SEGUNDO LLORENTE, S.J.
DIARIO DE UNA SEMANA
DOMINGO.
LUNES.
MIERCOLES.
Tengo una biblioteca riquísima de más de novecientos volúmenes adquiridos penosamente por los diversos Misioneros que me precedieron. Libros magníficamente encuadernados y muy serios. Tratados de Teología, de Filosofía, comentarios muy extensos al texto del Derecho Canónico, libros de Moral, una enciclopedia abreviada, una hilera enorme de vidas de santos, libros de devoción de todo género, una colección de novelas recentísimas, la Iliada y la Odisea, que por estar en el original las puse en el rincón más alto y menos accesible; varias oraciones de Cicerón y las obras de Virgilio que tengo sobre la mesa; un plúteo repleto de obras magníficas en francés, que no pienso leer hasta que Franco sea el amo único de España (advierta el lector que este artículo se escribió en octubre de 1938-N. del E.), y por fin veinte libros en español que yo traje en el baúl. La otra noche empecé el Quijote por undécima vez, y ya sé de memoria varios capítulos de Santa Teresa.Es una lectura seria la que impide que el Misionero descienda al nivel del indígena. Claro que no hay que exagerar. Más me ayuda un libro devoto y sólido, que hable de la gracia en términos que entienden hasta los eskimales, que un tratado teológico sobre la diferencia entre el molinismo, el tomismo, el congruismo, los agustinianos, los escotistas y otros disidentes. Sin embargo da gusto leer sin preocuparse de exámenes, tratados teológicos que se vieron en las aulas con el programa delante.Anoche me interrumpió la lectura un rapaz que me traía por encargo de su madre un mazapán muy mono con baño blanco y todo. Se trata de una familia mestiza muy buena que no hace más que traerme molletes de pan. Otras veces me interrumpen grupos de muchachos enlodados, que irrumpen sin ceremonias y se sientan con toda seriedad en espera de historias y cuentos tártaros.Con frecuencia alguno de ellos me trae un pato silvestre que ya están emigrando, o un par de tármigans especie de palomas norteñas, o un cesto de peces grandotes. No piden nada por ello; pero yo siempre les pago con ropa, pues sé por experiencia que esperan algo en recompensa y vienen cien veces al día hasta que logran lo que pretenden.Tomo el regalo y lo pago y asunto concluido. Conviene, además, que el Misionero viva con una independencia absoluta, para poder amonestarles a todos libremente sin que nadie pueda excusarse con la reconvención de que él mantiene al Misionero.
JUEVES.
VIERNES.
Por la noche vienen los adultos, unos veinticinco, y de ellos sólo cuatro hombres. Después de un poco de acordeón y de algunos cantos sagrados, a remolque del armonio, empezamos el catecismo. Ellos están sentados, pero yo estoy de pie.Es un hecho averiguado en psicología que el que habla de pie, y cerca del interlocutor sentado, da más peso y autoridad a lo que dice y, el que escucha sentado, es más propenso a recibirlo todo a carga cerrada, como si estuviera también en un plano inferior, mentalmente hablando; por eso a los procesados los interroga un abogado de pie y con el dedo apuntándole a los ojos. El pobre reo, sentado y mirando para arriba a la cara del acusador, siente sobre sí todo el complejo de inferioridad y lucha con armas desiguales.Los eskimales no pueden ser excepción a esta regla general. Si me siento entre ellos, todos estamos en el mismo plano; si explico paseando, y parándome a recalcar puntos más importantes, con el índice extendido y la cara un poco más seria que de ordinario, entonces escuchan boquiabiertos y tragan mejor el bocado. Al final les pregunto si tienen algo que objetar o si se les ocurre hacer alguna observación. Jamás la han hecho.Cuando eran cuákeros y frecuentaban la otra iglesia no tenían inconveniente en levantarse y hablar a la buena de Dios media hora. Allí cada uno era libre para definir y anatematizar lo que se les antojaba.En cambio, en el Catolicismo, todo está ya cortado y explorado y definido más o menos explícitamente y ningún eskimal se siente con bríos para hacer sobre ello la más mínima observación. Lo cree todo sencillamente, y asunto concluido. En esto es más dichoso que el soberbio profesor o médico o escritor que duda de la propia existencia.Cuando salen de mi casa ya es muy de noche, pero el cielo resplandece con una selva de estrellas brillantísimas, que alumbran perfectamente el camino. Con la llegada del invierno empiezan a visitarnos las auroras boreales.¡Estas, éstas son auroras y no aquellas del Yukon blanquecinas y raquíticas y de sólo un arco! Aqui son diferentes. Hay noches en que los arcos llegan a una docena y cubren todo el cielo y corretean por el firmamento y luchan unos con otros a fogonazos como dos árboles de fuegos artificiales muy próximos.Al mirar a la estrella polar hay que echar para atrás la cabeza y estirar el cuello como cuando se mira al techo de una habitación. Hubo aquí un blanco original, que tenía unos sueños famosísimos. Soñaba que estaba dormido en el extremo del eje de la tierra y que ésta, en su movimiento doble de rotación y traslación le despedía, como se despide una piedra con una honda y el pobre vagaba por el espacio infinito a merced de cualquier otro planeta.
SABADO.
Por la tarde me visitó el senador, acompañado del jefe de la policía territorial, y charlamos amigablemente al amor de la lumbre. Al despedirse metió la mano en el bolso y me alargó un billete de diez dólares para que encargase aceite andaluz. Es de saber que los españoles en Norteamérica son conocidos por tres marcas: les gustan los toros, tocan la guitarra y guisan con aceite de olivo. Como aquí no hay plazas de toros y yo ya tengo un acordeón, los diez dólares no podían ser para otra cosa.En la visita me dijo que tenía noticias vagas de que Hitler había mandado tropas a Checoslovaquia. Aquí, en Kotzebue, Hitler y Checoslovaquia son palabras sin sentido, más misteriosas que los jeroglíficos de las tumbas egipcias. Aquí Checoslovaquia, y el Indostán, y Largo Caballero, son una misma cosa: sencillamente, no existen. Y estamos mucho mejor. En los dos meses que llevo sin leer periódicos he engordado tres kilos y he dormido mucho más plácidamente.Cuando por la noche salen todos y yo me quedo solo, me siento a la mesa de estudio y me considero el más feliz de los hombres. ¡Qué silencio éste y qué paz tan apacible! El tic-tac del despertador es inaguantable y tengo que retirar el reloj a otra pieza. Cuando el silencio se acerca a lo absoluto, la soledad echa de sí algo rumoroso, que no acierto a describir. Entonces se puede pensar en serio, sin embarazo alguno. San Juan de la Cruz aquí se hubiera remontado muchísimo más en las alturas de la contemplación.
En Kotzebue se está de primera. No hay aquí odios de razas, ni temores de invasiones militares, ni alarmas histéricas infundadas, ni rencores nacionales acumulados en el rodar de los siglos. Tenemos, sí, la borrachera de los indígenas; pero como yo, por la gracia de Dios, no me emborracho, cuando considero el estado del mundo y los vaivenes de la vida y los peligros a que están expuestos tantos amigos míos por los despeñaderos de los Pirineos y otros frentes creo y afirmo que vivo en un verdadero paraíso.
EN LAS LOMAS DEL POLO NORTE
16:27
La Misa es a las diez. Entro a las ocho en la iglesia tiritando y enciendo la estufa, que brama sin cesar hasta que poco antes de las diez en la iglesia se siente paz y bienestar. Los eskimales van llegando y se divierten en el salón, donde también ruge la fogata dentro de otra estufa. El fuego aqui es condición indispensable.Me mezclo con los eskimales y bromeamos un poco hasta que dan las diez. Entramos con orden en la iglesia y una mozuela se sienta a un armonio portátil. Cantan una Misa gregoriana sin tropiezos, y acá y allá cantan motetes en latín, en inglés y en eskimal. Kotzebue es la Misión más norteña de Alaska y casi del globo. Se ha cumplido el mandato de Jesucristo de predicarle “en Jerusalén y en Samaria... y los últimos confines de la tierra”. Porque también aquí vienen a Misa y reciben el Pan de los Angeles y rezan las oraciones prescritas por la Iglesia. Les echo un sermoncico poco, menos que a voz en cuello para ahogar los gimoteos de los nenes que llevan las matronas en las espaldas.El lado de las mujeres está lleno; tal vez 50. En cambio no veo más que una docena de hombres. Es bastante probable que haya en el infierno más hombres que mujeres. Estas son más devotas, se emborrachan menos, lloran más fácilmente, no blasfeman, ni matan, ni roban tan al por mayor como lo hacen los hombres.Terminada la Misa, frío un par de huevos y hiervo una taza de café que blanqueo con leche condensada. En Alaska, el que no coma y digiera bien, que se dé por perdido. Escribo algunas cartas y leo hasta las cuatro de la tarde, en que vuelvo a encender las estufas para la Bendición con el Santísimo, que tenemos a las cinco.Vienen bastantes mujeres y niños, pero no hacen acto de presencia más que dos hombres. Les explico una lección de catecismo con muchos ejemplos para que no se distraigan, rezamos el Rosario y terminamos con la Bendición, durante la cual entonan todos el 0 Solutaris y el Tantum ergo.Ya es noche cerrada; todos marchan corriendo y yo me quedo solo en esta casona. Tengo un hambre canina y enciendo la cocinilla que quema petróleo bruto, muy barato, y con más calorías que el sol de julio en Andalucía.Echo manteca, tomates, cebollas y vinagre en una sartén enorme y me apresuro a freir una trucha de tres libras que me trajo un rapazuelo. Por toda la cocina se esparce un olor tan rico que la boca se me hace agua, mientras preparo la mesa, en la que no falta nada.Afuera silba un viento helado que mata, pero yo estoy en la cocina como un rey. De la trucha en cuestión no queda más que la osamenta. Con la trucha entraron varios pedazos de pan con emplastos de mantequilla, un trozo de queso amarillo muy sabroso, unos higos y dos tazas de café.Me da vergüenza escribirlo, pero lo apunto aquí con gusto para que se cumpla una vez más el refrán de que “unos llevan la fama y otros cardan la lana». Será cierto que Alaska es la Misión más difícil del mundo; pero a mí me cuesta mucho trabajo creerlo.Después de cenar, friego los platos en agua hirviendo y me siento a leer y escribir basta las llueve. Antes de acostarme hay que ir a dar las buenas noches a Jesucristo en el sagrario. Generalmente me acuesto a las diez menos cinco, pues siempre me agradó un refrán que oí a un viejo de mi tierra: “A las diez en cama estés, mejor antes que después”.
