a entender el Señor cuando les dice: El que resistiere hasta el fin, ése se salvará. Y es que no quiere el Señor que todo dependa de Él solo, sino que tengan también ellos su merecimiento. Mirad, si no, volviendo atrás, cómo parte viene del Señor, parte les toca a los discípulos. El hacer milagros viene del Señor; el no poseer nada toca a los apóstoles. Igualmente, tener abiertas todas las casas es obra de la gracia celeste; pero el no exigir nada más que lo necesario toca a la sabiduría de los apóstoles: Porque digno es el trabajador de que se le pague su salario.

113.- Dar la paz es dádiva de Dios; mas el buscar a los dignos y no entrar en todas las casas indiferentemente, toca a la continencia de los apóstoles. Castigar a los que no los reciban, pertenece a DIOS; pero apartarse de ellos con modestia, sin insultarlos ni maldecirlos, toca a la mansedumbre de los apóstoles. Dar al Espíritu Santo y librarlos de toda solicitud, es gracia de quien los envía; pero convertirse en ovejas y palomas y sufrirlo todo generosamente, es obra de la firmeza y prudencia de los apóstoles. Ser odiados y no desfallecer y resistir, les pertenece a ellos; pero el salvar a los que resisten es obra de quien los envía. De ahí que les dijera: El que resistiere hasta el fin, ése se salvará.

114.- Constancia y sobrehumano valor de los apóstoles.

5. Como haya muchos que son muy fervorosos en sus comienzos y luego desfallecen, de ahí que diga aquí el Señor que lo que Él busca es el fin. ¿Para qué valen, en efecto, unas plantas que a los comienzos florecen y poco después se marchitan? No; el Señor exige de los suyos una resistencia constante. No quería se pudiera decir que todo lo había hecho Él y que no era maravilla ninguna de los apóstoles fueran lo que fueron, cuando nada duro tuvieron que sufrir. De ahí que les diga que la perseverancia les era necesaria. Porque si es cierto, parece decirles, que os libro de los primeros peligros, es porque os reservo para otros más graves, y a éstos sucederán otros, y, mientras alentareis, jamás cesaréis de ser perseguidos. Eso fue, en efecto, lo que quiso darles a entender al decirles: El que resistiere hasta el fin, ése se salvará.

115.- Y justamente por eso, habiendo aquí dicho: No os preocupéis de lo que habéis de hablar, en otra parte dice: Estad preparados para la defensa ante todo el que os pida razón de vuestra esperanza. 1ª Pedro 3,15. Cuando la lucha es entre amigos, nos manda que nosotros también estemos preocupados; mas cuando se trata de un tribunal espantoso, de turbas enfurecidas y de terror por todas partes, entonces nos ofrece su propio apoyo para que tengamos buen ánimo y hablemos sin acobardarnos ni traicionar jamás la justicia. Realmente, grande espectáculo hubo de ser ver a unos hombres que habían pasado su vida junto a un lago, entre pieles o en un mostrador de alcabalero, entrar solos, encadenados y con los ojos bajos, ante los tiranos sentados en su trono, rodeados de sátrapas y guardia armada, desnudas las espadas y con todo el pueblo en pie, y que aun tuvieran aquellos hombres valor para abrir la boca.

116.- Porque no les daban lugar a hablar ni a defender sus doctrinas, sino que intentaban hacerlos morir a palos como a comunes corruptores de toda la tierra. Éstos son, se decía, y aquí están los que trastornan toda la tierra. Y otra vez: Estos predican contra los decretos del César y dicen que Cristo es Rey. Actos 17, 6-7. Los tribunales estaban en todas partes prevenidos con tales sospechas, y mucha ayuda de lo alto era menester para poner en claro estas dos cosas: primero, que las doctrinas que ellos predicaban eran verdaderas; y segundo, que no se oponían a las leyes comunes. Ni su fervor en predicar su doctrina tenía que hacer sospechosos a los apóstoles en intentar una subversión de las leyes estatuidas, ni su empeño por no mostrarse contrarios a éstas corromper la pureza de la doctrina misma. Todo lo cual es de ver en Pablo y en Pedro, y en los demás apóstoles, que a uno y a otro punto atendieron con la conveniente prudencia.

