Al partir Jesús de allí, le fueron siguiendo dos ciegos, que gritaban y decían: Compadécete de nosotros, hijo de David. Y cuando hubo Él llegado a casa, se le acercaron los dos ciegos, y Jesús les dijo: ¿Creéis que yo puedo hacer eso? Le respondieron: Sí, Señor. Entonces tocó los ojos de ellos diciendo: Conforme a vuestra fe, así os suceda. Y se les abrieron los ojos. San Mateo 9,27; 10,1.
34.- Se pondera la fe de los dos ciegos.
1. ¿Por qué razón arrastra el Señor en pos de sí a estos ciegos gritando? Porque quiere una vez más enseñarnos a rechazar la gloria del vulgo. Porque, como quiera que la casa estaba próxima, allí los lleva el Señor para curarlos secretamente. No es pequeña acusación contra los judíos el hecho de que estos ciegos, sin ojos, por sólo el oído, reciban la fe; mientras aquéllos, que contemplaban los milagros de Jesús y tenían por testigos de sus hechos no menos que a sus propios ojos, hacían todo lo contrario. Pero mirad también el fervor de estos ciegos, que se echa de ver no sólo por sus gritos, sino por la misma súplica que le dirigen al Señor. Porque no fue sólo acercarse a Él: se le acercaron entre grandes gritos y ninguna otra palabra pronuncian sino: Compadécete.
35.- Y le llamaban hijo de David, pues les parecía un título de honor. Y es así que aun los profetas llamaban también así a los reyes que querían honrar y presentar como grandes. Isaías 7,13; 38,5. Una vez, pues, que los hubo llevado a su casa, les dirige el Señor una segunda pregunta. Muchas veces, en efecto, quería el Señor ser rogado para curar, y esto por muchas razones: Primero, por que no se pensase que se precipitaba Él a obrar estos milagros por pura vanagloria. Luego, porque quería se viera que quienes le rogaban merecían la curación. Y otra razón: por que no se dijera que, pues curaba por pura compasión, tenía que curar a todo el mundo. No; también su misma compasión tenía alguna cuenta con la fe de los curados.
36.- Aparte esas razones, aquí exige el Señor fe a estos ciegos, porque, ya que le habían llamado hijo de David, quiere levantarlos a más alto pensamiento y enseñarles qué es lo que realmente deben imaginarse de Él. Y así les dice: ¿Creéis que puedo yo hacer eso? No les dijo: “¿Creéis que puedo pedirlo a mi Padre, creéis que lo puedo alcanzar por la oración?” No. ¿Creéis, les dice, que puedo yo hacer eso? ¿Y qué responden ellos? Sí, Señor. Ya no le llaman hijo de David; ya remontan más el vuelo y confiesan su soberanía. Y entonces fue cuando el Señor les impuso su mano, diciendo: Conforme a vuestra fe, así os suceda. Y así lo hace el Señor, primero para fortificar la misma fe de los ciegos; luego, para hacer ver que también ellos habían tenido alguna parte en la obra y, en fin, para atestiguar que sus palabras no habían nacido de adulación. No dijo: “Queden abiertos vuestros ojos”, sino: Conforme a vuestra fe, así os suceda.
37.- Es lo que dice a muchos de los que a Él acuden, pues tiene el Señor interés, antes de curar sus cuerpos, en proclamar la fe de sus almas, con lo que a ellos los hacía más gloriosos y acrecentaba el fervor de los otros. Así lo hizo también con el paralítico, pues antes de fortalecer su cuerpo, levantó su alma, que yacía en el suelo, diciéndole: Ten buen ánimo, hijo. Que tus pecados te sean perdonados. Y a la niña de doce años, después de resucitarla, la tomó de la mano y, por la orden que dio que se le diera de comer, le hizo ver que Él era su bienhechor. Y lo mismo con el centurión, a cuya fe atribuyó el Señor todo el milagro. Y cuando a sus discípulos los libró de la tormenta del mar, antes quiso librarlos de su poca fe. Así puntualmente procede con estos ciegos. Antes de que ellos hablaran, sabía Él muy bien los secretos de su alma; sin embargo, por que todos los pudieran imitar, Él los descubre delante de todos y por su definitiva curación proclama su oculta fe.
38.- Después de la curación, mandóles el Señor que a nadie dijeran nada, y no se lo mandó como quiera, sino con extraordinaria vehemencia. Jesús, dice el evangelista, les intimó diciendo: ¡Cuidado con que nadie lo sepa! Más ellos, apenas salieron, divulgaron su fama por toda aquella tierra. Es que no se pudieron contener, y se convirtieron en heraldos y evangelistas del Señor. Cierto que éste les había mandado que guardaran secreto sobre el milagro, pero ellos no pudieron contenerse. Ahora bien, si vemos que en otra ocasión dice el Señor: Anda y publica la gloria de Dios, San Lucas 8,39, no hay en ello contradicción con su conducta con estos ciegos, sino que más bien hay perfecta armonía. Porque lo que Él nos quiere enseñar es que jamás hablemos de nosotros mismos ni consintamos que otros nos elogien; mas, si la gloria ha de referirse a DIOS, no sólo no hemos de impedirlo, sino que podemos mandarlo.
39.- Curación de un mudo.-
Apenas hubieron salido los dos ciegos, le presentaron un hombre mudo poseído del demonio. No se trataba, en efecto, de una enfermedad natural, sino de una insidia del demonio. De ahí la necesidad de que otros le llevaran ante el Señor. Por si mismo no podía presentar su súplica, pues estaba mudo; y a los otros tampoco podía rogarles, pues el demonio había trabado su lengua, y juntamente con su lengua le tenía también atada el alma. Por esta razón, tampoco el Señor le exige fe, sino que le cura inmediatamente de su enfermedad. Y, en efecto, expulsado el demonio, dice el evangelista, habló el mudo. Y las muchedumbres se maravillaban, diciendo: Jamás se vio cosa semejante en Israel. Era lo que señaladamente molestaba a los fariseos: que le tuvieran por superior a todos, no sólo de cuantos entonces existían, sino de cuantos jamás habían existido. Y por tal le tenían las muchedumbres al Señor, no sólo porque curaba, sino porque lo hacía con tanta facilidad y en un momento, y curaba enfermedades innumerables, y hasta las que se tenían por incurables. Así hablaba el pueblo.
40.- Los fariseos se contradicen a sí mismos.-
2. Todo lo contrario los fariseos. No sólo hablaban mal del milagro, sino que no tienen rubor de contradecirse a sí mismos. Tal es por naturaleza la maldad. ¿Qué es, efectivamente, lo que dicen? Por virtud del príncipe de los demonios arroja éste los demonios. ¡Qué enorme insensatez! Si algo hay imposible de todo punto, como más adelante les dice el Señor mismo, es que el demonio expulse a los demonios. El demonio lo que quiere es mantener su imperio, no destruirlo. El Señor, empero, no sólo arrojó a los demonios, sino que limpió leprosos, resucitó muertos, sofrenó el mar, perdonó pecados, predicó el reino de los cielos y llevó las almas al Padre.
Cosas todas que jamás querría ni aun podría hacer el demonio. La obra de los demonios es llevar a los hombres ante los ídolos, apartarlos de DIOS y arrebatarles la fe en la vida venidera.
41.- El demonio, insultado, no devuelve un beneficio por el insulto; más bien, sin que se le insulte, a los mismos que le sirven y le honran, trata él de hacerles daño. Todo lo contrario del Señor. Después de estos insultos e injurias: Iba recorriendo, dice el evangelista, todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, y predicando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda flaqueza.
42.- Cómo hay que responder a las calumnias.-
Y no sólo no castigó a aquellos estúpidos, más ni siquiera les reprendió, primero para dar una prueba más de mansedumbre y confundir así aquella misma calumnia, y luego, porque quería demostrarles más ampliamente su misión por los milagros que habían de seguir y presentarles también entonces la demostración por sus palabras. Iba, pues, el Señor recorriendo sus ciudades y sus pueblos y predicando en sus sinagogas, con lo que nos enseña cómo hemos de responder a las calumnias e injurias no con otras injurias y calumnias, sino con mayores beneficios. Y es así que, si hacemos favores a quienes son, como nosotros, servidores de DIOS, no con miras humanas, sino puramente por DIOS, hagan ellos lo que hagan, nosotros no hemos de dejar de hacerles el favor, pues así será mayor nuestra recompensa.
43.- Porque el que después de recibir una injuria cesa ya de hacer beneficios, da con ello prueba de que practicaba esa virtud no por DIOS, sino por alabanza de los hombres. De ahí que Cristo, para enseñarnos que Él hacía sus beneficios por sola bondad suya, no esperó a que los enfermos acudieran a Él, sino que Él mismo se apresuraba a ir a ellos, llevándoles a par dos bienes máximos: uno, el evangelio del reino de los cielos; otro, la curación de todas sus enfermedades. No desdeñó una ciudad, no pasó por alto una aldea; a todo lugar acudía el Señor.
44.- La mies es mucha, los obreros pocos.
Mas no para aquí el Señor, sino que da pruebas de una nueva solicitud. Porque viendo, dice el evangelista, a las muchedumbres, tuvo lástima de ellas, pues se hallaban fatigadas y tendidas, como ovejas sin pastor, dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Mirad una vez más cuán ajeno es el Señor a la vanagloria, pues para no atraerlos Él a todos en pos de sí, envió a sus discípulos. Aunque no es ésa la única razón por que los envía. Él quiere que se ejerciten en la Palestina, como en una palestra, y así se preparen para sus combates por todo lo ancho de la tierra. De ahí que cada vez les va ofreciendo más ancho campo a sus combates, en cuanto su virtud lo permitía, con el fin de que luego que se les hicieran más fáciles los que les esperaban.
45.- Era como sacar los polluelos aún tiernos para ejercitarlos en el vuelo. Y por de pronto los constituye médicos de los cuerpos, y más adelante les confiará también la curación, más importante, de las almas. Y considerad cómo les presenta su misión a par fácil y necesaria. Porque, ¿qué es lo que dice? La mies es mucha, pero los obreros pocos. No os envío, parece decirles, a sembrar, sino a segar. Algo así les había dicho en Juan: Otros han trabajado, y vosotros habéis entrado en su trabajo. San Juan 4,38. Ahora bien, al hablarles así, quería el Señor reprimir su orgullo a par que infundirles confianza, pues les hacía ver que el trabajo mayor estaba ya hecho.
