HOMILIA 27

12:56

Y entrando Jesús en casa de Pedro, vio a la suegra de éste echada en cama y con fiebre, y la tomó de la mano, y la fiebre la abandonó y ella se puso a servirle. San Mateo 8, 14.

236.- La curación de la suegra de Pedro.
1. Marcos, San Marcos 1,29, usa de la palabra “inmediatamente” para señalar el tiempo; Mateo se contenta con narrar el milagro sin indicación de tiempo. Los otros evangelistas dicen, San Marcos 1,30; San Lucas 4,38, que la enferma misma rogó al Señor; Mateo se calla también esta circunstancia. Pero no hay en ello discordancia, sino que Mateo mira a la brevedad del relato; los otros, a una mayor precisión. Mas ¿con qué fin entró en la casa de Pedro? A mi parecer, con el fin de tomar algún alimento. Por lo menos eso da a entender el evangelista cuando dice: Y ella se levantó y le servía. Porque costumbre era del Señor hospedarse en casa de sus discípulos, como hizo con Mateo cuando le llamó, con lo que juntamente los honraba e incitaba su fervor.

237.- Pero considerad, os ruego, aquí también la reverencia de Pedro para con el Señor. Porque, teniendo en casa a su suegra enferma y con alta fiebre, no le forzó a que fuera a verla, sino que esperó a que Él terminara toda su instrucción y a que todos los otros fueran curados, y sólo entonces, dentro ya de casa, le ruega por ella. De esta manera aprendía Pedro, desde el principio, a poner los intereses de los otros por delante de los suyos propios. Así, pues, no fue él quien introdujo al Señor en su casa, sino que entró Él espontáneamente, después que el centurión había dicho: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, San Mateo 8, 8. Con lo que mostraba el Señor cuán grande gracia hacía a su discípulo.

238.- Realmente, considerad qué tales habían de ser aquellos palacios de los pescadores. Y, sin embargo, no se desdeñaba el Señor de entrar en aquellas míseras chozas, enseñándonos por todos los modos a pisotear el boato de los hombres. Por lo demás, unas veces cura el Señor con solas palabras, otras extiende también la mano, otras junta palabras y gestos para poner ante los ojos el milagro. Porque no siempre quería Él obrar milagros aparatosos, ya que por entonces le convenía estar oculto, y menos en presencia de sus discípulos, que, de pura alegría, los hubieran pregonado por todas partes. Lo cual es evidente por lo que le pasó después de bajar del monte de la transfiguración, que tuvo necesidad de mandarles que a nadie dijeran lo que habían visto. San Mateo 17, 9.

239.- Tocó, pues, el Señor a la enferma y no sólo le calmó la fiebre, sino que le devolvió perfecta salud. Como se trataba de una enfermedad leve, aquí mostró más bien su poder en el modo de la curación. Lo cual no hubiera podido conseguir la medicina. Porque bien sabéis que, aun después que el enfermo se ve libre de la fiebre, necesita de mucho tiempo hasta restablecerse completamente en su primera salud. Mas en el caso presente, todo sucedió en el mismo punto. Y no sólo aquí, sino también en el otro de la tempestad calmada. Porque no sólo calmó el Señor los vientos y la tormenta, sino que instantáneamente apaciguó también el mar. Lo cual es también maravilloso, pues, aun cesando la tormenta, las aguas siguen por mucho tiempo agitadas. No así con Cristo, pues todo sucedió en el mismo punto: exactamente como aquí en el caso de la suegra de Pedro. Y eso es lo que quiere significar el evangelista, cuando dice: Se levantó y se puso a servirle. Lo cual no fue solamente señal de poder de Cristo, sino de la gratitud que la mujer sentía para con Él.

240.- Otro punto podemos aún considerar en este milagro, y es cómo el Señor, por la fe de unos, concede la curación a otros. Aquí, en efecto, otros fueron los que rogaron, lo mismo que en el caso del criado del centurión; pero se la concede a condición de que el enfermo no sea incrédulo y sólo por impedírselo la enfermedad no se presente ante Él, o por ignorancia y corta edad no sienta muy altamente de Él.

241.- Jesús cura a muchedumbres de enfermos.
Venida la tarde, le presentaron a muchos endemoniados, y con su palabra expulsó de ellos los espíritus, y curó a todos los enfermos, a fin de que se cumpliera lo que fue dicho por el profeta Isaías 53,4: Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. Mirad cómo ha crecido ya la fe de la muchedumbre. Porque no se resignaban a retirarse de su lado, no obstante lo urgente de la hora, ni tenían por intempestivo presentarle los enfermos por la tarde. Por otra parte, considerad, os ruego, la muchedumbre de curaciones que los evangelistas pasan por alto, sin contarnos menudamente sus circunstancias. Con una sola palabra atraviesan todo un piélago inmenso de milagros.

242.- Luego, el propio evangelista, previniendo a la incredulidad que pudiera ocasionar la grandeza misma del milagro, pues curó en un momento a tanta muchedumbre de gente y de tan varias enfermedades, nos aduce al profeta como testigo de los hechos, con lo que nos muestra de paso cuán eficaz es siempre la prueba tomada de las Escrituras, de no menos fuerza que los milagros mismos, y así dice que ya Isaías los había predicho: Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. No dijo: “destruyó”, sino: Cargó y tomó sobre sí. Lo cual más bien me parece fue dicho por el profeta en relación con nuestros pecados, en consonancia con lo que había dicho también Juan Bautista: He ahí el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. San Juan 1, 29.

243.- 2. ¿Cómo, pues, lo aplica aquí el evangelista a las enfermedades corporales? O porque leyó este testimonio en sentido histórico, o porque quiso darnos a entender que la mayor parte de las enfermedades del cuerpo proceden de pecados del alma. Porque si la muerte misma, que es cifra de todos los males, tuvo en el pecado su raíz y origen, mucho más lo tendrán la mayor parte de las enfermedades. El mismo hecho de ser nosotros pasibles, de ahí nos ha venido.

