HOMILIA 28

16:09

Y habiendo subido Él a la barca, le siguieron sus discípulos. Y he aquí que se levantó una gran tormenta en el mar, hasta el punto de que las olas cubrían la barca. Él, empero, estaba durmiendo. San Mateo 8, 23.

267.- Por qué permite el Señor que sus discípulos sufran la tormenta. 1. Lucas, no sintiéndose obligado a seguir el orden exacto del tiempo, dijo de modo general: Y sucedió en uno de aquellos días que subió el Señor a una barca y con Él sus discípulos. San Lucas 8,22. De modo semejante se expresa San Marcos 4,35. No así Mateo, que guarda también aquí la continuación de tiempo. No todos, en efecto, lo escribieron todo del mismo modo. Observación que ya anteriormente hicimos, a fin de que nadie, de una omisión, concluya una contradicción. Así, pues, despidió el Señor a las turbas y tomó consigo a sus discípulos. En esto están todos de acuerdo. Y a fe que no los tomó consigo sin causa ni motivo, sino porque quería que fueran testigos del milagro que iba a realizar.

268.- Como buen maestro de atletas, los quiere adiestrar a doble ejercicio: a mantenerse imperturbables en los peligros y a ser moderados en los honores. Para que no se enorgullecieran de que, despedidas las turbas, los había retenido consigo a ellos, permite que sean juguete de la tormenta; con lo que no sólo les da esa lección de humildad, sino que a par los ejercita en sufrir generosamente las tentaciones. Grandes eran ciertamente los milagros que el Señor había ya realizado, mas éste llevaba consigo no pequeño ejercicio y tenía algún parentesco con el antiguo milagro del paso del mar por el pueblo de Israel. De ahí que sólo a sus discípulos lleva en su compañía.

269.- Cuando solo se trata de contemplar sus milagros, el Señor permite que asista allí el pueblo; pero en momentos en que había que afrontar pruebas y temores, sólo toma consigo a sus discípulos, atletas que eran de todo la tierra y a quienes Él se propone ejercitar. Por lo demás, Mateo cuenta simplemente que el Señor dormía; pero Lucas, en realidad es San Marcos, 4,38, cambio frecuente en San Juan Crisóstomo, que cita de memoria, añade que dormía sobre una almohada. Con lo que nos pone de manifiesto su humildad y nos da una lección de alta filosofía.

270.- Por qué se duerme Jesús. Una vez, pues, que estalló la tormenta y se enfureciera el mar, los apóstoles despiertan al Señor diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. Mas el Señor los reprende a ellos antes que al mar. Porque, como antes he dicho, esta tormenta la permitió Él para ejercitarlos y darles como un preludio de las pruebas que más tarde debían de sobrevenirles. Realmente, muchas veces habían de verse luego entre tempestades más fieras que aquélla, y Él dio largas a su socorro. De ahí es que San Pablo decía: No quiero que ignoréis, hermanos, que sobre toda ponderación fuimos agravados por encima de nuestras fuerzas, hasta el punto de sentir hastío de nuestra propia vida 2ª Corintios 1,8. Y luego nuevamente: Y de tamaños trances de muertes nos ha librado el Señor, verso 10.

271.- Así, pues, para hacerles ver que hay que tener buen ánimo, por muy grandes que se levanten las olas, y que Él lo dispone todo convenientemente, empieza el Señor por reprender a sus discípulos. Realmente su misma turbación fue cosa conveniente, a fin de que el milagro apareciera mayor y su recuerdo se les grabara para siempre en el alma. Y es que siempre que quiere el Señor obrar algo maravilloso, lo prepara con una serie de circunstancias que lo fijen en la memoria y eviten así que, pasado el milagro, caiga totalmente en olvido. Tal aconteció con Moisés, que primero se espantó de la serpiente en que se convirtió su vara, y no sólo se espantó, sino que sintió angustia de muerte, y entonces fue justamente cuando vió el milagro que sabemos por la Escritura. Éxodo4, 2-5.

272.- Así también los apóstoles, cuando ya no esperaban sino la muerte, entonces se salvaron, a fin de que, confesando la grandeza del peligro, reconocieran también la grandeza del milagro. De ahí el sueño de Cristo. Porque si la tempestad se hubiera desencadenado estando Él despierto, o no hubieran tenido miedo alguno, o no le hubieran rogado, o tal vez, ni pensaran que tenía Él poder de hacer nada en aquel trance. De ahí el sueño del Señor, pues así daba tiempo a su acobardamiento y a que fuera más profunda la impresión de los hechos. No es lo mismo, efectivamente, ver las cosas en los otros y sentirlas en la propia carne.

273.- Habían visto los discípulos los beneficios que dispensaba el Señor a los otros; pero como a ellos no les había tocado nada, pues ni estaban paralíticos ni sufrían otra enfermedad alguna, se sentían indiferentes. Si embargo, como era menester que también ellos, por personal experiencia, gozaran de los beneficios del Señor, permitió Él la tempestad, a fin de que, al sentirse libres de ella, tuvieran también el más claro sentimiento de un beneficio suyo. Por eso, no quiere tampoco hacer este milagro en presencia de las muchedumbres, por que no condenaran éstas a sus discípulos por hombres de poca fe, sino que los toma a solas consigo y a solas los corrige.

274.- Hombres de poca fe.- Antes de calmar la tempestad de las aguas apacigua la de sus almas al reprenderlos y decirles: ¿Por qué estáis acobardados, hombres de poca fe? Con lo que justamente nos enseña que el temor no tanto nos lo producen las pruebas, cuanto la debilidad de nuestra alma. Mas, si se objeta que no suponía cobardía ni poquedad de fe que los discípulos se acercaran a despertar al Señor, yo respondería que ello era particularmente señal de que no tenían de Él la idea que debían. Porque sin duda sabían que podía el Señor, despierto, intimidar al mar; pero no creían aún que lo mismo pudiera hacer dormido. ¿Y qué maravilla es que no lo creyeran ahora, cuando vemos que, después de otros muchos milagros, se muestran aún más imperfectos?

275.- De ahí frecuentes reprensiones del Señor, como cuando les dice: ¿También vosotros estáis aún sin inteligencia? San Mateo 15, 16. No nos sorprendamos, pues, si, cuando tan imperfectos se muestran los discípulos, no tenían las turbas idea alguna grande sobre el Señor, pues se admiraban y decían: ¿Qué hombre es éste, a quien obedecen los vientos y el mar? Cristo, empero, no les reprendió de que le llamaran hombre, sino que esperó a demostrarles por sus milagros que su opinión era equivocada. Ahora ¿de dónde deducían ellos que fuera hombre? De su apariencia, de su sueño, de tenerse que servir de una barca. De ahí su perplejidad y su pregunta: ¿Qué hombre es éste...? Porque el sueño y la apariencia externa mostraban que era hombre; pero el mar y la calma de la tormenta lo proclamaban DIOS.