117.- La verdad es que por todo lo descubierto de la tierra se los acusaba de sediciosos, revolucionarios e innovadores. Sin embargo, ellos lograron no sólo rechazar tales sospechas, sino que se los proclamara luego por todo lo contrario; por salvadores, por protectores y bienhechores del mundo entero. Y todo esto lo lograron a fuerza de paciencia. De ahí que Pablo decía: Cada día me estoy muriendo. 1ª Corintios 15,31. Y de hecho, toda su vida la pasó entre peligros de muerte.

118.- Invectiva contra la actual tibieza.

¿Qué mereceremos, pues, nosotros cuando, teniendo tan altos ejemplos, aun en la paz somos muelles y caemos? Sin que nadie nos haga la guerra, somos pasados a cuchillo; sin que nadie nos persiga, vivimos abatidos; en la paz se nos manda salvarnos, y ni aun eso conseguimos. Los apóstoles, cuando la tierra ardía y la hoguera se propagaba por el mundo entero, se arrojaban a las llamas mismas y de allí arrebataban a los que se estaban abrasando, nosotros, empero, no somos capaces ni de preservarnos a nosotros mismos. ¿Qué confianza, pues, qué perdón podemos tener? No nos amenazan ahora azotes ni cárceles, ni gobernadores, ni sinagogas, ni peligro alguno semejante; todo lo contrario: somos nosotros los que mandamos y dominamos.

119.- Y, en efecto, los emperadores son cristianos; tenemos preeminencias, gloria, descanso, y ni aun así vencemos. Aquéllos, conducidos diariamente al suplicio, marcados sus cuerpos de cardenales y con llagas por todas partes, sentían placer semejante o mayor que los moradores mismos del paraíso; nosotros, empero, que ni por sueños hemos soportado nada semejante, somos más blandos que la cera. Más aquéllos, me dirás, hacían milagros. ¿Acaso por eso no los azotaban? ¿Acaso porque hacían milagros no se los perseguía? Y lo admirable es que muchas veces tenían que sufrir todo eso de parte de los mismos a quienes habían hecho sus beneficios, sin turbarse de que se les devolviera mal por bien; tú, empero, por el más pequeño favor que hagas, si luego tienes que sufrir una molestia de parte de tu favorecido, te alborotas y te turbas y te arrepientes del bien que hiciste.

120.- Hay que adiestrarse antes de la lucha: ejemplo de Job.

6. Ahora bien, si otra vez, lo que Dios no permita que jamás suceda, se declarara la guerra a la Iglesia y estallará la persecución, considerad cómo haríamos el ridículo y cuán grande seria nuestra ignominia. Y con mucha razón. Porque si un atleta no se adiestra en la palestra, ¿cómo puede brillar en los combates? ¿Qué atleta que no haya conocido entrenador alguno podrá hacer nada grande y noble contra su adversario llegado el momento de los juegos olímpicos? ¿Es qué nosotros no debiéramos cada día ejercitarnos en la lucha, en el pugilato y en la carrera? ¿No habéis visto cómo los atletas, cuando no tienen a mano un adversario, cuelgan un saco lleno de arena y contra él ejercitan toda su fuerza? Los que son algo más jóvenes, en los cuerpos de sus compañeros se entrenan contra los que serán luego sus enemigos.

121.- Imitad vosotros a todos éstos y ejercitaos en las luchas de la filosofía. Realmente muchos hay que tratan de provocaros a ira o de incitar vuestra concupiscencia y encender en vuestra alma toda una hoguera de deseos. Resistid, pues, firmemente contra las pasiones, sufrid generosamente los dolores del espíritu por que podáis soportar también los del cuerpo. Ahí tenéis al santo Job; si no se hubiera ejercitado muy bien antes del combate, no hubiera brillado tan gloriosamente en el combate mismo. Si no hubiera trabajado por sentirse ajeno a todo dolor, seguramente hubiera pronunciado alguna palabra atrevida al saber la muerte de sus hijos.

122.- Pero la verdad es que se mantuvo firme en todas las arremetidas del enemigo: la pérdida de su riqueza y desaparición de toda aquella opulencia, la muerte de sus hijos, la compasión de su mujer, las llagas de su cuerpo, los insultos de sus amigos, las injurias de sus mismos esclavos. ¿Queréis saber cómo se ejercitaba? Oíd lo que nos dice sobre su desprecio de la riqueza: Si me alegré, dice, cuando me venía abundancia de riqueza, si no puse el oro en el mismo orden que el polvo, si puse mi confianza en la piedra preciosa. Job 31, 24-25. Por eso, como no puso en la riqueza su codicia cuando la tenía, tampoco se turbó cuando le fue arrebatada. Oíd cómo gobernaba a sus hijos, no con excesiva blandura, como nosotros, sino exigiéndoles la más rigurosa perfección. Porque quien por los ocultos pecados de ellos ofrecía sacrificios, considerad cuán riguroso juez sería de los manifiestos.