46.- Pero mirad también aquí cómo el Señor empieza por su propio amor y no por recompensa de ninguna clase: Porque se compadeció de las muchedumbres, que estaban fatigadas y tendidas, como ovejas sin pastor. Con estas palabras apuntaba a los príncipes de los judíos; pues, habiendo de ser pastores, se mostraban lobos. Porque no sólo no corregían a la muchedumbre, sino que ellos eran el mayor obstáculo a su adelantamiento. Y era así que cuando el pueblo se maravillaba y decía: Jamás se ha visto cosa igual en Israel, ellos decían lo contrario y replicaban: En virtud del príncipe de los demonios, expulsa éste a los demonios. Más ¿a quiénes designa aquí el Señor como trabajadores? Indudablemente, a sus doce discípulos. Ahora bien, después de decir que los obreros eran pocos, ¿añadió alguno más? De ninguna manera.
47.- Lo que hizo fue enviarlos a trabajar. ¿Por qué, pues, decía: Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies, y Él no les envió ninguno? Porque, aun siendo sólo doce, Él los multiplicó más adelante, no por su número, sino por la virtud de que les hizo gracia.
48.- Jesús, dueño de la mies.-
3. Luego, para mostrarles cuán grande era la dádiva que les hacía: Rogad, les dice, al Señor de la mies. Con lo que, veladamente, manifiesta ser Él quien poseía aquel dominio. En efecto, apenas les hubo dicho: Rogad al Señor de la mies, sin que ellos le hubieran rogado nada, sin que hubiera precedido una oración de su parte, Él los escoge inmediatamente, a par que les recuerda las expresiones mismas de Juan sobre la era y el bieldo, la paja y el trigo. Por donde se ve claro ser Él el labrador, Él el amo de la mies, Él el dueño soberano de los profetas. Porque si ahora mandaba a segar a sus discípulos, claro está que no los mandaba a campo ajeno, sino a lo que Él mismo había sembrado por medio de los profetas.
49.- La misión de los Apóstoles.-
Mas no se contenta el Señor con animar a sus discípulos por el hecho de llamar cosecha a su ministerio, sino haciéndolos aptos para ese mismo ministerio. Y así, llamando a sí, dice el evangelista, a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus para que los arrojaran, y curar toda enfermedad y toda flaqueza. Y, sin embargo, todavía no había sido dado el Espíritu Santo: Todavía no había, dice Juan 7,39, Espíritu Santo, por que Jesús no había sido aún glorificado. ¿Cómo expulsaban, pues, los apóstoles a los espíritus? Por el mandato y la autoridad del Señor. Mas considerad ahora, os ruego, la oportunidad del momento de su misión. Porque no los envió desde el principio, no.
50.- Cuando ya habían por bastante tiempo gozado de su compañía, cuando habían ya visto resucitado a un muerto, apaciguado por su intimación el mar, arrojados los demonios, curado un paralítico y perdonados sus pecados; cuando ya el poder del Señor estaba suficientemente demostrado por obras y palabras, entonces es cuando Él los envía. Y, aun entonces, no a misiones peligrosas, pues por de pronto ningún peligro les amenazaba en Palestina. Sólo la maledicencia tendrían desde luego que afrontar. Y aun así, ya de antemano les habla de peligros, preparándolos antes de tiempo para el combate y aprestándolos para él con la constante alusión a los peligros que les esperaban.
51.- La lista de los Apóstoles.-
Hasta ahora, sólo dos parejas de apóstoles nos ha nombrado el evangelista, la de Pedro y Andrés y la de Santiago y Juan. Luego nos contó Mateo su propio llamamiento, pero nada nos ha dicho aún de la vocación y nombre de los otros apóstoles. De ahí que tenía forzosamente que traernos aquí la lista de ellos y decirnos sus nombres, como lo hacen seguidamente: Los nombres de los doce apóstoles son éstos: el primero Simón, por sobrenombre Pedro... Porque había otro Simón, llamado el Cananeo: como había dos Judas: Judas Iscariote y Judas el de Santiago; y dos Santiagos: Santiago hijo de Alfeo y Santiago hijo de Zebedeo. Ahora bien, Marcos 3,16, los pone por orden de dignidad, y sólo después de nombrar a los dos corifeos cuenta también a Andrés. No así Mateo, sino de modo diferente. Más aún: a Tomás mismo, que sin duda le era inferior, Mateo le pone antes que a sí mismo. Pero volvamos otra vez a su lista: El primero Simón, por sobrenombre Pedro, y Andrés, su hermano.
52.- No les tributa el evangelista pequeño elogio, pues al uno le alaba por su firmeza de roca y al otro por lo noble de su carácter. Luego Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, su hermano. ¿Veis cómo no los pone según si dignidad? Porque, a mi parecer, Juan no sólo es superior a todos los demás, sino a su mismo hermano. Luego, nombrado Felipe y Bartolomé, pasa a Tomás y Mateo, el publicano. No procede así Lucas, sino que, por lo contrario, antepone Mateo a Tomás. Luego viene Santiago, el hijo de Alfeo; pues, como hemos ya dicho, había oro Santiago, el hijo de Zebedeo.
53.- Luego, nombrados por otro nombre, Tadeo y Simón el Celotes, a quien llama también Cananeo, llega al traidor. Pero habla de él no como enemigo a quien hace la guerra, sino con la diferencia de quien escribe la historia. No dijo: “Judas, el abominable entre todo lo abominable”, sino que le calificó sencillamente por el nombre de su ciudad, llamándole Judas el Iscariote. Había, efectivamente, otro Judas, por sobrenombre Tadeo, que Lucas 6,16 hace hijo de Santiago, diciendo: Judas de Santiago. Para distinguir, pues, de éste al traidor, dice Mateo: Judas el Iscariote, que fue también el que le traicionó. De este modo, los evangelistas no ocultan jamás nada ni aun de lo que parece ser ignominioso. Así, el que figura primero y es el corifeo de todo el coro de los apóstoles, es un hombre sin letras e ignorante.
54.- A quién envió Jesús sus Apóstoles.-
Mas veamos ya a dónde y a quiénes envía Jesús sus apóstoles. A estos doce, dice el evangelista, los envió Jesús. ¿Quiénes son éstos? Unos pescadores y publicanos. Cuatro, en efecto, de ellos eran pescadores; dos publicanos: Mateo y Santiago; y uno, hasta traidor. ¿Y qué es lo que les dice? Inmediatamente les dio órdenes, diciendo: No vayáis por camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos. Marchad más bien a las ovejas que se han perdido de la casa de Israel. No penséis, no, les viene a decir el Señor, que, porque me injurian y me llaman endemoniado, yo los aborrezco y los aparto de mí. Justamente a ellos tengo interés y empeño en curarlos primero, y, apartándoos a vosotros de los demás, os envío a ellos como maestros y médicos. Y no sólo os prohíbo que prediquéis a otros antes que a éstos, sino que no os consiento que toquéis en los caminos que llevan a la gentilidad ni que entréis en ciudad alguna de samaritanos.
55.- 4. Realmente, los samaritanos eran enemigos de los judíos; sin embargo, la misión hubiera resultado más fácil con ellos, que estaban mucho más dispuestos para recibir la Fe. La misión entre los judíos era más difícil; y, sin embargo, el Señor los envía al campo difícil, primero para mostrar su solicitud por los judíos y taparles juntamente la boca. De este modo abría el camino a la enseñanza de los apóstoles, a fin de que no los acusaran de que habían entrado en casa de asirios incircuncisos, con lo que tendrían una causa aparentemente justa para huir de ellos y rechazarlos. Por otra parte, llámalos el Señor ovejas perdidas, no que ellas de suyo se hubieran escapado; con lo que por todas partes les ofrece el perdón y trata de atraérselos a sí.
56.- Poderes y consejos a sus Apóstoles.
Marchad, pues, les dice, y pregonad que el reino de los cielos está cerca. Mirad la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente. Moisés y los profetas predicaban de la tierra y de los bienes de la tierra; los apóstoles, del Reino de los cielos y de cuanto a él atañe. Más no sólo por este respecto son los apóstoles superiores a Moisés y a los profetas, sino también por su obediencia. Ellos no se arredran de su misión ni vacilan como los antiguos. A pesar de que oyen que se les habla de peligros, de guerras y de males insoportables, como heraldos que son del Reino de los cielos, aceptan lo que se les manda con absoluta obediencia. Y ¿qué maravilla, me dirás, que obedecieran fácilmente, cuando nada triste ni difícil tenían que anunciar?
57.- ¿Qué dices que nada difícil se les manda? ¿No oyes hablar de cárceles, de conducción al suplicio, de guerras intestinas, del odio universal que había de seguirles, todo lo cual les dijo el Señor que había de acontecerles poco después? Porque a los otros, sí, los enviaba como heraldos y mensajeros de bienes infinitos; pero a ellos sólo les anunciaba y profetizaba males insufrideros.
58.- Luego, para conferir autoridad a su predicación, les dice: Curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios. Lo que de balde recibisteis, dadlo de balde. Mirad cómo se preocupa el Señor de las costumbres de sus apóstoles no menos que de los milagros, dándoles a entender que éstos sin aquellas nada valen. Así vemos cómo reprime su posible orgullo, diciéndoles: Lo que de balde recibisteis, dadlo de balde. Con lo que juntamente los quiere limpiar de toda avaricia. No quería que pensaran que los milagros eran obra de ellos y se exaltaran orgullosamente al realizarlos. De ahí su palabra: De balde habéis recibido vuestros poderes, no como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones merecen.
59.- Desprendimiento que pide el Señor a sus Apóstoles.-
Seguidamente, trata el Señor de arrancar la raíz misma de los males, y dice: No poseáis oro ni plata ni moneda menuda en vuestros cinturones; o toméis alforja para el camino ni dos túnicas ni zapatos ni bastón. No les dijo: “No toméis con vosotros. No: aun cuando pudierais tomarlo de otra parte, huid de esta mala pestilencia”. A la verdad, grandes bienes lograba el Señor con este precepto. Primero librar de toda sospecha a sus discípulos. Segundo, desembarazarlos a ellos mismos de toda preocupación, y poder así dedicar todo su tiempo a la predicación de la palabra. Tercero, darles una lección sobre su propio poder. Por lo menos, así se lo dijo más adelante: ¿Acaso os faltó algo cuando os envié desnudos y descalzos? San Lucas 22,35. Mas no dice inmediatamente: “No poseáis”. Primero les dice: Limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios, y ahora viene lo de: No poseáis. Y luego prosiguió: Lo que de balde habéis recibido, dadlo de balde. Con lo cual les procura el Señor a sus discípulos lo que les era útil, decente y posible, para andar por el mundo.