276.- Comparación entre Jesús y Moisés.- 2. También Moisés hizo en otro tiempo un milagro semejante; pero la superioridad del Señor es patente. Porque Moisés hacia los milagros como siervo; pero Jesús como dueño soberano. Así, Él no tuvo necesidad de levantar la vara ni de extender su mano hacia el cielo, ni siquiera de hacer oración. No. Con la misma naturalidad con que un amo da una orden a su esclava, como manda el creador a su criatura, así, con sólo su mandato y su palabra, calmó y puso freno a la mar, y toda la tormenta se deshizo en un momento, y no quedó huella de la pasada turbación. Así lo significó el evangelista al decir: Y se produjo una calma grande. Lo que del Padre se dijo como grande maravilla, eso realizó con sus obras el Hijo. ¿Qué se dijo, pues, del Padre? Dijo, y se paró el viento de la tormenta, Salmo 106,25. Exactamente como aquí: Dijo, y se produjo una calma grande. Por eso señaladamente le admiraban las muchedumbres; y no le hubieran admirado si hubiera hecho como Moisés.

277.- Los demonios confiesan la divinidad de Jesús.- Apenas hubo Jesús desembarcado, al milagro pasado sucedió otro más temeroso. Y fue que unos endemoniados, como si fueran esclavos fugitivos y criminales que se topan con su amo, comenzaron a gritar: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? Como las turbas le habían confesado hombre, vienen ahora los demonios a proclamarle DIOS; y los que no habían oído al mar embravecido y luego en calma, ahora oían a los demonios que gritaban lo mismo que había proclamado el mar con su alma. Luego, por que no se pensara que era cuestión de adulación, como quienes lo estaban muy bien experimentando, gritan y dicen: ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? Muy bien hacen confesando ante todo su enemistad con el Señor, pues así no caben sospechas en la súplica que le van a dirigir.
278.- A la verdad, invisiblemente eran azotados y sufrían más fiera tormenta que la del mar, aguijoneados y abrasados, y aguantando suplicio insoportable por la presencia del Señor. Y es que, como nadie se había atrevido a presentarle estos endemoniados, fue Cristo mismo a buscarlos. Por lo demás. Mateo cuenta haber ellos dicho: ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo? Los otros evangelistas añaden que le suplicaban y conjuraban que no los arrojara al abismo. Pensaban, en efecto, que su castigo iba a ser inminente y temían como si hubiera ya de caer sobre ellos el suplicio. Ahora, el hecho de que Lucas diga tratarse de un solo endemoniado y Mateo de dos, no implica tampoco contradicción. Si realmente hubiera dicho que había uno solo y no había habido otro, parecería estar en pugna con Mateo; pero el hecho no significa pugna, sino modo distinto de contar.

279.- En realidad, por lo que a mí me parece, Lucas habla del más fiero de los demonios, y de ahí que su narración adquiere un tono más patético, por ejemplo, al decirnos que el endemoniado rompía las cadenas y andaba errante por el desierto. Y aun añade Marcos que se golpeaba con las piedras. Y aun las mismas palabras que pronuncian son bastantes a demostrar su crueldad y desvergüenza: ¿Has venido, dicen, a atormentarnos antes de tiempo? No podían decir que no hubieran pecado; pero piden por lo menos que no se los castigue antes de tiempo.

280.- Como el Señor los había sorprendido cometiendo todos aquellos actos intolerables e inicuos y atormentando y torturando de todos los modos imaginables a quienes eran criaturas suyas, los demonios creían que, por la enormidad de sus crímenes, no esperaría el Señor el tiempo del castigo, y por eso rogaban y suplicaban. Y los que no soportaban ni las cadenas de hierro, se presentan ante Él como maniatados; y los que moraban en los montes, bajan por sí mismos a la llanura; y los que a otros les impedían seguir su camino, se detienen ante el mismo que a ellos les viene a cerrar el paso.

281.- Contra las varias supersticiones.- Mas ¿por qué razón gustan los demonios de morar en los sepulcros?. La razón es que quieren imponer al vulgo una creencia funesta, cual es la que las almas de los difuntos se convierten en demonios. Lo cual no quiera DIOS que jamás nos pase por el pensamiento. ¿Y qué decir, me objetarás, del hecho de que muchos hechiceros se apoderan de niños y los matan con el fin de tener su alma como colaboradora de sus hechicerías? ¿Y por dónde consta semejante colaboración? Qué los hechiceros maten niños, es cosa muy decantada por el vulgo; pero que las almas de los así sacrificados estén con ellos, ¿cómo lo sabes, dime por favor? Porque, me contestas, los mismos endemoniados gritan: “Yo soy el alma de fulano”. Más todo eso es también fantasmagoría y embuste diabólico.

282.- Porque no es el alma del difunto la que eso grita, sino el diablo mismo, que representa esa comedia con el fin de engañar a los que lo oyen. Porque, si fuera posible que el alma pasara a la sustancia de un demonio, mucho mejor pasaría a la de su propio cuerpo. Por otra parte, está fuera de toda razón que el alma de un asesinado esté al servicio del mismo que lo asesinó; o que el hombre, cuando es ya potencia incorpórea, pueda pasar a otra sustancia. Porque si no hay medio de conseguirlo en los cuerpos y nadie sería capaz de hacer de un cuerpo humano un cuerpo de asno, con mayor razón ha de ser ello imposible tratándose del alma invisible y nadie sería capaz de hacerla pasar a la sustancia de un demonio.

283.- Las almas no andan errantes por la tierra.- 3. En resolución, todo eso no pasa de cuentos de viejas borrachas y de cocos de niños, pues no es posible tampoco que un alma, separada de su cuerpo, ande errante por el mundo. Las almas de los justos están en la mano de Dios. Sabiduría 3, 1. Y si lo están las de los justos, también las de los niños, pues éstas no son tampoco malas. Y las de los pecadores son inmediatamente arrebatadas de aquí, como se ve bien claro por la historia de Lázaro y del rico glotón. Y en otro lugar dice Cristo mismo: Necio, hoy mismo te reclamarán tu alma. San Lucas 12, 12. No, no es posible que un alma que ha salido de su cuerpo ande luego errante por la tierra. Y se explica perfectamente.

284.- Porque si nosotros andando por tierra conocida y acostumbrada y revestidos de nuestro cuerpo, apenas entramos por un camino extraño, ya no sabemos qué dirección tomar, si no tenemos alguien que nos lleve como de la mano, ¿cómo sabrá el alma, separada de su cuerpo y de cuanto le había sido habitual, por dónde tiene que ir, de no haber quien la vaya guiando por el camino? Y por el estilo pudieran aducirse mil razones más, por las que puede verse no ser posible que el alma permanezca en este mundo. Así, Esteban dijo al morir: Recibe mi espíritu. Hechos 7,58.

285.- Y Pablo: Lo mejor, con mucho, es ser desatado y estar con Cristo. Filipenses 1, 23. Y sobre el patriarca Abrahán nos dice la Escritura; Y fue agregado a sus padres después de vivir en buena vejez. Génesis 25,8. Y que tampoco las almas de los pecadores puedan permanecer aquí bajo, óyeselo al rico glotón, que mucho suplicó se le concediera esa gracia y no la consiguió. De haber sido posible, él mismo hubiera venido, para contar a sus hermanos lo que allí le pasaba. De todo lo cual resulta evidente que las almas, después de la peregrinación de este mundo, son llevadas a determinado lugar, sin que esté ya en su mano volver, y allí han de aguardar el día temeroso del último juicio.