244.- El Señor enseña a huir de la ostentación.
Pero, viendo Jesús las grandes muchedumbres que le rodeaban, dio orden de pasar a la otra orilla. Mirad una vez más cuán ajeno es el Señor a toda ostentación. Los otros evangelistas no cuentan haber intimado a los demonios que no dijeran que Él era el Cristo, San Marcos 1,34; San Lucas 4,41; Mateo, que despidió a las muchedumbres. Al obrar así, quería el Señor enseñarnos la moderación, a par que calmaba la ojeriza de los judíos, y nos daba, en fin, la lección de que nada hagamos por pura ostentación.

245.- Realmente, no había venido sólo para curar los cuerpos, sino principalmente para corregir al alma y enseñarle su divina filosofía. En una y otra cosa se nos muestra a sí mismo: en la curación de las enfermedades y en no hacer nada por ostentación. Y era así que las gentes estaban como clavadas con Él de puro amor y admiración y quisieran estarle mirando en todo momento. Porque ¿quién se iba a apartar de quien tales maravillas obraba? ¿Quién no quisiera contemplar sencillamente aquella cara y aquella boca, que tales palabras hablaba?

246.- La belleza corporal del Señor.
Porque no era el Señor sólo admirable, cuando obraba sus milagros, sino que su sola presencia estaba llena de hechizo, como ya lo había declarado el profeta, cuando dijo: Hermoso por su belleza sobre los hijos de los hombres. Salmo 44,3. Y si es cierto que Isaías 53,2 dice: No tenía forma ni hermosura, o hay que entenderlo en comparación de la gloria inefable e inexplicable de la divinidad, o nos habla el profeta de lo que sucedió en su pasión, la deshonra, por ejemplo, sufrida al tiempo de estar colgado en la cruz, o, finalmente, de la humildad que mostró en todo durante su vida entera.

247.- Hechizo del Señor sobre las gentes.
Sin embargo, no dio su orden de pasar a la otra orilla hasta que hubo terminado de curar, pues en otro caso tampoco se lo hubieran consentido. Porque si allá en el momento no permanecieron sólo a su lado mientras duró su discurso, sino que, aun cuando hubo callado, le fueron acompañando, así aquí no sólo estaban junto a Él mientras obraba sus milagros, sino también cuando hubo terminado, como quiera que de sólo mirar su rostro sacaban gran provecho. Y es así que si Moisés tenía transfigurado su rostro y el de Esteban parecía de un ángel, considerad cómo es razón que apareciera entonces la cara del que es Señor de Moisés y de Esteban.

248.- Tal vez tengáis ahora muchos deseos de ver aquella divina imagen; pero, si queremos, mucho más bella la contemplaremos. Porque, si terminamos con confianza la presente vida, recibiremos al Señor entre las nubes y le saldremos al encuentro con cuerpo inmortal e incorruptible. Y mirad cómo no despide sin más a las muchedumbres, a fin de no herirlas. Porque no dijo: “Retiraos”, sino que ordenó pasar al otro lado, dándoles esperanzas que Él, en todo caso, pasaría también allá.

249.- Condiciones para el seguimiento de Cristo.
De este modo, pues, le mostraban las muchedumbres su grande amor y le seguían con entusiasmo; pero uno de entre ellos, esclavo de la riqueza y lleno de arrogancia, se le acercó y le dijo: Maestro, yo te quiero seguir dondequiera que vayas. ¡Mirad cuánto tufo! No quería el hombre que se le contara entre la muchedumbre, y, para mostrar que estaba por encima de la turbamulta, se acercó al Señor de aquella manera. Tal es el carácter de los judíos: lleno de impertinente insolencia. Otro, por modo semejante, más adelante, cuando todos estaban en silencio, saltó y le dijo al Señor: ¿Cuál es el primer mandamiento? San Mateo 22,36.

250.- Sin embargo, no reprendió el Señor la impertinencia, enseñándonos así a soportar a tales gentes. Por eso, no arguye manifiestamente sus malos propósitos, sino que responde a sus pensamientos dejándoles a ellos solos que se den cuenta de la reprensión; con lo que les hace doble beneficio. Primero, ponerles patente que Él sabe lo que hay en la conciencia, y luego, demostrado lo primero, concederles seguir ocultos y ofrecerles, si querían, la gracia de corregirse. Tal, exactamente, hace con éste. Este, en efecto, viendo los muchos milagros que el Señor obraba y cómo se atraía las muchedumbres, se echó sus cuentas y creyó que aquellos milagros podían ser un buen negocio.

251.- De ahí su prisa por seguirle. ¿Cómo puede probarse esto? Por la respuesta que Cristo le da, que más bien apunta a la intención que no a las palabras de la pregunta, ¿Cómo?, le dice. ¿De mi seguimiento esperas hacer dinero? Mas ¿no ves que yo no tengo dónde cobijarme y soy más pobre que los pájaros del aire? Porque las zorras tienen sus madrigueras y los pájaros del aire sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde apoyar su cabeza. Lo cual no era rechazarlo, sino reprender su mala intención, a par que, si quería, le ofrecía ocasión para seguirle con aquellas condiciones. Ahora, que la intención con que se acercó al Señor no fue buena, miradlo por lo que ahora hace, pues, oyendo la respuesta y reprensión del Señor, no le contestó: “Estoy dispuesto a seguirte”.

252.- Cristo responde con frecuencia a la intención del que le habla.
3. Por lo demás, se ve cómo en muchas otras ocasiones sigue Cristo el mismo procedimiento: no argüir abiertamente, sino por su respuesta poner al descubierto la intención de los que se le acercan. Así, a aquel que le dijo: Maestro bueno, y por esta adulación esperaba atraérselo a su parecer, le respondió diciendo: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo hay uno bueno: Dios. San Lucas 18, 18-19; San Mateo 19, 16-17. Y cuando le dijeron: Mira que tu madre y tus hermanos te vienen a buscar, San Mateo 12,41, como venían movidos de sentimientos humanos y no con intención de oír nada de provecho, querían sin duda hacer alarde de su parentesco con Él y vanagloriarse de ello, oye cómo les contesta: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?