60.- Pero tal vez observe alguien que, sí todo lo demás que el Señor manda está muy en su punto; mas ¿por qué mandar a sus apóstoles que no tomaran alforjas para el camino, ni dos túnicas, ni bastón, ni zapatos? Porque quería ejercitarlos en la más estrecha perfección, como ya anteriormente les había prohibido que se preocuparan del día de mañana. A la verdad, Él los iba a mandar como maestros a toda la tierra. Por eso, hasta cierto punto los hace de hombres ángeles, librándolos de toda preocupación terrena, de suerte que una sola preocupación los domine en adelante: la de la enseñanza. Más aún: de esta misma los libra cuando les dice: No os preocupéis de cómo o qué hablaréis. San Mateo 10,19.
61.- De este modo, lo que aparentemente es pesado y molesto, el Señor se lo presenta como muy fácil y hacedero. Nada le hace, efectivamente, tan animoso a un hombre como verse libre de cuidados y preocupaciones, sobre todo cuando, no obstante esa ausencia de preocupación, logra que nada le falte, por tener a DIOS consigo y ser DIOS para él todas las cosas. Mas no quería tampoco el Señor que los suyos le dijeran: Entonces, ¿cómo o de dónde tendremos el necesario sustento? A lo que podía haberles contestado: Ya habéis oído lo que anteriormente os dije: Mirad las aves del cielo. San Mateo 6,26.
62.- No estaban, sin embargo, preparados todavía para reducir este precepto a la práctica; de ahí que les dice algo más modesto: Digno es el trabajador de su alimento. Con lo que les da a entender que ellos, maestros, habían de comer de sus discípulos. De este modo, ni los maestros habían de sentir orgullo respecto a sus discípulos, como si todo lo dieran y nada recibieran, ni los discípulos tendrían motivo, por este desdén, para separarse de sus maestros.
63.- El trabajador merece su salario.
5. No quería el Señor que le dijeran: “¿Es que nos mandas, pues, vivir de limosna?”. Cosa de que pudieran ellos avergonzarse. No; por el hecho de llamarlos trabajadores y paga a los que se le da, quiere ponerles de manifiesto que, al dárseles su alimento, no se hace sino pagárseles una deuda. Porque no penséis, parece decirles, que porque vuestro trabajo consista en palabras, es pequeño el beneficio que de vosotros reciben. También el hablar supone mucho trabajo. Y, por tanto, lo que os dan vuestros discípulos, no es favor que os hacen, sino deuda que os pagan: Porque digno es el trabajador de su salario. Y esto lo dijo el Señor, no por que pretendiera tasar el valor de los trabajos apostólicos. ¡DIOS nos libre de idea semejante! No; lo que quiso fue poner ante todo ley a sus apóstoles de no buscar nada más fuera de su sustento y persuadir también a los que se lo procuraban que no es ello honor que les hacen, sino estricto deber que cumplen.
64.- Las leyes de la hospitalidad.
Mas en cualquier ciudad o pueblo en que entrareis, preguntad qué persona digna haya en ella y allí permaneced hasta vuestra partida. Como si dijera: “No porque os haya dicho que el trabajador merece su salario, ya por eso os he abierto todas las puertas. No. También aquí os mando que procedáis con la mayor cautela. Ello contribuirá a vuestra propia gloria y hasta a vuestro sustento corporal. Porque si vuestro huésped es persona digna, no dejará para nada del mundo de proveer a vuestro sustento, sobre todo si vosotros no pedís más que lo necesario”. Más no sólo manda el Señor a sus discípulos que busquen para su hospedaje personas dignas, sino que les prohíbe andar de casa en casa. Primero, para no ofender a quien los recibiera en la suya; y luego, porque no cobren fama de glotones y amigos de pasarlo bien.
65.- Es lo que quiso darles a entender al decirles: Permaneced allí hasta vuestra partida. Y lo mismo es de ver por los otros evangelistas. San Marcos 6,10; San Lucas 10,7. ¿Veis cómo de este modo atendió el Señor al prestigio de sus apóstoles y cómo animó a quienes los recibieran? A éstos, en efecto, les hace ver que ellos son quienes más ganan, no sólo en honra, sino también en provecho. Lo mismo explica el Señor seguidamente, diciendo: Al entrar en la casa, saludadla, y si la casa fuere digna, que vuestra paz venga sobre ella; mas si no fuere digna, que vuestra paz se vuelva a vosotros. Mirad hasta qué pormenores se digna descender el Señor en sus preceptos. Y con mucha razón, pues los estaba preparando para atletas y heraldos de la religión en toda la tierra, y de este modo los quiere hacer no sólo modestos, sino también amables.
66.- Y así, prosigue: Mas si no os recibieren ni quisieren oír vuestras palabras, salid de la casa o ciudad aquella y sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del juicio se tratará más blandamente a Sodoma y Gomorra que no a la ciudad aquella. “No porque seáis los maestros, les viene a decir el Señor, esperéis a que los otros os saluden. No; adelantaos vosotros a darles muestra de honor”. Luego, para hacerles ver que no se trata en ellos de un simple saludo, sino de una bendición: Si la casa, les dice, fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si fuere insolente, su primer castigo será no gozar de vuestra paz; y el segundo, que correrá peor suerte que la misma Sodoma. ¿Y qué tenemos nosotros que ver con su castigo?, pudieran haberle replicado. Pues que habitaréis en las casas de personas dignas.
67.- Pero ¿qué significa lo de: Sacudid el polvo de vuestros pies? O demostrarles que nada se llevaban de ellos, o darles un testimonio del largo camino que por ellos habían emprendido. Pero mirad, os ruego, cómo todavía no se lo da todo el Señor, pues por entonces no les concede la gracia de la presciencia, de modo que pudieran saber de antemano quién fuera digno y quién no. Eso les manda que lo averigüen ellos mismos y que se atengan a la experiencia. Entonces, ¿cómo es que Él mismo se hospedó en casa de un alcabalero? Porque por su conversión se hizo digno. Pero considerad también, os ruego, cómo, a par que los despoja de todo, se lo da todo, pues les permite permanecer en las casas de sus discípulos y entrar en ellas sin tener nada. De este modo los libraba, por una parte, de toda preocupación y, por otra, podían ellos persuadir a los otros que sólo por su salvación habían venido.
68.- Primero, porque no llevaban nada; segundo, porque nada tampoco pedían fuera de lo necesario, y, en fin, porque no a todos indiferentemente pedían hospedaje. Es que no quería el Señor que sus apóstoles brillaran sólo por sus milagros, no; antes que por éstos habían de brillar por su virtud. Ahora bien, nada marca mejor la virtud que la ausencia de lo superfluo y no tener, en cuanto cabe, necesidad ninguna. Los mismos falsos apóstoles lo sabían eso; por lo que Pablo mismo decía: Porque quieren, en aquello de que se glorían, aparecer como nosotros. 2ª Corintios 11,12. Ahora bien, si los que están en tierra extraña y en casa ajena no han de pedir nada más que el necesario sustento, mucho menos habrán de exigir otra cosa los que están en su propia casa.
69.- La Iglesia, casa de todos, donde se da la paz.
6. No nos contentemos con sólo oír estas enseñanzas; tratemos también de imitarlas. En realidad, no se dijeron sólo para los apóstoles, sino para todos los santos que habían de sucederles. Porque esta paz viene o se va conforme a la disposición de los que reciben a los enviados de DIOS. No todo depende de la santidad de los maestros, sino también de los méritos de sus discípulos. Y no pensemos que es pequeño daño no gozar de esta paz. Ésta es la que de antiguo predijo el profeta, diciendo: ¡Qué hermosos son los pies de los que llevan la buena nueva de la paz! Luego, interpretando él mismo el valor de esta paz, prosigue: Los pies de los que llevan la buena nueva del bien. Isaías 52, 7. Ésta declaró Cristo mismo ser dádiva grande, diciendo: Mi paz os dejo, mi paz os doy. San Juan 14, 27.
70.- Y todo hemos de hacerlo a trueque de gozar de esta paz, tanto en nuestra casa como en la iglesia. A la verdad, también el que preside en la iglesia da la paz y él es como la figura del Señor. Y al Señor hay que recibirle con todo fervor, con la disposición del alma antes que en la mesa del altar. Porque si ya es cosa grave no participar de la mesa del Señor, ¿no lo será más rechazarle cuando nos habla? Por ti se sienta el sacerdote, por ti está de pie el diácono o predicador con molestia y cansancio. ¿Qué excusa, pues, tendrás, si no le concedes el homenaje de oír siquiera su palabra? A la verdad, la iglesia es la casa común de todos, y cuando vosotros habéis entrado, entramos nosotros, que representamos a los apóstoles. Por eso, apenas entramos, conforme a la ley que nos diera el Señor, os deseamos la paz a todos en común.
71.- Que nadie, pues, sea tibio, nadie esté distraído, cuando entran los sacerdotes y os hablan, pues el castigo que esta tibieza y distracción merece no es pequeño. Por mi parte, yo preferiría mil veces entrar en una casa de cualquiera de vosotros y verme allí desairado, que no hablar aquí sin que nadie me escuchara. Esto me sería más molesto que lo otro, pues esta casa es también más importante que cualquier otra. Aquí tenemos realmente nuestras grandes riquezas. Aquí están todas nuestras esperanzas. ¿Qué hay aquí que no sea grande e infunda reverencia? Esta mesa es mucho más preciosa y más dulce que las vuestras. Estas lámparas son mejores que las de vuestras casas. Bien lo saben todos aquellos que, ungidos con fe y a debido tiempo con el óleo santo, se vieron libres de sus enfermedades Y esta arqueta es también mejor y más necesaria que las vuestras, pues no guarda vestidos, sino limosnas, aunque pocos son los que aquí guardan su riqueza.
72.- Aquí hay un lecho también mejor que el vuestro, pues no hay descanso comparable al que nos procuran las Escrituras divinas. Y si hubiéramos alcanzado la perfecta concordia, no tendríamos otra casa que ésta. Y que no digo algo extraordinario, atestíguanlo aquellos tres mil y cinco mil creyentes primeros, que sólo tenían una casa, una mesa y un alma; porque la muchedumbre de los creyentes, dice el texto sagrado, tenían un solo corazón y alma sola. Actos 4,32. Mas ya que estamos tan distantes de la virtud de aquellos primeros creyentes y estamos separados viviendo cada uno en su propia casa, por lo menos, cuando aquí nos reunimos, hagámoslo con fervor. Porque si en lo demás somos pobres y miserables, en esto somos ricos. Por eso, aquí siquiera, recibidnos con amor cuando venimos a vosotros. Y cuando yo os digo: La paz sea con vosotros, y vosotros respondéis: Y con tu espíritu, no lo respondáis sólo con la palabra, sino también con el alma; no sólo con la boca, sino también con el corazón.