Llega el aeroplano que nos trae el correo. A mí me entregan trece cartas, más tres cajas y una infinidad de revistas de todo género. Las cajas son cosa buena, pues me traen chocolate, calcetines, cepillos de dientes, cuchillas de afeitar, toallas y caramelos en buena cantidad. Las revistas no sé quién las manda.Las cartas tienen de todo. Desde luego la mitad de ellas están escritas por gente que no conozco. Unas piden sellos de Alaska y anticipan las gracias; otras quieren fotos, y también las anticipan; otras piden a voces una respuesta muy larga y muy chistosa que les endulce la vida; otras son íntimas, y, por fin, en la última se me ruega que traduzca al español la novísima «IMITACIÓN DE CRISTO”, que, según se acaba de comprobar, no fue escrita por Tomás de Kempis, sino por Gerardo Groote.El buen Kempis la tradujo del holandés al latín y, no contento con traducirla, insertó una docena de capítulos que sacó de su cabeza, añadió un sin número de versículos e interpoló una infinidad de frases y sentencias de su cosecha. Ahora se ha publicado íntegro el manuscrito de Groote, recién hallado.Traducido directamente del holandés al inglés, quieren que yo lo ponga en español para beneficio del continente hispano-americano. Ya estoy viendo a los viejos regañar y condenar semejante ocurrencia. Buenos eran los tiempos antiguos y a todos nos había encantado el Kempis. Esta juventud moderna no piensa más que en novedades.Terminar de leer la correspondencia y dar comienzo a contestarla es todo uno. A cinco cartas diarias termino en tres días.Recuerdo que el P. Lucchesi sugería la idea de un amanuense para que él pudiera entregarse a la evangelización sin el estorbo de las cartas. Al cabo de treinta y tantos años en Alaska la correspondencia que se le había aglomerado era sencillamente de proporciones astronómicas. Cómo iba a dormir en paz si estaba para llegar el correo quincenal y toda vía le quedaban sesenta cartes sin contestar?Al llegar a Kotzebue me entregaron un paquete repleto de gorras de lana. Las tales gorras habían sido fabricadas pacientemente por nueve señoras octogenarias, neoyorkinas, muy amigas de las Misiones. En un papel, entre las gorras, estaban las señas de las nueve damas con una nota en la que se me rogaba enviar a cada una por separado una carta entusiasta, so pena de no volver a recibir ni una gorra más.Tienen que ser cartas de contenido diferente, pues las buenas señoras se juntan una vez a la semana y leen las cartas y las comentan. Enviar nueve copias de una misma carta sería una injuria que clamaría al cielo. No hay más remedio que sentarse a la máquina de escribir desde el desayuno hasta la cena y despachar el correo en un par de días, aunque termine uno con la cabeza a punto de estallar.Pero esta tragedia tiene también su aspecto cómico. Una señora recién convertida me envía desde los Estados Unidos todas las semanas una carta de dieciséis páginas. La última página es una letanía de amenazas ordenadas a obligarme a contestar a vuelta de correo. La correspondencia me ha enseñado más que todos los libros, y no cede en este punto ni al confesionario. La correspondencia es una fase más del apostolado moderno. ¡Cuánto bien se puede hacer con una carta!Hay un sinnúmero de personas presa de un miedo malsano sobre el porvenir; agitadas por un oleaje de preocupaciones sobre el presente, con un pánico mortal a los espectros de un pasado tétrico, que dejó en el alma heridas aun no cicatrizadas. En medio de la aglomeración desmesurada de personas en las modernas ciudades, el alma se encuentra en una soledad de desierto, anhelando en vano caricias e intimidad, mientras el cuerpo sufre cien codazos y pisotones por las aceras congestionadas de gente con caras hoscas y desconocidas.El pasado ya no existe; el porvenir está en las manos amorosas de Dios, nuestro Padre común el presente depende de nuestro valor y del buen uso que llegamos de los medios a nuestro alcance. Muchas personas, heridas injustamente en lo vivo durante la niñez con sarcasmos ponzoñosos, humilladas en la adolescencia por los que tenían el oficio de alentarlas e instruirlas, arrastran toda la vida: una existencia miserable sin encontrar una persona que las entienda y les diga que pueden levantarse a gran nivel si se ponen a ello con ahinco, y que ciertamente sobrepujarán a los que las estropearon con sus condenaciones y pesimismos. Tal vez me engañe; pero creó que el remedio general para curar tantos males es una dosis exagerada de amabilidad. Con ella van la paciencia y el optimismo. El que se extralimite en amabilidad, ese dará en el blanco. (Todo esto que se podía excusar a propósito de la correspondencia.)En los dos meses largos que llevo aquí ya llevo escritas exactamente 97 cartas. Tomen cuenta de esto los aspirantes a Misioneros y saquen las consecuencias. Junto al catecismo y los Evangelios hay que tener la máquina de escribir, y cuidar que los pantalones sean de tela fuerte.
MARTES.
Dos horas de lengua eskimal por la mañana. Toda la gente joven habla inglés, que han aprendido y aprenden en la escuela del Gobierno; pero los dichosos viejos y viejas son del antiguo testamento y no hacen más que mascullar el eskimal.Como también las viejas tienen derecho al reino de los cielos, no tengo más remedio que arremeter con este dialecto. Lo hago con la ayuda de dos eskimalas gordinflonas y desdentadas que se ríen estrepitosamente cuando no pronuncio bien palabras como nukakpeágaruk (niño), y otras por el estilo.Por la tarde doy un paseo por la playa. El sol brilla sin calentar y la brisa me molesta tanto que me obliga a tomar un paso rítmico muy apresurado. Flotan bloques enormes de hielo, pero ésta es la estación del pescado llamado herring, que se viene a calentar a lo raso, en bandadas espesísimas. Me llevo las manos a la cabeza al ver a los pescadores echar la red y sacarla a los diez minutos con cincuenta sacos de estos peces.Burlando los bloques de hielo se acercan canoas que arrastran una o dos focas rechonchas como cueros de vino. Dios Nuestro Señor no puede ser más pródigo con estos hijos de la nieve. El que pase hambre aquí, es porque quiere.A las cuatro vienen los niños de la escuela y les explico el catecismo. Son muy trastos y llenan la casa de vida y animación.Después de cenar vienen los adultos. Vienen tres veces por semana, que es bastante pedir. Las mujeres vienen sin dificultad y me llenan los bancos. Son los hombres los que fallan. Una vez di una vuelta por la aldea, ya avanzada la noche. (Véase el capítulo VI). En las esquinas había grupos de ambos sexos, mezclados, fumando ellos, y ellas con botellas en las manos, tambaleándose, y así por el estilo.En frente del almacén donde venden aguardiente vi grupos de eskimales sin dinero, ateridos (le frío, con las manos en los bolsos y olfateando el alcohol como lobos carniceros que rondan las tapias de un bardal que no pueden asaltar. Como la noche era cerrada, nadie me conoció; por eso algunos me invitaron a echar un trago, mientras se tambaleaban penosamente. Esta es la civilización que les traen los blancos.Los almacenistas replican que tienen licencia para vender bebidas alcohólicas y que tienen que pagar por ella una contribución muy subida. Es decir, que la venta de licores es legal. Concedemos que es legal, pero nos consolamos pensando que si en los antros del infierno hay algún rincón donde los demonios administran tormentos refinados y exquisitos a personas excesivamente perversas y monstruosas, ese rincón o rincones estarán reservados para estos almacenistas sin conciencia, que abusan de la idiotez del indígena para chuparle la sangre vendiéndole a un precio quintuplicado bebidas alcohólicas que le embrutecen y le degeneran y amenazan con exterminarle. Una acción puede ser legal y ser diabólica si la ley está viciada en la raíz.De vuelta para casa, un beodo cayó sobre mí y me pidió un cigarro.Quítate de aquí, que apestas a vino le dije; y aunque le empujé con una suavidad premeditada, cayó de bruces sobre las piedras.No sé qué porvenir esperará a este distrito con tanta embriaguez, tanto paganismo y tanta contradicción.