253.- Y otra vez a sus mismos hermanos que le decían: Manifiéstate a ti mismo ante el mundo, les replicó: Vuestro tiempo está siempre aparejado; pero el mío no ha llegado todavía. San Juan 7,4-6. También suele hacer lo mismo por modo contrario, como cuando le dice a Natanael: He aquí a un verdadero israelita, en quien no se da falsía, San Juan 1, 47. Y aquella otra vez que dijo: Marchad y contad a Juan lo que estáis viendo y oyendo. San Juan 7,22. Porque tampoco en esta ocasión respondió a las palabras, sino a la intención de quien había enviado aquella embajada.

254.- Y con la conciencia del pueblo hablaba también cuando prosiguió tenía la gente a Juan por hombre de carácter flojo y flexible, para rectificar semejante idea, les dice el Señor: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento o un hombre vestido de ropas muelles? San Mateo 11,7-8, con lo que les daba el Señor a entender que Juan no era de suyo flexible ni se dejaría ablandar por molicie de ninguna especie. De este modo, pues, también aquí dirige su respuesta a la intención del que le hablaba. Y mirad cómo aun en esto da pruebas de su moderación. Porque no dijo: “Sí, tengo, pero lo desprecio”, sino sencillamente: “No tengo”. ¡Mirad cuán grande perfección unida a no menor condescendencia! Lo mismo cuando bebe y come y cuando aparentemente obra de modo contrario a Juan. También eso lo hace por la salvación de los judíos o, mejor dicho, de la tierra entera, pues reduce, por una parte, a silencio a los herejes, y trata, por otra, de atraerse a los que le escuchan.

255.- Que los muertos entierren a sus muertos.
Otro, prosigue el evangelista, le dijo: Señor, permíteme antes marchar a enterrar a mi padre. ¿Veis la diferencia y cómo el uno habla descaradamente y le dice: Yo te quiero seguir dondequiera que vayas; y éste, no obstante pedirle una cosa santa, empieza por permíteme? Y, sin embargo, no se lo permitió. Pues ¿qué le responde el Señor? Deja a los muertos que entierren a sus muertos; tú, empero, sígueme. Porque siempre atendía el Señor a la intención. ¿Y por qué, me dirás, no se lo permitió? No se lo permitió porque otros había que podían cumplir con ese menester y no por eso se iba a quedar el padre sin sepultura. Lo que no debía hacerse era apartar al hijo de cosas más necesarias. Ahora, al decir el Señor: A sus muertos, da a entender que éste no era muerto suyo. A mi parecer, el difunto aquel debía de ser algún incrédulo. Y si te maravillas de que este joven pida permiso a Jesús para cosa tan necesaria y no fuera él por sí y ante sí al entierro de su padre, mucho más has de maravillarte de que, al prohibírselo, no se movió un paso. Mas ¿no fue, objetarás, el colmo de la ingratitud no asistir al entierro de su padre? De haberlo hecho por negligencia, sí, hubiera sido suma ingratitud; mas obrando así para no impedir otra obra más necesaria, la ingratitud, el colmo de la ingratitud, hubiera más bien estado en asistir.

256.- Primacía de lo espiritual.
Porque, si Jesús se lo prohibió, no es porque nos mande descuidar el honor debido a quienes nos engendraron, sino para darnos a entender que nada ha de haber para nosotros más necesario que entender en las cosas del cielo, que a ellas hemos de entregarnos con todo fervor y que ni un momento podemos diferirlas, por muy ineludible y urgente que sea lo que pudiera apartarnos de ellas. ¿Qué puede haber de más necesario que enterrar al propio padre? ¿Qué más fácil? Realmente, poco tiempo había que gastar en ello. Ahora bien, si no hay que gastar ni el tiempo que se requiere para enterrar a su padre, si no es seguro alejarse de lo espiritual ni por tan breve espacio de tiempo, considerad el castigo que nosotros merecemos; nosotros, alejados todo el tiempo de nuestra vida de los asuntos que atañen a Cristo; nosotros, que anteponemos las cosas más viles a lo de verdad necesario y que, sin que nada nos apremie, nos dejamos llevar de nuestra tibieza.

257.- Bien es también que admiremos la alteza de la filosofía que enseña el Señor, pues con tanta fuerza clavó a este discípulo a su palabra y le libró así de males infinitos: lamentaciones, duelos y todo lo que suele acompañarlos.
Porque después del entierro hubiera tenido que ocuparse del testamento y del reparto de la hacienda y de tantos líos como de aquí suelen seguirse. Y así, sucediéndose unas olas a otras, cada vez le hubieran desviado más del puerto de la verdad. De ahí que el Señor le arrastra y le clava, como si dijéramos, consigo. Más, si todavía os maravilláis y turbáis de que no le consintiera asistir al entierro de su padre, considerad que hay muchos que no dejan que los enfermos se enteren de la muerte del padre o de la madre o de un hijo o de otros parientes, y menos que los acompañen a la sepultura, y no por eso se los tacha de crueldad e inhumanidad. Y con mucha razón. Lo contrario más bien: llevarlos en tal estado al entierro, habría que calificarlo de crueldad.

258.- Los muertos por el pecado.
4. Ahora bien, si es un mal llorar a nuestros allegados y dejarse abatir por el dolor, mucho mayor lo es apartarse de los asuntos espirituales. Por eso justamente dijo el Señor en otra ocasión: Nadie que ponga la mano en el arado y vuelva a mirar atrás, es apto para el reino de los cielos. San Lucas 9,62. A la verdad, más vale predicar el reino de los cielos y resucitar a otros de la muerte que no enterrar a un muerto, de quien nada se puede ya esperar. Sobre todo cuando hay otros que pueden muy bien cumplir todos esos menesteres. En resolución, ninguna otra lección sacamos de aquí sino el deber que tenemos de no perder un momento de tiempo, por muchas que sean las cosas que nos apremien, y de poner lo espiritual por encima de las más urgentes necesidades.