73.- Ahora bien, si aquí me dices: La paz sea con tu espíritu, y luego fuera me haces la guerra, escupiéndome y maldiciéndome y echándome a tus solas una rociada de improperios, ¿qué linaje de paz es aquélla? Yo, por mi parte, aunque tú mil veces me maldigas, te seguiré dando la paz con limpio corazón y sincera intención y nada malo puedo decir contra ti, porque tengo entrañas de padre. Y si alguna vez te reprendo, es porque estoy solícito por ti. Tú, empero, mordiéndome a escondidas y no queriéndome recibir en la casa del Señor, mucho me temo que acrecientes mi tristeza y desánimo, no porque me hayas insultado ni me hayas echado de tu casa, sino porque has rechazado la paz y te has atraído el castigo terrible con que amenazó el Señor. Yo no me sacudiré el polvo de mis pies; yo no me apartaré de vosotros; mas no por eso deja de seguir en pie su amenaza.
74.- Por mi parte, yo os desearé muchas veces la paz y jamás cesaré de deseárosla. Aun cuando vosotros me recibáis con injurias, yo no sacudiré por ello el polvo de mis pies; no porque no quiera obedecer el mandato del Señor, sino porque es muy vehemente el amor que os tengo. Cierto que tampoco he sufrido grandes trabajos por causa vuestra; no he emprendido un largo viaje; no he venido a vosotros con el atuendo y la pobreza de los apóstoles, sin sandalias y sin otra túnica, y por ello me recrimino ante todo a mí mismo, y tal vez ésa sea la causa por que vosotros abandonáis también vuestro deber. Sin embargo, tampoco basta eso para vuestra defensa. Cierto, mi juicio será más riguroso; pero ello no os procurará a vosotros perdón.
75.- Contraste entre los primeros tiempos y los presentes.
7. Entonces las casas eran iglesias, ahora la iglesia se ha convertido en una casa. Entonces no se oía en la casa una palabra del mundo, ahora no es posible decir en la iglesia una palabra espiritual, pues hasta aquí metéis vuestras preocupaciones de la plaza. Y mientras, Dios os habla; debíais de escucharle en silencio. Y ojalá se tratara por lo menos de vuestros asuntos, pero la verdad es que decís y oís cosas que ni os van ni os vienen. Por esto lloro, por esto no cesaré jamás de llorar. Porque no está en mi mano, no, abandonar esta casa y marcharme a otra. Aquí tengo que permanecer hasta que salga de esta vida. Hacedme, pues, un lugar en vosotros, como os ha mandado Pablo. 2ª Corintios 7,2. No habla allí el Apóstol de una mesa donde haya de admitírsele, sino de la disposición del alma. Esto es también lo que yo busco de vosotros: el amor, la amistad ardiente y sincera.
76.- Mas, si ni aun eso me queréis dar, amaos por lo menos a vosotros mismos y dejad esa flojedad de espíritu que ahora os domina. Para mi consuelo, basta con ver nuestra gloria por haberos hecho mejores. Entonces, yo os daría aún mayores pruebas de amor, aun cuando tanto menos fuera de vosotros amado. A la verdad, muchas son las cosas que mutuamente nos unen: una misma mesa se nos pone a todos delante, un Padre único nos ha engendrado; del mismo seno materno salimos todos; una misma bebida se nos da a todos. O, por mejor decir, no sólo bebemos una sola bebida, sino que la bebemos también de un solo cáliz. El Padre, que quería unirnos a todos en caridad, excogitó, entre tantos otros, este medio de hacernos beber a todos el mismo cáliz. Lo cual es prueba de intenso amor.
77.- ¿Me objetaréis que no estamos nosotros a la altura de los apóstoles? También yo lo confieso y jamás tendré valor para negarlo. No sólo no estamos a su altura, sino que no somos ni la sombra de los apóstoles. Mas esto no os exime a vosotros de cumplir vuestro deber. Por otra parte, ello no debe avergonzaros, sino acrecentar más bien vuestro merecimiento. Porque si con quienes son indignos mostráis tal amor y obediencia, recibiréis luego mayor recompensa. Porque nosotros no os decimos nuestras propias doctrinas, pues tampoco tenemos maestro alguno sobre la tierra. Lo que hemos recibido, eso os damos, y al dároslo no os pedimos otra recompensa sino vuestro amor. Más si aun de esto somos indignos, por lo menos lo mereceremos por el mero hecho de amaros. A la verdad, tenemos mandato de amar no sólo a los que nos aman, sino también a nuestros enemigos.
78.- ¿Quién será, pues, tan inclemente, quién será tan salvaje que, habiendo recibido semejante mandato, rechace y aborrezca a los mismos que le aman, aun cuando estén llenos de infinitos vicios? Hemos participado de la mesa espiritual; participemos también de la espiritual caridad. Los mismos bandoleros, cuando comen el mismo pan, se olvidan de su carácter y costumbres; pues ¿qué excusa tendremos nosotros, que participamos constantemente del cuerpo del Señor y no imitamos ni la mansedumbre de unos bandoleros?
79.- En realidad, no sólo la comunidad de la mesa: el hecho solo de ser una misma ciudad les basta a muchos para hacerse amigos. Nosotros tenemos la misma ciudad, la misma casa, la misma mesa; el camino, la puerta, la raíz, la vida, la cabeza, el pastor, y rey y maestro y juez y creador y Padre, todo, en una palabra, nos es común. ¿Qué perdón, pues, mereceríamos si estuviéramos divididos los unos de los otros?
80.- Por qué DIOS ha dejado ahora de hacer milagros.
¿Es que echáis de menos los milagros que los apóstoles hacían al entrar en casas y ciudades: los leprosos limpios, los demonios expulsados y los muertos resucitados? Más justamente la prueba mayor de vuestra generosidad y de vuestra caridad es que creéis en DIOS sin esos apoyos exteriores. Ésa es, entre otras, la razón por que DIOS ha dejado ahora de hacer milagros. Y he aquí otra: aún sin el don ya de milagros, los que se han visto por DIOS favorecidos con otras ventajas, por ejemplo, la sabiduría de la palabra o la extraordinaria piedad, se llenan de vanagloria, se exaltan y se escinden unos de otros. ¿Adónde llegarían las escisiones si por añadidura tuvieran poder de hacer milagros? Y que no hablo en esto a humo de pajas, atestígüenlo los Corintios, que por ahí justamente vinieron a dar en tantas banderías. No busquéis, pues, milagros, sino la salud de vuestra alma. No busquéis ver a un muerto resucitado, cuando sabéis que el mundo entero ha de resucitar.
81.- No busquéis ver recuperar la vista un ciego; mirad más bien cómo ahora todos han recuperado una vista más clara y más provechosa; y, sobre todo, aprended vosotros mismos a mirar castamente y a corregir vuestros propios ojos. A la verdad, si todos viviéramos como debemos, los gentiles nos admirarían más que los que hacen milagros. Porque, muchas veces, los milagros se pueden atribuir a pura fantasía o llevan consigo alguna otra mala sospecha, aun cuando nada de esto pueda decirse de los nuestros; mas una vida pura no admite sospecha alguna semejante. La verdadera virtud echa una mordaza a todas las bocas.
82.- La virtud, el mayor de los milagros.
8. Cuidemos, por ende, de adquirir la virtud. Ésa es la mejor riqueza. Ése es el mayor de los milagros. Ella es la que nos da la libertad verdadera, la libertad que cabe contemplar aun en la misma esclavitud. La virtud no romperá materialmente las cadenas del esclavo; pero hace que, aun siguiendo esclavo, nos parezca más digno de respeto que el libre, lo que es mayor hazaña que dar la libertad misma. No le hace al pobre materialmente rico; pero sí que, aun siguiendo en su pobreza, sea más rico que el rico. Pero si tantas ganas tienes de hacer milagros, apártate del pecado y has hecho el mayor de los milagros. A la verdad, gran demonio es el pecado, carísimo mío. Si éste expulsas de ti mismo, has hecho hazaña mayor que los que expulsan a una legión de demonios.
83.- Oye cómo habla Pablo y cómo pone la virtud por encima de los milagros: Emulad, dice, los carismas del espíritu. Y aún os quiero mostrar un camino de todo punto excelente. 1ª Corintios 12,31. Y cuando viene a describirnos ese camino, no nos habla ni de resurrección de muertos, ni de curación de leprosos, ni de cosa semejante. En lugar de todo eso, pone el Apóstol la caridad. Oye también lo que dice Cristo: No os alegréis de que se os someten los demonios, sino de que vuestros nombres están escritos en los cielos. San Lucas 10,20. Y antes había dicho: Muchos me dirán en aquel día: ¿No profetizamos en tu nombre y expulsamos a los demonios e hicimos muchos prodigios? Y entonces yo les contestaré: No os conozco. San Mateo 7, 22, 23. Y cuando iba a morir en la cruz, reunido con sus discípulos, les decía: En esto conocerán todos que sois discípulos míos, no en que expulséis demonios, sino en que os améis los unos a los otros. San Juan 13, 35.
84.- Y otra vez: En esto conocerán todos que tú me has enviado, no en que éstos resucitan a los muertos, sino en que sean una sola cosa. San Juan 17,23. Los milagros aprovechan a los otros, pero muchas veces dañan lo mismo al que los hace, pues le llevan a la soberbia y vanagloria o a otros inconvenientes. Nada de eso puede sospecharse de las obras de virtud, que aprovechan al que las practica y a muchos otros con él. Éstas, por ende, son las que hemos de practicar con toda diligencia. Si de tu inhumanidad pasas a ser compasivo y das limosnas, has dado movimiento a tu mano que tenías seca. Si te apartas del teatro para venir a la iglesia, has curado el pie que tenías cojo. Si desvías tus ojos de la mala mujer y de la ajena belleza, los has abierto, ciegos antes, a la luz. Si en lugar de los cantos satánicos aprendes himnos espirituales, has recuperado, mudo antes, el habla. Éstos son los mejores milagros. Éstos sí que son prodigios sorprendentes.
85.- Exhortación final: Hagamos el milagro de la virtud.