Como los bloques de hielo se van espesando y la bahía nos amenaza con helarse toda a la hora menos pensada, tres eskimales me llevan en un vaporcito a dar la última batida a las ballenas. Ellos iban armados de rifles; yo no llevaba más que un capotón muy pesado y unos ojos muy abiertos. Ya en alta mar divisamos un grupo de ballenas que se divertían inocentísimamente.A una de mediana estatura la seguía tenazmente cría muy regordeta y vivaracha. Un ciego vería que se trataba de madre e hija. Los eskimales no entienden de sentimentalismos. Ramón, sin más sombrero que su melenota de león, disparó y le metió la bala por el pescuezo a la pobre madre. El grupo se metió en los abismo como por encanto. Tras la bala fue el arpón y la superficie se empezó a teñir de sangre. Hubo coletazos hercúleos y hundirse y volver a flotar y más coletazos; pero la mancha de sangre por la superficie se iba agrandando considerablemente hasta que la ballena se volvió boca arriba y se entregó a discreción.Con pértigas terminadas en garfios se arreglaron para amarrarla con maromas y atarla al barco, que la arrastró despacio hasta la misma playa, donde estábamos de vuelta poco después del mediodía. Ya en la playa, tres mujeres, con cuchillos afilados, comenzaron el desuello.La ballena tiene una costra de esperma o tocino durísimo, de tres pulgadas de grosor, y debajo está la carne, con pulmones, intestinos, costillares y demás, como una vaca gigante. Las ballenas de la playa de Kotzebue son blancas y muy chicas comparadas con las del interior, que miden treinta metros y son de color negruzco.La carne se puede comer los viernes y días de vigilia, aunque es una carne durísima, sin pizca de apariencia de pescado; pero la ballena vive en el agua y la consideramos pescado. Conocida es la anécdota del irlandés de Nueva York que entró en un restoránt un día de vigilia y pidió un plato de ballena. Cuando le dijeron que no había, respondió:Pues tráigame unas chuletas de ternera; bien sabe Dios que pedí pescado y no le hay.Nosotros llegamos hambrientos y muertos de frío; pero la madre de Ramón nos coció un plato de la ballena recién cogida, y comimos y nos fortalecimos. Ya en casa, y cambiada la ropa, me senté a leer perezosamente.
Tengo en casa luz eléctrica porque un Misionero aficionado a la mecánica instaló una batería que carga un molino de viento. Estos molinos de viento se van esparciendo por Alaska con tal rapidez que pronto la Mancha se va a quedar tamañita.Pero a veces no sopla el viento en dos semanas y entonces hay que agarrarse a las lámparas de petróleo. 0 viene de pronto un huracán que estropea la hélice. Esta hélice me da más quehacer que la borrachera indígena; pero, a fuerza de paciencia y de limar tornillos desgastados, la batería se carga con relativa regularidad y puedo leer a la luz clara de una bombilla.El Misionero aquí tiene que ser electricista, carpintero, herrero, cocinero, etc., etc. Después de dos horas de tarea, subido a la cúspide de este elevadísimo molino de viento ¡cuánto me he acordado de Don Quijote!, hago funcionar a la hélice y me siento a descansar rezando el Breviario.Luego voy a visitar el criadero de nutrias y zorras que tiene a poca distancia de aquí un señor entrado en años.Guarda la propiedad un perrazo suelto que se me vino como un rayo; pero se llevó tal bastonazo en el hocico y le miré con tales ojos, que el mastín huyó despavorido y aullando como alma que lleva el diablo. El hocico es un sitio peligroso y se puede matar a un perro de un golpe seco en ese lugar; pero, cuando a uno le viene un mastín, no se paran mientes en eso ; allá va el bastonazo y sálvese el que pueda.El buen señor me enseñó con mucha cortesía los viveros. Para más animación les dio de comer peces helados que devoraban con verdadero frenesí. Los machos a un lado y las hembras a otro; y cada bicho en una caseta muy artificiosa donde saltan, y corren, y toman el sol.Las zorras viven en unas alambradas muy altas y disponen de un corralito lleno de departamentos donde se dan la gran vida.Mi presencia las ahuyentó a todas en una fracción de segundo y se metieron en las madrigueras. El amo las llamaba y salían, pero al verme, se volvían a esconder. Tuve que retirarme y atisbarlas, mientras iban muy confiadas a comer en las manos mismas de su amo.Las nutrias eran más formales y se dejaron mirar sin tanta esquivez.Luego entré en la vivienda del señor a charlar con él, pues se me había quejado de que nunca le visitaba. Una mirada a los libros de los estantes me avinagró el rostro y todo el organismo. Allí no había más que los peores libros que se han escrito en la última centuria. Las obras del ateo Ingersoll, que se pasó la vida estudiando el Antiguo Testamento para maldecir a Dios llamándole los nombres más execrables; la vida de Jesucristo, por Hubbard, cuyas páginas son un tejido de blasfemias; libros sectarios quo llaman al Papa el anticristo; novelas de tinte anticatólico, y hasta tenía una Biblia en caricaturas que parodiaban el sagrado texto de la manera más repugnante.Este pobre señor, a fuerza de leer, y discurrir, y meditar, y volver a leer estas porquerías, ha llegado al convencimiento íntimo de que no hay Dios. En política vi que abominaba de Franco. Todos los ateos y librepensadores que he tratado en los dos últimos años abominan de Franco. Es curioso ver cómo Dios los cría y ellos se juntan. Dios los cría buenos; pero ellos se tuercen, y se juntan, y se entienden a maravilla.Se ve en la frente de todos ellos el signo inconfundible de la Bestia apocalíptica que los marca misteriosamente y les imprime un carácter diabólico inconfundible. Hombres encanijados por los vicios, decrépitos, calvos y arrugados, con una pipa maloliente entre las dos carreras de dientes sucios y ennegrecidos, con un pie en el sepulcro y un pasado detestable, se atreven a levantar al cielo unos ojos vidriosos por la embriaguez e, hinchándose como la rana de la fábula, afirman con todo aplomo que la ciencia hoy día ya no necesita la hipótesis de Dios.Le pregunté al hombre si vivía feliz y... después de estremecerse de un modo extraño, me respondió que sí. Lo dudé visiblemente y así quedó el negocio. Este señor fue el policía del distrito muchos años.Ahora le sucedió otro que fue minero y que tampoco cree en Dios. Su padre era pastor protestante luterano, le hacía estar en la iglesia las horas muertas cuando era chico y él cogió tal odio a la religión que ahora ni siquiera profesa creer en Dios.No es que se emborrache francamente; pero bebe como un camello. En medio de esta defección catastrófica y de esta apostasía casi universal, hay que procurar ser del número de los pocos y agarrarse a aquello de que el que perseverare hasta el fin, se salvará».Por la noche, para quitar el mal humor que me había invadido, leo a Santa Teresa y recobro gradualmente la paz alterada. Luego apago la luz y toco un cuarto de hora el acordeón. Toco canciones españolas que terminan por ponerme de muy buen humor. ¿A qué viene el perder los estribos porque un viejo insista en que el Papa es el anticristo? ¡Con su pan se lo coma!
Cae una nevada de primer orden. En la bahía se ven llanuras de hielo de varios kilómetros cuadrados. El invierno se nos está echando encima a todo correr. Al iniciarse la bajamar el agua arrastra mar adentro hielo flotante, como un río de corriente rapidísima.Parece que la bahía tiene vida y se mueve y forcejea y se pasea de adentro para afuera y viceversa.El hielo al chocar incesantemente despide un siseo o ruido típico, que invita al reposo. La gente se planta frente al agua en movimiento y apunta y grita cada vez que una foca asoma la cabeza entre los hielos.Mi amigo Ramón no deja el rifle de la mano y al anochecer tiene en casa tres focas descomunales. Su madre desuella pronto una de ellas y manda a la rapaza con un plato de hígado para que yo me dé el gran banquetazo. Higado purísimo y lo como en viernes aquí no tenemos la Bula de la Cruzada; pero la foca vive en el agua y es considerada como pescado.Por la tarde vienen los niños al catecismo y empleamos media hora en machacar solas tres palabras: confesión, eucaristía y Stmo. Sacramento. Estas tres palabras para ellos son tan difíciles de pronunciar y tan misteriosas que media hora no basta ni muchísimo menos. Pero ahora es la ocasión. Cuando llegan a viejos es perder el tiempo.Muchas veces me asalta el pensamiento de si vale la pena tener aquí un Misionero con tan pocos cristianos y con posibilidades tan escasas de prosperar. Es la tentación más común con que el demonio molesta a los Misioneros de Alaska.La respuesta es que en otras partes se hace todavía menos; que también los eskimales tienen derecho a la salvación; que es cosa vergonzosa que los mercaderes vengan y vivan en las regiones polares por hacer dinero y nosotros nos arredremos y no queramos venir a ganar algunas almas, pocas o muchas, pero, al fin, almas redimidas por Jesucristo; y finalmente nos escudamos con la respuesta general de que estamos aquí haciendo la voluntad de Dios.También en el cuerpo místico de la Iglesia hay órganos y miembros secundarios, pero no por eso inútiles. Bien están la cabeza y el corazón y los brazos y los pies, pero no hay que olvidar las pestañas, el cabello, las uñas y otras menudencias no tan menudas. Para que el cuerpo sea vistoso es menester que no le falte nada y que no tenga ni mancha ni arruga ni cosa por el estilo. Tiene que haber una lámpara y un sagrario en todas y cada una de las regiones del planeta diminuto que habitamos.