259.- Aprendamos también en qué está la vida y en qué la muerte. Muchos hay, en efecto, que parece que están vivos y, viviendo como viven en la maldad, en nada se diferencian de los muertos; o, por decir mejor, su estado es peor que el de los muertos. Porque el que ha muerto, dice el Apóstol, justificado está del pecado, Romanos 6,7; éstos, en cambio, de que hablamos, son esclavos del pecado. Porque no me vengas con que no son comidos de gusanos, ni yacen en una caja, ni han cerrado los ojos, ni se los ha envuelto en una mortaja. Cosas más graves que un muerto sufre el que vive en pecado: no se lo comen los gusanos, pero lo desgarran pasiones más feroces que las fieras. Tiene abiertos los ojos, pero es peor que si los tuviera cerrados, porque los ojos de los muertos ya no pueden ver nada malo; pero los del pecador, por tenerlos abiertos, no hacen sino atraer a su alma infinitas enfermedades.

260.- El muerto yace en una caja, inmóvil ya para todo; mas el pecador está enterrado en un sepulcro de vicios sin cuento. ¿Dices que no ves su cuerpo putrefacto? ¿Y qué tiene que ver eso? Antes que su cuerpo, se le ha corrompido y perdido al pecador su alma, y su putrefacción es peor que la de un cadáver. Porque el cadáver huele mal durante diez días; pero el pecador despide mal olor durante su vida entera y su boca está más sucia que una cloaca. Si en algo difieren uno y otro, es que el muerto sufre una corrupción que es ley de la naturaleza; el pecador, empero, junto con ésa, lleva también la corrupción de su disolución y está cada día inventando nuevos motivos de putrefacción.

261.- ¿Dirás que monta sobre un caballo? ¿Y qué tiene eso que ver? También al muerto se le lleva sobre un lecho. Y lo más grave es que al muerto en disolución y putrefacción no lo ve nadie, pues le cubre la caja mortuoria; mas el pecador, vivo y maloliente, se pasea por todas partes, llevando su alma muerta en el ataúd de su cuerpo. Y si nos fuera posible contemplar el alma de un hombre que vive en la disolución y en el pecado, veríamos que vale mucho más yacer en el sepulcro amortajados que no estar tan fuertemente atados por la sogas del pecado; vale más tener una losa encima que no el peso de la conciencia endurecida.

262.- Y puesto caso que estos muertos están tan insensibles, por eso señaladamente han de acudir sus allegados a rogar por ello a Jesús, como en otro tiempo lo hiciera. Marta por su hermano Lázaro. Y aun cuando hieda y esté de cuatro días muerto, no desesperéis, sino acercaos y empezad por levantar la piedra. Y entonces veréis como está tendido, como en un sepulcro, y atado con fajas. Y, si os place, voy a poneros un ejemplo de uno de esos hombres grandes e ilustres. Mas no temáis, pues pondré mi ejemplo sin nombrar a persona; o, por decir mejor, aun cuando yo dijera el nombre, tampoco habría que temer.

263.- Porque ¿quién temió jamás a un muerto? Haga lo que haga, el muerto siempre está muerto, y un muerto no puede dañar a un vivo ni poco ni mucho. Veamos, pues, cómo tiene ese muerto vendada su cabeza. Es el caso de sus continuas embriagueces; como tiene un cadáver toda ese muchedumbre de velos y de fajas que sabemos, así ese tiene cerrados y atados todos sus sentidos. Pues pasemos ahora a sus manos y las veremos atadas a su vientre, como las de los difuntos, y muy fuertemente apretadas no por cintas, sino, lo que es mucho más grave, por las cadenas de la avaricia. Jamás las sueltan esos muertos para tenderlas a una limosna ni para otra obra buena ninguna.

264.- La avaricia ha hecho sus manos más inútiles que las de un cadáver. ¿Queréis ver también cómo están trabados los pies? Mirad cómo están también traspasados de preocupaciones y por ellas no son capaces de correr jamás a la casa de DIOS. Ya habéis visto al muerto. Mirad ahora al enterrador. ¿Quién es, pues, el enterrador de estas gentes? El diablo, que las sabe atar tan cabalmente, que ya no les queda figura de hombres, sino de leño seco. Y, efectivamente, donde no queda ya ni ojos, ni manos, ni pies, ni miembro alguno vivo, ¿qué apariencia puede ya darse de hombre? Así es también como se ve que su alma está amortajada y que más bien es un ídolo que no un alma.

265.- Exhortación final: Roguemos a Jesús por estos muertos.
Como quiera, pues, que estos muertos no se dan cuenta de que lo están, acerquémonos por ellos a Jesús; supliquémosle que los resucite, levantemos la piedra del sepulcro, desatemos sus ligaduras. Si logramos levantar la piedra, es decir, su insensibilidad para el mal, muy pronto podremos sacarlos del sepulcro, y, una vez fuera, fácil nos será desatarlos de sus ligaduras. Entonces, cuando estés resucitado, te reconocerá Jesús; cuando estés desatado, te convidará a su convite. Cuantos sois, pues, amigos de Jesús, cuantos sois sus discípulos, cuantos amáis a ese pobre difunto, acercaos a Jesús y rogad por él. Cierto que despide hedor que apesta; mas no por eso hemos de abandonarlo sus allegados.

266.- Cuanto más avanzada esté la putrefacción, razón de más para acudir al Señor. Así lo hicieron otrora las hermanas de Lázaro. Y no cejemos en nuestras súplicas, en nuestra oración, en nuestras instancias, hasta que no lo recibamos vivo. Si de este modo atendemos a nuestra salvación y a la de nuestro prójimo, muy pronto alcanzaremos la vida venidera, que a todos os deseo por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILIA 27

martes, 5 de mayo de 2009
Y entrando Jesús en casa de Pedro, vio a la suegra de éste echada en cama y con fiebre, y la tomó de la mano, y la fiebre la abandonó y ella se puso a servirle. San Mateo 8, 14.