286.- Por qué permitió el Señor que los demonios entraran en los cerdos.- Mas si alguno preguntara por qué accedió Cristo a la súplica que le hicieron los demonios y les consintió entrar en la piara de cerdos, le contestaríamos que no lo hizo ciertamente por benevolencia para con ellos, sino porque tenía Él en ello muy altos fines. Ante todo, hacer ver a los mismos a quienes había librado de aquellos perversos tiranos cuán grande era la maldad de aquellos traidores. Luego, por que todos se dieran cuenta que, de no habérselo Él permitido, los demonios no se hubieran atrevido ni con una piara de cerdos. En fin, por que vieran los mismos endemoniados que mucho peor que a los cerdos los hubieran tratado a ellos los demonios, de no haber gozado, aun dentro de su desgracia, de particular providencia de DIOS.

287.- Porque, que a nosotros nos aborrecen los demonios más que a los animales, cosa es que a cualquiera se le alcanza. De suerte que los que no perdonaron a los cerdos, sino que en un abrir y cerrar de ojos se despeñaron con ellos en el mar, mucho más hubieran hecho eso con los hombres a quienes poseían y traían y llevaban al desierto, si, aun en medio de su tiranía, no hubiera particularmente velado la providencia de DIOS, sofrenándolos e impidiéndoles pasar adelante en su mal tratamiento de aquellos desgraciados. De donde se sigue evidentemente que no hay nadie que no goce de la providencia de DIOS.

288.- Y si no todos gozan de ella en la misma medida y del mismo modo, esto es justamente la prueba mejor de la providencia; pues conforme a la utilidad de cada uno, así se muestra también la acción de la providencia. Aparte lo dicho, otra lección aprendemos también de este hecho, y es que DIOS no sólo tiene providencia de todos en general, sino también de cada uno en particular. Es lo que el Señor declaró a sus discípulos cuando les dijo: En cuanto a vosotros, los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. San Mateo 10,30. Y lo mismo puede evidentemente comprobarse por el caso de estos endemoniados. De no haber gozado de particular cuidado de lo alto, mucho tiempo antes hubieran sido ahogados por los demonios.

289.- Otras razones de la permisión del Señor a los demonios.- Otra razón que tuvo el Señor para permitir a los demonios entrar en la piara de cerdos, fue porque los habitantes de aquella comarca conocieran su poder. Porque es así que donde su nombre era ya muy conocido, no solía el Señor hacer señalado alarde de su poder; pero donde nadie le conocía, donde las gentes permanecían insensibles, allí hacia Él brillar la gloria de sus milagros, a fin de atraerlos al conocimiento de su divinidad. Y que entre los moradores de aquella ciudad había gentes estúpidas, bien claro se ve por el desenlace de todo este episodio. Porque, cuando debían habérsele postrado en adoración y admirar su poder, le mandaron recado suplicándole que se retirara de sus términos.

290.- Y ¿por qué razón mataron los demonios a los cerdos? No por otra razón sino porque el empeño de los demonios es siempre afligir a los hombres, y en la ruina de éstos está siempre su alegría. Eso fue, por ejemplo, lo que el diablo hizo con Job, aunque también aquí lo hizo por permisión de DIOS. Mas tampoco contra Job le dio DIOS permiso al diablo por benevolencia para con éste, sino porque quería acrecentar la gloria de su servidor y cortarle al diablo todo pretexto de hablar desvergonzadamente contra Él. Y, en definitiva, sobre la cabeza del diablo rebotó cuanto él maquinara contra aquel varón justo. Realmente, también en el caso de estos endemoniados les salió la jugada al revés; pues, por una parte, quedó proclamado el poder de Cristo, y proclamaba también, con más claridad aún, la maldad de ellos, de la que el Señor libró a los posesos; y, por otra, se demostró que, si el DIOS de todas las cosas no se lo permite, no pueden ellos tocar ni a una piara de cerdos.

291.- Explicación figurada: el lascivo y el avaro.- 4. Mas si alguno quiere tomar todo este suceso en sentido figurado, no hay inconveniente en ello. El sentido histórico es el que queda expuesto. Mas hay que saber bien sabido que los hombres que viven a modo de cerdos son fácilmente atacables a la acción de los demonios. Si esa acción la sufren permaneciendo hombres, muchas veces pueden también salir vencedores; pero si los hombres se convierten de todo punto en cerdos, no sólo son poseídos de los demonios, sino que se despeñan con ellos al abismo. Pero, por otra parte, tampoco hay que pensar que los hechos relatados aquí fueron pura fantasmagoría, sino que hay que creer firmemente que efectivamente fue expulsado el demonio, como lo prueba patentemente la muerte de los cerdos.

292.- Mas considerad, os ruego, cuán grande sea la mansedumbre del Señor aun en medio de todo su poder. Pues, como los habitantes, de aquella comarca, aun después de recibir aquel beneficio, le arrojaron de sus confines, Él no se opuso a salir, sino que efectivamente se retiró y abandonó a aquellos que a sí mismos se habían declarado indignos de recibir su doctrina. Sin embargo, aun les dejó por maestros a los que habían sido librados del demonio y a los mismos porqueros, de quienes podían enterarse de todo lo sucedido. Él, empero, se retiró, dejando a aquellas gentes un gran temor. Realmente, la grandeza del daño propagaba la fama del suceso y un hecho de aquella calidad había de impresionar su alma.

293.- De todas partes venían las voces que pregonaban lo maravilloso de aquel milagro: voces de los curados, de los cerdos ahogados, de los dueños de la piara y de sus pastores. Todo este episodio evangélico podemos verlo reproducido en la actualidad. ¡Cuántos endemoniados no vemos ahora que habitan en los sepulcros y a quien nada es capaz de sujetar en su furiosa locura: ni hierro, ni cadenas, ni muchedumbre de hombres, ni reprensión, ni exhortación, ni temor, ni amenaza, ni cosa semejante! Y es así que un hombre incontinente que corre encandilado tras todo cuerpo, en nada se diferencia de un endemoniado. Como éste, el incontinente anda desnudo por todas partes, no porque no lleve ropa encima, sino porque va privado de la verdadera vestidura y está desnudo del honor que le corresponde.

294.- No se golpea con piedras pero si con pecados, que son peores que las mismas piedras. ¿Quién será, pues, capaz, de sujetar a ese tal y hacerle cesar en su lujuria y que no sienta su aguijón, fuera de su propia casa como está siempre, habitando que habita constantemente en los sepulcros? Porque sepulcros son los antros de las rameras, que apestan de mal olor y podredumbre infinita. Y ¿qué decir del avariento? ¿No está también endemoniado? Y ¿quién será capaz de sujetarlo? ¿No se le espanta y amenaza diariamente, no se le exhorta y aconseja? Pero todas esas cadenas las hace él añicos fácilmente. Y si alguien se le acerca con la piadosa intención de librarle de sus ataduras, él le conjura que en modo alguno le libre, pues tiene por su mayor tormento no sufrir aquel tormento.

295.- ¿Puede darse nada más triste? Porque aquel otro demonio, si bien es cierto que menospreciaba a los hombres, pero cedió por lo menos al mandato de Cristo y salió inmediatamente del cuerpo; pero éste de la avaricia no obedece ni al mandato de Cristo. Mirad, si no, cómo cada día está oyéndole al mismo Cristo, que dice: No podéis servir a Dios y al mundo. San Mateo 6,24. Le oye amenazar con el infierno y con suplicios sin remedio, y no le obedece. Y no le obedece, no porque sea más fuerte que Cristo, sino porque Cristo no nos da la salud del alma contra nuestra voluntad. De ahí que esta ralea de gentes, aún cuando vivan en medio de las ciudades, es como si habitaran en los desiertos. ¿Qué hombre sensato quisiera, en efecto, de buena gana vivir con tales gentes?