Llega un aeroplano con varios blancos. Va a haber elecciones para mandar diputados a Washington y, en un país tan escasamente poblado como Alaska, sesenta votos tienen mucho peso. Los propagandistas son del partido demócrata y echan unas arengas entusiastas a la multitud reunida en el almacén.La multitud está formada en su mayor parte por eskimales que escuchan cifras, cuyo alcance sé yo que no abarcan, y oyen nombres para ellos ininteligibles como Congreso, ministro de Gobernación, tribunal de Garantías, leyes territoriales y otra jerga semejante.Toda persona sensata ve que permitir a los eskimales votar es el colmo de la ridiculez, pues no saben lo que hacen y son víctimas del explotador más astuto; pero son ciudadanos yankis y ¡viva la democracia!En el aeroplano viene un minero con un brazo destrozado. Le hacen una cura a toda prisa y el pobre hombre entra en un sopor alarmante. Cuando le fui a ver al hospital deliraba con delirio de mal agüero. Me dijeron que era protestante, por lo que me retiré del campo cuya entrada me estaba prohibida. Al anochecer murió y en seguida hizo presa en el cadáver una putrefacción de lo más repulsivo que se puede imaginar.En mi casa ruge la estufa y doy los últimos toques a una joven pagana, que ha venido con fidelidad a instruirse y está ya madura para el bautismo. Su hermana ya bautizada y un viejo vecino nuestro hacen de padrinos y la bautizo con toda paz.Por la tarde tenemos confesiones. Ya es de noche y no he tomado nada desde el desayuno. Un pote enorme de patatas y arroz, más unas rajas de un pez muy grande, más un pedazo de pan me dejan como nuevo. ¡Qué gusto da comer cuando hay verdadera hambre! No hay mejor cosa que comer sólo cuando hay hambre. Obligarse uno a comer a determinadas horas aunque no haya apetito, es, por lo menos, muy discutible.Después de cenar oigo una gritería que se acerca y que se me echa encima y que me alarma unos segundos, hasta que caigo en la cuenta de que esta noche tenemos una boda. Toda la turba se quedó a la puerta y dieron paso libre a los novios y a los dos testigos o padrinos.El novio no está bautizado, aunque promete poner los medios para ello antes de morirse. Ella es católica.Nuestros héroes salieron muy contentos y fueron escoltados por la plebe que gritaba lo mejor que sabia, pero que se contentaba con gritar sin echar mano a latas y cencerros y dar a los novios la cencerrada padre como hacen en muchas regiones de España.DOMINGO. Antes de amanecer llegó un aeroplano cargado de mineros, que vienen a asistir al entierro de su compañero Miguel. Uno de ellos me despierta y quiere saber a qué hora es el entierro.Como yo le respondiera que Miguel era protestante, él me replicó que no, que Miguel había sido bautizado en la Iglesia católica como él; que los dos habían ido juntos a la escuela y a la iglesia: que habían pertenecido a los Estanislaos de Portland; que, al morírsele la madre, Miguel fue adoptado por un señor sin religión, aunque había sido bautizado en el protestantismo. ¡Pobre Miguel! ¡Y no tenía más que veinticinco años!Los mineros le trajeron una caja muy vistosa que tuvieron que cerrar herméticamente tan pronto como depositaron en ella el cadáver en putrefacción. A las diez tuvimos Misa cantada, como todos los domingos, a la que asistieron todos los mineros, con unas barbas que lea daban aspecto de una partida de bandoleros. Tenían todos una constitución robustísima y eran de estatura hercúlea.Estos son los que introdujeron el aguardiente en el distrito, con la diferencia de que ellos beben dos litros de una asentada y siguen tan serenos, mientras que los eskimales beben dos copas y ruedan por el suelo.Entre los mineros se sentaba el diputado o senador que representa a todo el territorio de Alaska en las Cortes de Washington; un caballero católico muy simpático, que ha sido reelegido varias veces para el escaño del Congreso. Oye Misa con un devocionario en la mano como la monja más devota, y su ejemplo aquí consigue más fruto que todos los sermones que yo pudiera predicar.Después de Misa traen el cadáver a la iglesia y, en presencia del ataúd, les echo un sermoncito sobre la muerte. Terminadas las ceremonias del ritual, procedimos al enterramiento aquí a cien pasos de la iglesia. Ahi están los restos de Miguel, descansando bajo la nieve, a 3.000 kilómetros de su ciudad natal. Algunos mineros dejaron la sepultura con lagrimones como perras gordas y con un hipo cavernoso salido de los antros insondables de aquellos pechos atléticos.
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EN LAS LOMAS DEL POLO NORTE
viernes, 7 de agosto de 2009
SEGUNDO LLORENTE, S.J.
DIARIO DE UNA SEMANA
DOMINGO.
LUNES.
MIERCOLES.
Tengo una biblioteca riquísima de más de novecientos volúmenes adquiridos penosamente por los diversos Misioneros que me precedieron. Libros magníficamente encuadernados y muy serios. Tratados de Teología, de Filosofía, comentarios muy extensos al texto del Derecho Canónico, libros de Moral, una enciclopedia abreviada, una hilera enorme de vidas de santos, libros de devoción de todo género, una colección de novelas recentísimas, la Iliada y la Odisea, que por estar en el original las puse en el rincón más alto y menos accesible; varias oraciones de Cicerón y las obras de Virgilio que tengo sobre la mesa; un plúteo repleto de obras magníficas en francés, que no pienso leer hasta que Franco sea el amo único de España (advierta el lector que este artículo se escribió en octubre de 1938-N. del E.), y por fin veinte libros en español que yo traje en el baúl. La otra noche empecé el Quijote por undécima vez, y ya sé de memoria varios capítulos de Santa Teresa.Es una lectura seria la que impide que el Misionero descienda al nivel del indígena. Claro que no hay que exagerar. Más me ayuda un libro devoto y sólido, que hable de la gracia en términos que entienden hasta los eskimales, que un tratado teológico sobre la diferencia entre el molinismo, el tomismo, el congruismo, los agustinianos, los escotistas y otros disidentes. Sin embargo da gusto leer sin preocuparse de exámenes, tratados teológicos que se vieron en las aulas con el programa delante.Anoche me interrumpió la lectura un rapaz que me traía por encargo de su madre un mazapán muy mono con baño blanco y todo. Se trata de una familia mestiza muy buena que no hace más que traerme molletes de pan. Otras veces me interrumpen grupos de muchachos enlodados, que irrumpen sin ceremonias y se sientan con toda seriedad en espera de historias y cuentos tártaros.Con frecuencia alguno de ellos me trae un pato silvestre que ya están emigrando, o un par de tármigans especie de palomas norteñas, o un cesto de peces grandotes. No piden nada por ello; pero yo siempre les pago con ropa, pues sé por experiencia que esperan algo en recompensa y vienen cien veces al día hasta que logran lo que pretenden.Tomo el regalo y lo pago y asunto concluido. Conviene, además, que el Misionero viva con una independencia absoluta, para poder amonestarles a todos libremente sin que nadie pueda excusarse con la reconvención de que él mantiene al Misionero.
JUEVES.
VIERNES.