236.- La curación de la suegra de Pedro.
1. Marcos, San Marcos 1,29, usa de la palabra “inmediatamente” para señalar el tiempo; Mateo se contenta con narrar el milagro sin indicación de tiempo. Los otros evangelistas dicen, San Marcos 1,30; San Lucas 4,38, que la enferma misma rogó al Señor; Mateo se calla también esta circunstancia. Pero no hay en ello discordancia, sino que Mateo mira a la brevedad del relato; los otros, a una mayor precisión. Mas ¿con qué fin entró en la casa de Pedro? A mi parecer, con el fin de tomar algún alimento. Por lo menos eso da a entender el evangelista cuando dice: Y ella se levantó y le servía. Porque costumbre era del Señor hospedarse en casa de sus discípulos, como hizo con Mateo cuando le llamó, con lo que juntamente los honraba e incitaba su fervor.

237.- Pero considerad, os ruego, aquí también la reverencia de Pedro para con el Señor. Porque, teniendo en casa a su suegra enferma y con alta fiebre, no le forzó a que fuera a verla, sino que esperó a que Él terminara toda su instrucción y a que todos los otros fueran curados, y sólo entonces, dentro ya de casa, le ruega por ella. De esta manera aprendía Pedro, desde el principio, a poner los intereses de los otros por delante de los suyos propios. Así, pues, no fue él quien introdujo al Señor en su casa, sino que entró Él espontáneamente, después que el centurión había dicho: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, San Mateo 8, 8. Con lo que mostraba el Señor cuán grande gracia hacía a su discípulo.

238.- Realmente, considerad qué tales habían de ser aquellos palacios de los pescadores. Y, sin embargo, no se desdeñaba el Señor de entrar en aquellas míseras chozas, enseñándonos por todos los modos a pisotear el boato de los hombres. Por lo demás, unas veces cura el Señor con solas palabras, otras extiende también la mano, otras junta palabras y gestos para poner ante los ojos el milagro. Porque no siempre quería Él obrar milagros aparatosos, ya que por entonces le convenía estar oculto, y menos en presencia de sus discípulos, que, de pura alegría, los hubieran pregonado por todas partes. Lo cual es evidente por lo que le pasó después de bajar del monte de la transfiguración, que tuvo necesidad de mandarles que a nadie dijeran lo que habían visto. San Mateo 17, 9.

239.- Tocó, pues, el Señor a la enferma y no sólo le calmó la fiebre, sino que le devolvió perfecta salud. Como se trataba de una enfermedad leve, aquí mostró más bien su poder en el modo de la curación. Lo cual no hubiera podido conseguir la medicina. Porque bien sabéis que, aun después que el enfermo se ve libre de la fiebre, necesita de mucho tiempo hasta restablecerse completamente en su primera salud. Mas en el caso presente, todo sucedió en el mismo punto. Y no sólo aquí, sino también en el otro de la tempestad calmada. Porque no sólo calmó el Señor los vientos y la tormenta, sino que instantáneamente apaciguó también el mar. Lo cual es también maravilloso, pues, aun cesando la tormenta, las aguas siguen por mucho tiempo agitadas. No así con Cristo, pues todo sucedió en el mismo punto: exactamente como aquí en el caso de la suegra de Pedro. Y eso es lo que quiere significar el evangelista, cuando dice: Se levantó y se puso a servirle. Lo cual no fue solamente señal de poder de Cristo, sino de la gratitud que la mujer sentía para con Él.

240.- Otro punto podemos aún considerar en este milagro, y es cómo el Señor, por la fe de unos, concede la curación a otros. Aquí, en efecto, otros fueron los que rogaron, lo mismo que en el caso del criado del centurión; pero se la concede a condición de que el enfermo no sea incrédulo y sólo por impedírselo la enfermedad no se presente ante Él, o por ignorancia y corta edad no sienta muy altamente de Él.

241.- Jesús cura a muchedumbres de enfermos.
Venida la tarde, le presentaron a muchos endemoniados, y con su palabra expulsó de ellos los espíritus, y curó a todos los enfermos, a fin de que se cumpliera lo que fue dicho por el profeta Isaías 53,4: Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. Mirad cómo ha crecido ya la fe de la muchedumbre. Porque no se resignaban a retirarse de su lado, no obstante lo urgente de la hora, ni tenían por intempestivo presentarle los enfermos por la tarde. Por otra parte, considerad, os ruego, la muchedumbre de curaciones que los evangelistas pasan por alto, sin contarnos menudamente sus circunstancias. Con una sola palabra atraviesan todo un piélago inmenso de milagros.

242.- Luego, el propio evangelista, previniendo a la incredulidad que pudiera ocasionar la grandeza misma del milagro, pues curó en un momento a tanta muchedumbre de gente y de tan varias enfermedades, nos aduce al profeta como testigo de los hechos, con lo que nos muestra de paso cuán eficaz es siempre la prueba tomada de las Escrituras, de no menos fuerza que los milagros mismos, y así dice que ya Isaías los había predicho: Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. No dijo: “destruyó”, sino: Cargó y tomó sobre sí. Lo cual más bien me parece fue dicho por el profeta en relación con nuestros pecados, en consonancia con lo que había dicho también Juan Bautista: He ahí el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. San Juan 1, 29.

243.- 2. ¿Cómo, pues, lo aplica aquí el evangelista a las enfermedades corporales? O porque leyó este testimonio en sentido histórico, o porque quiso darnos a entender que la mayor parte de las enfermedades del cuerpo proceden de pecados del alma. Porque si la muerte misma, que es cifra de todos los males, tuvo en el pecado su raíz y origen, mucho más lo tendrán la mayor parte de las enfermedades. El mismo hecho de ser nosotros pasibles, de ahí nos ha venido.