296.- Por lo que a mi toca, antes preferiría vivir entre miles de endemoniados que con uno sólo de los atacados de aquella pestilencia. Y que al hablar así no me equivoco, resulta evidente examinando lo que unos y otros padecen. Efectivamente, los avaros tienen por enemigo a quien ningún daño les ha hecho, y pretenden convertir en esclavo al que es libre y le abruman de males sin número; los endemoniados, empero, ninguna otra cosa hacen sino sufrir su propia enfermedad. Los avaros arruinan muchas casas, hacen que se blasfeme el nombre de DIOS y son una peste para la ciudad y hasta para toda la tierra; mas los atormentados por el demonio, más bien son dignos de compasión y lágrimas.

297.- Éstos hacen la mayor parte de sus acciones en plena inconsciencia; pero los otros son locos con toda su razón, se entregan en plena ciudad a furores báquicos y sufren una nueva y extraña locura. Todos los endemoniados juntos no cometieron jamás crimen comparable con el de Judas, que perpetró la iniquidad extrema. Y todos los que a Judas imitan son como fieras escapadas de sus jaulas, que aterrorizan las ciudades, sin que nadie sea capaz de sujetarlas. Cierto que por todas partes rodean cadenas al avaro: el temor de los tribunales, la amenaza de las leyes, la condenación por parte de todos. Sin embargo, todo eso lo hacen ellos pedazos y siguen trastornándolo todo de arriba abajo. Y si se llegara a quitarles totalmente esas cadenas, entonces se vería bien claro que el demonio que posee a los avaros es más feroz y furioso que el que salió de los endemoniados del Evangelio.

298.- Monstruosidad de un avaro.- 5. Más ya que esto no es posible en la realidad, vamos a imaginarlo con el pensamiento. Quitémosle al avariento todas sus ataduras y entonces veremos claramente su insigne locura. Más no temáis la fiera que os voy a presentar; porque todo va a ser representación de la fantasía y no cosa de la realidad. Imaginemos, pues, a un hombre que arroja fuego por los ojos; ese hombre es negro completamente; de sus dos hombros, en vez de brazos, le cuelgan serpientes. En su boca, en vez de dientes, tiene clavadas afiladas espadas; en vez de lengua, le brota una fuente de veneno mortífero. Su vientre, más voraz que un horno, consume cuanto dentro se echa. Sus pies son alados y más rápidos que la llama.

299.- Su rostro es una mezcla de perro y lobo. Este monstruo no sabe decir palabra humana, sino todo ronco, desapacible y espantoso. En su mano lleva también una llama. Tal vez la descripción os resulte horrible; sin embargo, todavía no lo he descrito como cumple. Sobre todo lo dicho, aun hay que añadir otros rasgos: que degüella a cuantos se topa, que los devora y se alimenta de sus carnes. Pues bien, mucho más terrible que ese monstruo es el avaro, que a todos acomete, como el sepulcro, que todo lo devora, que por todas partes anda como enemigo universal del humano linaje. El querría, en efecto, que no quedara ni un hombre sobre la tierra, a fin de apoderarse él solo de todo.

300.- Y ni siquiera se para ahí: después de aniquilar con su deseo a todos los hombres, desearía también destruir la sustancia misma de la tierra y verla convertida en oro. Y no sólo la tierra: los montes también, los valles, las fuentes, todo, en una palabra, cuanto miran sus ojos. Y por que os deis cuenta de que todavía no os he pintado tal como es la locura del avaro, supongamos que no hubiera nadie que le acusara ni infundiera miedo. Quitemos por un momento con la imaginación el temor de las leyes, y veréis como empuña la espada y arremete contra todo el mundo, ni a su propio padre. Mejor dicho, no hace falta que supongamos nada.
301.- Preguntémosle a tales fantasías y si con su pensamiento no ataca a todo el mundo, matando a amigos, parientes y a los mismos que le dieron el ser. Y, en fin, tampoco hace falta que le preguntemos nada; pues todos saben que los atacados de esta enfermedad de la avaricia, llevan pesadamente la vejez de sus padres, y que lo que todo el mundo tiene por dulce y deseable, como es tener hijos, para ellos es cosa pesada y aborrecible. Lo cierto es que muchos han comprado por eso el no tener hijos y han mutilado la naturaleza, no sólo quitando la vida a los recién nacidos, sino no dejando en absoluto que nacieran.

302.- Cómo librar del demonio al avariento.- No os maravilléis, pues, de que haya pintado al avariento con esos colores, pues aun es él peor de lo que yo he dicho. Pero veamos cómo le podemos librar de su demonio. ¿Cómo librarle, pues? Si le hacemos comprender claramente que la avaricia es justamente el mayor obstáculo para lo mismo que pretende, que es hacer dinero. Siempre sucede, en efecto, que quienes quieren ganar aun en lo poco, pierden hasta en lo mucho. El hecho ha pasado ya a proverbio. Muchos, por ejemplo, muchas veces, queriendo prestar a muy alto interés, por no examinar, en su afán de lucro, a los mismos a quienes prestaban, han venido a perder interés y capital. Otros, otras veces, hallándose en peligros, no han querido desprenderse de una pequeña parte de su riqueza y han venido a perder la vida y las riquezas juntamente.

303.- Otros, teniendo ocasión de comprar pingües dignidades o cosas semejantes, por poquedad de alma, lo perdieron todo. Como no saben sembrar, sino que piensan sólo en recoger, pierden también la cosecha. Nadie puede recoger siempre, como no puede nadie ganar siempre. Y como no quieren gastar, tampoco saben ganar. Lo mismo les pasa cuando tratan de tomar mujer. Porque o son engañados y cogen una pobre en lugar de una rica o, si la cogen rica, está llena de infinitos defectos y les acarrea aún mayor desastre. Porque no es la opulencia sino la virtud la que nos hace verdaderamente ricos.

304.- ¿Para qué vale la riqueza, si la mujer es derrochadora y disoluta y lo lleva todo por delante con más ímpetu que el huracán? ¿Qué decir si es impúdica y arrastra tras sí a una legión de amantes? ¿Qué si borracha? ¿No es así que muy pronto convertirá en un mendigo a su marido? Y no sólo al casarse, en sus mismas compras fracasan los avaros, comprando, por ejemplo, llevados de su codicia, no los esclavos buenos, sino yendo a buscar los más baratos.

305.- Exhortación final: Huid de la avaricia.- Considerando, pues, todo esto, ya que no seáis todavía capaces de oír hablar sobre el infierno y el reino de los cielos, considerando, digo, los daños que muchas veces os ha causado vuestro mismo amor al dinero en los préstamos, en las compras, en vuestros casamientos, en las clientelas y en todo lo demás, apartaos de la codicia del dinero. De este modo podréis pasar con seguridad la presente vida y, a poco que adelantéis, podréis también escuchar las palabras de la Sabiduría y, a poco que vuestros ojos se aclaren, mirar también al mismo Sol de justicia y alcanzar los bienes que Él nos ha prometido. Los que a todos os deseo por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILIA 28

miércoles, 3 de junio de 2009
Y habiendo subido Él a la barca, le siguieron sus discípulos. Y he aquí que se levantó una gran tormenta en el mar, hasta el punto de que las olas cubrían la barca. Él, empero, estaba durmiendo. San Mateo 8, 23.