Por la noche vienen los adultos, unos veinticinco, y de ellos sólo cuatro hombres. Después de un poco de acordeón y de algunos cantos sagrados, a remolque del armonio, empezamos el catecismo. Ellos están sentados, pero yo estoy de pie.Es un hecho averiguado en psicología que el que habla de pie, y cerca del interlocutor sentado, da más peso y autoridad a lo que dice y, el que escucha sentado, es más propenso a recibirlo todo a carga cerrada, como si estuviera también en un plano inferior, mentalmente hablando; por eso a los procesados los interroga un abogado de pie y con el dedo apuntándole a los ojos. El pobre reo, sentado y mirando para arriba a la cara del acusador, siente sobre sí todo el complejo de inferioridad y lucha con armas desiguales.Los eskimales no pueden ser excepción a esta regla general. Si me siento entre ellos, todos estamos en el mismo plano; si explico paseando, y parándome a recalcar puntos más importantes, con el índice extendido y la cara un poco más seria que de ordinario, entonces escuchan boquiabiertos y tragan mejor el bocado. Al final les pregunto si tienen algo que objetar o si se les ocurre hacer alguna observación. Jamás la han hecho.Cuando eran cuákeros y frecuentaban la otra iglesia no tenían inconveniente en levantarse y hablar a la buena de Dios media hora. Allí cada uno era libre para definir y anatematizar lo que se les antojaba.En cambio, en el Catolicismo, todo está ya cortado y explorado y definido más o menos explícitamente y ningún eskimal se siente con bríos para hacer sobre ello la más mínima observación. Lo cree todo sencillamente, y asunto concluido. En esto es más dichoso que el soberbio profesor o médico o escritor que duda de la propia existencia.Cuando salen de mi casa ya es muy de noche, pero el cielo resplandece con una selva de estrellas brillantísimas, que alumbran perfectamente el camino. Con la llegada del invierno empiezan a visitarnos las auroras boreales.¡Estas, éstas son auroras y no aquellas del Yukon blanquecinas y raquíticas y de sólo un arco! Aqui son diferentes. Hay noches en que los arcos llegan a una docena y cubren todo el cielo y corretean por el firmamento y luchan unos con otros a fogonazos como dos árboles de fuegos artificiales muy próximos.Al mirar a la estrella polar hay que echar para atrás la cabeza y estirar el cuello como cuando se mira al techo de una habitación. Hubo aquí un blanco original, que tenía unos sueños famosísimos. Soñaba que estaba dormido en el extremo del eje de la tierra y que ésta, en su movimiento doble de rotación y traslación le despedía, como se despide una piedra con una honda y el pobre vagaba por el espacio infinito a merced de cualquier otro planeta.
SABADO.
Por la tarde me visitó el senador, acompañado del jefe de la policía territorial, y charlamos amigablemente al amor de la lumbre. Al despedirse metió la mano en el bolso y me alargó un billete de diez dólares para que encargase aceite andaluz. Es de saber que los españoles en Norteamérica son conocidos por tres marcas: les gustan los toros, tocan la guitarra y guisan con aceite de olivo. Como aquí no hay plazas de toros y yo ya tengo un acordeón, los diez dólares no podían ser para otra cosa.En la visita me dijo que tenía noticias vagas de que Hitler había mandado tropas a Checoslovaquia. Aquí, en Kotzebue, Hitler y Checoslovaquia son palabras sin sentido, más misteriosas que los jeroglíficos de las tumbas egipcias. Aquí Checoslovaquia, y el Indostán, y Largo Caballero, son una misma cosa: sencillamente, no existen. Y estamos mucho mejor. En los dos meses que llevo sin leer periódicos he engordado tres kilos y he dormido mucho más plácidamente.Cuando por la noche salen todos y yo me quedo solo, me siento a la mesa de estudio y me considero el más feliz de los hombres. ¡Qué silencio éste y qué paz tan apacible! El tic-tac del despertador es inaguantable y tengo que retirar el reloj a otra pieza. Cuando el silencio se acerca a lo absoluto, la soledad echa de sí algo rumoroso, que no acierto a describir. Entonces se puede pensar en serio, sin embarazo alguno. San Juan de la Cruz aquí se hubiera remontado muchísimo más en las alturas de la contemplación.
En Kotzebue se está de primera. No hay aquí odios de razas, ni temores de invasiones militares, ni alarmas histéricas infundadas, ni rencores nacionales acumulados en el rodar de los siglos. Tenemos, sí, la borrachera de los indígenas; pero como yo, por la gracia de Dios, no me emborracho, cuando considero el estado del mundo y los vaivenes de la vida y los peligros a que están expuestos tantos amigos míos por los despeñaderos de los Pirineos y otros frentes creo y afirmo que vivo en un verdadero paraíso.
DIARIO DE UNA SEMANA
DOMINGO.
La Misa es a las diez. Entro a las ocho en la iglesia tiritando y enciendo la estufa, que brama sin cesar hasta que poco antes de las diez en la iglesia se siente paz y bienestar. Los eskimales van llegando y se divierten en el salón, donde también ruge la fogata dentro de otra estufa. El fuego aqui es condición indispensable.Me mezclo con los eskimales y bromeamos un poco hasta que dan las diez. Entramos con orden en la iglesia y una mozuela se sienta a un armonio portátil. Cantan una Misa gregoriana sin tropiezos, y acá y allá cantan motetes en latín, en inglés y en eskimal. Kotzebue es la Misión más norteña de Alaska y casi del globo. Se ha cumplido el mandato de Jesucristo de predicarle “en Jerusalén y en Samaria... y los últimos confines de la tierra”. Porque también aquí vienen a Misa y reciben el Pan de los Angeles y rezan las oraciones prescritas por la Iglesia. Les echo un sermoncico poco, menos que a voz en cuello para ahogar los gimoteos de los nenes que llevan las matronas en las espaldas.El lado de las mujeres está lleno; tal vez 50. En cambio no veo más que una docena de hombres. Es bastante probable que haya en el infierno más hombres que mujeres. Estas son más devotas, se emborrachan menos, lloran más fácilmente, no blasfeman, ni matan, ni roban tan al por mayor como lo hacen los hombres.Terminada la Misa, frío un par de huevos y hiervo una taza de café que blanqueo con leche condensada. En Alaska, el que no coma y digiera bien, que se dé por perdido. Escribo algunas cartas y leo hasta las cuatro de la tarde, en que vuelvo a encender las estufas para la Bendición con el Santísimo, que tenemos a las cinco.Vienen bastantes mujeres y niños, pero no hacen acto de presencia más que dos hombres. Les explico una lección de catecismo con muchos ejemplos para que no se distraigan, rezamos el Rosario y terminamos con la Bendición, durante la cual entonan todos el 0 Solutaris y el Tantum ergo.Ya es noche cerrada; todos marchan corriendo y yo me quedo solo en esta casona. Tengo un hambre canina y enciendo la cocinilla que quema petróleo bruto, muy barato, y con más calorías que el sol de julio en Andalucía.Echo manteca, tomates, cebollas y vinagre en una sartén enorme y me apresuro a freir una trucha de tres libras que me trajo un rapazuelo. Por toda la cocina se esparce un olor tan rico que la boca se me hace agua, mientras preparo la mesa, en la que no falta nada.Afuera silba un viento helado que mata, pero yo estoy en la cocina como un rey. De la trucha en cuestión no queda más que la osamenta. Con la trucha entraron varios pedazos de pan con emplastos de mantequilla, un trozo de queso amarillo muy sabroso, unos higos y dos tazas de café.Me da vergüenza escribirlo, pero lo apunto aquí con gusto para que se cumpla una vez más el refrán de que “unos llevan la fama y otros cardan la lana». Será cierto que Alaska es la Misión más difícil del mundo; pero a mí me cuesta mucho trabajo creerlo.Después de cenar, friego los platos en agua hirviendo y me siento a leer y escribir basta las llueve. Antes de acostarme hay que ir a dar las buenas noches a Jesucristo en el sagrario. Generalmente me acuesto a las diez menos cinco, pues siempre me agradó un refrán que oí a un viejo de mi tierra: “A las diez en cama estés, mejor antes que después”.
LUNES.