244.- El Señor enseña a huir de la ostentación.
Pero, viendo Jesús las grandes muchedumbres que le rodeaban, dio orden de pasar a la otra orilla. Mirad una vez más cuán ajeno es el Señor a toda ostentación. Los otros evangelistas no cuentan haber intimado a los demonios que no dijeran que Él era el Cristo, San Marcos 1,34; San Lucas 4,41; Mateo, que despidió a las muchedumbres. Al obrar así, quería el Señor enseñarnos la moderación, a par que calmaba la ojeriza de los judíos, y nos daba, en fin, la lección de que nada hagamos por pura ostentación.

245.- Realmente, no había venido sólo para curar los cuerpos, sino principalmente para corregir al alma y enseñarle su divina filosofía. En una y otra cosa se nos muestra a sí mismo: en la curación de las enfermedades y en no hacer nada por ostentación. Y era así que las gentes estaban como clavadas con Él de puro amor y admiración y quisieran estarle mirando en todo momento. Porque ¿quién se iba a apartar de quien tales maravillas obraba? ¿Quién no quisiera contemplar sencillamente aquella cara y aquella boca, que tales palabras hablaba?

246.- La belleza corporal del Señor.
Porque no era el Señor sólo admirable, cuando obraba sus milagros, sino que su sola presencia estaba llena de hechizo, como ya lo había declarado el profeta, cuando dijo: Hermoso por su belleza sobre los hijos de los hombres. Salmo 44,3. Y si es cierto que Isaías 53,2 dice: No tenía forma ni hermosura, o hay que entenderlo en comparación de la gloria inefable e inexplicable de la divinidad, o nos habla el profeta de lo que sucedió en su pasión, la deshonra, por ejemplo, sufrida al tiempo de estar colgado en la cruz, o, finalmente, de la humildad que mostró en todo durante su vida entera.

247.- Hechizo del Señor sobre las gentes.
Sin embargo, no dio su orden de pasar a la otra orilla hasta que hubo terminado de curar, pues en otro caso tampoco se lo hubieran consentido. Porque si allá en el momento no permanecieron sólo a su lado mientras duró su discurso, sino que, aun cuando hubo callado, le fueron acompañando, así aquí no sólo estaban junto a Él mientras obraba sus milagros, sino también cuando hubo terminado, como quiera que de sólo mirar su rostro sacaban gran provecho. Y es así que si Moisés tenía transfigurado su rostro y el de Esteban parecía de un ángel, considerad cómo es razón que apareciera entonces la cara del que es Señor de Moisés y de Esteban.

248.- Tal vez tengáis ahora muchos deseos de ver aquella divina imagen; pero, si queremos, mucho más bella la contemplaremos. Porque, si terminamos con confianza la presente vida, recibiremos al Señor entre las nubes y le saldremos al encuentro con cuerpo inmortal e incorruptible. Y mirad cómo no despide sin más a las muchedumbres, a fin de no herirlas. Porque no dijo: “Retiraos”, sino que ordenó pasar al otro lado, dándoles esperanzas que Él, en todo caso, pasaría también allá.

249.- Condiciones para el seguimiento de Cristo.
De este modo, pues, le mostraban las muchedumbres su grande amor y le seguían con entusiasmo; pero uno de entre ellos, esclavo de la riqueza y lleno de arrogancia, se le acercó y le dijo: Maestro, yo te quiero seguir dondequiera que vayas. ¡Mirad cuánto tufo! No quería el hombre que se le contara entre la muchedumbre, y, para mostrar que estaba por encima de la turbamulta, se acercó al Señor de aquella manera. Tal es el carácter de los judíos: lleno de impertinente insolencia. Otro, por modo semejante, más adelante, cuando todos estaban en silencio, saltó y le dijo al Señor: ¿Cuál es el primer mandamiento? San Mateo 22,36.

250.- Sin embargo, no reprendió el Señor la impertinencia, enseñándonos así a soportar a tales gentes. Por eso, no arguye manifiestamente sus malos propósitos, sino que responde a sus pensamientos dejándoles a ellos solos que se den cuenta de la reprensión; con lo que les hace doble beneficio. Primero, ponerles patente que Él sabe lo que hay en la conciencia, y luego, demostrado lo primero, concederles seguir ocultos y ofrecerles, si querían, la gracia de corregirse. Tal, exactamente, hace con éste. Este, en efecto, viendo los muchos milagros que el Señor obraba y cómo se atraía las muchedumbres, se echó sus cuentas y creyó que aquellos milagros podían ser un buen negocio.

251.- De ahí su prisa por seguirle. ¿Cómo puede probarse esto? Por la respuesta que Cristo le da, que más bien apunta a la intención que no a las palabras de la pregunta, ¿Cómo?, le dice. ¿De mi seguimiento esperas hacer dinero? Mas ¿no ves que yo no tengo dónde cobijarme y soy más pobre que los pájaros del aire? Porque las zorras tienen sus madrigueras y los pájaros del aire sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde apoyar su cabeza. Lo cual no era rechazarlo, sino reprender su mala intención, a par que, si quería, le ofrecía ocasión para seguirle con aquellas condiciones. Ahora, que la intención con que se acercó al Señor no fue buena, miradlo por lo que ahora hace, pues, oyendo la respuesta y reprensión del Señor, no le contestó: “Estoy dispuesto a seguirte”.

252.- Cristo responde con frecuencia a la intención del que le habla.
3. Por lo demás, se ve cómo en muchas otras ocasiones sigue Cristo el mismo procedimiento: no argüir abiertamente, sino por su respuesta poner al descubierto la intención de los que se le acercan. Así, a aquel que le dijo: Maestro bueno, y por esta adulación esperaba atraérselo a su parecer, le respondió diciendo: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo hay uno bueno: Dios. San Lucas 18, 18-19; San Mateo 19, 16-17. Y cuando le dijeron: Mira que tu madre y tus hermanos te vienen a buscar, San Mateo 12,41, como venían movidos de sentimientos humanos y no con intención de oír nada de provecho, querían sin duda hacer alarde de su parentesco con Él y vanagloriarse de ello, oye cómo les contesta: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?