123.- Y si quieres oír sus combates sobre la castidad, escucha lo que dice: Concerté convenio con mis ojos de no mirar jamás a doncella. Job 31,1. Por eso tampoco su mujer pudo derribarle; la amaba antes ciertamente, pero no más allá de la medida, sino como es razonable se ame a la propia mujer. De ahí que yo me maraville que, sabiendo el diablo cómo se había Job ejercitado, se le ocurriera la idea de que podía vencerle en el combate. ¿Cómo pudo, pues, ocurrírsele la idea? Porque es una fiera perversa y no desespera jamás, lo cual es justamente grave acusación contra nosotros que el diablo jamás desespere de nuestra perdición y nosotros desconfiemos de nuestra salvación. Pero mirad también cómo meditó Job en la mutilación y penas del cuerpo.

124.- Personalmente nada tuvo que sufrir él de tales penalidades, pues vivió siempre en riqueza, bienestar y opulencia; pero sí que diariamente consideraba las ajenas desgracias. Así lo pone de manifiesto cuando dice: El miedo que yo temía me ha venido; y lo que yo barruntaba, me ha acontecido. Job 3,25. Y otra vez: Yo he llorado sobre todo impotente y he gemido sobre todo el que he visto necesitado. Job 30, 25. De ahí que, cuando sobre él cayeron todos aquellos grandes incomportables males que sabemos, nada fue parte para turbarle. Porque no habéis de mirar solamente la pérdida de sus riquezas, la muerte de sus hijos, aquella úlcera incurable de su carne, las insidias de su mujer. Hay cosas más duras aún que todo eso. ¿Y qué cosa más dura, me dirás, pudo sufrir el santo Job? Por su historia nada más sabemos.

125.- No sabemos nada más porque estamos dormidos, pues el que lo mira con cuidado, el que busca y rebusca bien la piedra preciosa, halla mucho más que todo eso. Lo más grave, en efecto, lo que era bastante a causarle la más profunda turbación, eran otras cosas. En primer lugar, no saber nada con claridad acerca del reino de los cielos y de la resurrección de los muertos. Que es lo que él mismo llorando, decía: Porque no viviré eternamente para que pueda tener paciencia. Job 7,16.

126.- Segundo, la conciencia que tenía de sus muchas buenas obras. Tercero, no tener conciencia de mal alguno. Cuarto, pensar que todos aquellos sufrimientos le venían de DIOS; y si le venían del diablo, también esto era parte para escandalizarle. Quinto, oír a sus amigos, que falsamente le acusaban de maldad: No es aún tan grande tu azote, le decían, como tus pecados lo merecen. Job 11,6. Sexto, ver la prosperidad en que vivían los malvados y cómo le insultaban a él. Séptimo, no poder mirar a otro que hubiera jamás sufrido como él.

127.- Se prosigue el elogio de Job.

7. Más si queréis daros cuenta de cuán grande sea el mérito de Job, considerad lo que ahora sucede. Ahora, cuando esperamos el reino de los cielos y la resurrección de los muertos y bienes inefables, no obstante nuestra conciencia de males infinitos, no obstante los ejemplos que se nos proponen y la filosofía que se nos enseña, cuando perdemos un puñado de oro, fruto muchas veces de nuestra rapiña, la vida nos parece insoportable. Y, sin embargo, ni la mujer nos ataca, ni se nos quita a los hijos, ni nos reprochan los amigos, ni nos insultan los esclavos, antes bien, muchos hay que nos consuelan, unos de palabra y otros de obra. ¿Qué coronas, pues, no merecerá Job, que vio dispersos en un momento, y sin más ni más, bienes que eran fruto de su justo trabajo, que sufrió luego toda aquella tormenta de calamidades, sobre él caídas como una granizada?