Llega el aeroplano que nos trae el correo. A mí me entregan trece cartas, más tres cajas y una infinidad de revistas de todo género. Las cajas son cosa buena, pues me traen chocolate, calcetines, cepillos de dientes, cuchillas de afeitar, toallas y caramelos en buena cantidad. Las revistas no sé quién las manda.Las cartas tienen de todo. Desde luego la mitad de ellas están escritas por gente que no conozco. Unas piden sellos de Alaska y anticipan las gracias; otras quieren fotos, y también las anticipan; otras piden a voces una respuesta muy larga y muy chistosa que les endulce la vida; otras son íntimas, y, por fin, en la última se me ruega que traduzca al español la novísima «IMITACIÓN DE CRISTO”, que, según se acaba de comprobar, no fue escrita por Tomás de Kempis, sino por Gerardo Groote.El buen Kempis la tradujo del holandés al latín y, no contento con traducirla, insertó una docena de capítulos que sacó de su cabeza, añadió un sin número de versículos e interpoló una infinidad de frases y sentencias de su cosecha. Ahora se ha publicado íntegro el manuscrito de Groote, recién hallado.Traducido directamente del holandés al inglés, quieren que yo lo ponga en español para beneficio del continente hispano-americano. Ya estoy viendo a los viejos regañar y condenar semejante ocurrencia. Buenos eran los tiempos antiguos y a todos nos había encantado el Kempis. Esta juventud moderna no piensa más que en novedades.Terminar de leer la correspondencia y dar comienzo a contestarla es todo uno. A cinco cartas diarias termino en tres días.Recuerdo que el P. Lucchesi sugería la idea de un amanuense para que él pudiera entregarse a la evangelización sin el estorbo de las cartas. Al cabo de treinta y tantos años en Alaska la correspondencia que se le había aglomerado era sencillamente de proporciones astronómicas. Cómo iba a dormir en paz si estaba para llegar el correo quincenal y toda vía le quedaban sesenta cartes sin contestar?Al llegar a Kotzebue me entregaron un paquete repleto de gorras de lana. Las tales gorras habían sido fabricadas pacientemente por nueve señoras octogenarias, neoyorkinas, muy amigas de las Misiones. En un papel, entre las gorras, estaban las señas de las nueve damas con una nota en la que se me rogaba enviar a cada una por separado una carta entusiasta, so pena de no volver a recibir ni una gorra más.Tienen que ser cartas de contenido diferente, pues las buenas señoras se juntan una vez a la semana y leen las cartas y las comentan. Enviar nueve copias de una misma carta sería una injuria que clamaría al cielo. No hay más remedio que sentarse a la máquina de escribir desde el desayuno hasta la cena y despachar el correo en un par de días, aunque termine uno con la cabeza a punto de estallar.Pero esta tragedia tiene también su aspecto cómico. Una señora recién convertida me envía desde los Estados Unidos todas las semanas una carta de dieciséis páginas. La última página es una letanía de amenazas ordenadas a obligarme a contestar a vuelta de correo. La correspondencia me ha enseñado más que todos los libros, y no cede en este punto ni al confesionario. La correspondencia es una fase más del apostolado moderno. ¡Cuánto bien se puede hacer con una carta!Hay un sinnúmero de personas presa de un miedo malsano sobre el porvenir; agitadas por un oleaje de preocupaciones sobre el presente, con un pánico mortal a los espectros de un pasado tétrico, que dejó en el alma heridas aun no cicatrizadas. En medio de la aglomeración desmesurada de personas en las modernas ciudades, el alma se encuentra en una soledad de desierto, anhelando en vano caricias e intimidad, mientras el cuerpo sufre cien codazos y pisotones por las aceras congestionadas de gente con caras hoscas y desconocidas.El pasado ya no existe; el porvenir está en las manos amorosas de Dios, nuestro Padre común el presente depende de nuestro valor y del buen uso que llegamos de los medios a nuestro alcance. Muchas personas, heridas injustamente en lo vivo durante la niñez con sarcasmos ponzoñosos, humilladas en la adolescencia por los que tenían el oficio de alentarlas e instruirlas, arrastran toda la vida: una existencia miserable sin encontrar una persona que las entienda y les diga que pueden levantarse a gran nivel si se ponen a ello con ahinco, y que ciertamente sobrepujarán a los que las estropearon con sus condenaciones y pesimismos. Tal vez me engañe; pero creó que el remedio general para curar tantos males es una dosis exagerada de amabilidad. Con ella van la paciencia y el optimismo. El que se extralimite en amabilidad, ese dará en el blanco. (Todo esto que se podía excusar a propósito de la correspondencia.)En los dos meses largos que llevo aquí ya llevo escritas exactamente 97 cartas. Tomen cuenta de esto los aspirantes a Misioneros y saquen las consecuencias. Junto al catecismo y los Evangelios hay que tener la máquina de escribir, y cuidar que los pantalones sean de tela fuerte.
MARTES.
Dos horas de lengua eskimal por la mañana. Toda la gente joven habla inglés, que han aprendido y aprenden en la escuela del Gobierno; pero los dichosos viejos y viejas son del antiguo testamento y no hacen más que mascullar el eskimal.Como también las viejas tienen derecho al reino de los cielos, no tengo más remedio que arremeter con este dialecto. Lo hago con la ayuda de dos eskimalas gordinflonas y desdentadas que se ríen estrepitosamente cuando no pronuncio bien palabras como nukakpeágaruk (niño), y otras por el estilo.Por la tarde doy un paseo por la playa. El sol brilla sin calentar y la brisa me molesta tanto que me obliga a tomar un paso rítmico muy apresurado. Flotan bloques enormes de hielo, pero ésta es la estación del pescado llamado herring, que se viene a calentar a lo raso, en bandadas espesísimas. Me llevo las manos a la cabeza al ver a los pescadores echar la red y sacarla a los diez minutos con cincuenta sacos de estos peces.Burlando los bloques de hielo se acercan canoas que arrastran una o dos focas rechonchas como cueros de vino. Dios Nuestro Señor no puede ser más pródigo con estos hijos de la nieve. El que pase hambre aquí, es porque quiere.A las cuatro vienen los niños de la escuela y les explico el catecismo. Son muy trastos y llenan la casa de vida y animación.Después de cenar vienen los adultos. Vienen tres veces por semana, que es bastante pedir. Las mujeres vienen sin dificultad y me llenan los bancos. Son los hombres los que fallan. Una vez di una vuelta por la aldea, ya avanzada la noche. (Véase el capítulo VI). En las esquinas había grupos de ambos sexos, mezclados, fumando ellos, y ellas con botellas en las manos, tambaleándose, y así por el estilo.En frente del almacén donde venden aguardiente vi grupos de eskimales sin dinero, ateridos (le frío, con las manos en los bolsos y olfateando el alcohol como lobos carniceros que rondan las tapias de un bardal que no pueden asaltar. Como la noche era cerrada, nadie me conoció; por eso algunos me invitaron a echar un trago, mientras se tambaleaban penosamente. Esta es la civilización que les traen los blancos.Los almacenistas replican que tienen licencia para vender bebidas alcohólicas y que tienen que pagar por ella una contribución muy subida. Es decir, que la venta de licores es legal. Concedemos que es legal, pero nos consolamos pensando que si en los antros del infierno hay algún rincón donde los demonios administran tormentos refinados y exquisitos a personas excesivamente perversas y monstruosas, ese rincón o rincones estarán reservados para estos almacenistas sin conciencia, que abusan de la idiotez del indígena para chuparle la sangre vendiéndole a un precio quintuplicado bebidas alcohólicas que le embrutecen y le degeneran y amenazan con exterminarle. Una acción puede ser legal y ser diabólica si la ley está viciada en la raíz.De vuelta para casa, un beodo cayó sobre mí y me pidió un cigarro.Quítate de aquí, que apestas a vino le dije; y aunque le empujé con una suavidad premeditada, cayó de bruces sobre las piedras.No sé qué porvenir esperará a este distrito con tanta embriaguez, tanto paganismo y tanta contradicción.
MIERCOLES.
Como los bloques de hielo se van espesando y la bahía nos amenaza con helarse toda a la hora menos pensada, tres eskimales me llevan en un vaporcito a dar la última batida a las ballenas. Ellos iban armados de rifles; yo no llevaba más que un capotón muy pesado y unos ojos muy abiertos. Ya en alta mar divisamos un grupo de ballenas que se divertían inocentísimamente.A una de mediana estatura la seguía tenazmente cría muy regordeta y vivaracha. Un ciego vería que se trataba de madre e hija. Los eskimales no entienden de sentimentalismos. Ramón, sin más sombrero que su melenota de león, disparó y le metió la bala por el pescuezo a la pobre madre. El grupo se metió en los abismo como por encanto. Tras la bala fue el arpón y la superficie se empezó a teñir de sangre. Hubo coletazos hercúleos y hundirse y volver a flotar y más coletazos; pero la mancha de sangre por la superficie se iba agrandando considerablemente hasta que la ballena se volvió boca arriba y se entregó a discreción.Con pértigas terminadas en garfios se arreglaron para amarrarla con maromas y atarla al barco, que la arrastró despacio hasta la misma playa, donde estábamos de vuelta poco después del mediodía. Ya en la playa, tres mujeres, con cuchillos afilados, comenzaron el desuello.La ballena tiene una costra de esperma o tocino durísimo, de tres pulgadas de grosor, y debajo está la carne, con pulmones, intestinos, costillares y demás, como una vaca gigante. Las ballenas de la playa de Kotzebue son blancas y muy chicas comparadas con las del interior, que miden treinta metros y son de color negruzco.La carne se puede comer los viernes y días de vigilia, aunque es una carne durísima, sin pizca de apariencia de pescado; pero la ballena vive en el agua y la consideramos pescado. Conocida es la anécdota del irlandés de Nueva York que entró en un restoránt un día de vigilia y pidió un plato de ballena. Cuando le dijeron que no había, respondió:Pues tráigame unas chuletas de ternera; bien sabe Dios que pedí pescado y no le hay.Nosotros llegamos hambrientos y muertos de frío; pero la madre de Ramón nos coció un plato de la ballena recién cogida, y comimos y nos fortalecimos. Ya en casa, y cambiada la ropa, me senté a leer perezosamente.