253.- Y otra vez a sus mismos hermanos que le decían: Manifiéstate a ti mismo ante el mundo, les replicó: Vuestro tiempo está siempre aparejado; pero el mío no ha llegado todavía. San Juan 7,4-6. También suele hacer lo mismo por modo contrario, como cuando le dice a Natanael: He aquí a un verdadero israelita, en quien no se da falsía, San Juan 1, 47. Y aquella otra vez que dijo: Marchad y contad a Juan lo que estáis viendo y oyendo. San Juan 7,22. Porque tampoco en esta ocasión respondió a las palabras, sino a la intención de quien había enviado aquella embajada.

254.- Y con la conciencia del pueblo hablaba también cuando prosiguió tenía la gente a Juan por hombre de carácter flojo y flexible, para rectificar semejante idea, les dice el Señor: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento o un hombre vestido de ropas muelles? San Mateo 11,7-8, con lo que les daba el Señor a entender que Juan no era de suyo flexible ni se dejaría ablandar por molicie de ninguna especie. De este modo, pues, también aquí dirige su respuesta a la intención del que le hablaba. Y mirad cómo aun en esto da pruebas de su moderación. Porque no dijo: “Sí, tengo, pero lo desprecio”, sino sencillamente: “No tengo”. ¡Mirad cuán grande perfección unida a no menor condescendencia! Lo mismo cuando bebe y come y cuando aparentemente obra de modo contrario a Juan. También eso lo hace por la salvación de los judíos o, mejor dicho, de la tierra entera, pues reduce, por una parte, a silencio a los herejes, y trata, por otra, de atraerse a los que le escuchan.

255.- Que los muertos entierren a sus muertos.
Otro, prosigue el evangelista, le dijo: Señor, permíteme antes marchar a enterrar a mi padre. ¿Veis la diferencia y cómo el uno habla descaradamente y le dice: Yo te quiero seguir dondequiera que vayas; y éste, no obstante pedirle una cosa santa, empieza por permíteme? Y, sin embargo, no se lo permitió. Pues ¿qué le responde el Señor? Deja a los muertos que entierren a sus muertos; tú, empero, sígueme. Porque siempre atendía el Señor a la intención. ¿Y por qué, me dirás, no se lo permitió? No se lo permitió porque otros había que podían cumplir con ese menester y no por eso se iba a quedar el padre sin sepultura. Lo que no debía hacerse era apartar al hijo de cosas más necesarias. Ahora, al decir el Señor: A sus muertos, da a entender que éste no era muerto suyo. A mi parecer, el difunto aquel debía de ser algún incrédulo. Y si te maravillas de que este joven pida permiso a Jesús para cosa tan necesaria y no fuera él por sí y ante sí al entierro de su padre, mucho más has de maravillarte de que, al prohibírselo, no se movió un paso. Mas ¿no fue, objetarás, el colmo de la ingratitud no asistir al entierro de su padre? De haberlo hecho por negligencia, sí, hubiera sido suma ingratitud; mas obrando así para no impedir otra obra más necesaria, la ingratitud, el colmo de la ingratitud, hubiera más bien estado en asistir.

256.- Primacía de lo espiritual.
Porque, si Jesús se lo prohibió, no es porque nos mande descuidar el honor debido a quienes nos engendraron, sino para darnos a entender que nada ha de haber para nosotros más necesario que entender en las cosas del cielo, que a ellas hemos de entregarnos con todo fervor y que ni un momento podemos diferirlas, por muy ineludible y urgente que sea lo que pudiera apartarnos de ellas. ¿Qué puede haber de más necesario que enterrar al propio padre? ¿Qué más fácil? Realmente, poco tiempo había que gastar en ello. Ahora bien, si no hay que gastar ni el tiempo que se requiere para enterrar a su padre, si no es seguro alejarse de lo espiritual ni por tan breve espacio de tiempo, considerad el castigo que nosotros merecemos; nosotros, alejados todo el tiempo de nuestra vida de los asuntos que atañen a Cristo; nosotros, que anteponemos las cosas más viles a lo de verdad necesario y que, sin que nada nos apremie, nos dejamos llevar de nuestra tibieza.

257.- Bien es también que admiremos la alteza de la filosofía que enseña el Señor, pues con tanta fuerza clavó a este discípulo a su palabra y le libró así de males infinitos: lamentaciones, duelos y todo lo que suele acompañarlos.
Porque después del entierro hubiera tenido que ocuparse del testamento y del reparto de la hacienda y de tantos líos como de aquí suelen seguirse. Y así, sucediéndose unas olas a otras, cada vez le hubieran desviado más del puerto de la verdad. De ahí que el Señor le arrastra y le clava, como si dijéramos, consigo. Más, si todavía os maravilláis y turbáis de que no le consintiera asistir al entierro de su padre, considerad que hay muchos que no dejan que los enfermos se enteren de la muerte del padre o de la madre o de un hijo o de otros parientes, y menos que los acompañen a la sepultura, y no por eso se los tacha de crueldad e inhumanidad. Y con mucha razón. Lo contrario más bien: llevarlos en tal estado al entierro, habría que calificarlo de crueldad.

258.- Los muertos por el pecado.
4. Ahora bien, si es un mal llorar a nuestros allegados y dejarse abatir por el dolor, mucho mayor lo es apartarse de los asuntos espirituales. Por eso justamente dijo el Señor en otra ocasión: Nadie que ponga la mano en el arado y vuelva a mirar atrás, es apto para el reino de los cielos. San Lucas 9,62. A la verdad, más vale predicar el reino de los cielos y resucitar a otros de la muerte que no enterrar a un muerto, de quien nada se puede ya esperar. Sobre todo cuando hay otros que pueden muy bien cumplir todos esos menesteres. En resolución, ninguna otra lección sacamos de aquí sino el deber que tenemos de no perder un momento de tiempo, por muchas que sean las cosas que nos apremien, y de poner lo espiritual por encima de las más urgentes necesidades.