267.- Por qué permite el Señor que sus discípulos sufran la tormenta. 1. Lucas, no sintiéndose obligado a seguir el orden exacto del tiempo, dijo de modo general: Y sucedió en uno de aquellos días que subió el Señor a una barca y con Él sus discípulos. San Lucas 8,22. De modo semejante se expresa San Marcos 4,35. No así Mateo, que guarda también aquí la continuación de tiempo. No todos, en efecto, lo escribieron todo del mismo modo. Observación que ya anteriormente hicimos, a fin de que nadie, de una omisión, concluya una contradicción. Así, pues, despidió el Señor a las turbas y tomó consigo a sus discípulos. En esto están todos de acuerdo. Y a fe que no los tomó consigo sin causa ni motivo, sino porque quería que fueran testigos del milagro que iba a realizar.

268.- Como buen maestro de atletas, los quiere adiestrar a doble ejercicio: a mantenerse imperturbables en los peligros y a ser moderados en los honores. Para que no se enorgullecieran de que, despedidas las turbas, los había retenido consigo a ellos, permite que sean juguete de la tormenta; con lo que no sólo les da esa lección de humildad, sino que a par los ejercita en sufrir generosamente las tentaciones. Grandes eran ciertamente los milagros que el Señor había ya realizado, mas éste llevaba consigo no pequeño ejercicio y tenía algún parentesco con el antiguo milagro del paso del mar por el pueblo de Israel. De ahí que sólo a sus discípulos lleva en su compañía.

269.- Cuando solo se trata de contemplar sus milagros, el Señor permite que asista allí el pueblo; pero en momentos en que había que afrontar pruebas y temores, sólo toma consigo a sus discípulos, atletas que eran de todo la tierra y a quienes Él se propone ejercitar. Por lo demás, Mateo cuenta simplemente que el Señor dormía; pero Lucas, en realidad es San Marcos, 4,38, cambio frecuente en San Juan Crisóstomo, que cita de memoria, añade que dormía sobre una almohada. Con lo que nos pone de manifiesto su humildad y nos da una lección de alta filosofía.

270.- Por qué se duerme Jesús. Una vez, pues, que estalló la tormenta y se enfureciera el mar, los apóstoles despiertan al Señor diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. Mas el Señor los reprende a ellos antes que al mar. Porque, como antes he dicho, esta tormenta la permitió Él para ejercitarlos y darles como un preludio de las pruebas que más tarde debían de sobrevenirles. Realmente, muchas veces habían de verse luego entre tempestades más fieras que aquélla, y Él dio largas a su socorro. De ahí es que San Pablo decía: No quiero que ignoréis, hermanos, que sobre toda ponderación fuimos agravados por encima de nuestras fuerzas, hasta el punto de sentir hastío de nuestra propia vida 2ª Corintios 1,8. Y luego nuevamente: Y de tamaños trances de muertes nos ha librado el Señor, verso 10.

271.- Así, pues, para hacerles ver que hay que tener buen ánimo, por muy grandes que se levanten las olas, y que Él lo dispone todo convenientemente, empieza el Señor por reprender a sus discípulos. Realmente su misma turbación fue cosa conveniente, a fin de que el milagro apareciera mayor y su recuerdo se les grabara para siempre en el alma. Y es que siempre que quiere el Señor obrar algo maravilloso, lo prepara con una serie de circunstancias que lo fijen en la memoria y eviten así que, pasado el milagro, caiga totalmente en olvido. Tal aconteció con Moisés, que primero se espantó de la serpiente en que se convirtió su vara, y no sólo se espantó, sino que sintió angustia de muerte, y entonces fue justamente cuando vió el milagro que sabemos por la Escritura. Éxodo4, 2-5.

272.- Así también los apóstoles, cuando ya no esperaban sino la muerte, entonces se salvaron, a fin de que, confesando la grandeza del peligro, reconocieran también la grandeza del milagro. De ahí el sueño de Cristo. Porque si la tempestad se hubiera desencadenado estando Él despierto, o no hubieran tenido miedo alguno, o no le hubieran rogado, o tal vez, ni pensaran que tenía Él poder de hacer nada en aquel trance. De ahí el sueño del Señor, pues así daba tiempo a su acobardamiento y a que fuera más profunda la impresión de los hechos. No es lo mismo, efectivamente, ver las cosas en los otros y sentirlas en la propia carne.

273.- Habían visto los discípulos los beneficios que dispensaba el Señor a los otros; pero como a ellos no les había tocado nada, pues ni estaban paralíticos ni sufrían otra enfermedad alguna, se sentían indiferentes. Si embargo, como era menester que también ellos, por personal experiencia, gozaran de los beneficios del Señor, permitió Él la tempestad, a fin de que, al sentirse libres de ella, tuvieran también el más claro sentimiento de un beneficio suyo. Por eso, no quiere tampoco hacer este milagro en presencia de las muchedumbres, por que no condenaran éstas a sus discípulos por hombres de poca fe, sino que los toma a solas consigo y a solas los corrige.

274.- Hombres de poca fe.- Antes de calmar la tempestad de las aguas apacigua la de sus almas al reprenderlos y decirles: ¿Por qué estáis acobardados, hombres de poca fe? Con lo que justamente nos enseña que el temor no tanto nos lo producen las pruebas, cuanto la debilidad de nuestra alma. Mas, si se objeta que no suponía cobardía ni poquedad de fe que los discípulos se acercaran a despertar al Señor, yo respondería que ello era particularmente señal de que no tenían de Él la idea que debían. Porque sin duda sabían que podía el Señor, despierto, intimidar al mar; pero no creían aún que lo mismo pudiera hacer dormido. ¿Y qué maravilla es que no lo creyeran ahora, cuando vemos que, después de otros muchos milagros, se muestran aún más imperfectos?

275.- De ahí frecuentes reprensiones del Señor, como cuando les dice: ¿También vosotros estáis aún sin inteligencia? San Mateo 15, 16. No nos sorprendamos, pues, si, cuando tan imperfectos se muestran los discípulos, no tenían las turbas idea alguna grande sobre el Señor, pues se admiraban y decían: ¿Qué hombre es éste, a quien obedecen los vientos y el mar? Cristo, empero, no les reprendió de que le llamaran hombre, sino que esperó a demostrarles por sus milagros que su opinión era equivocada. Ahora ¿de dónde deducían ellos que fuera hombre? De su apariencia, de su sueño, de tenerse que servir de una barca. De ahí su perplejidad y su pregunta: ¿Qué hombre es éste...? Porque el sueño y la apariencia externa mostraban que era hombre; pero el mar y la calma de la tormenta lo proclamaban DIOS.