Si estos milagros hacemos durante toda nuestra vida, por ellos seremos grandes y admirables, atraeremos a los malos hacia la virtud y gozaremos de la vida venidera. Dicha que a todos os deseo por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
34.- Se pondera la fe de los dos ciegos.
1. ¿Por qué razón arrastra el Señor en pos de sí a estos ciegos gritando? Porque quiere una vez más enseñarnos a rechazar la gloria del vulgo. Porque, como quiera que la casa estaba próxima, allí los lleva el Señor para curarlos secretamente. No es pequeña acusación contra los judíos el hecho de que estos ciegos, sin ojos, por sólo el oído, reciban la fe; mientras aquéllos, que contemplaban los milagros de Jesús y tenían por testigos de sus hechos no menos que a sus propios ojos, hacían todo lo contrario. Pero mirad también el fervor de estos ciegos, que se echa de ver no sólo por sus gritos, sino por la misma súplica que le dirigen al Señor. Porque no fue sólo acercarse a Él: se le acercaron entre grandes gritos y ninguna otra palabra pronuncian sino: Compadécete.
35.- Y le llamaban hijo de David, pues les parecía un título de honor. Y es así que aun los profetas llamaban también así a los reyes que querían honrar y presentar como grandes. Isaías 7,13; 38,5. Una vez, pues, que los hubo llevado a su casa, les dirige el Señor una segunda pregunta. Muchas veces, en efecto, quería el Señor ser rogado para curar, y esto por muchas razones: Primero, por que no se pensase que se precipitaba Él a obrar estos milagros por pura vanagloria. Luego, porque quería se viera que quienes le rogaban merecían la curación. Y otra razón: por que no se dijera que, pues curaba por pura compasión, tenía que curar a todo el mundo. No; también su misma compasión tenía alguna cuenta con la fe de los curados.
36.- Aparte esas razones, aquí exige el Señor fe a estos ciegos, porque, ya que le habían llamado hijo de David, quiere levantarlos a más alto pensamiento y enseñarles qué es lo que realmente deben imaginarse de Él. Y así les dice: ¿Creéis que puedo yo hacer eso? No les dijo: “¿Creéis que puedo pedirlo a mi Padre, creéis que lo puedo alcanzar por la oración?” No. ¿Creéis, les dice, que puedo yo hacer eso? ¿Y qué responden ellos? Sí, Señor. Ya no le llaman hijo de David; ya remontan más el vuelo y confiesan su soberanía. Y entonces fue cuando el Señor les impuso su mano, diciendo: Conforme a vuestra fe, así os suceda. Y así lo hace el Señor, primero para fortificar la misma fe de los ciegos; luego, para hacer ver que también ellos habían tenido alguna parte en la obra y, en fin, para atestiguar que sus palabras no habían nacido de adulación. No dijo: “Queden abiertos vuestros ojos”, sino: Conforme a vuestra fe, así os suceda.
37.- Es lo que dice a muchos de los que a Él acuden, pues tiene el Señor interés, antes de curar sus cuerpos, en proclamar la fe de sus almas, con lo que a ellos los hacía más gloriosos y acrecentaba el fervor de los otros. Así lo hizo también con el paralítico, pues antes de fortalecer su cuerpo, levantó su alma, que yacía en el suelo, diciéndole: Ten buen ánimo, hijo. Que tus pecados te sean perdonados. Y a la niña de doce años, después de resucitarla, la tomó de la mano y, por la orden que dio que se le diera de comer, le hizo ver que Él era su bienhechor. Y lo mismo con el centurión, a cuya fe atribuyó el Señor todo el milagro. Y cuando a sus discípulos los libró de la tormenta del mar, antes quiso librarlos de su poca fe. Así puntualmente procede con estos ciegos. Antes de que ellos hablaran, sabía Él muy bien los secretos de su alma; sin embargo, por que todos los pudieran imitar, Él los descubre delante de todos y por su definitiva curación proclama su oculta fe.
38.- Después de la curación, mandóles el Señor que a nadie dijeran nada, y no se lo mandó como quiera, sino con extraordinaria vehemencia. Jesús, dice el evangelista, les intimó diciendo: ¡Cuidado con que nadie lo sepa! Más ellos, apenas salieron, divulgaron su fama por toda aquella tierra. Es que no se pudieron contener, y se convirtieron en heraldos y evangelistas del Señor. Cierto que éste les había mandado que guardaran secreto sobre el milagro, pero ellos no pudieron contenerse. Ahora bien, si vemos que en otra ocasión dice el Señor: Anda y publica la gloria de Dios, San Lucas 8,39, no hay en ello contradicción con su conducta con estos ciegos, sino que más bien hay perfecta armonía. Porque lo que Él nos quiere enseñar es que jamás hablemos de nosotros mismos ni consintamos que otros nos elogien; mas, si la gloria ha de referirse a DIOS, no sólo no hemos de impedirlo, sino que podemos mandarlo.
39.- Curación de un mudo.-
Apenas hubieron salido los dos ciegos, le presentaron un hombre mudo poseído del demonio. No se trataba, en efecto, de una enfermedad natural, sino de una insidia del demonio. De ahí la necesidad de que otros le llevaran ante el Señor. Por si mismo no podía presentar su súplica, pues estaba mudo; y a los otros tampoco podía rogarles, pues el demonio había trabado su lengua, y juntamente con su lengua le tenía también atada el alma. Por esta razón, tampoco el Señor le exige fe, sino que le cura inmediatamente de su enfermedad. Y, en efecto, expulsado el demonio, dice el evangelista, habló el mudo. Y las muchedumbres se maravillaban, diciendo: Jamás se vio cosa semejante en Israel. Era lo que señaladamente molestaba a los fariseos: que le tuvieran por superior a todos, no sólo de cuantos entonces existían, sino de cuantos jamás habían existido. Y por tal le tenían las muchedumbres al Señor, no sólo porque curaba, sino porque lo hacía con tanta facilidad y en un momento, y curaba enfermedades innumerables, y hasta las que se tenían por incurables. Así hablaba el pueblo.
40.- Los fariseos se contradicen a sí mismos.-
2. Todo lo contrario los fariseos. No sólo hablaban mal del milagro, sino que no tienen rubor de contradecirse a sí mismos. Tal es por naturaleza la maldad. ¿Qué es, efectivamente, lo que dicen? Por virtud del príncipe de los demonios arroja éste los demonios. ¡Qué enorme insensatez! Si algo hay imposible de todo punto, como más adelante les dice el Señor mismo, es que el demonio expulse a los demonios. El demonio lo que quiere es mantener su imperio, no destruirlo. El Señor, empero, no sólo arrojó a los demonios, sino que limpió leprosos, resucitó muertos, sofrenó el mar, perdonó pecados, predicó el reino de los cielos y llevó las almas al Padre.
Cosas todas que jamás querría ni aun podría hacer el demonio. La obra de los demonios es llevar a los hombres ante los ídolos, apartarlos de DIOS y arrebatarles la fe en la vida venidera.
41.- El demonio, insultado, no devuelve un beneficio por el insulto; más bien, sin que se le insulte, a los mismos que le sirven y le honran, trata él de hacerles daño. Todo lo contrario del Señor. Después de estos insultos e injurias: Iba recorriendo, dice el evangelista, todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, y predicando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda flaqueza.
42.- Cómo hay que responder a las calumnias.-
Y no sólo no castigó a aquellos estúpidos, más ni siquiera les reprendió, primero para dar una prueba más de mansedumbre y confundir así aquella misma calumnia, y luego, porque quería demostrarles más ampliamente su misión por los milagros que habían de seguir y presentarles también entonces la demostración por sus palabras. Iba, pues, el Señor recorriendo sus ciudades y sus pueblos y predicando en sus sinagogas, con lo que nos enseña cómo hemos de responder a las calumnias e injurias no con otras injurias y calumnias, sino con mayores beneficios. Y es así que, si hacemos favores a quienes son, como nosotros, servidores de DIOS, no con miras humanas, sino puramente por DIOS, hagan ellos lo que hagan, nosotros no hemos de dejar de hacerles el favor, pues así será mayor nuestra recompensa.
43.- Porque el que después de recibir una injuria cesa ya de hacer beneficios, da con ello prueba de que practicaba esa virtud no por DIOS, sino por alabanza de los hombres. De ahí que Cristo, para enseñarnos que Él hacía sus beneficios por sola bondad suya, no esperó a que los enfermos acudieran a Él, sino que Él mismo se apresuraba a ir a ellos, llevándoles a par dos bienes máximos: uno, el evangelio del reino de los cielos; otro, la curación de todas sus enfermedades. No desdeñó una ciudad, no pasó por alto una aldea; a todo lugar acudía el Señor.
44.- La mies es mucha, los obreros pocos.
Mas no para aquí el Señor, sino que da pruebas de una nueva solicitud. Porque viendo, dice el evangelista, a las muchedumbres, tuvo lástima de ellas, pues se hallaban fatigadas y tendidas, como ovejas sin pastor, dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Mirad una vez más cuán ajeno es el Señor a la vanagloria, pues para no atraerlos Él a todos en pos de sí, envió a sus discípulos. Aunque no es ésa la única razón por que los envía. Él quiere que se ejerciten en la Palestina, como en una palestra, y así se preparen para sus combates por todo lo ancho de la tierra. De ahí que cada vez les va ofreciendo más ancho campo a sus combates, en cuanto su virtud lo permitía, con el fin de que luego que se les hicieran más fáciles los que les esperaban.
45.- Era como sacar los polluelos aún tiernos para ejercitarlos en el vuelo. Y por de pronto los constituye médicos de los cuerpos, y más adelante les confiará también la curación, más importante, de las almas. Y considerad cómo les presenta su misión a par fácil y necesaria. Porque, ¿qué es lo que dice? La mies es mucha, pero los obreros pocos. No os envío, parece decirles, a sembrar, sino a segar. Algo así les había dicho en Juan: Otros han trabajado, y vosotros habéis entrado en su trabajo. San Juan 4,38. Ahora bien, al hablarles así, quería el Señor reprimir su orgullo a par que infundirles confianza, pues les hacía ver que el trabajo mayor estaba ya hecho.