259.- Aprendamos también en qué está la vida y en qué la muerte. Muchos hay, en efecto, que parece que están vivos y, viviendo como viven en la maldad, en nada se diferencian de los muertos; o, por decir mejor, su estado es peor que el de los muertos. Porque el que ha muerto, dice el Apóstol, justificado está del pecado, Romanos 6,7; éstos, en cambio, de que hablamos, son esclavos del pecado. Porque no me vengas con que no son comidos de gusanos, ni yacen en una caja, ni han cerrado los ojos, ni se los ha envuelto en una mortaja. Cosas más graves que un muerto sufre el que vive en pecado: no se lo comen los gusanos, pero lo desgarran pasiones más feroces que las fieras. Tiene abiertos los ojos, pero es peor que si los tuviera cerrados, porque los ojos de los muertos ya no pueden ver nada malo; pero los del pecador, por tenerlos abiertos, no hacen sino atraer a su alma infinitas enfermedades.

260.- El muerto yace en una caja, inmóvil ya para todo; mas el pecador está enterrado en un sepulcro de vicios sin cuento. ¿Dices que no ves su cuerpo putrefacto? ¿Y qué tiene que ver eso? Antes que su cuerpo, se le ha corrompido y perdido al pecador su alma, y su putrefacción es peor que la de un cadáver. Porque el cadáver huele mal durante diez días; pero el pecador despide mal olor durante su vida entera y su boca está más sucia que una cloaca. Si en algo difieren uno y otro, es que el muerto sufre una corrupción que es ley de la naturaleza; el pecador, empero, junto con ésa, lleva también la corrupción de su disolución y está cada día inventando nuevos motivos de putrefacción.

261.- ¿Dirás que monta sobre un caballo? ¿Y qué tiene eso que ver? También al muerto se le lleva sobre un lecho. Y lo más grave es que al muerto en disolución y putrefacción no lo ve nadie, pues le cubre la caja mortuoria; mas el pecador, vivo y maloliente, se pasea por todas partes, llevando su alma muerta en el ataúd de su cuerpo. Y si nos fuera posible contemplar el alma de un hombre que vive en la disolución y en el pecado, veríamos que vale mucho más yacer en el sepulcro amortajados que no estar tan fuertemente atados por la sogas del pecado; vale más tener una losa encima que no el peso de la conciencia endurecida.

262.- Y puesto caso que estos muertos están tan insensibles, por eso señaladamente han de acudir sus allegados a rogar por ello a Jesús, como en otro tiempo lo hiciera. Marta por su hermano Lázaro. Y aun cuando hieda y esté de cuatro días muerto, no desesperéis, sino acercaos y empezad por levantar la piedra. Y entonces veréis como está tendido, como en un sepulcro, y atado con fajas. Y, si os place, voy a poneros un ejemplo de uno de esos hombres grandes e ilustres. Mas no temáis, pues pondré mi ejemplo sin nombrar a persona; o, por decir mejor, aun cuando yo dijera el nombre, tampoco habría que temer.

263.- Porque ¿quién temió jamás a un muerto? Haga lo que haga, el muerto siempre está muerto, y un muerto no puede dañar a un vivo ni poco ni mucho. Veamos, pues, cómo tiene ese muerto vendada su cabeza. Es el caso de sus continuas embriagueces; como tiene un cadáver toda ese muchedumbre de velos y de fajas que sabemos, así ese tiene cerrados y atados todos sus sentidos. Pues pasemos ahora a sus manos y las veremos atadas a su vientre, como las de los difuntos, y muy fuertemente apretadas no por cintas, sino, lo que es mucho más grave, por las cadenas de la avaricia. Jamás las sueltan esos muertos para tenderlas a una limosna ni para otra obra buena ninguna.

264.- La avaricia ha hecho sus manos más inútiles que las de un cadáver. ¿Queréis ver también cómo están trabados los pies? Mirad cómo están también traspasados de preocupaciones y por ellas no son capaces de correr jamás a la casa de DIOS. Ya habéis visto al muerto. Mirad ahora al enterrador. ¿Quién es, pues, el enterrador de estas gentes? El diablo, que las sabe atar tan cabalmente, que ya no les queda figura de hombres, sino de leño seco. Y, efectivamente, donde no queda ya ni ojos, ni manos, ni pies, ni miembro alguno vivo, ¿qué apariencia puede ya darse de hombre? Así es también como se ve que su alma está amortajada y que más bien es un ídolo que no un alma.

265.- Exhortación final: Roguemos a Jesús por estos muertos.
Como quiera, pues, que estos muertos no se dan cuenta de que lo están, acerquémonos por ellos a Jesús; supliquémosle que los resucite, levantemos la piedra del sepulcro, desatemos sus ligaduras. Si logramos levantar la piedra, es decir, su insensibilidad para el mal, muy pronto podremos sacarlos del sepulcro, y, una vez fuera, fácil nos será desatarlos de sus ligaduras. Entonces, cuando estés resucitado, te reconocerá Jesús; cuando estés desatado, te convidará a su convite. Cuantos sois, pues, amigos de Jesús, cuantos sois sus discípulos, cuantos amáis a ese pobre difunto, acercaos a Jesús y rogad por él. Cierto que despide hedor que apesta; mas no por eso hemos de abandonarlo sus allegados.

266.- Cuanto más avanzada esté la putrefacción, razón de más para acudir al Señor. Así lo hicieron otrora las hermanas de Lázaro. Y no cejemos en nuestras súplicas, en nuestra oración, en nuestras instancias, hasta que no lo recibamos vivo. Si de este modo atendemos a nuestra salvación y a la de nuestro prójimo, muy pronto alcanzaremos la vida venidera, que a todos os deseo por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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soy diseñadora gráfica y profesora de religión y de lengua y literatura
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