Tengo una biblioteca riquísima de más de novecientos volúmenes adquiridos penosamente por los diversos Misioneros que me precedieron. Libros magníficamente encuadernados y muy serios. Tratados de Teología, de Filosofía, comentarios muy extensos al texto del Derecho Canónico, libros de Moral, una enciclopedia abreviada, una hilera enorme de vidas de santos, libros de devoción de todo género, una colección de novelas recentísimas, la Iliada y la Odisea, que por estar en el original las puse en el rincón más alto y menos accesible; varias oraciones de Cicerón y las obras de Virgilio que tengo sobre la mesa; un plúteo repleto de obras magníficas en francés, que no pienso leer hasta que Franco sea el amo único de España (advierta el lector que este artículo se escribió en octubre de 1938-N. del E.), y por fin veinte libros en español que yo traje en el baúl. La otra noche empecé el Quijote por undécima vez, y ya sé de memoria varios capítulos de Santa Teresa.Es una lectura seria la que impide que el Misionero descienda al nivel del indígena. Claro que no hay que exagerar. Más me ayuda un libro devoto y sólido, que hable de la gracia en términos que entienden hasta los eskimales, que un tratado teológico sobre la diferencia entre el molinismo, el tomismo, el congruismo, los agustinianos, los escotistas y otros disidentes. Sin embargo da gusto leer sin preocuparse de exámenes, tratados teológicos que se vieron en las aulas con el programa delante.Anoche me interrumpió la lectura un rapaz que me traía por encargo de su madre un mazapán muy mono con baño blanco y todo. Se trata de una familia mestiza muy buena que no hace más que traerme molletes de pan. Otras veces me interrumpen grupos de muchachos enlodados, que irrumpen sin ceremonias y se sientan con toda seriedad en espera de historias y cuentos tártaros.Con frecuencia alguno de ellos me trae un pato silvestre que ya están emigrando, o un par de tármigans especie de palomas norteñas, o un cesto de peces grandotes. No piden nada por ello; pero yo siempre les pago con ropa, pues sé por experiencia que esperan algo en recompensa y vienen cien veces al día hasta que logran lo que pretenden.Tomo el regalo y lo pago y asunto concluido. Conviene, además, que el Misionero viva con una independencia absoluta, para poder amonestarles a todos libremente sin que nadie pueda excusarse con la reconvención de que él mantiene al Misionero.
JUEVES.
Tengo en casa luz eléctrica porque un Misionero aficionado a la mecánica instaló una batería que carga un molino de viento. Estos molinos de viento se van esparciendo por Alaska con tal rapidez que pronto la Mancha se va a quedar tamañita.Pero a veces no sopla el viento en dos semanas y entonces hay que agarrarse a las lámparas de petróleo. 0 viene de pronto un huracán que estropea la hélice. Esta hélice me da más quehacer que la borrachera indígena; pero, a fuerza de paciencia y de limar tornillos desgastados, la batería se carga con relativa regularidad y puedo leer a la luz clara de una bombilla.El Misionero aquí tiene que ser electricista, carpintero, herrero, cocinero, etc., etc. Después de dos horas de tarea, subido a la cúspide de este elevadísimo molino de viento ¡cuánto me he acordado de Don Quijote!, hago funcionar a la hélice y me siento a descansar rezando el Breviario.Luego voy a visitar el criadero de nutrias y zorras que tiene a poca distancia de aquí un señor entrado en años.Guarda la propiedad un perrazo suelto que se me vino como un rayo; pero se llevó tal bastonazo en el hocico y le miré con tales ojos, que el mastín huyó despavorido y aullando como alma que lleva el diablo. El hocico es un sitio peligroso y se puede matar a un perro de un golpe seco en ese lugar; pero, cuando a uno le viene un mastín, no se paran mientes en eso ; allá va el bastonazo y sálvese el que pueda.El buen señor me enseñó con mucha cortesía los viveros. Para más animación les dio de comer peces helados que devoraban con verdadero frenesí. Los machos a un lado y las hembras a otro; y cada bicho en una caseta muy artificiosa donde saltan, y corren, y toman el sol.Las zorras viven en unas alambradas muy altas y disponen de un corralito lleno de departamentos donde se dan la gran vida.Mi presencia las ahuyentó a todas en una fracción de segundo y se metieron en las madrigueras. El amo las llamaba y salían, pero al verme, se volvían a esconder. Tuve que retirarme y atisbarlas, mientras iban muy confiadas a comer en las manos mismas de su amo.Las nutrias eran más formales y se dejaron mirar sin tanta esquivez.Luego entré en la vivienda del señor a charlar con él, pues se me había quejado de que nunca le visitaba. Una mirada a los libros de los estantes me avinagró el rostro y todo el organismo. Allí no había más que los peores libros que se han escrito en la última centuria. Las obras del ateo Ingersoll, que se pasó la vida estudiando el Antiguo Testamento para maldecir a Dios llamándole los nombres más execrables; la vida de Jesucristo, por Hubbard, cuyas páginas son un tejido de blasfemias; libros sectarios quo llaman al Papa el anticristo; novelas de tinte anticatólico, y hasta tenía una Biblia en caricaturas que parodiaban el sagrado texto de la manera más repugnante.Este pobre señor, a fuerza de leer, y discurrir, y meditar, y volver a leer estas porquerías, ha llegado al convencimiento íntimo de que no hay Dios. En política vi que abominaba de Franco. Todos los ateos y librepensadores que he tratado en los dos últimos años abominan de Franco. Es curioso ver cómo Dios los cría y ellos se juntan. Dios los cría buenos; pero ellos se tuercen, y se juntan, y se entienden a maravilla.Se ve en la frente de todos ellos el signo inconfundible de la Bestia apocalíptica que los marca misteriosamente y les imprime un carácter diabólico inconfundible. Hombres encanijados por los vicios, decrépitos, calvos y arrugados, con una pipa maloliente entre las dos carreras de dientes sucios y ennegrecidos, con un pie en el sepulcro y un pasado detestable, se atreven a levantar al cielo unos ojos vidriosos por la embriaguez e, hinchándose como la rana de la fábula, afirman con todo aplomo que la ciencia hoy día ya no necesita la hipótesis de Dios.Le pregunté al hombre si vivía feliz y... después de estremecerse de un modo extraño, me respondió que sí. Lo dudé visiblemente y así quedó el negocio. Este señor fue el policía del distrito muchos años.Ahora le sucedió otro que fue minero y que tampoco cree en Dios. Su padre era pastor protestante luterano, le hacía estar en la iglesia las horas muertas cuando era chico y él cogió tal odio a la religión que ahora ni siquiera profesa creer en Dios.No es que se emborrache francamente; pero bebe como un camello. En medio de esta defección catastrófica y de esta apostasía casi universal, hay que procurar ser del número de los pocos y agarrarse a aquello de que el que perseverare hasta el fin, se salvará».Por la noche, para quitar el mal humor que me había invadido, leo a Santa Teresa y recobro gradualmente la paz alterada. Luego apago la luz y toco un cuarto de hora el acordeón. Toco canciones españolas que terminan por ponerme de muy buen humor. ¿A qué viene el perder los estribos porque un viejo insista en que el Papa es el anticristo? ¡Con su pan se lo coma!
VIERNES.
Cae una nevada de primer orden. En la bahía se ven llanuras de hielo de varios kilómetros cuadrados. El invierno se nos está echando encima a todo correr. Al iniciarse la bajamar el agua arrastra mar adentro hielo flotante, como un río de corriente rapidísima.Parece que la bahía tiene vida y se mueve y forcejea y se pasea de adentro para afuera y viceversa.El hielo al chocar incesantemente despide un siseo o ruido típico, que invita al reposo. La gente se planta frente al agua en movimiento y apunta y grita cada vez que una foca asoma la cabeza entre los hielos.Mi amigo Ramón no deja el rifle de la mano y al anochecer tiene en casa tres focas descomunales. Su madre desuella pronto una de ellas y manda a la rapaza con un plato de hígado para que yo me dé el gran banquetazo. Higado purísimo y lo como en viernes aquí no tenemos la Bula de la Cruzada; pero la foca vive en el agua y es considerada como pescado.Por la tarde vienen los niños al catecismo y empleamos media hora en machacar solas tres palabras: confesión, eucaristía y Stmo. Sacramento. Estas tres palabras para ellos son tan difíciles de pronunciar y tan misteriosas que media hora no basta ni muchísimo menos. Pero ahora es la ocasión. Cuando llegan a viejos es perder el tiempo.Muchas veces me asalta el pensamiento de si vale la pena tener aquí un Misionero con tan pocos cristianos y con posibilidades tan escasas de prosperar. Es la tentación más común con que el demonio molesta a los Misioneros de Alaska.La respuesta es que en otras partes se hace todavía menos; que también los eskimales tienen derecho a la salvación; que es cosa vergonzosa que los mercaderes vengan y vivan en las regiones polares por hacer dinero y nosotros nos arredremos y no queramos venir a ganar algunas almas, pocas o muchas, pero, al fin, almas redimidas por Jesucristo; y finalmente nos escudamos con la respuesta general de que estamos aquí haciendo la voluntad de Dios.También en el cuerpo místico de la Iglesia hay órganos y miembros secundarios, pero no por eso inútiles. Bien están la cabeza y el corazón y los brazos y los pies, pero no hay que olvidar las pestañas, el cabello, las uñas y otras menudencias no tan menudas. Para que el cuerpo sea vistoso es menester que no le falte nada y que no tenga ni mancha ni arruga ni cosa por el estilo. Tiene que haber una lámpara y un sagrario en todas y cada una de las regiones del planeta diminuto que habitamos.