276.- Comparación entre Jesús y Moisés.- 2. También Moisés hizo en otro tiempo un milagro semejante; pero la superioridad del Señor es patente. Porque Moisés hacia los milagros como siervo; pero Jesús como dueño soberano. Así, Él no tuvo necesidad de levantar la vara ni de extender su mano hacia el cielo, ni siquiera de hacer oración. No. Con la misma naturalidad con que un amo da una orden a su esclava, como manda el creador a su criatura, así, con sólo su mandato y su palabra, calmó y puso freno a la mar, y toda la tormenta se deshizo en un momento, y no quedó huella de la pasada turbación. Así lo significó el evangelista al decir: Y se produjo una calma grande. Lo que del Padre se dijo como grande maravilla, eso realizó con sus obras el Hijo. ¿Qué se dijo, pues, del Padre? Dijo, y se paró el viento de la tormenta, Salmo 106,25. Exactamente como aquí: Dijo, y se produjo una calma grande. Por eso señaladamente le admiraban las muchedumbres; y no le hubieran admirado si hubiera hecho como Moisés.

277.- Los demonios confiesan la divinidad de Jesús.- Apenas hubo Jesús desembarcado, al milagro pasado sucedió otro más temeroso. Y fue que unos endemoniados, como si fueran esclavos fugitivos y criminales que se topan con su amo, comenzaron a gritar: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? Como las turbas le habían confesado hombre, vienen ahora los demonios a proclamarle DIOS; y los que no habían oído al mar embravecido y luego en calma, ahora oían a los demonios que gritaban lo mismo que había proclamado el mar con su alma. Luego, por que no se pensara que era cuestión de adulación, como quienes lo estaban muy bien experimentando, gritan y dicen: ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? Muy bien hacen confesando ante todo su enemistad con el Señor, pues así no caben sospechas en la súplica que le van a dirigir.
278.- A la verdad, invisiblemente eran azotados y sufrían más fiera tormenta que la del mar, aguijoneados y abrasados, y aguantando suplicio insoportable por la presencia del Señor. Y es que, como nadie se había atrevido a presentarle estos endemoniados, fue Cristo mismo a buscarlos. Por lo demás. Mateo cuenta haber ellos dicho: ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo? Los otros evangelistas añaden que le suplicaban y conjuraban que no los arrojara al abismo. Pensaban, en efecto, que su castigo iba a ser inminente y temían como si hubiera ya de caer sobre ellos el suplicio. Ahora, el hecho de que Lucas diga tratarse de un solo endemoniado y Mateo de dos, no implica tampoco contradicción. Si realmente hubiera dicho que había uno solo y no había habido otro, parecería estar en pugna con Mateo; pero el hecho no significa pugna, sino modo distinto de contar.

279.- En realidad, por lo que a mí me parece, Lucas habla del más fiero de los demonios, y de ahí que su narración adquiere un tono más patético, por ejemplo, al decirnos que el endemoniado rompía las cadenas y andaba errante por el desierto. Y aun añade Marcos que se golpeaba con las piedras. Y aun las mismas palabras que pronuncian son bastantes a demostrar su crueldad y desvergüenza: ¿Has venido, dicen, a atormentarnos antes de tiempo? No podían decir que no hubieran pecado; pero piden por lo menos que no se los castigue antes de tiempo.

280.- Como el Señor los había sorprendido cometiendo todos aquellos actos intolerables e inicuos y atormentando y torturando de todos los modos imaginables a quienes eran criaturas suyas, los demonios creían que, por la enormidad de sus crímenes, no esperaría el Señor el tiempo del castigo, y por eso rogaban y suplicaban. Y los que no soportaban ni las cadenas de hierro, se presentan ante Él como maniatados; y los que moraban en los montes, bajan por sí mismos a la llanura; y los que a otros les impedían seguir su camino, se detienen ante el mismo que a ellos les viene a cerrar el paso.

281.- Contra las varias supersticiones.- Mas ¿por qué razón gustan los demonios de morar en los sepulcros?. La razón es que quieren imponer al vulgo una creencia funesta, cual es la que las almas de los difuntos se convierten en demonios. Lo cual no quiera DIOS que jamás nos pase por el pensamiento. ¿Y qué decir, me objetarás, del hecho de que muchos hechiceros se apoderan de niños y los matan con el fin de tener su alma como colaboradora de sus hechicerías? ¿Y por dónde consta semejante colaboración? Qué los hechiceros maten niños, es cosa muy decantada por el vulgo; pero que las almas de los así sacrificados estén con ellos, ¿cómo lo sabes, dime por favor? Porque, me contestas, los mismos endemoniados gritan: “Yo soy el alma de fulano”. Más todo eso es también fantasmagoría y embuste diabólico.

282.- Porque no es el alma del difunto la que eso grita, sino el diablo mismo, que representa esa comedia con el fin de engañar a los que lo oyen. Porque, si fuera posible que el alma pasara a la sustancia de un demonio, mucho mejor pasaría a la de su propio cuerpo. Por otra parte, está fuera de toda razón que el alma de un asesinado esté al servicio del mismo que lo asesinó; o que el hombre, cuando es ya potencia incorpórea, pueda pasar a otra sustancia. Porque si no hay medio de conseguirlo en los cuerpos y nadie sería capaz de hacer de un cuerpo humano un cuerpo de asno, con mayor razón ha de ser ello imposible tratándose del alma invisible y nadie sería capaz de hacerla pasar a la sustancia de un demonio.

283.- Las almas no andan errantes por la tierra.- 3. En resolución, todo eso no pasa de cuentos de viejas borrachas y de cocos de niños, pues no es posible tampoco que un alma, separada de su cuerpo, ande errante por el mundo. Las almas de los justos están en la mano de Dios. Sabiduría 3, 1. Y si lo están las de los justos, también las de los niños, pues éstas no son tampoco malas. Y las de los pecadores son inmediatamente arrebatadas de aquí, como se ve bien claro por la historia de Lázaro y del rico glotón. Y en otro lugar dice Cristo mismo: Necio, hoy mismo te reclamarán tu alma. San Lucas 12, 12. No, no es posible que un alma que ha salido de su cuerpo ande luego errante por la tierra. Y se explica perfectamente.

284.- Porque si nosotros andando por tierra conocida y acostumbrada y revestidos de nuestro cuerpo, apenas entramos por un camino extraño, ya no sabemos qué dirección tomar, si no tenemos alguien que nos lleve como de la mano, ¿cómo sabrá el alma, separada de su cuerpo y de cuanto le había sido habitual, por dónde tiene que ir, de no haber quien la vaya guiando por el camino? Y por el estilo pudieran aducirse mil razones más, por las que puede verse no ser posible que el alma permanezca en este mundo. Así, Esteban dijo al morir: Recibe mi espíritu. Hechos 7,58.

285.- Y Pablo: Lo mejor, con mucho, es ser desatado y estar con Cristo. Filipenses 1, 23. Y sobre el patriarca Abrahán nos dice la Escritura; Y fue agregado a sus padres después de vivir en buena vejez. Génesis 25,8. Y que tampoco las almas de los pecadores puedan permanecer aquí bajo, óyeselo al rico glotón, que mucho suplicó se le concediera esa gracia y no la consiguió. De haber sido posible, él mismo hubiera venido, para contar a sus hermanos lo que allí le pasaba. De todo lo cual resulta evidente que las almas, después de la peregrinación de este mundo, son llevadas a determinado lugar, sin que esté ya en su mano volver, y allí han de aguardar el día temeroso del último juicio.