46.- Pero mirad también aquí cómo el Señor empieza por su propio amor y no por recompensa de ninguna clase: Porque se compadeció de las muchedumbres, que estaban fatigadas y tendidas, como ovejas sin pastor. Con estas palabras apuntaba a los príncipes de los judíos; pues, habiendo de ser pastores, se mostraban lobos. Porque no sólo no corregían a la muchedumbre, sino que ellos eran el mayor obstáculo a su adelantamiento. Y era así que cuando el pueblo se maravillaba y decía: Jamás se ha visto cosa igual en Israel, ellos decían lo contrario y replicaban: En virtud del príncipe de los demonios, expulsa éste a los demonios. Más ¿a quiénes designa aquí el Señor como trabajadores? Indudablemente, a sus doce discípulos. Ahora bien, después de decir que los obreros eran pocos, ¿añadió alguno más? De ninguna manera.
47.- Lo que hizo fue enviarlos a trabajar. ¿Por qué, pues, decía: Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies, y Él no les envió ninguno? Porque, aun siendo sólo doce, Él los multiplicó más adelante, no por su número, sino por la virtud de que les hizo gracia.
48.- Jesús, dueño de la mies.-
3. Luego, para mostrarles cuán grande era la dádiva que les hacía: Rogad, les dice, al Señor de la mies. Con lo que, veladamente, manifiesta ser Él quien poseía aquel dominio. En efecto, apenas les hubo dicho: Rogad al Señor de la mies, sin que ellos le hubieran rogado nada, sin que hubiera precedido una oración de su parte, Él los escoge inmediatamente, a par que les recuerda las expresiones mismas de Juan sobre la era y el bieldo, la paja y el trigo. Por donde se ve claro ser Él el labrador, Él el amo de la mies, Él el dueño soberano de los profetas. Porque si ahora mandaba a segar a sus discípulos, claro está que no los mandaba a campo ajeno, sino a lo que Él mismo había sembrado por medio de los profetas.
49.- La misión de los Apóstoles.-
Mas no se contenta el Señor con animar a sus discípulos por el hecho de llamar cosecha a su ministerio, sino haciéndolos aptos para ese mismo ministerio. Y así, llamando a sí, dice el evangelista, a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus para que los arrojaran, y curar toda enfermedad y toda flaqueza. Y, sin embargo, todavía no había sido dado el Espíritu Santo: Todavía no había, dice Juan 7,39, Espíritu Santo, por que Jesús no había sido aún glorificado. ¿Cómo expulsaban, pues, los apóstoles a los espíritus? Por el mandato y la autoridad del Señor. Mas considerad ahora, os ruego, la oportunidad del momento de su misión. Porque no los envió desde el principio, no.
50.- Cuando ya habían por bastante tiempo gozado de su compañía, cuando habían ya visto resucitado a un muerto, apaciguado por su intimación el mar, arrojados los demonios, curado un paralítico y perdonados sus pecados; cuando ya el poder del Señor estaba suficientemente demostrado por obras y palabras, entonces es cuando Él los envía. Y, aun entonces, no a misiones peligrosas, pues por de pronto ningún peligro les amenazaba en Palestina. Sólo la maledicencia tendrían desde luego que afrontar. Y aun así, ya de antemano les habla de peligros, preparándolos antes de tiempo para el combate y aprestándolos para él con la constante alusión a los peligros que les esperaban.
51.- La lista de los Apóstoles.-
Hasta ahora, sólo dos parejas de apóstoles nos ha nombrado el evangelista, la de Pedro y Andrés y la de Santiago y Juan. Luego nos contó Mateo su propio llamamiento, pero nada nos ha dicho aún de la vocación y nombre de los otros apóstoles. De ahí que tenía forzosamente que traernos aquí la lista de ellos y decirnos sus nombres, como lo hacen seguidamente: Los nombres de los doce apóstoles son éstos: el primero Simón, por sobrenombre Pedro... Porque había otro Simón, llamado el Cananeo: como había dos Judas: Judas Iscariote y Judas el de Santiago; y dos Santiagos: Santiago hijo de Alfeo y Santiago hijo de Zebedeo. Ahora bien, Marcos 3,16, los pone por orden de dignidad, y sólo después de nombrar a los dos corifeos cuenta también a Andrés. No así Mateo, sino de modo diferente. Más aún: a Tomás mismo, que sin duda le era inferior, Mateo le pone antes que a sí mismo. Pero volvamos otra vez a su lista: El primero Simón, por sobrenombre Pedro, y Andrés, su hermano.
52.- No les tributa el evangelista pequeño elogio, pues al uno le alaba por su firmeza de roca y al otro por lo noble de su carácter. Luego Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, su hermano. ¿Veis cómo no los pone según si dignidad? Porque, a mi parecer, Juan no sólo es superior a todos los demás, sino a su mismo hermano. Luego, nombrado Felipe y Bartolomé, pasa a Tomás y Mateo, el publicano. No procede así Lucas, sino que, por lo contrario, antepone Mateo a Tomás. Luego viene Santiago, el hijo de Alfeo; pues, como hemos ya dicho, había oro Santiago, el hijo de Zebedeo.
53.- Luego, nombrados por otro nombre, Tadeo y Simón el Celotes, a quien llama también Cananeo, llega al traidor. Pero habla de él no como enemigo a quien hace la guerra, sino con la diferencia de quien escribe la historia. No dijo: “Judas, el abominable entre todo lo abominable”, sino que le calificó sencillamente por el nombre de su ciudad, llamándole Judas el Iscariote. Había, efectivamente, otro Judas, por sobrenombre Tadeo, que Lucas 6,16 hace hijo de Santiago, diciendo: Judas de Santiago. Para distinguir, pues, de éste al traidor, dice Mateo: Judas el Iscariote, que fue también el que le traicionó. De este modo, los evangelistas no ocultan jamás nada ni aun de lo que parece ser ignominioso. Así, el que figura primero y es el corifeo de todo el coro de los apóstoles, es un hombre sin letras e ignorante.
54.- A quién envió Jesús sus Apóstoles.-
Mas veamos ya a dónde y a quiénes envía Jesús sus apóstoles. A estos doce, dice el evangelista, los envió Jesús. ¿Quiénes son éstos? Unos pescadores y publicanos. Cuatro, en efecto, de ellos eran pescadores; dos publicanos: Mateo y Santiago; y uno, hasta traidor. ¿Y qué es lo que les dice? Inmediatamente les dio órdenes, diciendo: No vayáis por camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos. Marchad más bien a las ovejas que se han perdido de la casa de Israel. No penséis, no, les viene a decir el Señor, que, porque me injurian y me llaman endemoniado, yo los aborrezco y los aparto de mí. Justamente a ellos tengo interés y empeño en curarlos primero, y, apartándoos a vosotros de los demás, os envío a ellos como maestros y médicos. Y no sólo os prohíbo que prediquéis a otros antes que a éstos, sino que no os consiento que toquéis en los caminos que llevan a la gentilidad ni que entréis en ciudad alguna de samaritanos.
55.- 4. Realmente, los samaritanos eran enemigos de los judíos; sin embargo, la misión hubiera resultado más fácil con ellos, que estaban mucho más dispuestos para recibir la Fe. La misión entre los judíos era más difícil; y, sin embargo, el Señor los envía al campo difícil, primero para mostrar su solicitud por los judíos y taparles juntamente la boca. De este modo abría el camino a la enseñanza de los apóstoles, a fin de que no los acusaran de que habían entrado en casa de asirios incircuncisos, con lo que tendrían una causa aparentemente justa para huir de ellos y rechazarlos. Por otra parte, llámalos el Señor ovejas perdidas, no que ellas de suyo se hubieran escapado; con lo que por todas partes les ofrece el perdón y trata de atraérselos a sí.
56.- Poderes y consejos a sus Apóstoles.
Marchad, pues, les dice, y pregonad que el reino de los cielos está cerca. Mirad la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente. Moisés y los profetas predicaban de la tierra y de los bienes de la tierra; los apóstoles, del Reino de los cielos y de cuanto a él atañe. Más no sólo por este respecto son los apóstoles superiores a Moisés y a los profetas, sino también por su obediencia. Ellos no se arredran de su misión ni vacilan como los antiguos. A pesar de que oyen que se les habla de peligros, de guerras y de males insoportables, como heraldos que son del Reino de los cielos, aceptan lo que se les manda con absoluta obediencia. Y ¿qué maravilla, me dirás, que obedecieran fácilmente, cuando nada triste ni difícil tenían que anunciar?
57.- ¿Qué dices que nada difícil se les manda? ¿No oyes hablar de cárceles, de conducción al suplicio, de guerras intestinas, del odio universal que había de seguirles, todo lo cual les dijo el Señor que había de acontecerles poco después? Porque a los otros, sí, los enviaba como heraldos y mensajeros de bienes infinitos; pero a ellos sólo les anunciaba y profetizaba males insufrideros.
58.- Luego, para conferir autoridad a su predicación, les dice: Curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios. Lo que de balde recibisteis, dadlo de balde. Mirad cómo se preocupa el Señor de las costumbres de sus apóstoles no menos que de los milagros, dándoles a entender que éstos sin aquellas nada valen. Así vemos cómo reprime su posible orgullo, diciéndoles: Lo que de balde recibisteis, dadlo de balde. Con lo que juntamente los quiere limpiar de toda avaricia. No quería que pensaran que los milagros eran obra de ellos y se exaltaran orgullosamente al realizarlos. De ahí su palabra: De balde habéis recibido vuestros poderes, no como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones merecen.
59.- Desprendimiento que pide el Señor a sus Apóstoles.-
Seguidamente, trata el Señor de arrancar la raíz misma de los males, y dice: No poseáis oro ni plata ni moneda menuda en vuestros cinturones; o toméis alforja para el camino ni dos túnicas ni zapatos ni bastón. No les dijo: “No toméis con vosotros. No: aun cuando pudierais tomarlo de otra parte, huid de esta mala pestilencia”. A la verdad, grandes bienes lograba el Señor con este precepto. Primero librar de toda sospecha a sus discípulos. Segundo, desembarazarlos a ellos mismos de toda preocupación, y poder así dedicar todo su tiempo a la predicación de la palabra. Tercero, darles una lección sobre su propio poder. Por lo menos, así se lo dijo más adelante: ¿Acaso os faltó algo cuando os envié desnudos y descalzos? San Lucas 22,35. Mas no dice inmediatamente: “No poseáis”. Primero les dice: Limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios, y ahora viene lo de: No poseáis. Y luego prosiguió: Lo que de balde habéis recibido, dadlo de balde. Con lo cual les procura el Señor a sus discípulos lo que les era útil, decente y posible, para andar por el mundo.