Por la noche vienen los adultos, unos veinticinco, y de ellos sólo cuatro hombres. Después de un poco de acordeón y de algunos cantos sagrados, a remolque del armonio, empezamos el catecismo. Ellos están sentados, pero yo estoy de pie.Es un hecho averiguado en psicología que el que habla de pie, y cerca del interlocutor sentado, da más peso y autoridad a lo que dice y, el que escucha sentado, es más propenso a recibirlo todo a carga cerrada, como si estuviera también en un plano inferior, mentalmente hablando; por eso a los procesados los interroga un abogado de pie y con el dedo apuntándole a los ojos. El pobre reo, sentado y mirando para arriba a la cara del acusador, siente sobre sí todo el complejo de inferioridad y lucha con armas desiguales.Los eskimales no pueden ser excepción a esta regla general. Si me siento entre ellos, todos estamos en el mismo plano; si explico paseando, y parándome a recalcar puntos más importantes, con el índice extendido y la cara un poco más seria que de ordinario, entonces escuchan boquiabiertos y tragan mejor el bocado. Al final les pregunto si tienen algo que objetar o si se les ocurre hacer alguna observación. Jamás la han hecho.Cuando eran cuákeros y frecuentaban la otra iglesia no tenían inconveniente en levantarse y hablar a la buena de Dios media hora. Allí cada uno era libre para definir y anatematizar lo que se les antojaba.En cambio, en el Catolicismo, todo está ya cortado y explorado y definido más o menos explícitamente y ningún eskimal se siente con bríos para hacer sobre ello la más mínima observación. Lo cree todo sencillamente, y asunto concluido. En esto es más dichoso que el soberbio profesor o médico o escritor que duda de la propia existencia.Cuando salen de mi casa ya es muy de noche, pero el cielo resplandece con una selva de estrellas brillantísimas, que alumbran perfectamente el camino. Con la llegada del invierno empiezan a visitarnos las auroras boreales.¡Estas, éstas son auroras y no aquellas del Yukon blanquecinas y raquíticas y de sólo un arco! Aqui son diferentes. Hay noches en que los arcos llegan a una docena y cubren todo el cielo y corretean por el firmamento y luchan unos con otros a fogonazos como dos árboles de fuegos artificiales muy próximos.Al mirar a la estrella polar hay que echar para atrás la cabeza y estirar el cuello como cuando se mira al techo de una habitación. Hubo aquí un blanco original, que tenía unos sueños famosísimos. Soñaba que estaba dormido en el extremo del eje de la tierra y que ésta, en su movimiento doble de rotación y traslación le despedía, como se despide una piedra con una honda y el pobre vagaba por el espacio infinito a merced de cualquier otro planeta.
SABADO.
Llega un aeroplano con varios blancos. Va a haber elecciones para mandar diputados a Washington y, en un país tan escasamente poblado como Alaska, sesenta votos tienen mucho peso. Los propagandistas son del partido demócrata y echan unas arengas entusiastas a la multitud reunida en el almacén.La multitud está formada en su mayor parte por eskimales que escuchan cifras, cuyo alcance sé yo que no abarcan, y oyen nombres para ellos ininteligibles como Congreso, ministro de Gobernación, tribunal de Garantías, leyes territoriales y otra jerga semejante.Toda persona sensata ve que permitir a los eskimales votar es el colmo de la ridiculez, pues no saben lo que hacen y son víctimas del explotador más astuto; pero son ciudadanos yankis y ¡viva la democracia!En el aeroplano viene un minero con un brazo destrozado. Le hacen una cura a toda prisa y el pobre hombre entra en un sopor alarmante. Cuando le fui a ver al hospital deliraba con delirio de mal agüero. Me dijeron que era protestante, por lo que me retiré del campo cuya entrada me estaba prohibida. Al anochecer murió y en seguida hizo presa en el cadáver una putrefacción de lo más repulsivo que se puede imaginar.En mi casa ruge la estufa y doy los últimos toques a una joven pagana, que ha venido con fidelidad a instruirse y está ya madura para el bautismo. Su hermana ya bautizada y un viejo vecino nuestro hacen de padrinos y la bautizo con toda paz.Por la tarde tenemos confesiones. Ya es de noche y no he tomado nada desde el desayuno. Un pote enorme de patatas y arroz, más unas rajas de un pez muy grande, más un pedazo de pan me dejan como nuevo. ¡Qué gusto da comer cuando hay verdadera hambre! No hay mejor cosa que comer sólo cuando hay hambre. Obligarse uno a comer a determinadas horas aunque no haya apetito, es, por lo menos, muy discutible.Después de cenar oigo una gritería que se acerca y que se me echa encima y que me alarma unos segundos, hasta que caigo en la cuenta de que esta noche tenemos una boda. Toda la turba se quedó a la puerta y dieron paso libre a los novios y a los dos testigos o padrinos.El novio no está bautizado, aunque promete poner los medios para ello antes de morirse. Ella es católica.Nuestros héroes salieron muy contentos y fueron escoltados por la plebe que gritaba lo mejor que sabia, pero que se contentaba con gritar sin echar mano a latas y cencerros y dar a los novios la cencerrada padre como hacen en muchas regiones de España.DOMINGO. Antes de amanecer llegó un aeroplano cargado de mineros, que vienen a asistir al entierro de su compañero Miguel. Uno de ellos me despierta y quiere saber a qué hora es el entierro.Como yo le respondiera que Miguel era protestante, él me replicó que no, que Miguel había sido bautizado en la Iglesia católica como él; que los dos habían ido juntos a la escuela y a la iglesia: que habían pertenecido a los Estanislaos de Portland; que, al morírsele la madre, Miguel fue adoptado por un señor sin religión, aunque había sido bautizado en el protestantismo. ¡Pobre Miguel! ¡Y no tenía más que veinticinco años!Los mineros le trajeron una caja muy vistosa que tuvieron que cerrar herméticamente tan pronto como depositaron en ella el cadáver en putrefacción. A las diez tuvimos Misa cantada, como todos los domingos, a la que asistieron todos los mineros, con unas barbas que lea daban aspecto de una partida de bandoleros. Tenían todos una constitución robustísima y eran de estatura hercúlea.Estos son los que introdujeron el aguardiente en el distrito, con la diferencia de que ellos beben dos litros de una asentada y siguen tan serenos, mientras que los eskimales beben dos copas y ruedan por el suelo.Entre los mineros se sentaba el diputado o senador que representa a todo el territorio de Alaska en las Cortes de Washington; un caballero católico muy simpático, que ha sido reelegido varias veces para el escaño del Congreso. Oye Misa con un devocionario en la mano como la monja más devota, y su ejemplo aquí consigue más fruto que todos los sermones que yo pudiera predicar.Después de Misa traen el cadáver a la iglesia y, en presencia del ataúd, les echo un sermoncito sobre la muerte. Terminadas las ceremonias del ritual, procedimos al enterramiento aquí a cien pasos de la iglesia. Ahi están los restos de Miguel, descansando bajo la nieve, a 3.000 kilómetros de su ciudad natal. Algunos mineros dejaron la sepultura con lagrimones como perras gordas y con un hipo cavernoso salido de los antros insondables de aquellos pechos atléticos.
Por la tarde me visitó el senador, acompañado del jefe de la policía territorial, y charlamos amigablemente al amor de la lumbre. Al despedirse metió la mano en el bolso y me alargó un billete de diez dólares para que encargase aceite andaluz. Es de saber que los españoles en Norteamérica son conocidos por tres marcas: les gustan los toros, tocan la guitarra y guisan con aceite de olivo. Como aquí no hay plazas de toros y yo ya tengo un acordeón, los diez dólares no podían ser para otra cosa.En la visita me dijo que tenía noticias vagas de que Hitler había mandado tropas a Checoslovaquia. Aquí, en Kotzebue, Hitler y Checoslovaquia son palabras sin sentido, más misteriosas que los jeroglíficos de las tumbas egipcias. Aquí Checoslovaquia, y el Indostán, y Largo Caballero, son una misma cosa: sencillamente, no existen. Y estamos mucho mejor. En los dos meses que llevo sin leer periódicos he engordado tres kilos y he dormido mucho más plácidamente.Cuando por la noche salen todos y yo me quedo solo, me siento a la mesa de estudio y me considero el más feliz de los hombres. ¡Qué silencio éste y qué paz tan apacible! El tic-tac del despertador es inaguantable y tengo que retirar el reloj a otra pieza. Cuando el silencio se acerca a lo absoluto, la soledad echa de sí algo rumoroso, que no acierto a describir. Entonces se puede pensar en serio, sin embarazo alguno. San Juan de la Cruz aquí se hubiera remontado muchísimo más en las alturas de la contemplación.
En Kotzebue se está de primera. No hay aquí odios de razas, ni temores de invasiones militares, ni alarmas histéricas infundadas, ni rencores nacionales acumulados en el rodar de los siglos. Tenemos, sí, la borrachera de los indígenas; pero como yo, por la gracia de Dios, no me emborracho, cuando considero el estado del mundo y los vaivenes de la vida y los peligros a que están expuestos tantos amigos míos por los despeñaderos de los Pirineos y otros frentes creo y afirmo que vivo en un verdadero paraíso.
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- Rosario Serrano
- soy diseñadora gráfica y profesora de religión y de lengua y literatura
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