286.- Por qué permitió el Señor que los demonios entraran en los cerdos.- Mas si alguno preguntara por qué accedió Cristo a la súplica que le hicieron los demonios y les consintió entrar en la piara de cerdos, le contestaríamos que no lo hizo ciertamente por benevolencia para con ellos, sino porque tenía Él en ello muy altos fines. Ante todo, hacer ver a los mismos a quienes había librado de aquellos perversos tiranos cuán grande era la maldad de aquellos traidores. Luego, por que todos se dieran cuenta que, de no habérselo Él permitido, los demonios no se hubieran atrevido ni con una piara de cerdos. En fin, por que vieran los mismos endemoniados que mucho peor que a los cerdos los hubieran tratado a ellos los demonios, de no haber gozado, aun dentro de su desgracia, de particular providencia de DIOS.

287.- Porque, que a nosotros nos aborrecen los demonios más que a los animales, cosa es que a cualquiera se le alcanza. De suerte que los que no perdonaron a los cerdos, sino que en un abrir y cerrar de ojos se despeñaron con ellos en el mar, mucho más hubieran hecho eso con los hombres a quienes poseían y traían y llevaban al desierto, si, aun en medio de su tiranía, no hubiera particularmente velado la providencia de DIOS, sofrenándolos e impidiéndoles pasar adelante en su mal tratamiento de aquellos desgraciados. De donde se sigue evidentemente que no hay nadie que no goce de la providencia de DIOS.

288.- Y si no todos gozan de ella en la misma medida y del mismo modo, esto es justamente la prueba mejor de la providencia; pues conforme a la utilidad de cada uno, así se muestra también la acción de la providencia. Aparte lo dicho, otra lección aprendemos también de este hecho, y es que DIOS no sólo tiene providencia de todos en general, sino también de cada uno en particular. Es lo que el Señor declaró a sus discípulos cuando les dijo: En cuanto a vosotros, los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. San Mateo 10,30. Y lo mismo puede evidentemente comprobarse por el caso de estos endemoniados. De no haber gozado de particular cuidado de lo alto, mucho tiempo antes hubieran sido ahogados por los demonios.

289.- Otras razones de la permisión del Señor a los demonios.- Otra razón que tuvo el Señor para permitir a los demonios entrar en la piara de cerdos, fue porque los habitantes de aquella comarca conocieran su poder. Porque es así que donde su nombre era ya muy conocido, no solía el Señor hacer señalado alarde de su poder; pero donde nadie le conocía, donde las gentes permanecían insensibles, allí hacia Él brillar la gloria de sus milagros, a fin de atraerlos al conocimiento de su divinidad. Y que entre los moradores de aquella ciudad había gentes estúpidas, bien claro se ve por el desenlace de todo este episodio. Porque, cuando debían habérsele postrado en adoración y admirar su poder, le mandaron recado suplicándole que se retirara de sus términos.

290.- Y ¿por qué razón mataron los demonios a los cerdos? No por otra razón sino porque el empeño de los demonios es siempre afligir a los hombres, y en la ruina de éstos está siempre su alegría. Eso fue, por ejemplo, lo que el diablo hizo con Job, aunque también aquí lo hizo por permisión de DIOS. Mas tampoco contra Job le dio DIOS permiso al diablo por benevolencia para con éste, sino porque quería acrecentar la gloria de su servidor y cortarle al diablo todo pretexto de hablar desvergonzadamente contra Él. Y, en definitiva, sobre la cabeza del diablo rebotó cuanto él maquinara contra aquel varón justo. Realmente, también en el caso de estos endemoniados les salió la jugada al revés; pues, por una parte, quedó proclamado el poder de Cristo, y proclamaba también, con más claridad aún, la maldad de ellos, de la que el Señor libró a los posesos; y, por otra, se demostró que, si el DIOS de todas las cosas no se lo permite, no pueden ellos tocar ni a una piara de cerdos.

291.- Explicación figurada: el lascivo y el avaro.- 4. Mas si alguno quiere tomar todo este suceso en sentido figurado, no hay inconveniente en ello. El sentido histórico es el que queda expuesto. Mas hay que saber bien sabido que los hombres que viven a modo de cerdos son fácilmente atacables a la acción de los demonios. Si esa acción la sufren permaneciendo hombres, muchas veces pueden también salir vencedores; pero si los hombres se convierten de todo punto en cerdos, no sólo son poseídos de los demonios, sino que se despeñan con ellos al abismo. Pero, por otra parte, tampoco hay que pensar que los hechos relatados aquí fueron pura fantasmagoría, sino que hay que creer firmemente que efectivamente fue expulsado el demonio, como lo prueba patentemente la muerte de los cerdos.

292.- Mas considerad, os ruego, cuán grande sea la mansedumbre del Señor aun en medio de todo su poder. Pues, como los habitantes, de aquella comarca, aun después de recibir aquel beneficio, le arrojaron de sus confines, Él no se opuso a salir, sino que efectivamente se retiró y abandonó a aquellos que a sí mismos se habían declarado indignos de recibir su doctrina. Sin embargo, aun les dejó por maestros a los que habían sido librados del demonio y a los mismos porqueros, de quienes podían enterarse de todo lo sucedido. Él, empero, se retiró, dejando a aquellas gentes un gran temor. Realmente, la grandeza del daño propagaba la fama del suceso y un hecho de aquella calidad había de impresionar su alma.

293.- De todas partes venían las voces que pregonaban lo maravilloso de aquel milagro: voces de los curados, de los cerdos ahogados, de los dueños de la piara y de sus pastores. Todo este episodio evangélico podemos verlo reproducido en la actualidad. ¡Cuántos endemoniados no vemos ahora que habitan en los sepulcros y a quien nada es capaz de sujetar en su furiosa locura: ni hierro, ni cadenas, ni muchedumbre de hombres, ni reprensión, ni exhortación, ni temor, ni amenaza, ni cosa semejante! Y es así que un hombre incontinente que corre encandilado tras todo cuerpo, en nada se diferencia de un endemoniado. Como éste, el incontinente anda desnudo por todas partes, no porque no lleve ropa encima, sino porque va privado de la verdadera vestidura y está desnudo del honor que le corresponde.

294.- No se golpea con piedras pero si con pecados, que son peores que las mismas piedras. ¿Quién será, pues, capaz, de sujetar a ese tal y hacerle cesar en su lujuria y que no sienta su aguijón, fuera de su propia casa como está siempre, habitando que habita constantemente en los sepulcros? Porque sepulcros son los antros de las rameras, que apestan de mal olor y podredumbre infinita. Y ¿qué decir del avariento? ¿No está también endemoniado? Y ¿quién será capaz de sujetarlo? ¿No se le espanta y amenaza diariamente, no se le exhorta y aconseja? Pero todas esas cadenas las hace él añicos fácilmente. Y si alguien se le acerca con la piadosa intención de librarle de sus ataduras, él le conjura que en modo alguno le libre, pues tiene por su mayor tormento no sufrir aquel tormento.

295.- ¿Puede darse nada más triste? Porque aquel otro demonio, si bien es cierto que menospreciaba a los hombres, pero cedió por lo menos al mandato de Cristo y salió inmediatamente del cuerpo; pero éste de la avaricia no obedece ni al mandato de Cristo. Mirad, si no, cómo cada día está oyéndole al mismo Cristo, que dice: No podéis servir a Dios y al mundo. San Mateo 6,24. Le oye amenazar con el infierno y con suplicios sin remedio, y no le obedece. Y no le obedece, no porque sea más fuerte que Cristo, sino porque Cristo no nos da la salud del alma contra nuestra voluntad. De ahí que esta ralea de gentes, aún cuando vivan en medio de las ciudades, es como si habitaran en los desiertos. ¿Qué hombre sensato quisiera, en efecto, de buena gana vivir con tales gentes?