60.- Pero tal vez observe alguien que, sí todo lo demás que el Señor manda está muy en su punto; mas ¿por qué mandar a sus apóstoles que no tomaran alforjas para el camino, ni dos túnicas, ni bastón, ni zapatos? Porque quería ejercitarlos en la más estrecha perfección, como ya anteriormente les había prohibido que se preocuparan del día de mañana. A la verdad, Él los iba a mandar como maestros a toda la tierra. Por eso, hasta cierto punto los hace de hombres ángeles, librándolos de toda preocupación terrena, de suerte que una sola preocupación los domine en adelante: la de la enseñanza. Más aún: de esta misma los libra cuando les dice: No os preocupéis de cómo o qué hablaréis. San Mateo 10,19.
61.- De este modo, lo que aparentemente es pesado y molesto, el Señor se lo presenta como muy fácil y hacedero. Nada le hace, efectivamente, tan animoso a un hombre como verse libre de cuidados y preocupaciones, sobre todo cuando, no obstante esa ausencia de preocupación, logra que nada le falte, por tener a DIOS consigo y ser DIOS para él todas las cosas. Mas no quería tampoco el Señor que los suyos le dijeran: Entonces, ¿cómo o de dónde tendremos el necesario sustento? A lo que podía haberles contestado: Ya habéis oído lo que anteriormente os dije: Mirad las aves del cielo. San Mateo 6,26.
62.- No estaban, sin embargo, preparados todavía para reducir este precepto a la práctica; de ahí que les dice algo más modesto: Digno es el trabajador de su alimento. Con lo que les da a entender que ellos, maestros, habían de comer de sus discípulos. De este modo, ni los maestros habían de sentir orgullo respecto a sus discípulos, como si todo lo dieran y nada recibieran, ni los discípulos tendrían motivo, por este desdén, para separarse de sus maestros.
63.- El trabajador merece su salario.
5. No quería el Señor que le dijeran: “¿Es que nos mandas, pues, vivir de limosna?”. Cosa de que pudieran ellos avergonzarse. No; por el hecho de llamarlos trabajadores y paga a los que se le da, quiere ponerles de manifiesto que, al dárseles su alimento, no se hace sino pagárseles una deuda. Porque no penséis, parece decirles, que porque vuestro trabajo consista en palabras, es pequeño el beneficio que de vosotros reciben. También el hablar supone mucho trabajo. Y, por tanto, lo que os dan vuestros discípulos, no es favor que os hacen, sino deuda que os pagan: Porque digno es el trabajador de su salario. Y esto lo dijo el Señor, no por que pretendiera tasar el valor de los trabajos apostólicos. ¡DIOS nos libre de idea semejante! No; lo que quiso fue poner ante todo ley a sus apóstoles de no buscar nada más fuera de su sustento y persuadir también a los que se lo procuraban que no es ello honor que les hacen, sino estricto deber que cumplen.
64.- Las leyes de la hospitalidad.
Mas en cualquier ciudad o pueblo en que entrareis, preguntad qué persona digna haya en ella y allí permaneced hasta vuestra partida. Como si dijera: “No porque os haya dicho que el trabajador merece su salario, ya por eso os he abierto todas las puertas. No. También aquí os mando que procedáis con la mayor cautela. Ello contribuirá a vuestra propia gloria y hasta a vuestro sustento corporal. Porque si vuestro huésped es persona digna, no dejará para nada del mundo de proveer a vuestro sustento, sobre todo si vosotros no pedís más que lo necesario”. Más no sólo manda el Señor a sus discípulos que busquen para su hospedaje personas dignas, sino que les prohíbe andar de casa en casa. Primero, para no ofender a quien los recibiera en la suya; y luego, porque no cobren fama de glotones y amigos de pasarlo bien.
65.- Es lo que quiso darles a entender al decirles: Permaneced allí hasta vuestra partida. Y lo mismo es de ver por los otros evangelistas. San Marcos 6,10; San Lucas 10,7. ¿Veis cómo de este modo atendió el Señor al prestigio de sus apóstoles y cómo animó a quienes los recibieran? A éstos, en efecto, les hace ver que ellos son quienes más ganan, no sólo en honra, sino también en provecho. Lo mismo explica el Señor seguidamente, diciendo: Al entrar en la casa, saludadla, y si la casa fuere digna, que vuestra paz venga sobre ella; mas si no fuere digna, que vuestra paz se vuelva a vosotros. Mirad hasta qué pormenores se digna descender el Señor en sus preceptos. Y con mucha razón, pues los estaba preparando para atletas y heraldos de la religión en toda la tierra, y de este modo los quiere hacer no sólo modestos, sino también amables.
66.- Y así, prosigue: Mas si no os recibieren ni quisieren oír vuestras palabras, salid de la casa o ciudad aquella y sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del juicio se tratará más blandamente a Sodoma y Gomorra que no a la ciudad aquella. “No porque seáis los maestros, les viene a decir el Señor, esperéis a que los otros os saluden. No; adelantaos vosotros a darles muestra de honor”. Luego, para hacerles ver que no se trata en ellos de un simple saludo, sino de una bendición: Si la casa, les dice, fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si fuere insolente, su primer castigo será no gozar de vuestra paz; y el segundo, que correrá peor suerte que la misma Sodoma. ¿Y qué tenemos nosotros que ver con su castigo?, pudieran haberle replicado. Pues que habitaréis en las casas de personas dignas.
67.- Pero ¿qué significa lo de: Sacudid el polvo de vuestros pies? O demostrarles que nada se llevaban de ellos, o darles un testimonio del largo camino que por ellos habían emprendido. Pero mirad, os ruego, cómo todavía no se lo da todo el Señor, pues por entonces no les concede la gracia de la presciencia, de modo que pudieran saber de antemano quién fuera digno y quién no. Eso les manda que lo averigüen ellos mismos y que se atengan a la experiencia. Entonces, ¿cómo es que Él mismo se hospedó en casa de un alcabalero? Porque por su conversión se hizo digno. Pero considerad también, os ruego, cómo, a par que los despoja de todo, se lo da todo, pues les permite permanecer en las casas de sus discípulos y entrar en ellas sin tener nada. De este modo los libraba, por una parte, de toda preocupación y, por otra, podían ellos persuadir a los otros que sólo por su salvación habían venido.
68.- Primero, porque no llevaban nada; segundo, porque nada tampoco pedían fuera de lo necesario, y, en fin, porque no a todos indiferentemente pedían hospedaje. Es que no quería el Señor que sus apóstoles brillaran sólo por sus milagros, no; antes que por éstos habían de brillar por su virtud. Ahora bien, nada marca mejor la virtud que la ausencia de lo superfluo y no tener, en cuanto cabe, necesidad ninguna. Los mismos falsos apóstoles lo sabían eso; por lo que Pablo mismo decía: Porque quieren, en aquello de que se glorían, aparecer como nosotros. 2ª Corintios 11,12. Ahora bien, si los que están en tierra extraña y en casa ajena no han de pedir nada más que el necesario sustento, mucho menos habrán de exigir otra cosa los que están en su propia casa.
69.- La Iglesia, casa de todos, donde se da la paz.
6. No nos contentemos con sólo oír estas enseñanzas; tratemos también de imitarlas. En realidad, no se dijeron sólo para los apóstoles, sino para todos los santos que habían de sucederles. Porque esta paz viene o se va conforme a la disposición de los que reciben a los enviados de DIOS. No todo depende de la santidad de los maestros, sino también de los méritos de sus discípulos. Y no pensemos que es pequeño daño no gozar de esta paz. Ésta es la que de antiguo predijo el profeta, diciendo: ¡Qué hermosos son los pies de los que llevan la buena nueva de la paz! Luego, interpretando él mismo el valor de esta paz, prosigue: Los pies de los que llevan la buena nueva del bien. Isaías 52, 7. Ésta declaró Cristo mismo ser dádiva grande, diciendo: Mi paz os dejo, mi paz os doy. San Juan 14, 27.
70.- Y todo hemos de hacerlo a trueque de gozar de esta paz, tanto en nuestra casa como en la iglesia. A la verdad, también el que preside en la iglesia da la paz y él es como la figura del Señor. Y al Señor hay que recibirle con todo fervor, con la disposición del alma antes que en la mesa del altar. Porque si ya es cosa grave no participar de la mesa del Señor, ¿no lo será más rechazarle cuando nos habla? Por ti se sienta el sacerdote, por ti está de pie el diácono o predicador con molestia y cansancio. ¿Qué excusa, pues, tendrás, si no le concedes el homenaje de oír siquiera su palabra? A la verdad, la iglesia es la casa común de todos, y cuando vosotros habéis entrado, entramos nosotros, que representamos a los apóstoles. Por eso, apenas entramos, conforme a la ley que nos diera el Señor, os deseamos la paz a todos en común.
71.- Que nadie, pues, sea tibio, nadie esté distraído, cuando entran los sacerdotes y os hablan, pues el castigo que esta tibieza y distracción merece no es pequeño. Por mi parte, yo preferiría mil veces entrar en una casa de cualquiera de vosotros y verme allí desairado, que no hablar aquí sin que nadie me escuchara. Esto me sería más molesto que lo otro, pues esta casa es también más importante que cualquier otra. Aquí tenemos realmente nuestras grandes riquezas. Aquí están todas nuestras esperanzas. ¿Qué hay aquí que no sea grande e infunda reverencia? Esta mesa es mucho más preciosa y más dulce que las vuestras. Estas lámparas son mejores que las de vuestras casas. Bien lo saben todos aquellos que, ungidos con fe y a debido tiempo con el óleo santo, se vieron libres de sus enfermedades Y esta arqueta es también mejor y más necesaria que las vuestras, pues no guarda vestidos, sino limosnas, aunque pocos son los que aquí guardan su riqueza.
72.- Aquí hay un lecho también mejor que el vuestro, pues no hay descanso comparable al que nos procuran las Escrituras divinas. Y si hubiéramos alcanzado la perfecta concordia, no tendríamos otra casa que ésta. Y que no digo algo extraordinario, atestíguanlo aquellos tres mil y cinco mil creyentes primeros, que sólo tenían una casa, una mesa y un alma; porque la muchedumbre de los creyentes, dice el texto sagrado, tenían un solo corazón y alma sola. Actos 4,32. Mas ya que estamos tan distantes de la virtud de aquellos primeros creyentes y estamos separados viviendo cada uno en su propia casa, por lo menos, cuando aquí nos reunimos, hagámoslo con fervor. Porque si en lo demás somos pobres y miserables, en esto somos ricos. Por eso, aquí siquiera, recibidnos con amor cuando venimos a vosotros. Y cuando yo os digo: La paz sea con vosotros, y vosotros respondéis: Y con tu espíritu, no lo respondáis sólo con la palabra, sino también con el alma; no sólo con la boca, sino también con el corazón.