128.- Y, sin embargo, permaneció en todas inmóvil y en todas le rindió al Dueño soberano el conveniente tributo del hacimiento de gracias. Porque, aun cuando todo lo demás lo pasáramos en silencio, las palabras solas de su mujer bastaban para conmover a las peñas. Mirad, si no, la astucia con que procede. No le recuerda las riquezas, no le recuerda los camellos, ni los rebaños de ovejas y de bueyes, pues sabía ella muy bien la filosofía de su marido sobre todo aquello; sólo le recuerda lo que había de ser mucho más doloroso, es decir, la pérdida de los hijos, y aquí se extiende ella con trágico acento y añade luego lo que quiere por su cuenta. Ahora bien, muchos en plena prosperidad, sin tener que sufrir molestia alguna, se dejaron muchas veces persuadir de sus mujeres.

129.- Pues considerad cuán brava hubo de ser aquella alma que rechazó a la mujer que le acometía con tales armas y logró pasar por encima de las más avasalladoras pasiones, como son el amor y la compasión. A la verdad, muchos que fueron capaces de dominar el amor fueron rendidos por la compasión. Así, aquel valeroso José, que dominó el más tiránico de los placeres y rechazó a la mujer bárbara, no obstante todas sus maquinaciones para derribarle, no fue luego capaz de contener las lágrimas, y al ver a sus hermanos, los mismos que le habían ofendido, se conmovió profundamente, y arrojando la máscara reveló todo el drama por él mismo preparado.

130.- Pues suponed ahora que sea la propia mujer la que venga a decir cosas lastimeras, que tenga por añadidura la ocasión por aliada, las heridas, los golpes y todo el oleaje de calamidades, ¿Cómo no tener por más dura que el diamante al alma que no se deja impresionar poco ni mucho por esa tormenta? Dejadme hablar con libertad: si el santo Job no fue superior, por lo menos no fue inferior a los apóstoles.

131.- Job, gran figura en su época.

A los apóstoles los consolaba ciertamente el sufrir por Cristo, y este solo pensamiento era parte para levantarlos diariamente; y bien se ve cómo el Señor lo pone en todas partes al decir: por causa mía, por mí; o: si a mí, que soy el dueño de la casa, me han llamado Belcebú. San Mateo 10,25; Job, empero, nada supo de este consuelo, nada del de los milagros, nada del de la gracia, que no tuvo, efectivamente, tanta fuerza del Espíritu Santo. Y lo más importante de todo es ciertamente la circunstancia de haber sufrido lo que sufrió después de una vida de prosperidad, después de gozar tan alto honor, y no, como los apóstoles, salidos de su oficio de pescador o alcabalero y de una vida miserable. Y lo que nos parece más duro de sufrir en los apóstoles, eso mismo lo sufrió Job, a saber: ser odiado por sus amigos, por sus familiares, por sus enemigos, lo mismo que por quienes habían sido por él favorecidos, sin que le fuera dado ver aquella áncora y aquel puerto sin tormentas que es la palabra dicha a los apóstoles: Por causa mía.

132.- Comparación con los jóvenes de Babilonia.

Yo admiro también a los tres jóvenes del horno de Babilonia porque desafiaron al horno y se rebelaron contra el tirano. Mas oíd como hablan: A tus dioses no les servimos, y la estatua que has levantado no la adoramos. Daniel 3,18. Ese fue su mayor consuelo: saber que cuanto sufrían, por DIOS lo sufrían. Mas Job no sabía que sus sufrimientos eran pruebas y lucha, pues de haberlo sabido, no los hubiera sentido. Por lo menos cuando oyó que DIOS le decía: ¿Acaso crees que te he hablado por otro motivo que por que aparecieras justo? Job 40,3, hay que ver cómo respiró por esa simple palabra, cómo se humilló a sí mismo, cómo pensó no haber sufrido nada de lo que había sufrido. Y así dice: ¿Por qué soy todavía juzgado, cuando es el Señor mismo el que me corrige y arguye, aun cuando yo no soy nada? Y otra vez: Antes te había oído con oído de mi oreja; pero ahora mi ojo te ha visto. Por eso me he despreciado a mí mismo, y me he derretido, y me tengo a mí mismo por polvo y ceniza. Job 42,5-6.

133.- Exhortación final: Imitemos el valor del santo Job.

Imitemos también nosotros este valor y esta modestia; nosotros, los que hemos venido después de la ley y de la gracia, al que vivió antes de la ley y de la gracia, a fin de que podamos tener parte en los tabernáculos eternos, a los que ojalá lleguemos todos por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amen.

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soy diseñadora gráfica y profesora de religión y de lengua y literatura
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