296.- Por lo que a mi toca, antes preferiría vivir entre miles de endemoniados que con uno sólo de los atacados de aquella pestilencia. Y que al hablar así no me equivoco, resulta evidente examinando lo que unos y otros padecen. Efectivamente, los avaros tienen por enemigo a quien ningún daño les ha hecho, y pretenden convertir en esclavo al que es libre y le abruman de males sin número; los endemoniados, empero, ninguna otra cosa hacen sino sufrir su propia enfermedad. Los avaros arruinan muchas casas, hacen que se blasfeme el nombre de DIOS y son una peste para la ciudad y hasta para toda la tierra; mas los atormentados por el demonio, más bien son dignos de compasión y lágrimas.

297.- Éstos hacen la mayor parte de sus acciones en plena inconsciencia; pero los otros son locos con toda su razón, se entregan en plena ciudad a furores báquicos y sufren una nueva y extraña locura. Todos los endemoniados juntos no cometieron jamás crimen comparable con el de Judas, que perpetró la iniquidad extrema. Y todos los que a Judas imitan son como fieras escapadas de sus jaulas, que aterrorizan las ciudades, sin que nadie sea capaz de sujetarlas. Cierto que por todas partes rodean cadenas al avaro: el temor de los tribunales, la amenaza de las leyes, la condenación por parte de todos. Sin embargo, todo eso lo hacen ellos pedazos y siguen trastornándolo todo de arriba abajo. Y si se llegara a quitarles totalmente esas cadenas, entonces se vería bien claro que el demonio que posee a los avaros es más feroz y furioso que el que salió de los endemoniados del Evangelio.

298.- Monstruosidad de un avaro.- 5. Más ya que esto no es posible en la realidad, vamos a imaginarlo con el pensamiento. Quitémosle al avariento todas sus ataduras y entonces veremos claramente su insigne locura. Más no temáis la fiera que os voy a presentar; porque todo va a ser representación de la fantasía y no cosa de la realidad. Imaginemos, pues, a un hombre que arroja fuego por los ojos; ese hombre es negro completamente; de sus dos hombros, en vez de brazos, le cuelgan serpientes. En su boca, en vez de dientes, tiene clavadas afiladas espadas; en vez de lengua, le brota una fuente de veneno mortífero. Su vientre, más voraz que un horno, consume cuanto dentro se echa. Sus pies son alados y más rápidos que la llama.

299.- Su rostro es una mezcla de perro y lobo. Este monstruo no sabe decir palabra humana, sino todo ronco, desapacible y espantoso. En su mano lleva también una llama. Tal vez la descripción os resulte horrible; sin embargo, todavía no lo he descrito como cumple. Sobre todo lo dicho, aun hay que añadir otros rasgos: que degüella a cuantos se topa, que los devora y se alimenta de sus carnes. Pues bien, mucho más terrible que ese monstruo es el avaro, que a todos acomete, como el sepulcro, que todo lo devora, que por todas partes anda como enemigo universal del humano linaje. El querría, en efecto, que no quedara ni un hombre sobre la tierra, a fin de apoderarse él solo de todo.

300.- Y ni siquiera se para ahí: después de aniquilar con su deseo a todos los hombres, desearía también destruir la sustancia misma de la tierra y verla convertida en oro. Y no sólo la tierra: los montes también, los valles, las fuentes, todo, en una palabra, cuanto miran sus ojos. Y por que os deis cuenta de que todavía no os he pintado tal como es la locura del avaro, supongamos que no hubiera nadie que le acusara ni infundiera miedo. Quitemos por un momento con la imaginación el temor de las leyes, y veréis como empuña la espada y arremete contra todo el mundo, ni a su propio padre. Mejor dicho, no hace falta que supongamos nada.
301.- Preguntémosle a tales fantasías y si con su pensamiento no ataca a todo el mundo, matando a amigos, parientes y a los mismos que le dieron el ser. Y, en fin, tampoco hace falta que le preguntemos nada; pues todos saben que los atacados de esta enfermedad de la avaricia, llevan pesadamente la vejez de sus padres, y que lo que todo el mundo tiene por dulce y deseable, como es tener hijos, para ellos es cosa pesada y aborrecible. Lo cierto es que muchos han comprado por eso el no tener hijos y han mutilado la naturaleza, no sólo quitando la vida a los recién nacidos, sino no dejando en absoluto que nacieran.

302.- Cómo librar del demonio al avariento.- No os maravilléis, pues, de que haya pintado al avariento con esos colores, pues aun es él peor de lo que yo he dicho. Pero veamos cómo le podemos librar de su demonio. ¿Cómo librarle, pues? Si le hacemos comprender claramente que la avaricia es justamente el mayor obstáculo para lo mismo que pretende, que es hacer dinero. Siempre sucede, en efecto, que quienes quieren ganar aun en lo poco, pierden hasta en lo mucho. El hecho ha pasado ya a proverbio. Muchos, por ejemplo, muchas veces, queriendo prestar a muy alto interés, por no examinar, en su afán de lucro, a los mismos a quienes prestaban, han venido a perder interés y capital. Otros, otras veces, hallándose en peligros, no han querido desprenderse de una pequeña parte de su riqueza y han venido a perder la vida y las riquezas juntamente.

303.- Otros, teniendo ocasión de comprar pingües dignidades o cosas semejantes, por poquedad de alma, lo perdieron todo. Como no saben sembrar, sino que piensan sólo en recoger, pierden también la cosecha. Nadie puede recoger siempre, como no puede nadie ganar siempre. Y como no quieren gastar, tampoco saben ganar. Lo mismo les pasa cuando tratan de tomar mujer. Porque o son engañados y cogen una pobre en lugar de una rica o, si la cogen rica, está llena de infinitos defectos y les acarrea aún mayor desastre. Porque no es la opulencia sino la virtud la que nos hace verdaderamente ricos.

304.- ¿Para qué vale la riqueza, si la mujer es derrochadora y disoluta y lo lleva todo por delante con más ímpetu que el huracán? ¿Qué decir si es impúdica y arrastra tras sí a una legión de amantes? ¿Qué si borracha? ¿No es así que muy pronto convertirá en un mendigo a su marido? Y no sólo al casarse, en sus mismas compras fracasan los avaros, comprando, por ejemplo, llevados de su codicia, no los esclavos buenos, sino yendo a buscar los más baratos.

305.- Exhortación final: Huid de la avaricia.- Considerando, pues, todo esto, ya que no seáis todavía capaces de oír hablar sobre el infierno y el reino de los cielos, considerando, digo, los daños que muchas veces os ha causado vuestro mismo amor al dinero en los préstamos, en las compras, en vuestros casamientos, en las clientelas y en todo lo demás, apartaos de la codicia del dinero. De este modo podréis pasar con seguridad la presente vida y, a poco que adelantéis, podréis también escuchar las palabras de la Sabiduría y, a poco que vuestros ojos se aclaren, mirar también al mismo Sol de justicia y alcanzar los bienes que Él nos ha prometido. Los que a todos os deseo por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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soy diseñadora gráfica y profesora de religión y de lengua y literatura
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