73.- Ahora bien, si aquí me dices: La paz sea con tu espíritu, y luego fuera me haces la guerra, escupiéndome y maldiciéndome y echándome a tus solas una rociada de improperios, ¿qué linaje de paz es aquélla? Yo, por mi parte, aunque tú mil veces me maldigas, te seguiré dando la paz con limpio corazón y sincera intención y nada malo puedo decir contra ti, porque tengo entrañas de padre. Y si alguna vez te reprendo, es porque estoy solícito por ti. Tú, empero, mordiéndome a escondidas y no queriéndome recibir en la casa del Señor, mucho me temo que acrecientes mi tristeza y desánimo, no porque me hayas insultado ni me hayas echado de tu casa, sino porque has rechazado la paz y te has atraído el castigo terrible con que amenazó el Señor. Yo no me sacudiré el polvo de mis pies; yo no me apartaré de vosotros; mas no por eso deja de seguir en pie su amenaza.
74.- Por mi parte, yo os desearé muchas veces la paz y jamás cesaré de deseárosla. Aun cuando vosotros me recibáis con injurias, yo no sacudiré por ello el polvo de mis pies; no porque no quiera obedecer el mandato del Señor, sino porque es muy vehemente el amor que os tengo. Cierto que tampoco he sufrido grandes trabajos por causa vuestra; no he emprendido un largo viaje; no he venido a vosotros con el atuendo y la pobreza de los apóstoles, sin sandalias y sin otra túnica, y por ello me recrimino ante todo a mí mismo, y tal vez ésa sea la causa por que vosotros abandonáis también vuestro deber. Sin embargo, tampoco basta eso para vuestra defensa. Cierto, mi juicio será más riguroso; pero ello no os procurará a vosotros perdón.
75.- Contraste entre los primeros tiempos y los presentes.
7. Entonces las casas eran iglesias, ahora la iglesia se ha convertido en una casa. Entonces no se oía en la casa una palabra del mundo, ahora no es posible decir en la iglesia una palabra espiritual, pues hasta aquí metéis vuestras preocupaciones de la plaza. Y mientras, Dios os habla; debíais de escucharle en silencio. Y ojalá se tratara por lo menos de vuestros asuntos, pero la verdad es que decís y oís cosas que ni os van ni os vienen. Por esto lloro, por esto no cesaré jamás de llorar. Porque no está en mi mano, no, abandonar esta casa y marcharme a otra. Aquí tengo que permanecer hasta que salga de esta vida. Hacedme, pues, un lugar en vosotros, como os ha mandado Pablo. 2ª Corintios 7,2. No habla allí el Apóstol de una mesa donde haya de admitírsele, sino de la disposición del alma. Esto es también lo que yo busco de vosotros: el amor, la amistad ardiente y sincera.
76.- Mas, si ni aun eso me queréis dar, amaos por lo menos a vosotros mismos y dejad esa flojedad de espíritu que ahora os domina. Para mi consuelo, basta con ver nuestra gloria por haberos hecho mejores. Entonces, yo os daría aún mayores pruebas de amor, aun cuando tanto menos fuera de vosotros amado. A la verdad, muchas son las cosas que mutuamente nos unen: una misma mesa se nos pone a todos delante, un Padre único nos ha engendrado; del mismo seno materno salimos todos; una misma bebida se nos da a todos. O, por mejor decir, no sólo bebemos una sola bebida, sino que la bebemos también de un solo cáliz. El Padre, que quería unirnos a todos en caridad, excogitó, entre tantos otros, este medio de hacernos beber a todos el mismo cáliz. Lo cual es prueba de intenso amor.
77.- ¿Me objetaréis que no estamos nosotros a la altura de los apóstoles? También yo lo confieso y jamás tendré valor para negarlo. No sólo no estamos a su altura, sino que no somos ni la sombra de los apóstoles. Mas esto no os exime a vosotros de cumplir vuestro deber. Por otra parte, ello no debe avergonzaros, sino acrecentar más bien vuestro merecimiento. Porque si con quienes son indignos mostráis tal amor y obediencia, recibiréis luego mayor recompensa. Porque nosotros no os decimos nuestras propias doctrinas, pues tampoco tenemos maestro alguno sobre la tierra. Lo que hemos recibido, eso os damos, y al dároslo no os pedimos otra recompensa sino vuestro amor. Más si aun de esto somos indignos, por lo menos lo mereceremos por el mero hecho de amaros. A la verdad, tenemos mandato de amar no sólo a los que nos aman, sino también a nuestros enemigos.
78.- ¿Quién será, pues, tan inclemente, quién será tan salvaje que, habiendo recibido semejante mandato, rechace y aborrezca a los mismos que le aman, aun cuando estén llenos de infinitos vicios? Hemos participado de la mesa espiritual; participemos también de la espiritual caridad. Los mismos bandoleros, cuando comen el mismo pan, se olvidan de su carácter y costumbres; pues ¿qué excusa tendremos nosotros, que participamos constantemente del cuerpo del Señor y no imitamos ni la mansedumbre de unos bandoleros?
79.- En realidad, no sólo la comunidad de la mesa: el hecho solo de ser una misma ciudad les basta a muchos para hacerse amigos. Nosotros tenemos la misma ciudad, la misma casa, la misma mesa; el camino, la puerta, la raíz, la vida, la cabeza, el pastor, y rey y maestro y juez y creador y Padre, todo, en una palabra, nos es común. ¿Qué perdón, pues, mereceríamos si estuviéramos divididos los unos de los otros?
80.- Por qué DIOS ha dejado ahora de hacer milagros.
¿Es que echáis de menos los milagros que los apóstoles hacían al entrar en casas y ciudades: los leprosos limpios, los demonios expulsados y los muertos resucitados? Más justamente la prueba mayor de vuestra generosidad y de vuestra caridad es que creéis en DIOS sin esos apoyos exteriores. Ésa es, entre otras, la razón por que DIOS ha dejado ahora de hacer milagros. Y he aquí otra: aún sin el don ya de milagros, los que se han visto por DIOS favorecidos con otras ventajas, por ejemplo, la sabiduría de la palabra o la extraordinaria piedad, se llenan de vanagloria, se exaltan y se escinden unos de otros. ¿Adónde llegarían las escisiones si por añadidura tuvieran poder de hacer milagros? Y que no hablo en esto a humo de pajas, atestígüenlo los Corintios, que por ahí justamente vinieron a dar en tantas banderías. No busquéis, pues, milagros, sino la salud de vuestra alma. No busquéis ver a un muerto resucitado, cuando sabéis que el mundo entero ha de resucitar.
81.- No busquéis ver recuperar la vista un ciego; mirad más bien cómo ahora todos han recuperado una vista más clara y más provechosa; y, sobre todo, aprended vosotros mismos a mirar castamente y a corregir vuestros propios ojos. A la verdad, si todos viviéramos como debemos, los gentiles nos admirarían más que los que hacen milagros. Porque, muchas veces, los milagros se pueden atribuir a pura fantasía o llevan consigo alguna otra mala sospecha, aun cuando nada de esto pueda decirse de los nuestros; mas una vida pura no admite sospecha alguna semejante. La verdadera virtud echa una mordaza a todas las bocas.
82.- La virtud, el mayor de los milagros.
8. Cuidemos, por ende, de adquirir la virtud. Ésa es la mejor riqueza. Ése es el mayor de los milagros. Ella es la que nos da la libertad verdadera, la libertad que cabe contemplar aun en la misma esclavitud. La virtud no romperá materialmente las cadenas del esclavo; pero hace que, aun siguiendo esclavo, nos parezca más digno de respeto que el libre, lo que es mayor hazaña que dar la libertad misma. No le hace al pobre materialmente rico; pero sí que, aun siguiendo en su pobreza, sea más rico que el rico. Pero si tantas ganas tienes de hacer milagros, apártate del pecado y has hecho el mayor de los milagros. A la verdad, gran demonio es el pecado, carísimo mío. Si éste expulsas de ti mismo, has hecho hazaña mayor que los que expulsan a una legión de demonios.
83.- Oye cómo habla Pablo y cómo pone la virtud por encima de los milagros: Emulad, dice, los carismas del espíritu. Y aún os quiero mostrar un camino de todo punto excelente. 1ª Corintios 12,31. Y cuando viene a describirnos ese camino, no nos habla ni de resurrección de muertos, ni de curación de leprosos, ni de cosa semejante. En lugar de todo eso, pone el Apóstol la caridad. Oye también lo que dice Cristo: No os alegréis de que se os someten los demonios, sino de que vuestros nombres están escritos en los cielos. San Lucas 10,20. Y antes había dicho: Muchos me dirán en aquel día: ¿No profetizamos en tu nombre y expulsamos a los demonios e hicimos muchos prodigios? Y entonces yo les contestaré: No os conozco. San Mateo 7, 22, 23. Y cuando iba a morir en la cruz, reunido con sus discípulos, les decía: En esto conocerán todos que sois discípulos míos, no en que expulséis demonios, sino en que os améis los unos a los otros. San Juan 13, 35.
84.- Y otra vez: En esto conocerán todos que tú me has enviado, no en que éstos resucitan a los muertos, sino en que sean una sola cosa. San Juan 17,23. Los milagros aprovechan a los otros, pero muchas veces dañan lo mismo al que los hace, pues le llevan a la soberbia y vanagloria o a otros inconvenientes. Nada de eso puede sospecharse de las obras de virtud, que aprovechan al que las practica y a muchos otros con él. Éstas, por ende, son las que hemos de practicar con toda diligencia. Si de tu inhumanidad pasas a ser compasivo y das limosnas, has dado movimiento a tu mano que tenías seca. Si te apartas del teatro para venir a la iglesia, has curado el pie que tenías cojo. Si desvías tus ojos de la mala mujer y de la ajena belleza, los has abierto, ciegos antes, a la luz. Si en lugar de los cantos satánicos aprendes himnos espirituales, has recuperado, mudo antes, el habla. Éstos son los mejores milagros. Éstos sí que son prodigios sorprendentes.
85.- Exhortación final: Hagamos el milagro de la virtud.
Si estos milagros hacemos durante toda nuestra vida, por ellos seremos grandes y admirables, atraeremos a los malos hacia la virtud y gozaremos de la vida venidera. Dicha que a todos os deseo por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
0 comentarios:
Publicar un comentario